cap. 52 - interestatal 35 (parte uno)
Y esa noche se vuelve caótica.
Harry y Jessie intercambian turnos con Franco, quien ahora saldrá en busca de Ian mientras ellos esperan en casa por si acaso. Los chicos de TQV se separan, cada uno de ellos dividiéndose una zona en la cual revisar. Yo hago lo propio, Andrew se ofrece a llevarme a recorrer la ciudad. Logan también se entera y se va a buscar por su lado. Mis padres se muestran muy comprensivos y no dictaminan una hora límite para volver a casa.
A eso de las diez de la noche, la desesperación ya casi me alcanza y tengo un hueco profundo en la boca del estómago. Mis rodillas tiemblan con frenesí encima del asiento de cuero del carro de Andrew. Por lo general, suele parecerme cómodo. Hoy está tan duro como sentarse en un piso de baldosa.
Le llega una llamada. Alcanzo a leer "Alberto Valek" en el identificador antes de que Andrew suelte un suspiro pesado y conteste. "Buenas noches doctor, ¿sí? Está bien señor, iré ahí apenas pueda. Oh, ¿...es urgente? Bien... Voy". Cuando cuelga la llamada, es capaz de notar mi expresión ácida. En un intento de disimularlo, reviso mi móvil en busca de buenas noticias. Creo que es la milésima vez en la tarde que lo hago. Y una vez más, no encuentro nada que me otorgue tranquilidad.
—¿Algo nuevo? —cuestiona Andrew con el ceño fruncido. Aunque no lo admita, sé que la situación también lo tiene tenso a él. No sé si se debe a que se preocupa por Ian o si los nervios están más bien conectados con mi estado. Se siente culpable por tener que irse. Aunque ambos sabemos que no es su culpa.
Sacudo la cabeza de lado a lado.
Como única respuesta, el chico desvía sus ojos de mí y los clava en la carretera frente a nosotros. Entonces enciende el motor una vez más y acelera. En un extraño silencio, transcurren diez minutos más. Diez desesperantes minutos en los cuales no encontramos absolutamente nada. Entonces, habla:
—Amor, el señor Valek me necesita...
—Lo sé, escuché la llamada —me cuesta forzar una sonrisa, así que el gesto que formo es más bien una mueca.
Coloca su palma fría sobre mi rodilla, en un inútil intento de calmarme.
—Ya mismo cumplirá el plazo mínimo y la policía intervendrá, estoy seguro que todo saldrá bien...
—Es que todo tiene que salir bien —la voz se me debilita, debo tomar dos bocanadas de aire o me echaré a llorar—. No sé qué será de mí si algo le llega a pasar a Ian.
Se queda callado. La vista en la calle, la mano tensa sobre mí, el pie en el acelerador... El carro ausente de música o calidez alguna. De repente, la presencia de Andrew se me antoja insoportable. Su aura dolorosamente cooperativa me asfixia y cuando la sensación es demasiada, demando que se detenga en la mitad de la autopista. El frenazo, producto de mi grito alarmado, casi provoca que choque mi frente contra el parabrisas.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué ocurre? —pálido y desconcertado, Andrew me observa colocarme el gorro sobre la cabeza y abrir la puerta del copiloto.
—Logan se encuentra cerca de aquí, dice que mis padres lo mandaron a retirarme para ya ir a casa con él.
Aunque es cierto que Logan ya no me dirige la palabra, si mis padres lo enviaran a pasar por mí, él lo haría sin rechistar. Sin embargo, ellos no le pidieron eso al muchacho.
—Yo puedo llevarte a tu casa.
—Sabes que queda muy lejos de la casa de Marina, te demorarías demasiado. Logan me retirará aquí.
—¿Aquí? —sus ojos deambulan con incredulidad por las veredas llenas de hierbas altas que recorren el amplio barranco que rodea la transitada autopista, básicamente, en la mitad de la nada.
A unos cuantos metros, hay una gasolinera de aspecto adecuado. No es un sitio de mala muerte, aunque tampoco parece ser el tipo de lugar en el cual haría una parada a menos que sea estrictamente necesario.
—Ahí —indico—, es un sitio seguro. No le tomará mucho en llegar.
Dudoso, ingresa al parqueadero de la gasolinera.
—¿No buscarás más?
—Quizás una hora más... Depende de él.
—Bien, esperaré hasta que llegue por ti.
—No.
—¿No?
—El señor Valek te está esperando, y sonaba inquieto. Además, no me gustaría que Logan y tú se encuentren otra vez, no podré lidiar hoy con más dramas o tensiones.
El perfil de su mandíbula se marca cuando la tensa, no sé qué pasará por su cabeza en estos momentos, pero puedo ver que no le gusta la idea de dejarme aquí sola.
—Es seguro, confía en mí. Es una gasolinera transitada, allí hay gente bebiéndose un café —señalo dentro de la cafetería—, ¿ves? Estaré bien.
Su celular suena de nuevo, esta vez es Marina. Ella lo apresura, escucho que dice que su padre no está particularmente paciente hoy y que está descargando su frustración con ella. De mal humor, él cuelga la llamada y se vuelve hacia mí.
—Avísame cuando estés con Logan —pide.
—Claro.
Sus brazos se cierran sobre mí, acercando mi cuerpo al suyo lo que más se puede con la palanca de cambios y el freno de mano, entre ambos.
—Todo va a salir bien —su aliento húmedo y cálido se siente sobre mi oreja—. Ian es fuerte y es inteligente, además él sabe lo que significa para ti. No permitiría que le hicieran daño porque eso te terminaría lastimando a ti.
