124. Tras

 El combate entre los tragones y Sabela fue decepcionantemente corto.

Sabela le proporcionó con el bate un fuerte golpe en la cabeza a Pepo y lo dejó con los pajaritos y las estrellitas girando alrededor de su peluda cabeza blanca. Pepa aprovechó el momento para hundir sus dientes en el brazo estirado de la balura. No tuvo tiempo de hacerle demasiado daño, porque Sabela le hundió el puño izquierdo en toda la cara de la tragona, haciendo que esta se cayera al suelo de espaldas.

—¡Ay, ay, ay! ¡Pero qué bruta es la condenada! —rugía Pepo, llevándose la mano a la cabeza en dónde le había salido un enorme chichón.

—¡Creo que estoy muerta, creo que me ha matado! —sollozaba Pepa, tirada bocabajo en mitad de la cocina.

Respiré aliviada, era capaz de notar que las ganas de carne de los dos tragones se había disipado y solo quedaba el dolor de los golpes que habían recibido. Y quizás también de la humillación de haber sido derrotados de una manera tan fácil.

—No estás muerta, yo no mato —dijo Sabela que se miraba la fea herida que tenía en el brazo: la sangre que le salía era roja, como la que tenemos los humanos. Eso me supo un poco decepcionante porque esperaba que fuera de color verde.

—Serás bruta, ¡serás bruta, carne superior verde! ¿¡Te crees que esta es manera de tratar a dos individuos?! —decía Pepo mientras ayudaba a levantarse a su compañera, que al igual que una triste tortuga era incapaz de volver a ponerse de pie debido a que tenía los pies y los brazos extremadamente cortos.

Me dio pena verla así, pero el sentimiento se disipó un poco cuando pensé que se habían intentado comer a Sabela y ella me caía bien. Además, no creía que fuera demasiado ético comer a criaturas que fueran capaces de hablar.

—¡¿Pero qué decís de bruta?! ¡Sí os la estabais intentando comer! ¡¡Los brutos sois vosotros!! —estallé con rabia porque era bien cierto que el conflicto había explotado por culpa de la gula de aquellos dos y Sabela no tenía ni un cuarto de culpa.

—Bueno, lo pasado, pasado está —dijo Sabela y me parecía a mí que se encontraba demasiado tranquila después del hecho de que aquellos tragones habían tenido la intención de comérsela.

Melinda le estaba colocando una venda en el brazo a la balura y le decía:

—Lo mejor es volver cuanto antes al vestíbulo, hermanita. Hay que darle curas de las buenas a este brazo, no vaya a ser que te infecte y haya que cortar por lo sano.

Eso despejó una de mis dudas sobre las baluras, ya que pensaba que quizás eran como las salamandras y podrían regenerar sus miembros una vez fueran cortados. Pero no era así y aquella era la tercera decepción que me llevaba en un corto período de tiempo.

—¿Por qué no sabrás curar en vez de lanzar bolas de fuego? Mamá sabe curar... —señaló Sabela.

Melinda lanzó un bufido de gata y comenzó a vendarle el brazo con mayor rapidez y de peor manera.

—¡Sabe curar, pero no sabe lanzar bolas de fuego! Y es inmensamente más impresionante lanzar bolas de fuego, eso lo sabe cualquiera, ¡¿A qué si, Zel?! —me preguntó mirándome de una manera que me recordó a un búho pelirrojo.

—Pues no sé —murmuré.

—Es verdad, las bolas de fuego son impresionantes. Seguramente lo fue bastante ver cómo se quemaba tu escuela de magia —comentó Sabela, parecía que se burlaba, pero lo decía con una seriedad que me daba la sensación de que lo decía en serio.

Melinda chilló algo, pero ya no le prestaba atención porque me centraba en los dos tragones. Para ser sincera, me parecía un poco mal que aquellos dos monstruitos no recibieran reprimendas más serias por haber querido comerse a Sabela, así que decidí que sería yo quién lo hiciera. Puse la peor de mis caras y le dije a Pepo:

—Y querías comer al pobre trasno... y también... eh...

Me quedé en blanco, aunque me encontraba algo cabreada era incapaz de poner esos sentimientos de fuego en palabras. Eso me puso algo aprensiva y comencé a pensar en más cosas que decirle, ¡pero nada, era como abrir un libro para leerlo y darse cuenta de que todas las páginas estaban en blanco!

—¡Mierda! —dije al darme cuenta de mi inefectividad dialéctica.

