cap. 24 - creo que pides demasiado

Quisiera poder decir que no lo tuve en mi cabeza desde el día que vino a verme a casa, pero mentiría. Desde la última vez que vi a Andrew, no he podido deshacerme de la apremiante sensación de querer verlo de nuevo. Me frustra, en realidad no debería ansiar tenerlo ni a un metro de distancia de mí, sino tan lejos que sea incapaz de ver su precioso rostro tentándome una vez más. Sin embargo, aquí estoy: pensando en la cercanía que me ofreció en bandeja de plata cuando se despidió de mí la noche del jueves. A pocos metros de mi casa, estacionó el auto y me agradeció por haberlo "atendido" a pesar de que seguramente estaba cansada —claro, lo dice él, quien voló casi un día entero desde Madrid—. No sabía bien cómo despedirme de él, y era evidente. Me quitó la preocupación de la cabeza cuando se inclinó hacia mí y depositó un casto beso a dos centímetros de la comisura de mi boca. Lo sé porque cuando entré a mi casa, derrapé hasta el cuarto de estudio, agarré una regla y pude confirmar la peligrosa cercanía de sus labios con los míos. Luego mi madre me vio acalorada y roja, y me regañó por volver tan tarde a casa en una temporada tan fría y ventosa como la de ahora. Creyó que me estaba dando fiebre así que esa noche me dio un asqueroso jarabe natural.

Creo que es la quinta vez en la noche, que desbloqueo mi celular para entrar a las últimas conversaciones que he tenido, y provocarme un pequeño cuadro de arritmia al ver su foto de perfil. Me invade una sensación de furia, acompañado de un subidón de adrenalina. Extraño.

Me ha mandado un par de mensajes de texto, no los suficientes como para que mi orgullo pueda tornarse arrogante y creído y marcarlo como "intenso". Es todo lo contrario. Un par de "buenos días", "espero que estés muy bien" y "ten una linda noche, descansa" han resultados un agradable, y muy prudente detalle. Debo admitir que me ha decepcionado un poco. Después de esa noche, mi corazón parece estar inquieto —madre mía, qué ridículo ha sonado eso— y con toda franqueza, he de aceptar que he esperado más mensajes y mayor atención de su parte. Luego se me ocurre una posibilidad algo más soberbia: podría estar "conteniéndose" de cierta forma por mi propia culpa, por creer que cualquier cosa podría "sobrepasar mis límites" y terminar disgustándome de nuevo. Intento convencerme de que sea lo que sea, tal vez así es mejor puesto que no me siento presionada de ser recíproca o indiferente a su interés o algo así. Y es que es desgastante fingir.

Las observaciones de Marina tampoco han abandonado mi cabeza. Así que soy cauta. De todas formas, ella no ha vuelto a dirigirme la palabra desde aquel día en el restaurante. En las pocas peleas que hemos tenido —si es que así pueden llamarse a sus pequeños arrebatos cuando no me han dejado salir con ella a algún lado o no he podido atender una llamada suya en la madrugada—, suelo enviar decenas de mensajes a su móvil, pidiéndole perdón y rogando que deje de estar molesta conmigo. Sin embargo, esta vez es diferente. Sí, quizás metí un poco la pata, pero la defendí. Así que por primera vez, decido darle su espacio. Además, estamos entrando en semana de pruebas y ambas estaremos ocupadas.

Alguien toca la puerta de mi alcoba, sacándome de mis pensamientos. Con rapidez, bloqueo mi teléfono y lo dejo a un lado.

— ¡Pase! —un poco ofuscada, respondo. Al volver de nuevo a las cuatro paredes de mi habitación recuerdo que se supone que debo acabar mi estudiar para el examen matemáticas de mañana. No hay tiempo ni necesidad de estar pensando en Andrew Huard.

—Tu madre pregunta si bajarás a cenar o si prefieres que te suba la cena.

Es mi padre. Como siempre, su tono de voz suena cauteloso y distante, incluso cuando intenta sonar dulce y amable. Se esfuerza demasiado. Eso me resulta irritante y ciertamente, doloroso.

—Bajaré a cenar más tarde —en contraste, mis palabras suenas bruscas y heladas. Lo noto de inmediato, y me cuesta muchísimo intentar suavizar un poco el tono que uso para añadir lo siguiente—, debo terminar de estudiar.

