cap. 61 - ahí no es donde debes estar (parte uno)

x LILY x

—Lily.

La voz de mi profesor de canto me detiene apenas llegamos al punto de encuentro con nuestros padres. La academia. El viaje de regreso fue más largo de lo que esperaba, pero finalmente estamos aquí.

—¿Necesitas que te lleve a tu casa?

Mi cuerpo se tensa, casi me delata mi rostro cuando siento llegar una expresión amarga ante la idea de tener que lidiar un segundo más con Ian.

Por Dios, no podría hacerlo.

—No Harry, gracias... Mi tío está viniendo. Ya mismo ha de llegar.

—Bien. Hasta que eso ocurra, acompáñame al estudio.

Su tono de voz es determinado y estricto, no me da ni la más mínima oportunidad de denegar su pedido. Que es más una orden.

Lo sigo en silencio, consciente de que los ojos de Ian me siguen desde el asiento trasero de la camioneta. Apenas se estacionó el bus, él sacó sus maletas y las de Nicole, la escoltó al taxi que pasó por ella, y luego se subió al auto de Harry a revisar su celular como quinceañero. No volvió a salir.

Tampoco me ha dirigido la palabra todavía.

Harry ingresa al estudio, se acomoda en uno de los mullidos sillones del cuarto y me hace un gesto para que lo copie.

—Toma asiento, por favor.

Temblorosa, obedezco.

Su mirada no es estricta, aun así, me pone nerviosa. Tiene un toque escudriñador en sus pupilas y sé que se ha dado cuenta de que algo anda mal dentro de la banda.

—¿Cómo estás?

—¿Yo? —me sobresalto—, bien ¿y tú?

El ceño fruncido se arruga más.

—¿Bien? Has pasado descolada durante todo el viaje, apenas hablas, ni siquiera cruzas mirada con Ian, tu desempeño está disminuyendo en los ensayos y tienes una completa desconexión con la banda. ¿Qué es lo que está ocurriendo?

Los ojos me pican ante sus palabras. En particular las últimas mencionadas.

—Lo siento, perdóname —odio que nuestro cuerpo nos delate cuando queremos ser fuertes. Mi vista se nubla debido a las lágrimas y las manos me tiemblan con fiereza. Las escondo bajo mis piernas en un absurdo intento de disimularlo—. Prometo mejorar en los ensayos. No tendrás queja alguna de mí.

—Lily, por dios. Eso es lo de menos. Me preocupas tú, no sólo eres la vocalista de la banda. También eres mi estudiante y mi amiga. No estás bien, pero, ¿cómo puedo ayudarte?

Me abrazo las rodillas, de repente la habitación me sabe muy fría. Harry, al igual que hizo Ian alguna vez, saca un pañuelo del bolsillo trasero de su pantalón y me lo extiende. Recordar el gesto me provoca un gran escozor en el pecho.

—Me llegaron unos correos raros —musito con la voz temblorosa.

—Y a mí unos mensajes raros.

Siento la mueca de confusión en mi rostro antes de que Harry saque su celular para mostrarme.

El cumpleaños de Andrew se acerca, y por cómo están las cosas, no tengo ni la menor idea de qué darle por la fecha. Bueno, para ser franca, creo que, en condiciones normales, tampoco sabría qué regalarle.

—Buenos días, señorita.

—Buenos días.

Ingreso a un local de aspecto elegante donde venden una gran variedad de artefactos para decorar la casa. No sé qué es, pero Andrew me sabe a un hombre serio y maduro —aunque sé que no lo es del todo— y lo único que se me ocurre que podría obsequiarle es algún set de vasos para shots o algo por el estilo. Aun así, no me siento convencida al respecto.

—¿Señorita Lily?

Una voz suave y dulce interrumpe mis pensamientos mientras analizo unos pequeños vasos de cristal con forma de calavera. Pienso que, aunque le podrían venir bien a Andrew, quedarían mejor con Ian. Aunque él no tome, seguramente los pondría en su cuarto como parte de la decoración. Me pregunto si él aceptaría cualquier regalo que viniera de mi parte en estos momentos.

Seguramente no.

Me vuelvo hacia la dueña de la pregunta. Mi boca casi cae al piso.

—¿Doña Elvira?