El frío beso que después deposita sobre mis labios temblorosos es una despedida extraña, se vuelve a acomodar en el asiento del conductor y evita posar su mirada en mí. Tiene el rostro algo pálido y las facciones endurecidas. Apenas escucho que desbloquea el seguro de mi puerta, la abro y saco una de mis piernas hacia la vereda. Aunque debido a mi tamaño reducido, no alcanzo a tocar el cemento todavía.
—Gracias por todo lo que hiciste hoy —musito, mi gratitud es de corazón.
Ignora ese comentario y repone:
—Si necesitas algo más, si Logan nunca llega o si algo ocurre, no dudes en llamarme. Si es necesario me cortaré en dos para venir a verte, ¿entendido?
Asiento. La frustración es evidente en su actitud derrotada, sus ojos siguen fijos en la carretera con una tristeza casi imperceptible cuando cierro la puerta del copiloto, aunque el sonido lo obliga a mirarme. Doy dos pasos hacia atrás en el momento que enciende el auto, y sacudo una mano. Eso le arranca una pequeña sonrisa. Entonces acelera y se pierde en la Interestatal 35, por el mismo lado que acabamos de recorrer.
Su ausencia me provoca dejar salir un largo, largo suspiro. Una vez que me convenzo de que no volverá a dar una vuelta para asegurarse de que estoy a salvo, me dejo caer sobre mis talones. Si el piso del lugar no fuese una porquería, hasta me dejaría caer de rodillas. Así tomo dos respiraciones profundas. Si en la tarde me rehusaba a pensar en posibilidades oscuras sobre el hecho de que Ian se ha esfumado de la tierra, ahora ya era casi imposible huir de ellas. Me levanto de un salto que me hace ver negro por unos segundos, porque no hay tiempo que perder. Ingreso a la cafetería, el olor de donas grasosas y café instantáneo, me reciben antes que la mirada curiosa de una familia que consume la pizza barata del sitio.
—Buenas noches, ¿en qué le puedo servir? —me saluda una joven muchacha de cabello grueso y rizado. A juzgar por su actitud servicial y amistosa en un establecimiento en la mitad de la autopista, deduzco que existen dos posibilidades:
a) O es nueva en el trabajo.
b) O casi nadie se detiene por aquí.
—Estoy buscando a alguien —saco mi celular del bolsillo trasero y le muestro una fotografía de Ian—. ¿Lo han visto?
Sus ojos son verdes, de ese tono particular del vidrio de botella de cerveza artesanal. Dan con la imagen y frunce el ceño.
—Sí, pasó por aquí hace un tiempo. Compró una cajetilla de cigarrillos y se fue caminando.
El corazón se me dispara a la garganta y casi ladro cuando le pregunto si está segura de que es él. ¿Caminando? ¿Por qué se iría caminando si según Harry, la noche anterior había salido en su motocicleta? ¿Seguro es él o se estaba confundiendo con alguien más?
—Sí, sí fue él —me responde con una sonrisa pícara, sus mejillas se enrojecen cuando añade—: No podría olvidar ese rostro tan agradable.
¿Tal vez lo habían asaltado? ¿Y si estaba herido?
—¿Por dónde se fue? ¿Y hace cuánto?
—Unos treinta y cinco minutos, quizás.
Señala la dirección opuesta a la que recorrimos Andrew y yo. Agradezco con un grito igual de desafinado y salgo apresurada del sitio. A pesar de que reconozco lo tremendamente peligroso que es caminar en la mitad de una autopista a estas horas de la noche, corro con todas mis fuerzas concentradas en la probabilidad de encontrarme con Ian.
No sé cuánto tiempo transcurre, ni cuántos carros han pasado pitándome o deteniéndose junto a mí para preguntarme si necesito que me lleven. Sólo sé que he corrido hasta que se me han acalambrado las piernas. Y me arde la garganta por los alientos secos que he intentado atrapar.
Me detengo en un pequeño mirador con algunas sillas adecuadas para poder descansar viendo el paisaje: la ciudad, lejana, con sus luces centelleando de forma irregular. El indicador de que hay un lugar en el que estaría cómoda y abrigada si no fuera porque algo tan inesperado con esto sucedió. Saco mi celular y veo la hora. He estado corriendo como loca durante treinta minutos y no he encontrado absolutamente nada. Me cubro el rostro con horror, pienso que ahora se me ocurre que la señorita amable de la gasolinera sí se confundió. No hay nadie por aquí... ¿O quizás sí estaba y le pasó algo? Decido que es hora de hacer una llamada y contarle a Harry lo que descubrí, sólo por si acaso.
No obstante, en el momento que descubro mi rostro y observo a mi alrededor para asegurarme que no hay nadie que pueda intentar robarme, noto una silueta parada frente al borde del mirador. Lleva un hoodie, con la capucha cubriéndole el rostro, y las manos dentro del bolsillo. O una de ellas, al menos, porque la otra se encuentra cerca de su rostro cubierto, desprendiendo un fino hilillo de humo.
¿Puede ser...? ¿Y si no? ¿Y si es un secuestrador que está esperando el momento para atraparme? ¿Y si me están rodeando? Echo una mirada a mi alrededor, sin encontrar algún indicio de que alguien además de él y yo se encuentre aquí.
Doy unos cuantos pasos, con las manos temblorosas y los dedos helados. La forma en la que se para me resulta familiar, sin embargo, el instinto de supervivencia me alerta de que no me confíe demasiado. Cuando estoy a dos metros del individuo, lista para salir corriendo en caso de ser necesario, alzo la voz:
—¿Ian?
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