En la generalidad del día a día, procuro no hablar con él, para evadir esta sensación incómoda que me invade cada vez que me dirijo hacia él. Una sensación algo culpable también. ¿De qué? No lo sé exactamente, puesto que, si alguien es responsable de esta gigantesca brecha entre ambos, no soy yo. Se queda en silencio un par de segundos allí, arrimado a la puerta. No me doy cuenta que empiezo a chocar la punta de mi lápiz contra el borde de mi cuaderno, generando un hueco sonido que escuece. Me detengo cuando un movimiento capta mi atención: él asiente con la cabeza lentamente.

—Bien —es todo lo que dice.

Y cierra la puerta. Sus pasos pesados pierden fuerza conforme se aleja de mí. Es decir, de mi cuarto. Mis ojos se quedan clavados en la madera, a la par que un agujero negro crece dentro de mi pecho, arrastrándome a en una profunda oscuridad que me deja sin aire. Mis ojos se llenan de lágrimas en acto reflejo. El zumbido de mi celular vuelve a jalarme a la Tierra, el par de parpadeos que realizo son mi aterrizaje, causando que una solitaria lágrima se deslice por mi mejilla izquierda. Y mi primera misión en Gaia, es revisar mis mensajes:

Andrew: Buenas noooches, espero no despertarte.

Una sonrisa se me escapa al ver el Emoji que incluye: un par de ojos mirando hacia un lado.

Andrew: Escuché de Mikaela que esta semana tienen exámenes. Antes que nada, quiero desearte mucha suerte en ellos (aunque obviamente, sé que no la necesitas 😊). Por otro lado, deseo proponerte algo.

Ni siquiera me detengo a pensar en qué sería lo más prudente hacer: esperar o responder de inmediato. Esos puntos suspensivos inducen un ataque de curiosidad nada inusual en mí y debido a ello, hago lo que sea con tal de satisfacerla. Pero intento ser inteligente con mis movimientos:

Yo: ¡Gracias por los buenos deseos!

Yo: ¿Proponerme algo... como qué?

Me arrepiento de inmediato. ¿Por qué en su mensaje los puntos suspensivos se ven tan naturales, y en el mío parece que intento demasiado quedar de interesante? Lo peor de todo, es que el chico lee mi pregunta al instante, y es ya muy tarde eliminarla. Además, creo que eso sería todavía peor.

Andrew: Como una... Llamémoslo distracción. Quiero sacarte de casa y llevarte a algún lado en donde puedas relajarte después de una semana tan pesada.

Yo: Alto ahí, ¿sacarme de casa? Mikaela te dijo que soy como un cangrejo ermitaño, ¿no?

Andrew: Jajaja tal vez lo mencionó... Pero ese no es el punto. Imagino que, con los estudios y la banda, estarás un poco tensa.

Yo: En eso no te equivocas.

Andrew: ¿Y en qué sí?

Yo: En que quieres sacarme de casa porque crees que soy un cangrejo ermitaño.

Andrew: ¡Ey, yo no dije eso! Jajaja. Lo dijo Mikaela. La parte que es cierta es que quiero sacarte de casa porque quiero salir contigo.

Ese mensaje llega de inmediato, mis ojos recorren sus palabras a la par que los nervios me provocan un retorcijón en el tracto digestivo. Es que acaso ¿lo envió por impulso? Espera, ¿es Andrew impulsivo? ¿O sólo muy seguro de sí mismo y de lo que quiere decir? Madre mía, no le tomó ni un segundo decirme algo así, sin embargo, yo ya voy medio minuto sin saber qué responder.

Yo: ¿A dónde iríamos?

El doble visto azul me indica que ya leyó mi mensaje, sin embargo, esta vez no responde tan rápido como antes. Es el momento perfecto para huir de la situación y calmarme un poco. El entusiasmo que me invade es penoso, así que secuestro un peluche de una vaquita de mi cama y me lo llevo a la cara para ahogar un grito que es muy necesario para disipar toda la energía que se mueve dentro de mí y me hace sentir cargada. Una vez que lo hago, me siento algo mejor, pero bajo a la pobre Señora Vaca babeada con lentitud y vergüenza, de repente sintiéndome observada. Entonces mis ojos recorren con algo de pena el rostro inexpresivo del resto de muñecos de felpa de mi casa y la estantería junto a la ventana. Me invade la desesperante idea de que si es que Toy Story no es tan ficticio como creemos, seguramente todos ellos me están juzgando en este momento. Me veo obligada a aclarar algo:

—No es lo que parece —musito al silencio sepulcral dentro de mis cuatro paredes rosadas.

