cap. 41 - asuntos tensos (parte dos)

Los nervios tocan la puerta e ingresan antes de recibir respuesta, a mi organismo. Se me estruja el corazón en el momento que la sonrisa de Ian se desvanece, y es reemplazada por una expresión vacía. Pero es en este instante en el que entiendo que no se trata sobre mí.

—Hay unos caballos por aquí —habla incorporándose de un salto, disimulando su estado bajo una sonrisa falsa—, vayamos a verlos.

Asiento. Le daré tiempo, cuando se sienta listo para hablar, lo hará. Acepto la mano que me ofrece, entonces caminamos juntos por los floreados senderos de la hacienda junto a un tenso silencio. Su palma está particularmente fría y siento que sus músculos están tensos. Le doy un pequeño apretón buscando reconfortarlo, mientras, en mi mente, busco las posibles razones para la conversación que se avecina. No obstante, no se me ocurre alguna.

Alcanzamos unos pastizales amplios, donde tres purasangres deambulan pastando. Sus negros pelajes brillan con la luz de la luna, parecen en calma, a pesar de que a lo lejos, se escuchan risas, música y alaridos asociados a la fiesta.

—Este es el potro de Matthew —señala al más pequeño—, es amistoso. Ven conmigo.

Rodeamos la cerca hasta quedar cerca del susodicho. Mi acompañante arranca unas hierbas largas de una esquina, y las extiende en su dirección. Con su boca, hace unos sonidos parecidos a los chasquidos de los besos y así capta la atención del pequeño. Con las orejas apuntando hacia nosotros, da unos cuantos pasos hasta que su cabeza, finalmente, queda apoyado sobre la palma de Ian.

—Hola, Arión —murmura en un tono de voz que derrocha ternura—, ¿te acuerdas de mí? Hoy te traje una Blancanieves.

—Pero trigueña —replico animándome a tocarlo. Por fortuna, es manso y amistoso.

—Ni siquiera sé por dónde comenzar —sisea el chico con voz temblorosa.

—Por donde sea.

Dejo que mi mano vague por la mejilla del caballo, hasta dar con la mano de Ian. Sin saber muy bien qué hago, permito que mis dedos acaricien el cálido dorso de su mano nerviosa, en un intento de acto reconfortante. Pero ese gesto tan mínimo parece lograr deshilachar un poco el nudo que lastima su garganta.

—Verás que una vez que comienzas, es más fácil seguir —le susurro con dulzura—. De todas formas, no quiero que te sientas presionado a contarme nada que tú no quieras.

Sacude la cabeza, negando esa suposición, y carraspea antes de continuar.

—Hace un tiempo me preguntaste por qué había venido desde Francia. En ese momento, yo no quería hablar. Sin embargo, ahora las cosas son diferentes, confío en ti y siento que quiero contártelo.

Asiento.

—Se trata sobre Franco, mi padre. Él siempre ha sido un hombre bueno, ¿sabes? Siempre de buen humor, bromista, amable y generoso —se detiene, su mano se endurece por la tensión. Puedo percibir el esfuerzo que realiza para soltar las siguientes ocho palabras—. Pero él tenía un problema con el alcohol.