—¡Sí, queríamos comer y ahora no vamos a comer nada! Muy bien hecho, muchas gracias, carne rosada. Si nos morimos de hambre, te prometemos que nuestros fantasmas te atormentarán todo, todo, todo lo que te queda de vida y cuando seas una fantasma tú también, pues continuaremos a tu lado toda la eternidad. ¡Te lo juro por mis cuernos! —chilló Pepo.

—¡Y yo lo mismo! —concordó Pepa.

Esas palabras me dejaron desolada por dentro y también tengo que confesar que algo admirada. Pepo había sido capaz de expresar su rabia en palabras mientras que yo me tropezaba con mi lengua como si esta fuera la primera vez que utilizaba una. Me quedé mirando cómo se marchaban por la puerta, deseando ser capaz de expresarme con una destreza semejante.

—¿Está bien que los dejemos ir? —pregunté a Melinda, que ya había acabado de curar la herida de Sabela con la venda, pero era algo bastante provisional y no me gustaba la manera en que poco a poco esta iba tiñéndose de rojo.

—¿Y qué pretendes que hagamos? ¿Matarlos? —preguntó Melinda y se acercó al trasno, que todavía se encontraba desmayado, para quitarle las cuerdas que le amarraban las manos.

—No, matarlos no... ¿Pero no hay algo como la policía por aquí?

—Pues como que lo somos nosotras dos —dijo Sabela.

—Vamos a despertar a esta —comentó Melinda y la forma en que lo hizo me resultó poco ortodoxa porque le encasquetó al pobre monstruo dos fuertes bofetadas. Por lo menos fue efectivo, ya que después de recibir la segunda los grandes ojos del monstruo se abrieron y miraron con temor a su alrededor.

—¡Buah, hostia ya! ¡Qué me quieren papar! —chilló el trasno, alejándose de Melinda a toda velocidad.

—Los tragones ya se fueron, estás a salvo —le dijo Sabela.

—¿Balura? ¡Balura! —chilló el trasno, nada más verla se le puso una gran sonrisa en la cara y dio un pequeño baile, con palmadas y todos —. ¡Buah, las baluras me gustan! ¡Todo bien, todo bien! ¿Y dónde estoy? —preguntó mirando a su alrededor y se rascó la cabeza.

—Es la Mansión sin Fin... pero no es una mansión, es un hotel —le dije y me gané una mirada de aprobación de Sabela.

—¿Recuerdas cómo llegaste aquí? —preguntó Melinda.

—¡Buah, menuda movida! Iba por el bosque todo de tranqui cuando salió una niebla que no era normal y me perdí en ella. ¡Y allí había cosas chungas con unos ojos rojísimos! Corrí y corrí hasta llegar a un muro y lo trepé y me encontré con un edificio muy grande y con muchos colores. Me metí y ¡mima, que cosa más rara porque andaba y andaba y a ningún sitio llegaba! Entonces me encontré con unos tíos con cuernos que me querían comer y fin de la historia. ¡Buah, que no me coscaba de preguntar algo! ¿Sabes por dónde puedo ir para volver al bosque? ¡Tengo que volver con mi familia! —chilló el trasno, levantando ligeramente la cabeza y olisqueando —. ¡Buah, qué mal! ¡No huele a mi familia nada!

—Imposible llegar ahora, el hotel está rodeado por una espesa niebla y nadie puede atravesarla —informó Melinda.

—¡Buah, tía! ¡Qué mal rollo! ¿Y cómo se quita la niebla? —preguntó el trasno.

—Ni idea, lo estamos intentando saber, pero por el momento cero pistas —añadió Sabela.

—¡¿Eeehhh...? ¡¿Pero entonces cómo voy a volver con mi familia?! —gritó el trasno, poniendo ambas manos sobre la cabeza.

—No lo sé, pero estamos todos en la misma situación —dijo Melinda.

—¡Qué mal! —gritó el trasno.

—Puede que parezca eso, pero si unimos fuerzas quizás podamos averiguar cómo salir del hotel, ¿por qué no te vienes con nosotras? Vamos a una zona que es segura y allí no te podrán coger de nuevo esos tragones —le dije y el trasno me miró entrecerrado los ojos.

—Pues no me oléis mal. No me fio mucho de los humanos, ¡pero las baluras son legales! Así que iré con vosotras —dijo el trasno.

—Perfecto que lo hayamos arreglado. Mi nombre es Melinda, por cierto.

—Yo soy Sabela.

—¿Eh? ¡Qué nombre más raro para una balura!

—Bueno, mi nombre de balura es Coco —dijo Sabela.

—Ese me gusta más —contestó el trasno.

—Yo soy Zeltia —dije y le ofrecí una sonrisa.

—¡Buah, pues yo soy Tras!

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