cap. 32 - chica cocodrilo

Esta vez es diferente. Las luces destellan con varios colores, que le hacen compañía a los electrizantes bajos de la música. Tal y como lo dijo Marina, entrar no fue difícil ya que se encontraba el mismo guardia de la ocasión pasada y con una sonrisa por parte de ambas, fue suficiente para que se derritiera en su sitio y nos permitiera pasar sin mostrar ningún documento. Así que aquí estamos: ella ordenando un par de shots en la barra —a pesar de que insistí en que no deseo beber—, mientras yo intento acomodar el corto vestido que a la final decidí ponerme. Claro que mi seguridad ahora está tambaleándose, especialmente ante la anticipación de la llegada de Andrew Huard.

Entre la gente, noto la cabellera rubia de Zachary movilizarse en nuestra dirección. Aún tengo mis dudas con respecto a sus intenciones al invitarme aquí, en particular porque ignora mi presencia con profesionalismo, de manera que soy incapaz de saber si está fingiendo no haberme visto o si realmente no lo hizo. Pero sí da con Marina. Sus manos atrapan su cadera, se enrollan en la zona baja de su vientre y la apega a su terso en un libidinoso abrazo, sin despegarla demasiado de la barra. Ella murmura algo cuando da con él, intercambian sonrisas y le pide un shot más al bartender. Como parece que se tomarán su tiempo antes de reparar en mí, vuelvo mi cuerpo hacia la multitud bailando, con mis ojos enfocados en algo en particular: la puerta del establecimiento. Mi cuerpo ansioso y entusiasmado por ver entrar al chico que recibió cartas de amor anónimas al principio de mi juventud.

—Lily —llama mi mejor amiga—, aterriza.

—Lo siento —me giro con rapidez, dando con ambos observándome atentamente. El chico tiene un destello indescifrable en su mirada: me pone los pelos en punta y me incomoda.

—Hola Lily, me alegro que hayas venido —pronuncia soltando la cintura de la chica para acercarse a mí y saludarme. No quiero tenerlo cerca, pero carezco de alternativas cuando pone sus sucios dedos en el inicio de mi cadera y me da un frío beso en la sien.

—Debemos brindar —pronuncia Marina cuando el muchacho vuelve a su lado.

—¿Por qué?

—Porque a partir de esto momento, Lily —responde él, ofreciéndome una sonrisa falsa—, comenzaremos de cero y nos llevaremos bien.

Acepto, a regañadientes, el líquido de extraña procedencia que me extienden los delicados dedos de Marina. Su aspecto me recuerda a un pitufo, y debido a su naturaleza líquida, bien podría tratarse de una "esencia de pitufo" contenida en un pequeño vaso de cristal. El fuerte olor alcanza mi nariz y esta vez, una sensación de familiaridad me invade. Pero el toque dulzón me resulta distinto.

—El color es diferente, aunque huele igual a la bebida que probé la vez anterior —opino, en un intento mediocre de prolongar el momento en el que debo llevar esa cosa a mi organismo.

—Eso era vodka puro, este está mezclado. Se llama Blue Kamikaze.

Siguiendo su aclaración, Zac choca su vaso con el mío, antes de repetir el acto con el de Marina. Entonces ambos se lo llevan a la boca y el líquido desaparece con demasiada rapidez, lo que, por presión social, me obliga a copiar sus movimientos. La única diferencia entre ellos y yo, es que en mi rostro sí se marca una pequeña mueca ante la sensación de calor de mi garganta. No obstante, no dura mucho. La leve dulzura del licor logra mitigarlo un poco.

—Venga, a bailar —toma mi mano la chica y me jala hacia la pista.