» Recuerdo que él era mi persona favorita, mi mejor amigo, excepto cuando estaba ebrio. Entonces, entraba en conflicto sobre cómo me sentía exactamente con respecto a él: no era malo, no era violento ni agresivo, tampoco armaba pleitos con nadie. De hecho, conmigo seguía siendo igual de cariñoso, aunque soltaba unos discursos que yo no lograba comprender del todo, y sonaban más a despedidas. Le brillaban los ojos de una manera que me provocaba ganas de llorar, mi madre solía retarlo porque yo terminaba echo un mar de lágrimas ante la impresión de verlo... Así. Como un hombre roto, diciéndome cosas deprimentes que ni siquiera alcanzaba a entender... También se comportaba como un crío. Se negaba a irse a la cama, a cambiarse de ropa, o a dejar de beber. Entonces mi madre se enojaba mucho más, y empezaba a gritarle. Él sólo se limitaba a pedirle calma para no asustarme a mí. Luego se subía al auto, amaba poner música a todo volumen y sentir la brisa chocar contra su ya entumecida cara. Esperar que volviera sano y salvo, eran los minutos más atormentadores de mi vida. Cuando yo ya era más grande, y él aún no volvía, empezaba a llamarlo. No solía contestar, lo cual empeoraba mi ansiedad. Pero recuerdo que una vez desvió la llamada, y eso sí me convirtió en otro: ya no era el Ian tranquilo y callado, cuando volvió a casa, me enojé muchísimo, le reclamé que cómo podría rechazar mi llamada, de mí, su hijo, el que se supone era su mejor amigo. Eso lo destrozó a él también, me pidió perdón y dijo que no volvería a hacerlo. Después de eso, no volvió a tomar durante un tiempo, lo cual fue genial para todos, incluso para su matrimonio. Sin embargo, pronto volvió a caer en lo mismo, sólo que sin sus salidas suicidas en auto. Para evitar más peleas entre mamá y él, empecé a cubrirlo cuando volvía mal: le abría la puerta, lo acomodaba en un sillón de la sala, lo cubría con una cobija. Y también le dejaba una banana en la mesa, junto con una botella de agua y una pastilla para la cabeza. Pero tengo ese olor clavado en mi memoria. Agh, por ello odio el alcohol y jamás me he emborrachado en mi vida. Sólo el olor del licor me pone mal.

Caminamos un poco más, a lo largo del campo. Mi mente parece adormecerse ante sus palabras, la empatía —no lástima, empatía— se hace cargo de mí y toda mi atención recae en él. En la manera que sus ojos brillan con tristeza, cómo sus pasos resuenan cansados y débiles, y en el leve temblor de sus dedos. Sus uñas se tornan moradas y la punta de su nariz roja.

—Una noche, peleó particularmente fuerte con mi madre. Recuerdo que escuché que se trataba de otro hombre. Mi padre salió de casa, no se despidió de nadie. No dijo nada. Sólo se fue. A eso de las cinco de la mañana, recibimos una llamada de la comisaría —traga saliva—. Él se había accidentado, manejaba ebrio por una avenida urbana. Y un señor había salido de su casa a correr. Por desgracia, se cruzaron. Mi padre no alcanzó a frenar y lo arrolló.

» Afortunadamente, el hombre no falleció. Quedó gravemente herido, eso sí. Su vida cotidiana interrumpida. Así que, con los agravantes correspondientes, sentenciaron a mi papá a tres a cinco años de prisión, además de ello, debía cubrir todos los gastos de la víctima. Hubo un altercado entre mi madre y Mamie, pues esa fue la gota que derramó el vaso dentro de la tensión acumulada de ese matrimonio. Ella estaba destrozada, me dijo que iría con mis abuelos a Francia por un tiempo, hasta arreglar ese desastre. Y que luego volveríamos a estar todos juntos. Sin embargo, jamás volví a verla. Lo siguiente que supe, fue que mi custodia había pasado temporalmente a Carlos Baldwin y Adela Saignes.

—Tus abuelos.

Asiente.

—Sí. No me quejo, me apoyaron muchísimo después de toda la situación. Me educaron, mimaron y protegieron como a su propio hijo... Pero te mentiría si te dijera que no me hizo falta lo que conocía antes como "familia".

Después de mucho tiempo, se vuelve hacia mí. Sus ojos más verdes que pardos, con columnas oscurecidas como las zonas vírgenes de un bosque amazónico, chocan con los míos.

—Estoy consciente que la situación es como es —añade con simpleza—, así que estoy en paz con como es mi vida ahora.

Una pequeña sonrisa traicionera se me escapa, y es que puedo encontrar la evidencia de sus palabras en su mirada. Y créeme cuando te digo que eso me alivia a mí también. ¿En qué momento este arrogante y a la vez noble muchacho, se convirtió en alguien tan importante para mí? Sólo quiero que esté bien. Después de ver la alegra que irradia cuando está alrededor de Franco, no deseo nada más que ese sentimiento prevalezca siempre. Ian ha tenido una vida dura y ahora merece ser feliz. Bajo la mirada, tornándome incapaz de esconder por mucho tiempo lo enternecida que me encuentro. Y es que, si no me controlo, la saltaré al cuello y no lo soltaré hasta que se me entumezcan los brazos y las fibras musculares no se puedan sostener más.

—En fin, a lo que iba con todo este asunto es que volví de Francia porque mi padre terminaría su condena y podríamos estar juntos otra vez.

—Justo como ahora —reconozco.