Está casi irreconocible, su cabello es blanquecino y tiene el rostro surcado de arrugas que se marcan más con la enorme sonrisa que me dedica. Lleva un enorme saco alrededor de su pequeño cuerpo, y la bufanda que rodea su cuello, parece encogerla un poco más.

Se ve tan adorable.

—La misma. Qué lindo verla después de tanto tiempo, señorita.

—¡Lo mismo digo, doña Elvira! —quizás mi confianza es demasiada porque mi lanzo a sus brazos. Ella me recibe con dulzura y calidez, se ríe ante mi entusiasmo, pero también se tambalea debido al impulso con el que la abracé. Me separo de ella con vergüenza—. Disculpe, me dejé llevar. ¿Cómo está?

—Muy bien, jovencita. ¿Qué me dices de ti?

—Bien... Estoy buscando un regalo para alguien. Pero no sé qué darle.

—¿De quién se trata?

—Mi novio... ¿Recuerda al chico de las cartas?

Su mandíbula cae en el momento que le cuento lo ocurrido con Andrew, desde cómo nos reencontramos y el momento en el que me invitó a salir. Ella abre los ojos de tal manera que sus iris azulados parecen dos focos plateados. Doña Elvira trabajó en mi colegio hasta ese año, después tuvo que retirarse debido a problemas de salud. No obstante, estuvo presente durante todo el tiempo que transcurrió a partir de que se enteraron que era yo la autora de las cartas, hasta el momento en el que Andrew se graduó del colegio. Desconoce muchos detalles, como los insultos anónimos en internet o la pelea de Logan con Andrew. Pero sí presenció la manera en la que el chico y sus amigos, se reían de mí.

—Bueno... Esto sí ha sido una sorpresa. Imagino que debes estar feliz de estar en una relación con él. Te gustó durante muchísimo tiempo.

La sonrisa que dibujo no me llega a los ojos. Ella lo nota.

—O tal vez no estás tan feliz...

Caminamos en silencio por los pasillos del almacén. Hay una variedad increíble de vasos y copas, algunos incluso con temáticas de películas, para cada tipo de licor existente. Me estremezco sólo de pensarlo. Ella me sugiere posibles regalos, los discutimos y siempre termino devolviendo el objeto a su estante porque no me siento convencida del mismo. Cinco minutos más tarde, estoy empezando a frustrarme. Ni siquiera sé por qué decidí entrar a este almacén. Me llega un mensaje de mi madre, diciéndome que, si no volvemos a casa ya, no alcanzaré a arreglarme para lo de Andrew. Así que me despido de la mujer.

—Creo que no llevaré nada —protesto con un resoplido—, ya debo irme.

Ella me dedica una sonrisa dulce.

—Tal vez sea lo mejor.

Me acerco para despedirme con un abrazo. Sus brazos débiles y huesudos rodean mi cuerpo, una mano me da palmadas en la espalda. Y cuando me separo de ella, doña Elvira pronuncia:

—¿Sabes, pequeña Lily? Cuando una se siente frustrada o enferma dentro de una relación... Es tu cuerpo y mente avisándote que ahí no es donde debes estar. Aunque intentes convencerte de que sí.

Algo se retuerce dentro de mí con sus palabras. Asiento, regalándole una sonrisa agradecida.

—Gracias doña Elvira.

Mi madre me lleva a la casa de Andrew. La pobre ha tenido que lidiar con mi cuerpo tembloroso y ansioso durante todo el camino, con mi estómago quejándose y mis piernas epilépticas. A pocas cuadras del edificio, su paciencia se tambalea. Y detiene el auto.

—Lily, por Dios. Si sigues así, vas a desmayarte al llegar.

—Estoy bien, estoy bien.

Sol coloca los ojos en blanco y hace el ademán de querer darme con su bolso en la cabeza. Suelto una risita en respuesta a su dramatismo. Dios, mi madre siempre se ve tan cool y fresca. ¿Cómo es que tuvo una hija con este nivel de ansiedad social y dificultad para manejar las cosas?

—¿Por qué estás tan atormentada? ¿Qué es lo que te preocupa? ¿Cómo reaccione él? Tú sabes muy bien que lo lastimarás más si sigues con esta mentira.