Me dejo arrastrar, aun sintiendo tan peculiar sabor en mi lengua, mientras me meneo sutilmente al ritmo de la música. Marina también lo hace, aunque su atención se encuentra esclavizada por su acompañante. De pronto recuerdo mi anterior visita a este lugar: a Ian Baldwin, su voz de infarto y ese asqueroso café. Mi rostro se contrae en una grata sonrisa al reparar en lo mucho que hemos avanzado en nuestra relación, así que me dejo llevar por la nostalgia y saco mi móvil del diminuto bolso que llevo cruzado por el torso.

Yo: ¿Cada cuánto tocas en Moon Town? 👀

Por lo general, me contesta a los pocos minutos. Quisiera que esta vez, fuera más rápido, pero con cada segundo que pasa, me parece que no será así. Siento que no me hallo, vuelvo mi vista hacia mis acompañantes: Zac la abraza por la cadera y le susurra cosas en el oído, a lo que ella suelta una carcajada. Parece que ambos se encuentran en su propia burbuja, o quizás yo me encuentre en la mía. La canción que suena logra volverme a la realidad, es un temazo y de inmediato, seduce a mi cuerpo y lo convence a menearse a su merced. Con la abundante cantidad de personas dentro del establecimiento, aislarme de ellos podría resultar fácil: al estar lejos de la barra de licores, esos penosos grupos de muchachos acosadores e intensos no se encuentran al acecho, así que sólo me rodean parejas ocupadas y embobadas en lo suyo.

Eso es lo que creo, hasta que una mano grande y de aspecto varonil, toma la mía con delicadeza. Evidentemente, me sobresalto y estoy apunto de lanzar un puñetazo al aire, pero cuando me viro, los ojos de Andrew se cruzan con los míos. Lo tengo, con un look fresco y atractivo, a tan sólo centímetros de mí. Me quedo boquiabierta por la impresión.

—No sabía que te movías así —pronuncia después de inclinarse sobre mí, para hacerse escuchar entre tanto barullo. Mis mejillas se encienden, es más, creo que mi cuerpo entero lo hace.

—¿Me estabas viendo? —intento recuperar algo de poder, otorgándole un tinte acusatorio a mi pregunta.

—¿Cómo podría no hacerlo? —pero sin dejarse intimidar, contraataca.

Su mirada queda prendada a la mía a través de un fino hilo de sensualidad y las comisuras de su boca, en acto travieso, se curvan hacia arriba. A mí se me debilitan las rodillas.

—¡Lily! —la voz de Darren explota en mi tímpano derecho, y el hechizo pierde fuerza—, ¿cómo entraste?

Le regalo una sonrisa misteriosa.

—Es un secreto.

—¿Quién lo diría? Lily Owen infiltrándose en un sitio para mayores —esa voz melodiosa y rasposa, canturrea desde las espaldas de Darren. Me sorprendo al reconocer la melena de fuego de Mikaela, su silueta está abrazada por un enterito negro que la hace parecer una Cazadora de Sombras. El look le queda fenomenal.

—De ti, no me sorprende tanto —le respondo con humor, a lo que levanta una ceja con gesto cómico.

Un suave roce en mi antebrazo reclama mi atención, vuelvo mis ojos hacia Andrew y algo acalorada, me percato de su cercanía. Mi piel desea que me toque más, que sus dedos se enreden en mis muñecas o mejor aún, en mi cintura. Me obligo a controlar mis pensamientos, sin saber si debería atribuirlos al efecto del alcohol de ese shot dulce —a pesar de que me siento completamente normal— mezclado con el entusiasmo de tenerlo aquí, conmigo. O algo más.

—Apenas escucharon que vendríamos a una discoteca, quisieron unirse al plan, intenté persuadirlos, pero... Fallé.

Sus mejillas están encendidas por la vergüenza, la imagen me resulta tan encantadora que sacudo mi cabeza con energía.

—¡Oh no, no te preocupes por ello! Después de todo es un establecimiento público.

—No te lo dije antes, pero estás preciosa —al igual que aquella vez en la librería, sus dedos se notan inquietos. A ratos rozan la piel sensible de mi brazo, y luego parecen cohibirse.

