113. Bienvenida
La luz fue tan fuerte que tuve que cerrar los ojos y, al abrirlos, descubrí que al otro lado de la puerta había un mundo de color que contrastaba bastante con el bosque sumido en la niebla en la cual había despertado en una cama.
Un camino de baldosas rojas recorría unos jardines en dónde había colocadas unas mesas de intrincado diseño. Allí se sentaban mujeres y hombres vestidos de manera anticuada con aparatosos trajes y recargados vestidos, ellas y ellos charlaban con suaves sonrisas, entretanto disfrutaban del té y el café bajo la frescura proporcionada por unas sombrillas decoradas con figuras geométricas.
Al final del camino de baldosas se levantaba con poderío un edificio de fachada lisa, pintada de vivos colores que se mezclaban entre ellos en un simpático baile que le daba a la construcción un toque psicodélico. Entre el maremágnum de colores y formas, surgían claras unas letras en las cuales se leía: La Mansión sin Fin. La cumbre era bastante curiosa debido a que no terminaba en un techo sino en un grandísimo reloj que me recordaba a uno antiguo de carrillón y que marcaba los segundos con sonada contundencia.
—Bueno, esta es la Mansión sin Fin —dijo Sabela, su voz no sonaba demasiado entusiasmada.
—¿No te gusta trabajar aquí? —le pregunté y ella hundió una de sus manos en su cabellera rojiza.
—A ver, La situación es complicada. Lo mejor es que te lo diga mi hermana que a ella se le da mejor explicar cosas—me contestó Sabela.
Caminamos por el sendero de baldosas rojizas en dirección a la Mansión sin Fin y de pronto me vi rodeada por los clientes del hotel. Sentí un frío glaciar en mi barriga seguido de una inquietud bastante grande que aumentó al verlos más de cerca: sus caras eran grisáceas, sin rastro de vida y las bocas sonreían muecas sin humor.
—Oh, oh... una recién llegada... —me dijo un hombre de bigote fino.
—¿De dónde has venido, querida? —me preguntó una señora demasiado maquillada
—¿Eres una cliente nueva? Eso sería una deliciosa novedad —comentó un señor de barriga prominente.
—No... No lo soy... —dije e intenté apartarme de ellos, pero fue inútil: me tenían rodeada y uno de ellos me tocó, con una mano tan fría como el hielo.
—Ella viene conmigo, no es una clienta así que ya os podéis alejar —dijo Sabela y me cogió de la mano. Al contrario que la de los clientes, la suya era cálida y agradable. Con paso rápido salimos del círculo que habían formado aquellas personas extrañas y el alivio fue inmediato.
—Gracias —le dije, me había sentido atrapada de verdad entre las miradas sin vida de los clientes.
—No es nada, pero mejor mantente alejada de los clientes, ellos son... ¿Cómo decirlo? Están muertos —dijo Sabela.
—¿Qué...?
—Está muertos, son fantasmas o algo por el estilo —me dijo ella y se encogió de hombros, como si aquello no tuviera nada de importancia y la tenía toda.
Una idea pegajosa como una babosa se infiltró entre mis neuronas.
—¿Yo estoy muerta? —pregunté, apenas un susurro como si en realidad no quisiera que Sabela me escuchara y me contestara.
—Oh, creo que no, pero a ver —dijo y puso los dedos en mi cuello —. Te late la patata, así que no estás muerta. Yo tampoco estoy muerta, para que lo sepas.
Lancé un suspiro de alivio, no quería estar muerta porque me gustaba estar viva. Es decir, no recordaba nada de mi vida, pero algo de lo que podía estar segura es que quería continuar viviendo.
Caminamos hasta la entrada de la Mansión Sin Fin y las puertas de cristal se abrieron automáticamente. El interior estaba bien iluminado y seguía con la línea de colores alegres, pero por el encuentro con los clientes ya me daba en la nariz que aquel hotel ocultaba un lado oscuro.
—¡Qué pronto has llegado hoy, Sabela! ¿Pocos monstruos? —preguntó un chico de unos dieciocho años o más, él se encontraba detrás de la mesa de recepción y también vestía con un traje rojo de botones, igualito que el que llevaba la chica verde.
—Bueno, los de siempre, Rafael. Y me encontré con ella, se llama Zeltia —dijo y yo saludé con la mano sonriendo un poquito. Él me parecía normal, no como los clientes que eran un poco raros y en el mal sentido de la palabra porque Sabela también era rara, pero no siniestra; en el caso de ella era bueno.
—¡Caramba, bienvenida a la Mansión sin Fin! ¿Vienes a pasar una temporada con nosotros? —preguntó Rafael.
—¡Yo no estoy muerta! —dije con una voz alta, tanto que me salió un poco como grito, pero fue sin querer.
—Ya lo sé, si estuvieras muertas dudo de que pudieras hablar. La pega de permanecer en el hotel es que tienes que trabajar, ¿no te importa, no? —preguntó Rafael y yo suspire aliviada, durante un momento me imaginé que él me diría que en realidad estaba muerta y después Sabela lo confirmaría. ¡Y el resultado es que todo se convertiría en una horrenda pesadilla de la cual me sería imposible escapar!
—No me importa, no —dije y sonreí.
—¡Qué bien! Ahora mismo aviso a la Directora, espera un momento —dijo Rafael y cogió un teléfono rojo que había sobre el mostrador, tan grande que hasta resultaba cómico —. Buenos días, Directora. Soy Rafael, le llamaba para decir que Sabela ha encontrado a una nueva empleada.
—...
—No, no lo es. Es bastante joven la verdad —dijo Rafael y me miró —. La Directora pregunta cuántos años tienes.
—No sé... es que no recuerdo nada. Tengo amnesia. ¿Veinte quizás?
—Dice que no se acuerda, tiene amnesia —comentó Rafael.
—...
—Está bien, se lo diré —dijo Rafael y colgó el teléfono —. Zeltia, la Directora me dijo que le gustaría recibirte ahora, pero tiene demasiado calor. La pobre últimamente como que está enferma. Pero en cuanto se sienta mejor quiere hablar contigo, por el momento quédate con Sabela, ¿vale?
Asentí con la cabeza, me sentía segura al lado de la muchacha verde. Rafael rebuscó algo debajo del mostrador y sacó una maleta de un profundo color rojo.
—Aquí tienes el uniforme de los empleados, es necesario que lo tengas puesto porque a partir de ahora trabajarás para la Mansión sin Fin —explicó Rafael.
—Está bien... —dije y cogí la maleta, no pesaba demasiado.
—Pues eso, la Directora ya se pondrá en contacto contigo en cuanto pueda, intentará que sea hoy. Ella te dirá qué trabajo tendrás, pero no te preocupes: no te dará nada que no puedas hacer. En fin, bienvenida a la Mansión sin Fin —me dijo Rafael, regalándome una bonita sonrisa.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top