127. Discusión

 Mis rodillas, aún temblorosas, besaban suelo duro de color cemento a la vez que las paredes se encontraba articuladas por explosivas manchas de colores que formaban un paisaje que se podría calificar como expresionista abstracto. Sentí un alivio inmediato al descubrir que ya no me encontraba en el desierto de rosas negras, sino en aquel corredor en el cual ya había estado antes.

La imagen del fiero puño permanecía en mi ser cual peligro que, aunque esquivado, sentía que seguía almacenando el poder de acabar conmigo. Pero aun de ser así, no sucedería justo en ese momento sino en el futuro, que se me antojaba de tintes cada vez más peligrosos.

La sombra de mi madre ya no se encontraba cerca de mí, ya que en aquel colorido corredor solo me encontraba acompañada por Tras. Este giraba a su alrededor cual perro que intenta pillarse la cola y, de súbito, se paró y me miró con unos ojos como platos.

—¡Buah, tía! ¡Ya no estamos donde estábamos! ¿Cómo pasó? ¿Cómo?

—No lo sé, ¡pero me alegro mucho de que sucediera!

—¡Yo también, yo también! —exclamaba Tras y, movido por lo que parecía ser un impulso nervioso, se lanzó sobre mí para darme un abrazo que me sorprendió, pero tengo que decir que no me resultó desagradable. Yo misma compartía la alegría desenfrenada de él, ¿cómo no hacerlo después de habernos librado milagrosamente de la muerte?

Los brazos del trasno se notaban trabajados y su cuerpo carecía de la más mínima pizca de grasa. A pesar de ser pequeño, no me cabía duda de que Tras era bastante fuerte y, por compararlo con algún animal, pensaría en un chimpancé. Estos primates son bastante monos, pero también son peligrosos y uno de ellos podría fácilmente acabar con la vida de una persona.

El corredor en donde nos encontrábamos estaba bastante cerca del vestíbulo y por eso mismo creía que podríamos llegar sin necesidad de echarle un vistazo a mi mapa. Una vez saliéramos de la zona perdida, nos encontraríamos a salvo.

Esa idea la encontré débil, pues comenzaba a guardar mis dudas respecto a la seguridad de la zona civilizada. ¿Acaso no sería posible que los peligros que merodeaban por el laberinto del hotel lograsen llegar allí donde parecía haber seguridad? Quizás una de esas sombras, como la que imitaba a mi supuesta madre, consiguiera deslizarse hasta mi habitación en plena noche y...

Los pensamientos negativos fueron cortados por las voces de Sabela y Melinda. Provenían de más adelante y me imaginé que podrían provenir del vestíbulo, sin lugar a dudas ese sería el mejor final posible para las desventuras que había vivido en la zona perdida.

—¡Vamos, Tras! —le dije, contenta por reencontrarme con ellas dos y también por el hecho de que ambas hubieran regresado sanas, a pesar de que no contaban con el mapa que crecía a mis espaldas.

Al pensar en eso, me pareció un poco raro que las hermanas fueran capaces de volver. ¿No era que sin él acababas perdida en la zona perdida? Y hablando de eso, Melinda y yo habíamos dejado a Sabela en la puerta negra peleando contra una sombra, pero luego la balura no tuvo ningún problema en encontrarnos en la cocina de los tragones. ¿Quizás las hermanas me estaban ocultando algo? ¿Podría realmente confiar en ellas cuando en realidad no las conocía de nada?

—¡Pero cómo pudiste permitir que se perdiera, Sabela! —decía la voz chillona de Melinda, se le escuchaba preocupada por mí y eso hizo que mis sospechas se mitigaran un poco —. ¿No sabes lo importante que es el tatuaje? Sin él, puede que nunca logremos llegar a la Montaña Azul.

Esas palabras no me gustaron nada, era como si lo único que le importaba a ella era mi mapa, pero no la persona sobre la que estaba tatuada. Sabela contestó algo, pero como hablaba bajo no pude entender ni media palabra y me quedé con la incertidumbre de si ella se preocupaba o no por mí.

Bien sabía que no era la manera correcta de actuar, pero pensé en quedarme escondida para continuar escuchando la conversación de las hermanas. Tras estropeó la intención al echarse a correr en dirección a las voces de las hermanas.

—¡Hola, hola, ya estamos aquí! ¡Buah, las movidas que nos pasaron! —gritaba entusiasmado, entusiasmo que yo no compartía porque me dolió descubrir que para Melinda era un tatuaje y poco más.