Ella sabe, en realidad creo que siempre lo supo. Después de todo fue quien lo dijo primero: "Lily, el karma es el que se encarga de hacer justicia. Tú no. Así sólo terminarás quemándote". Así que lo discutimos apenas volvimos a casa después de visitar el centro comercial. Obtuve la última señal divina que necesitaba —doña Elvira— y ahora estoy más que decidida a hablar con Andrew, con honestidad y claridad. Aunque sienta que me voy a orinar encima, no me voy a dejar intimidar y definitivamente no me voy a quedar callada.

Juego con los callos en la yema de mis dedos antes de responder.

—Nada... De verdad estoy bien. Puedo manejar esto.

—Claro que puedes. Pero si te tranquilizas, sí te haces con el control de tu cuerpo y de tu mente.

Ahora soy yo quien pone los ojos en blanco.

—Sí, mamá.

—Lo digo porque te conozco. Te sumerges en un pensamiento intrusivo y caes en todo un remolino de posibilidades hasta que terminas aterrada de lo que podría pasar si no complaces a los demás y te bloqueas —su mano acaricia mi pierna temblorosa y le da un cariñoso apretón—. Deja de hacer eso. No le debes nada a nadie. Y esto se acaba hoy. Vas a acabar con este drama de raíz.

Inspiro aire con fuerza. Y lo dejo salir en un suspiro temeroso.

—Sí, hoy se acaba.

—Ya.

Mamá enciende el auto de nuevo y en menos de un minuto, estamos frente al departamento de Andrew. Él ya me espera en la puerta, con una sonrisa que no le alcanza los ojos. La piel se me eriza al pensar en lo que se viene.

—Te amo princesa —repone mi madre al abrazarme—, tú puedes con esto.

Mi cuerpo entero tiembla al entrar en la casa de Andrew.

—¡Ahí viene el cumpleañero!

Se escuchan risas desde adentro, reconozco los aullidos fastidiosos de William y los demás. Me tenso al reconocer las carcajadas de Marina. Me he encontrado en el colegio con ella en un par de ocasiones, pero al resto de amigos de Andrew no los he visto desde la fiesta en la casa de William. Evidentemente, mis nervios también vienen por ahí. Me aterra la manera en la que me miraran, no sé si se reirán de mí o si cuchichearán al respecto cuando me vean entrar. Agh, todo ese asunto de las cartas de verdad que me jodió la cabeza.

Pero ingreso, y aunque sí me percato de algunas miradas divertidas, la situación es mucho menos dramática de lo que creí. Sobre todo, porque ni William ni Marina están realmente ahí —a pesar de que los escuche con claridad... Creo. ¿O será que ya estoy delirando? —. Además, identificar la calidez en el rostro de Darren al otro lado de la habitación quita un enorme peso de mis hombros y redirecciona mi atención. Se acerca a mí, lo cual es un alivio, porque, aunque me siento junto a Andrew, él está muy ocupado charlando con sus invitados. Hoy siento una distancia mucho más evidente entre ambos. Ni siquiera sostiene mi mano.

—Pequeña estrella —Darren deposita un casto beso sobre mi coronilla y toma asiento a mi costado—, ¿cómo estás?

Él estuvo en el viaje con la banda, al menos hasta que nos presentamos. Yo era un desastre y recuerdo bien que le hice un gran berrinche cuando me dijo que tenía que regresar antes a casa y que, por ello, no pasaría la noche en el hotel. Por ello, ahora me observa con una sonrisa cálida y con un leve tinte de preocupación. Las orejas se me calientan por la vergüenza al recordarlo. Tomo una bocanada de aire y sacudo la cabeza para disimularlo.

—Mucho mejor, lamento haberte preocupado. Fueron días algo caóticos.

—Te noto más tranquila —me da un apretón en el dorso de la mano. Asiento, satisfecha de que esa sea la energía que emito. Si bien es verdad que ya no soy el pudín de ansiedad que era en el auto con mi madre, todavía tengo un hueco en el estómago. No puedo esperar a que la fiesta acabe y me pueda sentar a hablar con Andrew al final de la misma. Después de ello veré qué hacer para recuperar a Ian en mi vida.

Agh, he odiado tanto estas semanas sin él. Nunca en mi vida había extrañado tanto a alguien hasta el punto en el que físicamente, duele.