Me percato de que quizás no sólo mis peluches son los que me están criticando, sino Haru también: está recostado en su cama a un lado de la puerta, tiene las orejas levantadas y la mirada fija, pero confusa, sobre mi rostro. Ante él, sí me encojo de hombros. Total, nadie mejor que mi perro como para saber todos mis secretos humillantes.

Mi móvil vibra de nuevo, lo desbloqueo y leo el nuevo mensaje que llegó:

Andrew: ¿Puedo llamarte?

¡Al demonio lo que piensen mis peluches de mí! Agarro a Señora Vaca de nuevo y lanzo otro potente grito entre su pelaje grisáceo. Luego me doy pequeñas palmaditas en la cara, en un absurdo intento de obligar a mi sangre a moverse de ahí porque haberse acumulado en mis cachetes. ¿Honestamente? Sentirme así de inquieta y ansiosa ante la idea de hablar con él por teléfono, es molesta. En realidad, todo este torrente de emociones es indignante. Porque Andrew Huard no debería hacerme sentir así. Ya no. Además, ¿quién se cree que es para llamarme un día entre semana a las ocho de la noche? ¿Y quién me creo que soy yo para darle luz verde?

Yo: Vale, pero sólo un rato.

La llamada entra, mi celular vive en silencio, así que el patrón vibratorio es fuerte y ruidoso, me pone aún más nerviosa y el pequeño aparatito se escapa entre las resbalosas rendijas entre mis dedos, y cae sobre el piso alfombrado. Me apresuro a cogerlo, aunque no a contestarlo, y la llamada se corta.

Andrew: Vale, ¿pero y si me contestas? Jajaja.

Yo: Estaba lejos del móvil. Puedes llamar ahora.

Una vez más, el teléfono vibra. Esta vez, mi agarre con el mismo es firme y se me empiezan a entumecer los tendones debido a la fuerza con la que lo hago. Contesto la llamada y lo primero que hago, es ponerla en altavoz, así no tendré que estar tan cerca del micrófono, y podré evitar que él escuche mi respiración intranquila.

—Hola Lily —su gruesa voz habla—, buenas noches.

No sé por qué me da la impresión de que tiene una pequeña sonrisa satisfecha al otro lado de la línea. Pero no es un gesto que deriva de la arrogancia o burla, simplemente es algo natural dentro de su carácter tan amable y amistoso.

Vamos Lily, no empiece a actuar como si lo conocieras tan bien.

—¿Estás ahí? —su voz me hace aterrizar en el planeta Tierra. De nuevo.

—Hey, lo siento. Me he distraído —una suave risa de su parte, le sigue a mis palabras.

—¿Puedo preguntar con qué? —bien, ahora sí suena divertido.

—Mi perro —me apresuro a decir—, parece algo... Decaído hoy.

Haru me lanza una mirada aburrida, en la que parece señalarme como "mentirosa". Y lo soy porque hoy corrió por todo el patio durante media hora detrás de un par de ardillas que nunca alcanzó, debido a sus grandes patas torpes. Se tropezaba a cada rato. Debe haberlo heredado de su madre ¿eh? (De mí, yo soy su madre... Adoptiva).

—Oh no, ¿crees que está enfermo?

Bien, ya me estoy sintiendo mal por mentir.

—En absoluto —me altero, causando que mi perro levante la cabeza en confusión. Le tuerzo la boca en un puchero que busca disculparme de antemano por lo que voy a decir a continuación—: quizás comió demasiado, es un poco gordo y suele empacharse con facilidad.

Haru vuelve a recostar su cabeza sobre sus patas delanteras, en gesto de "te dejaré hacer el ridículo sola". La risa suave y melodiosa del otro chico me distrae de la carita linda de mi perro.

