121. La Puerta Negra

 Nos metimos por el corredor que avanzaba por el lado derecho del ascensor, el que se encontraba cortado por una banda de terciopelo el cual se sintió muy agradable y suave cuando lo acaricié al pasar por su lado.

Al cabo de unos pasos a lo largo del pasillo sucedió algo extraño porque fue al cerrar los ojos y al abrirlo el escenario era completamente diferente: las paredes, que antes estaban pintadas con manchas divertidas, eran de madera vieja que expedían un agradable aroma y nuestros pasos que antes sonaban en suelo duro, ahora eran amortiguados por una moqueta de tonos rojizos decorada con simples figuras geométricas.

El ambiente era más oscuro, de tonos marrones y de una iluminación de poca intensidad que provenía de una serie de lámparas colocadas en el techo. A ambos lados, se multiplicaban las puertas de las habitaciones y todas tenían una pequeña placa dorada que marcaba su número. El primero en que me fijé era el 929.

—¡¿Qué ha pasado aquí?! —grité dando vueltas a mi alrededor, pero no había ni rastro del anterior corredor.

Melinda permanecía impasible.

—¿Eh? ¿Te refieres al cambio de escenario? Nos estamos adentrando en la Zona perdida así que esto es normal. Ya te habíamos dicho que las cosas se iban a volver raras, ¿no? —dijo y era bien cierto que ya me habían hablado del tema, pero una cosa era que te lo comentaran y otra vivirlo en tus propias carnes.

—No te preocupes tanto, Zel. Que no suele ser peligroso —dijo Sabela y me ofreció una sonrisa de seguridad.

—No suele ser peligroso dices... Así que a veces sí que puede serlo, ¿no? —pregunté con la voz de flan.

Sabela puso cara de pensar y hundió una de sus manos en su hermosa cabellera roja.

—Oh, sí. Supongo que sí que puede serlo, pero aquí estoy yo para defenderte con mi bate —dijo y eso hizo que me sintiera un poco mejor porque sabía que era fuerte. Bien recordaba cómo le había dado una paliza a aquel monstruo formado por sombras —. Bueno, y si te mueres... pues la gente que está muerta ya no sufre. Creo yo, vamos.

—¡No hacía falta que dijeras eso! —exclamé y toda la tranquilidad que sentía se evaporó por completo.

Melinda intervino con voz conciliadora:

—No hace falta ser tan negativa, Zel. Mira, tú vida no va a correr ningún peligro y si por algún casual lo está, tienes que saber que también estoy yo aquí. Aunque puede que no lo parezca, soy bastante buena en eso de defenderme porque puedo lanzar bolas de fuego por las manos. —El hecho de que tuviera un brazo completamente quemado no me inspiraba ni media confianza.

—Pero tu puntería no es la mejor, recuerdo que quemaste la escuela de magia que fundaste con una bola de fuego—informó Sabela y, en seguida, la sonrisa de Melinda se secó como una lechuga que ha tomado el sol durante demasiado tiempo.

—Gracias, muchas gracias por hacerme recordar sobre mi escuela, ¡la escuela que me robaron! ¿Sabes qué también podría contar cosas jugosas sobre ti? —preguntó Melinda con veneno en sus palabras.

Las dos se miraron y chispas de conflicto inminente saltaban, eso me angustió un poquito porque no quería que las dos hermanas se pelearan. Así que intenté buscar la manera de apagar las llamas del enfrentamiento y mientras miraba angustiada a mi alrededor descubrí algo que me pareció bastante raro.

—Oh... ¡¿Pero qué cojones es eso?! —grité, en seguida mortificada por esa palabra malsonante que había salido de mi boca.

A pocos metros de nosotros, se erguía una puerta que no se parecía en nada a las demás porque en vez de estar hecha de madera, la fabricaron de un material que no conocía. El color era de un profundo y brillante negro, sin ninguna imperfección en su superficie.

Además, era el triple de grande que las demás puertas y contaba con una cerradura situada en el centro de la puerta que era del tamaño de mi cabeza. Al mirarla, sentí como mi estómago se revolvía de miedo.

—¡Qué interesante! —chilló Melinda y se acercó a toda velocidad a la puerta negra —. Sabía que estaba en la Zona Perdida, pero nunca la había visto, ¿no es esto genial?

—¡No, no es genial! —clamé.

—Tampoco lo pienso, que me da muy mala espiga —dijo Sabela y me alegré de que estuviera de acuerdo conmigo.

Melinda tocó la puerta con la mano sana.

—No seáis agoreras... Jolines, se siente congelado al tocarlo... —dijo Melinda, quitando con rapidez la mano.

—¿Es esto lo que marcaba la cruz roja? —pregunté.

—No, pero creo que estamos cerca... Tengo que mirar el tatuaje de... —Melinda fue cortada por algo que comenzó a aparecer por el hueco inferior de la puerta. De inmediato, la maga dio unos pasos acelerados hacia atrás.

Poco a poco, aquella aparición fue cogiendo una forma que desgraciadamente me era familiar. Se trataba de una sombra semejante a la que me había intentado matar en el bosque, nunca podría olvidar aquellos ojos de rubí que me observaban con algo que pensaba que era puro odio.

—Sabelaaa... —murmuré, tocándole el brazo musculoso a la verdosa.

—Bueno, y yo pensando que estos venían de la niebla y no de esta puerta. Yo me encargó de la sombra, vosotras mejor iros a la cruz roja para no perder tiempo, ¿vale? —dijo Sabela y Melinda asintió con la cabeza.

Sabela desenfundó el bate que tenía a la espalda y se acercó a la sombra, que ya había salido toda del interior de la puerta negra y se mantenía en frente a la balura en actitud amenazadora.

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