Entré en el vestíbulo, las dos hermanas se me quedaron mirando en un silencio prolongado que se me antojó incómodo. Sabela se acercó a mí con efímera sonrisa en el rostro y me dijo:

—Oh, Zeltia. Me alegro de que llegaras bien, que estábamos muy preocupadas por ti.

Esas palabras no ayudaron a calmar mi malestar y Melinda continuaba empecinada en mantener una cara de palo que me irritaba.

—¿Por mí o por mi tatuaje? —le pregunté a la hermana del brazo quemado, y las comisuras de su boca se curvaron en un gesto de fastidio. ¿Y por qué? ¿Qué le había hecho yo a ella?

—¿Sabes lo que te digo? No me fio ni un pelo de ti —dijo Melinda.

No me esperaba que me dijera semejantes palabras, pues no creía haber hecho nada que mereciera tal desconfianza.

—¿Pero qué te hice yo para que no te fíes de mí? —le pregunté dolida y ella lanzó un resoplido por la nariz que me sonó como una risa despectiva.

—¿Qué es lo que hiciste para que no sospechara de ti? Mira, apareces en mitad del bosque sin ningún recuerdo y resulta que tienes tatuado en la espalda el mapa del hotel. Lo que había que preguntarse es qué motivos hay para fiarse de ti.

—¡Todos! ¡Yo no hice nada malo! —grité, al borde de las lágrimas.

—¿Y si lo hiciste y no lo recuerdas? ¿Y si en realidad estás de parte de Alarico? ¿Quién nos dice que no es así? Puede que ni siquiera tú lo sepas... —dijo Melinda.

Tengo que reconocer que eso me dejó bastante preocupada, pues entraba dentro del reino de las posibilidades que yo tuviera algo que ver con Alarico. ¿Acaso no era su nombre lo único que recordaba? Además, ¿por qué no les había comentado ese detalle ni a la Directoria ni a las hermanas? ¿Quizás sabía inconscientemente que sería una mala idea entregarles ese dato?

—Yo... yo... —dije, en un estado de impotencia tan grande que me era imposible ni decir media frase con sentido, sintiendo miedo de mí misma y de la posibilidad de que mi pasado encerrase aún más oscuridad que la de mi supuesta madre. No pude evitar que las lágrimas corrieran por mis mejillas, pero ese gesto no sirvió para emblandecer la actitud de Melinda.

—Vamos, vamos, no nos peleemos por tonterías —dijo Sabela en un intento por calmar las aguas, pero ni siquiera la balura sería capaz de parar el tsunami en la que todas nos ahogábamos.

—¿Y si es cierto qué, Sabela? Nos estamos jugando el cuello aquí y no veo por qué tengo que confiar en alguien como ella. ¿No te acuerdas lo que pasó justamente cuando desapareció? Fuimos atacadas por sombras, ¿no es sospechoso?

—¡Yo también fui atacada por una sombra! —dije y una sonrisa burlona apareció en el rostro de Melinda, gesto que me hizo rabiar bastante. Era como si ella se considerase a sí misma mejor que yo en todos los aspectos.

—¿Oh, sí? Que conveniente para ti. Así que eres inocente, así que tenemos que confiar en ti.

—¡Es lo que pasó de verdad! ¡Tras, díselo! ¡Dile que nos atacó una sombra! —le dije al trasno, que durante la discusión había permanecido en un segundo plano con una expresión de tristeza.

—Es cierto y casi la palmamos —dijo sin la energía que lo caracterizaba antes, puede que nuestra agitada charla no le gustara demasiado ¿y quién podría culparlo? No creo que ninguno de los presentes estuviera disfrutando especialmente de aquel momento.

—¿Y quién me dice que no eres tú la que está controlando las sombras? Bien pudiste hacer que nos atacaran a nosotras y después falseaste un ataque a ti misma para quedarte libre de sospechas. Por eso mismo dije que era conveniente, pero eso mismo no me fio ni un pelo de ti —dijo Melinda, sin dejar de clavar en mí aquellos dos grandes ojos de búho.

Yo me encontraba sin palabras, pues mi angustia se las comía todas y me dejaba con el labio tembloroso. No me creía merecedora de todas aquellas sospechas que ella lanzaba sobre mí, pero al mismo tiempo se revolvía en mi interior el miedo de que podía ser cierto y de que yo estuviera aliada con Alarico.

—Yo...

Nunca terminé la frase, me faltaba el aire y todo se volvía borroso a mi interior a la vez que mi visión se oscurecía paulatinamente. Me caí de rodillas al suelo y no encontré en mis fuerzas para levantarme. Al final, no pude evitar desmayarme y puede que incluso fuera algo bueno, porque me libraba de una discusión que era de todo menos agradable. 

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