—No te burles de él, le gusta comer ¿vale? —susurro acercándome al teléfono.

—¿Hablas bajito —me responde en el mismo tono de voz— porque tienes miedo de que te escuche o qué?

—Por supuesto, podría sentirse mal ¿sabes? —le sigo el juego.

Y gano, ¿sabes por qué? Porque lo hago reír de nuevo. Estoy haciendo méritos hoy. Mi sonrisa se ensancha, aunque la borro de inmediato, pero debido a que quiere desafiarme y volverse a formar, me veo obligada a darme un pequeño mordisco en mi labio inferior e impedírselo. Suelto un suspiro al darme cuenta de lo que estoy haciendo.

—En fin, no me respondiste cuando te pregunté a dónde me llevarías.

—¿Otra vez crees que podría secuestrarte?

—Uno nunca sabe —me encojo de hombros, algo estúpido puesto que ni siquiera puede verme—. Entonces, ¿a dónde...?

—Tengo un plan, tiene dos partes. En la primera necesito tu ayuda, en la segunda, no. Yo me encargaré.

¿Mi ayuda?

—¿A qué te refieres con "mi ayuda"? —el pánico es evidente en mi voz.

—A nada malo, Lily —ahora sí sonríe con diversión, lo puedo sentir con cada parte de mi ser ¡y lo detesto! —. ¿Por qué suenas tan nerviosa?

—No sueno nerviosa —mascullo entre dientes—, pero no sé qué quieres decir con que vas a necesitar mi ayuda.

—Te voy a hacer una pregunta y necesito que me respondas con total honestidad, ¿vale?

—Ya... ¿Pero por qué?

Otra carcajada.

—¡Por Dios, Lily! Porque necesito saber la respuesta.

—A ver —ruedo los ojos, pero en tono juguetón—, ¿cuál es la pregunta?

—¿Estás lista?

No.

—S-sí —me aclaro la garganta y mi voz ahora sale muy gruesa, casi como la de un camionero cuarentón—, sí.

—¿Segura?

—¡Andrew!

—Ya, vale, lo siento —vuelve a reírse—. La pregunta es... ¿Cuál es tu comida favorita?

Todo el aire que tenía retenido dentro de mí desde que empezó con su jueguito con respecto a "mi ayuda", es liberado en un corto pero dramático suspiro. Automáticamente, me cruzo de brazos y pongo una mueca de molestia en mi rostro. Una vez más, me doy cuenta de lo tonto que es, él no lo verá.

—¿Esa era la tan misteriosa "ayuda" que requerías de mí? —me quejo.

—¡Sí! Ya te dije que quiero conocerte mejor, y esa pregunta es clave para ello —la risita que se me escapa, en realidad sale como un ruidoso flujo de aire que se escapa de mis fosas nasales—, ¿entonces?

Lo pienso un par de segundos. Mi comida favorita siempre ha sido la mexicana, tengo una debilidad por las tortillas de maíz combinadas con queso y guacamole. Sin embargo, la primera respuesta que se me ocurre a su pregunta, es diferente ahora: la pizza vegana que probé con Ian en la casa de Harry, ha sido la cosa más maravillosa. No obstante, ya sé cómo se puede poner la gente cuando le hablas del veganismo, he estado en más de un "debate" escolar, y la verdad, es que los detesto. Además, una parte de mí no quiere compartir la existencia de tan delicioso manjar con él. Siento que es algo sólo entre Ian y yo. Sí, patético, pero es verdad. Así que me decido por la primera opción.

—Muy bien, comida mexicana será. Perfecto... Entonces pasaré por ti el viernes, iremos a comer y luego confiarás ciegamente en mí, ¿vale?

—Creo que pides demasiado. 

Nota de la autora: Gracias gracias gracias a los nuevos lectores, sean fantasmas o no <3 los amo con todo mi pequeño pero potente corazoncito :'3. ¿Les está gustando la novela? ¿Les agrada Andrew? ¿Ian? Como saben, sus opiniones siempre son bienvenidas *w* 

Pueden seguirme en ig como Longlivemymemories, ahí además de posts asociados a LUUB, subo algunas tonterías y fangirleo :) sería genial que podamos ser amigos por allá!

Nos vemos el próximo miércoles (o tal vez antes jujuju). 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top