—Justo como ahora —repite.

—Gracias por confiarme esto.

Vuelvo mi vista hacia el chico, todavía mantiene esa aura desinteresada porque lleva las manos en los bolsillos, pero tiene una sonrisa casi imperceptible pintada en el rostro. Su mirada me resulta demasiado intensa, parece estar estudiándome de manera profunda. Se me retuerce el estómago.

—Asuntos tensos, ya sabes —se encoje de hombros, burlón. Un par demechones de su rebelde cabellera caen sobre su frente, casi impidiéndome versus ojos. La comisura de su boca, se levanta en una sonrisa más genuina—. Perome alegra que los sepas ahora. 

Al volver a la fiesta, realmente se siente como si hubiésemos estado fuera por años. Hay gente por todos lados y sus rostros son difíciles de reconocer debido a la iluminación tipo discoteca. Me choca un poco regresar a un ambiente tan fiestero y ruidoso. Ian y yo caminamos de vuelta al salón entre carcajadas y malos chistes, él molestándome por mi "penosa" interpretación, yo riéndome de él porque a la final se dejó llevar y se unió a mi vergüenza. Dejamos de lado el tema de su padre, si ya lo dejó salir, no había necesidad de seguir indagando y metiendo el dedo en la llaga. Lo único que tengo en mente es la abrumadora pero increíble sensación de que hoy nuestra amistad subió al siguiente nivel. Además de Marina y Cameron, ¡puedo decir que oficialmente tengo otro amigo de verdad!

La charla me ayudó a digerir la bandeja de golosinas previa, así que vengo con mis antojos recargados. Atrapo una frutilla recubierta de chocolate blanco y la silueta de la cabeza de Mickey Mouse en una superficie. Las orejas del pobre ratón millonario son destrozadas por mis incisivos. Ian suelta una carcajada ante mi entusiasmo y también secuestra una fruta para llevársela a la boca.

—¿Y? —le pregunto acercándome a él, debo ponerme de puntillas para hablarle y que me escuche entre tanto bullicio—. ¿En serio no vamos a bailar, Orpheous?

Sus ojos, que estaban atentos en otro lado, bajan hasta mí entre divertidos y sorprendidos. Levanta una ceja, incrédulo, y su mirada se oscurece.

—Já. No vuelvas a llamarme así —es todo lo que dice, antes de llevarse un vaso con agua a los labios.

Me río.

—No puede ser tan malo —repongo en un reproche—. Y es una celebración, no puedes no bailar.

Antes de que empiece a protestar, le quito el vaso para dejarlo en una mesa y lo arrastro conmigo hacia un pequeño lugar en la pista de baile que ya está abarrotada de gente.

—Owen, yo no bailo —musita entre dientes, quedándose congelado sobre su sitio.

—Cállate, no es tan difícil —me río sobre la música. Me resulta tierna y a la vez graciosa la manera en la que sus mejillas se tiñen de rosado mientras me observa, no se mueve ni un centímetro y algo me dice que es cierto eso de que no sabe por dónde empezar.

—En serio no sé bailar —murmura rascándose la parte posterior del cuello—, es más: no puedo hacerlo. Me sentiré idiota, déjame ir.

Y justo en ese momento, Rufino suena por los altavoces. Lanzo un alarido vergonzoso. Por fortuna, el volumen de la música es tan elevado, y la gente está tan ebria, que mi sonido se pierde entre tanto ruido. Una vez más: ¡que buena rolitaaaaaaaa!

—Sí puedes, te lo demostraré.

Empiezo a cantar la letra, una vez más ingresando en el papel como toda una experta mientras la música comienza a colarse por mis poros y llega hasta mi torrente sanguíneo. Donde el azúcar, obviamente, corre apresurada. Sólo lo estoy provocando, haciendo payasada pura hasta que él no pueda evitarlo y se me una. El castaño ladea el rostro, analizando todo mi cuerpo con incredulidad. Se muerde el labio inferior intentando asfixiar una risotada, pero falla notoriamente.

—Primero escuchas la música, y te dejas llevar por lo que sea que ésta te provoque. Si empiezas cantando la canción, será más fácil bailar después.

—Estás loca —se ríe, y percibo por el rabillo del ojo que se está meciendo de un lado al otro. Es un buen comienzo.

—Sé que sabes la letra, vamos. Cántala conmigo.