—Gracias —musito con timidez.

—¿Nos dejarás invitarte un trago, pequeña estrella? —pregunta Darren..

Giro mi cuello para buscar a mi acompañante, pero ni Marina ni Zac están en el lugar donde los vi por última vez. Conociendo el pasado de esos dos, seguramente buscaron un lugar más privado. Siento un deje de molestia elevarse dentro de mi ser, no obstante, me sienta mejor el mal sabor debido al resto de personajes que me acompañan. Uno de ellos, en particular.

—Está bien.

Cuando me preguntan si tengo alguna preferencia en particular, mis labios no dudan en pronunciar Blue Kamikase. Eso me hace acreedora de silbidos y vitoreos que no merezco, aunque me hacen reír. Y este segundo shot me cae distinto, en primera instancia ya no sabe tan mal. Ahora, no me malinterpreten, no estoy ebria. No me siento rara, sin embargo, el propio hecho de beber con este grupo grande de "amigos" con los que, de alguna manera, me siento bien, hace que el acto sea diferente. Por primera vez, me siento como una adolescente normal.

—¿Vamos a bailar o qué? —le pregunto a Andrew, agarrándome del borde de la barra para evitar caer en la tentación de pasar mis brazos por sus hombros y cerrar mis manos por detrás de su cuello. Me apetece mucho, pero no me lo puedo permitir.

—Sus deseos son órdenes —responde, ofreciéndome su mano.

Mis dedos están a punto de tocar los suyos, cuando alguien toma mi brazo y lo jalonea hacia atrás. Me giro de inmediato, confundida por aquel gesto y algo a la defensiva, también.

—¿Has visto a Zachary? —pregunta Marina con el ceño fruncido.

—¿No estaba contigo?

—Me dejo sola en los baños de hombres. Dijo que debía resolver un asunto, que ya volvía. Luego me envió un mensaje diciéndome que debía irse, que disfrutemos.

Su molestia es evidente, no sólo en su rostro, sino en la velocidad con la que escupe sus palabras.

—No lo he visto por aquí —le explico, empatizando con ella. Ya he dicho antes que Zac me parece un imbécil, esto es sólo una confirmación más a mi postura—. Quizás ya se fue.

—¡Maldita sea! —exclama cubriéndose el rostro.

—No dejes que te arruine la noche —musito con ternura—. Divirtámonos nosotras, vamos a bailar.

—¿Marina? —la voz gruesa de Andrew suena con un tinte de simpatía, lo que la obliga a descubrirse el rostro. Sus ojos enojados dan con él y puedo ver el esfuerzo que realiza para relajar su mueca de furia¾. Ya me preguntaba dónde te habías metido.

—Es una larga historia —repone ella, forzando un tono amable—, me alegra que hayas venido.

—No podía no hacerlo —le sonríe—. Te ves algo tensa, ¿quieres algo de beber? Yo invito.

—Me parece bien.

Sintiéndome feliz de que por fin empieza a animarse, nos dirigimos a la barra. Andrew le pregunta qué le apetece, y ella responde algún nombre extraño con un "Alabama" en él. Acepto cuando cuestionan si me uno en este brindis, aunque me prometo a mí misma que será el último. Y es una decisión acertada cuando empiezo a sentirme mínimamente diferente: es innegable que ahora sí, el alcohol ha aligerado cierto peso en mis hombros. Así que, junto a mi buen humor, me puedo mover y expresar con más libertad.

Con mucha energía, jaloneo a Marina hasta el grupo de amigos de Andrew, y le presento a Darren. No me pasa desapercibida la sonrisa de suficiencia que se dibuja en el rostro del muchacho cuando la saluda. Le gusta. En contraste, Mikaela y Marina únicamente intercambian un asentimiento incómodo de cabeza, aunque William sí le regala una sonrisa amable. Al igual que Lidia y su acompañante ¾cuyo nombre aún desconozco.