Las risas que antes creí imaginar, resuenan de nuevo. Esta vez, puedo confiar en que no son un producto de mi cabeza, porque algunas personas regresan a ver hacia el pasillo de la casa, de donde proviene tal escándalo. William ingresa a la sala, lleva a Marina colgada del brazo. La muchacha lleva un corto vestido rojo y evidentemente, se ve espectacular con él. Sus ojos dan con los míos, y después de tanto tiempo, ya no noto el tinte de rechazo que había en ellos. Es más, casi que puedo distinguir un halo de nostalgia. Me late el corazón de forma dolorosa y prefiero desviar la mirada para evitar crearme expectativas falsas. William, por otro lado, sí me lanza un vistazo despectivo y suelta una seca carcajada vacía. Me doy cuenta que también me hace falta Mikaela, sus carcajadas estruendosas y su rol alma de la fiesta. Sé que Andrew la invitó, pero entiendo que debe ser difícil para ella aparecer, sobre todo si no quiere saber absolutamente nada de su ex novio. La última vez que hablamos al respecto, la chica lo quería asesinar y colocar en formol. Y honestamente no sé hasta qué punto era en sentido figurado, ya que estaba muy molesta.

—¿Cómo va todo con la banda? ¿Ya hablaste con ellos?

El corazón casi se me sale por la boca ante la pregunta de Darren.

—No, todavía no he sido capaz...

—¿Nadie lo sabe?

Sé que se refiere especialmente a Ian. Sacudo la cabeza.

—Sólo Harry. De hecho, fue él quien me dijo que sea prudente.

—Vale.

La puerta se abre de nuevo detrás de mi ex mejor amiga, esta vez, generando un estruendo incluso mayor. Con el sonido, la atención de —ya no sólo algunos, sino— todos se dirige a ese lugar. Mis puños se aprietan en anticipación cuando distingo a Alessa Curt ingresar con la frente en alto y una sonrisa torcida en el rostro. El chico a mi lado siente mi tensión y por primera vez desde que llegué, coloca su mano sobre mi rodilla. Darren suelta un chasquido fastidiado con la lengua y alcanzo a escuchar que musita un "ay no, ya llegó esta mocosa".

Andrew se inclina hacia mí.

—Tuve que invitarla porque se está quedando en la ciudad con William... —justifica en un murmuro cargado de inquietud.

—Está bien, puedes invitarme a quién desees —sonrío con falsedad.

—No creí que vendría, William dijo que estaba ocupada porque tenía una cita.

Darren suelta una carcajada seca.

—Sí claro —sus pupilas azules desparecen momentáneamente cuando coloca los ojos en blanco—. A menos de que fuera una cita con Justin Bieber, ella cancelaría cualquier cosa con tal de estar pegada a ti cual chicle.

La mención de ese nombre me causa un sobresalto. Siento la mirada curiosa de Andrew sobre mí por un milisegundo, aunque de forma inmediata, Darren vuelve a captar su atención. Entonces el castaño resopla. Está pronto a responder, sin embargo, los ojos saltones de la muchacha dan con él y parecen tener una conexión neuronal directa con sus piernas, porque casi que, de un solo salto, la muchacha llega a colocarse frente a nosotros.

—¡Feliz cumpleaños, Andrew!

Ella hace el ademán de lanzarse a sus brazos, pero él se echa hacia atrás, dejándola paralizada sobre su sitio. La situación es bastante incómoda y recuerdo que él alguna vez me comentó que la chica había tenido una fijación en él desde el primer momento en el que lo vio, cuando iba a la primaria junto a William. Me aseguró que a pesar de que en algún momento le pareció atractiva, no podía concebir la idea de tener algo con ella. Por dos razones. La primera, que era la hermana menor de su mejor amigo. La segunda, era una niña tremendamente malcriada, grosera y caprichosa.

—Te traje este champagne, es un champagne de verdad. Viene directamente de Francia —honestamente, una parte de mí empatiza con ella. El rechazo de Andrew fue demasiado evidente y las mejillas de la chica se tiñeron de un rojo intenso en respuesta.

Le doy un codazo a Andrew para que lo arregle, aunque eso llama la atención de ella.

—Gracias Alessa.

Sus enormes ojos dan conmigo y me observan con desprecio. Se me desvanece la empatía.

—¿Quién es la de pelo blanco con la que siempre anda mi hermano?

Por un segundo, me quedo callada. A pesar de que sus ojos están sobre mí, mi cerebro se demora en asimilar que me está hablando a mí.