Y eso es todo. Él coloca los ojos en blanco y luego ocurre: su semblante cambia a uno coqueto cuando también se mete en el personaje. Me río a carcajadas y uniéndome a su alborozo, lo tomo de la mano para obligarlo a darme una vuelta, y su mano termina ubicándose en mi cintura. Aprovechando el momento, paso mis brazos por sus hombros, acercándome más.

—Ian.

—¿Sí?

—Sólo quería decirte que me encanta verte sonreír de verdad, justo como hoy. Todo tú brillas y —yo continúo bailando, pero él ha dejado de moverse y su frente se pega a la mía—, me hace feliz a mí también.

Puedo darme cuenta que mi comentario lo ha dejado pasmado.

—Debes seguir moviéndote —lo regaño, sin poder evitar reír un poco, pero es por puro nerviosismo pues sus ojos no dejan de observarme la boca y eso me está poniendo ansiosa.

La imagen es hipnotizante. No puedo evitar pensar que si no estuviera con Andrew...

Él parece volver en sí, aunque no de la mejor manera: intenta retomar el ritmo y su pie termina pisando el mío.

—¡Auch!

—Estabas advertida —me lanza una mirada asesina.

Touché.

En ese momento, una delicada mano cubierta de bisutería brillante se hace de mi antebrazo y me jalonea hacia la pista. Hace lo mismo con Ian. De pronto, nos encontramos bailando junto a la propia novia, Harry y Jessie.

—Vi ese pisotón —suelta una pequeña carcajada—, ¿estás bien?

Me uno a sus risotadas, para restarle importancia al incidente. Paulina me guiña el ojo. Me dejo llevar por el ritmo de la canción a la par que ella me hace girar. Esta mujer tiene una chispa especial, irradia buenas vibras y me ha caído bien desde el primer momento en el que me dirigió la palabra. Aparentemente, su noche de ensueño está resultando maravillosa. Menea las caderas de un lado al otro, cantando a gritos. No pasa mucho antes de que el novio la reclama para bailar con ella.

Los Baldwin se abren un poco más, permitiéndome unirme a su grupito de baile. Ian, una vez más, está estático. Con vaso de cristal en mano y semblante aburrido.

—¿Dónde se metieron ustedes dos? —pregunta Franco, haciendo bailar sus cejas de forma extraña.

Su hijo rueda los ojos.

—Sólo fuimos a ver los caballos.

—Ajá, con que así se le dice ahora —se ríe como un niño pequeño. Espera, ¿qué?

Antes de poder reaccionar, un hombre de alrededor de cincuenta años, se acerca a mí. Terno azul marino, corbata carmesí, bigote con candado y cabeza carente de cabello. Extiende una mano muy bien cuidada —no me juzgues, es extraño ver manos tan aparentemente tersas y depiladas— en mi dirección.

—¿Me permite un minuto, señorita?

Ian da un paso hacia adelante, como si quisiera salvarme de un potencial viejo verde. O pienso que eso cree, debido a su ceño fruncido y mirada asesina. No obstante, Harry lo detiene, tomándolo por el hombro en un agarre firme. El adulto cruza ojos conmigo y asiente. Queda claro el mensaje: "ve con él". 

"Yo sí quiero decirte

¿Mas cómo explicar?

La verdad de mi pasado

Jamás, te puede alejar"

(Esta Noche es Para Amar - El Rey León).


Nota de la autora: Jajajaja cuando escribí este capítulo, estaba OBSESIONADA con esa canción. Es algo vieja, pero sin duda, es un temazo. 

Buenooo... ¿Qué opinan del capítulo? Ya conocen oficialmente a Franco, ¿nos le da una vibra de DILF? ¿No? ¿Sólo a mí? Jajajajja rayos :3 por cierto DILF significa "dad i'd like to fuck", que en español sería "un padre al que quisiera cogérmelo" (lo siento Ian, pero me lo imagino como un cuarentón sabroso adhgafhqlk). 

Nos vemos este fin de semana, ya empezaré a subir capítulo dos veces por semana. 

Gracias por leer, votar y comentar <3 recuerden que pueden seguirme en mis redes sociales (Longlivemymemories en Instagram y Tiktok) donde subo babosadas, pero también les mantengo al tanto de la novela :) 

¡ABRAZOOOOOOOOOOOOS!

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