123. Carne Verde Superior
Mucho me temía que se iba a armar la gorda, que Melinda perdiera la paciencia y comenzara a lanzar bolas de fuego a diestro y siniestro. Puede que todo terminase con el hotel consumido por las llamas o, incluso peor, que fuéramos devoradas por aquellos dos tragones. Sería bien triste que mi vida terminara sin tener la oportunidad de descubrir quién era.
—Está bien, lo soltamos. No merece la pena romperse los cuernos por el carne verde inferior —dijo Pepo.
El suspiro de alivio que solté fue tan grande que me resultó un poco vergonzoso porque sonó demasiado a un gemido. Pero el bochorno duró poco porque nada más sentirme contento por haber evitado la pelea, una voz de mujer resonó en el interior de mi cabeza gritándome a todo pulmón lo siguiente:
—¡Cobarde! ¡Eres un jodido cobarde! ¡¿Cómo puede ser que un hijo mío sea así?! ¡¿Cómo puede ser que no tengas ningún talento para el combate?! ¡¡En este mundo saber pelear es lo más importante!! ¡Sin saber pelear no eres nadie, solo escoria!, sin pelear es imposible que sobrevivas! Pero día tras día no dejas de decepcionarme...
Escuchar aquello me resultó muy duro porque supuestamente se trataba de mi madre, ¿por qué me hablaba de una manera tan desagradable? ¿De verdad yo era una decepción tan grande para ella?
El estómago se me revolvió y mis rodillas temblaban. Para ser sincera, si aquello era una muestra de cómo había sido mi pasado quizás estaba mejor sin tener ni un solo recuerdo.
¿Qué clase de vida abusiva había sufrido? ¿Cómo era posible que una madre tratase a su hija de esa manera? Además, ahí se reveló otro dato que no me gustó demasiado: originariamente yo era un hombre, pues se había referido a mí como su hijo.
—¿Estás bien, Zel? Se te ve pálida y temblorosa... —me preguntó Melinda, con cara preocupada y yo asentí con la cabeza, intentando enviar a la papelera la desagradable voz de mi madre.
—Es que da miedo pensar que unos monstruos estuvieron a punto de comerte... —dije y esbocé una sonrisa, pero me quedó de gelatina.
—¡No te preocupes por eso, que él nos ordenó que no comiéramos carne rosada! Aunque tampoco es que vayamos por ahí papando de los vuestros que los carne rosada os lo tomáis a la tremenda y en seguida nos veis como si fuéramos sucios monstruos... —comentó Pepo y fui capaz de notar un toque de resentimiento en su voz.
—Dijo no comer, pero nada de no matar —señaló Pepa con un brillo peligroso en la mirada.
—¡No, Pepa! ¡No! No vamos a meternos en problemas por un carne verde inferior... Que se lo queden ellas, también hay que pensar que seguramente se cansen de un monstruo tan irritante y luego nos vengan pidiendo que nos lo comamos —dijo Pepo.
Aunque yo no creía que fuera capaz de hacer algo tan malvado como dejar que se comieran al pequeño monstruo verde, que era feo y mono al mismo tiempo.
—¡Está bien, vale, a mí como si nos morimos de hambre! ¡Después de todo el curro que hacemos en la caldera y no podemos ni paparnos una carne verde inferior! ¡Menuda vida más miserable es la de Pepa y Pepo y Pepe!
—Ya acabé con la sombra, no fue difícil, pero casi me pierdo —dijo Sabela, que entraba en la cocina y su mirada en seguida cayó sobre la gran pota que bullía en el medio —. ¿Qué se está cocinando ahí? ¿Algo rico?
En cuando vieron a la balura, se produjo un cambio evidente en Pepo y Pena. El pelo blanco se le erizó cuál gato furioso que arquea la espalda, los ojos se le volvieron más grandes y comenzó a manar de sus bocas un montón de babas.
—Carne verde superior... —susurró Pepa.
Sabela miró con curiosidad a los dos tragones.
—¿Qué pasa con estos dos yetis? —preguntó Sabela.
—No son yetis, son tragones. Habían atrapado a ese trasno ¿y te puedes creer que se lo querían comer? —preguntó Melinda, lanzando un suspiro cansado.
—¿Lo qué? Pero habiendo cosas tan ricas para comer ¿por qué un trasno? No tienen pinta de saber demasiado rico, que son todo huesos y nervios —dijo Sabela.
—¡Deliciosa carne verde superior! ¡Una de las carnes más preciadas de todas! ¡Y Alarico no nos dijo nada de no comernos una! —gritó Pepo con una terrorífica sonrisa en el rostro.
Al escuchar el nombre de Alarico mi corazón dio un vuelco, si él se encontraba compinchado con aquellos dos tragones eso significaba que era malo tal y como había dicho la Directora. Pero al mismo tiempo era bien cierto que Alarico les había ordenado que no comieran humanos y eso podía considerarse como algo bueno. ¿Pero por qué no les había dicho lo mismo sobre las baluras? Además, estaba el asunto de las calderas y no podía evitar preguntarme, ¿tenía eso algo que ver con la enfermedad de la Directora? Eso sería algo malo, a menos que la Directora fuera la mala de verdad y Alarico lo estuviera haciendo para evitar que hiciera maldades. Al final, lo único que conseguí fue confundirme más.
—Pero qué carne superior dices tú... —murmuró Melinda y levantó un poquito las manos, quizás por si necesitase lanzar alguna bola de fuego.
—¡Sé buena chica y deja que te devoremos! ¡Ya has vivido lo suficiente! ¡¿No?! ¡Haz algo bueno por alguien y deja que te comamos, deja que probemos esa maravillosa carne verde, plato de reyes, de monarcas, de emperadores, de dioses! —aulló Pepo.
—¡Piensa lo glorioso que será dejar que te devoremos cruda, dejar que formes parte de la dieta de los tragones, unirte a nosotros a través de nuestros estómagos! —clamó Pepa.
—¡¡Ni de broma!! —gritó Sabela.
Ella ya tenía el bate en la mano, ya preparada para pelearse contra Pepo y Pepa que, viendo que la diplomacia no los iba a ayudar a comerse a la balura, se lanzaron rugiendo hacia ella abriendo sus grandes bocas llenas de dientes de un afilado demasiado peligroso.
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