—¿Ah, yo? —reacciono con espanto, una vez que me doy cuenta que de verdad es a mí—. Es rubio cenizo, no blanco...

No sé qué más decir. Una parte de mí se rehúsa a explicarle que ahora ni siquiera sé quién es ella.

Por fortuna, Andrew me saca del aprieto.

—Es mi amiga, Alessa.

—¿Qué no era la de ella?

Me abstengo de rodar los ojos. Andrew le lanza una mirada de advertencia y ella suelta una carcajada chiquita. Eso me da el mensaje: ella sabe muy bien que ya ni hablamos. Me pregunto de qué más se habrá enterado por boca de William. Siento un ardor pasajero por la boca del estómago.

—¿Nombre? —el tono de voz altanero que utiliza me provoca un pitido fastidioso en los oídos.

—Marina Valek —responde el chico, con educación y amabilidad. Quizás es sólo cortesía—. ¿Por qué preguntas?

La muchacha dibuja una torcida sonrisa.

—Pura curiosidad.

A los pocos minutos, William anuncia que la comida está lista. Sí, él estuvo a cargo del menú del día de hoy —las ventajas de tener un mejor amigo que estudie gastronomía—. Apenas me enteré que él sería el director maestro de la cena de hoy, tuve dos pensamientos:

1. ¿Sería capaz de envenenarme? ¿O de escupirle a mi plato?

2. No es tan mal amigo después de todo. Es un lindo gesto que prepare la cena de cumpleaños de su mejor amigo, ¿no?

Me dirijo junto a Darren al área del comedor. Es una mesa pequeña, aunque lo suficientemente amplia como para que entren todos los invitados —que no son más de once personas, incluyéndome a Andrew y a mí. Entre nosotros también está Lidia, su novio, Alessa, William, Marina. Y hay dos individuos más cuya identidad desconozco, lo único que sé es que son compañeros de Andrew de la facultad de Derecho.

El chico abre la silla a su lado para mí. Mis mejillas se calientan al notar las miradas curiosas de todos sobre nosotros y mentiría si dijera que no me duele el pecho por un segundo ante la dulzura y el cariño con el que el chico me trata. Mis ojos se quedan prendidos en su rostro por unos segundos y no puedo evitar sentir que se me cristaliza la mirada ante la sensación de injusticia, ante el pensamiento de que es un chico tan bueno pero que, aun así, soy incapaz de reciprocar al mismo nivel sus sentimientos. Puedes creerme una maldita o desgraciada, no obstante, ¿cómo me obligo a mí misma a sentir algo que no siento?

Inclino mi cabeza sobre su hombro y siento que se tensa por un milisegundo, sin embargo, también ladea la suya en dirección a mí, dándome una caricia delicada. De inmediato, deposita en pequeño beso sobre mi coronilla que me hace cerrar los ojos para evitar echarme a llorar.

—Cuando acabe la cena —susurra sobre mi oreja—, ¿te quedas un ratito? Quisiera hablarte de algo.

Mis intestinos reverberan. Asiento y él se aleja, devolviéndole la atención a sus invitados. Mi labio inferior tiembla y Darren, quien está sentado a mi derecha, me da un cariñoso apretón tranquilizante en el antebrazo como si recibiera las energías azules que emito. La silla a su costado rechina y me sobresalta, aunque no es nada más ni nada menos que Alessa. Tiene el celular en la mano y una sonrisa sospechosa en el rostro.

—Seguramente se está burlando de la cita que plantó —murmura Darren con una risita malévola. Asiento con disimulo, intentando esconder la sonrisa que se me quiere escapar.

William ingresa en la sala con una bandeja, Marina, a sus espaldas, también lleva un plato de ensalada.

—¡Hola, Marina! —Alessa exclama en un tono chillón el nombre de la chica y la rubia suelta estrepitosamente el plato en el centro de la mesa. Esto genera un sonido metálico y estruendoso que llama la atención de todos. Entonces, con el rostro blanco como una hoja de papel bond, responde:

—Hola.

Y fugaz, desaparece a la cocina de nuevo.

Nadie repara en ello, mas Darren y yo intercambiamos una ojeada extrañada. Es en ese preciso instante una persona más ingresa al comedor y mi mandíbula casi toca el piso cuando diviso la melena de fuego vestida con un letal vestido negro.

Mikaela vino.   

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