—Ahora sí —murmura Andrew a mis espaldas, su aliento fresco haciéndome cosquillas—, ¿a bailar?

Esta vez, mis brazos sí se entrelazan rodeando su cuello.

—A bailar —respondo.

Tener a mi primer gran flechazo en frente a mí, tiene un efecto curioso en mi cuerpo. Mi corazón parece que va a estallar en cualquier momento, y con cada respiración que realizo, siento que el oxígeno no es suficiente. Pero me aparece la absurda idea de que quizás acercarme más a él podría compensar eso. Aun así, ni todo el alcohol del mundo podría debilitarme a tal punto, de hacerle saber cómo me siento. Y, en definitiva, tres tragos son insuficientes para ello. De todas formas, pelear con mis sentimientos es difícil y en última instancia, erradicar la pequeña sonrisa que se me escapa, me resulta casi imposible. Así que pongo todo mi esfuerzo en bailar con desinterés, para evitar cruzarme con sensaciones tan extrañas. Me apena reconocer que no había sentido este nivel de euforia desde que le enviaba esas estúpidas cartas de amor, tengo hasta entumecidas las mejillas por tanta sonrisa. Además, es difícil saber qué cruza por su cabeza: tiene un gesto dulce dibujado en la boca, su rostro completo brilla con alegría mientras canturrea la canción que suena. Y me observa con admiración. Debo admitir que, ante una mirada tan intensa como la suya, me cohíbo. Y aún más cuando le pongo atención al tema que canta con tanto sentimiento.

Él agarra mi mano ligeramente sudada ¾cosa que me pone aún más nerviosa¾, y me hace girar, quedando mi espalda contra su torso. Su calor corporal pasa de inmediato al mío y siento que me voy a desmayar. Entonces su voz canturrea en un tono ronco y relajado:

Has sido tú, ¿qué crees que no te he visto? —lo siento sonreír—has sido tú, chica cocodrilo. Has sido tú, la que me dio el mordisco*...

Sus brazos me rodean con suavidad y me apapacha contra su pecho en un ademán cargado de ternura, no sin antes depositar un casto beso en mi sien sudorosa. Mis ojos se chocan con los de Mikaela, aunque su baile es menos inocente que el nuestro, no me pasa desapercibido su mohín divertido y malicioso. Levanta una ceja en gesto cómplice, antes de guiñarme un ojo.

Siento que se encoje el corazón al rememorar sus palabras:

«...El cabrón de Andrew se burló de ti cuando te tenía en la palma de su mano. Ahora tú lo tienes a él. Yo solo quiero ver que se haga justicia. Quiero ver venganza. ¿Acaso tú no?». Trago saliva al pensar en mi respuesta.

Sí, quiero ver venganza. Pero... No lo sé. Por ahora, mi corazón parece haber sido hechizado y convertido en otra mariposa que deambula por todo mi organismo. ¿Debería castigarme por ello?

—¿Viste lo bonita que está la luna hoy? —me pregunta al oído, volviéndome a la Tierra. Sacudo mi cabeza en negación—. ¿Quieres verla?

Sí, tomar un poco de aire no me vendría nada mal después de contornearme con cada una de las canciones del repertorio del DJ. Asiento.

—Sígueme.

El área de fumadores es una terraza amplia. Esto permite que el humo se disipe con rapidez, por lo cual, salir ahí no se siente como una tortuosa sesión de asfixia, tos seca y anónimas manos groseras que aprovechan la cercanía entre cuerpos ¾lo que sí ocurre dentro del pub—para toquetearte. Moon Town está ubicado en un lugar estratégico: en la lujosa y privilegiada zona alta de la ciudad, por ello los estrafalarios precios de los tragos, y su reconocida fama como un sitio exclusivo. También influye muchísimo el paisaje especial con el que cuenta, no obstante, por esta misma razón, también tiene brisas heladas. Esa gélida caricia, es lo primero que me recibe, aunque pasa a segundo plano al observar lo que hay ante mis ojos.

Nos quedamos en silencio durante un instante, admirando las pocas estrellas visibles y la llenura de la luna amarillenta. Pienso que, si hoy es plenilunio, mi comportamiento y sentimientos confusos podrían estar justificados. Ya me han dicho antes que soy una lunática. Las luces de la metrópolis lejana titilan con armonía, los autos corren como estrellas fugaces terrenales, pero desde este lugar, parece que el tiempo avanza con pesar. Aun así, no me disgusta la sensación.

—¿Tienes frío? —me pregunta de repente, como si él también volviera a la realidad. Antes de poder cavilar una respuesta, mi cuerpo caliente decide adelantarse, quejándose a través de un escalofrío exagerado y vergonzoso. Eso le arranca una risita—. Creo que sí.

Como ya lo veía venir, se deshace de su cazadora de cuero y me la pone sobre los hombros. Una parte de mi se derrite con el gesto, pero otra no puede evitar sentirse algo divertida por algo tan cliché como lo que acaba de hacer. Y lamentablemente, mi rostro lo deja en evidencia.

—No intento seducirte ¾responde algo apenado, soltando una risita—o tal vez...

Ojos negros llenos de cosas que no se atreve a decir, que me aturden la mente. Interrumpen el paso de los pensamientos sensatos y hacen que mi cordura sea atropellada. Las comisuras de su boca se elevan lentamente, contagiando el acto a la mía propia.

—Es broma —aclara, riéndose con torpeza.

—¿Lo es?

Me uno a sus carcajadas, casi igual de abochornada que él. Noto cómo resplandecen sus dientes lustrosos, causando que las pequeñas pecas que tiene en las mejillas, se arruguen tan sólo un poco. Sus cejas pobladas parecen pesarle cuando se ríe, de manera que cierra los ojos cuando lo hace.

Nos separan dos pasos, pero de esos amplios, de los suyos. Él mantiene su distancia, sé que no desea incomodarme y aunque finjo que lo agradezco, una parte de mí quisiera que decidiera acortarla. Poco a poco, bajamos el volumen de nuestras risas así que me obligo a desviar mi atención hacia la ciudadela colorida. Vuelve a reinar ese ambiente solemne, pero de cierta forma, cómplice.

—Lily —me llama la suave voz de Andrew. Levanto mi mirada hacia él, aún tiene una linda sonrisa plasmada en su rostro—, gracias por darme otra oportunidad.

No sé qué decirle. Mantengo el contacto visual, sintiéndome un poco perturbada por la vibra que nos rodea. No sé qué podría estar pensando la Lily de 14 años en este momento. Seguro fangirlea.

Por fin, el chico se atreve a dar un paso hacia mí, sin quitarme los ojos de encima. Su frente se apoya en la mía, y una de sus manos se hace dueña de mi mentón. La piel tersa de la yema de su dedo pulgar, se deleita acariciando mi labio inferior. Dejo de respirar.

—¿Puedo?

El hecho de que me pida permiso, logra que se me derrumben los muros. Asiento, turbada. Él se inclina, y siento sus labios tersos, más que un beso, parece una caricia. El roce es suave, controlado. Y emocionante. Repite la acción, esta vez entregándose más. Siento que se me tensan los omóplatos ante la sensación, así que entrelazo mis dedos con los suyos y me los llevo al pecho, percibiendo que no sólo mi corazón es el acelerado.

Andrew se separa, me da una dulce sonrisa y sus ojos brillan cuando deposita un beso casto sobre mis nudillos. Entonces murmura:

—Mi chica cocodrilo. 

*Alusión a la canción El ataque de las chicas cocodrilo de Hombres G.

Nota de la autora: Si eres nuevo, bienvenido. Si no eres tan nuevo, gracias por seguir por aquí  

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top