cap. 12 - a Franco no le queda bien el naranja

Harry confía tanto en su sobrino que cuando no está en la academia, es el pequeño Baldwin quien se queda con la llave que permite la entrada al lugar, de entre todos los de la academia, con los elementos más costosos y de mayor cuidado. Habíamos decidido que la canción a la que haríamos tributo en el show final de la academia sería Señorita de Shawn Mendes y Camila Cabello, en una versión algo más cruda, acústica.

—Hey, camarón —habla Baldwin al entrar, ahogo una risita por cómo se refiere al otro muchacho y Cam me lanza una mirada divertida— trae el cajón peruano. Creo que funcionará bien.

Luego, obedientemente sale del cuarto. El chico que se queda conmigo, frunce el ceño al observar todos los papeles desperdigados a lo largo de los equipos de su tío. Agarra un par de ellos, que reconozco horrorizada puesto que Harry y yo los utilizamos en mi última clase. Se le escapa una mueca antes de exclamar:

—No entiendo por qué mi tío tiene tantas partituras y guiones de películas de Disney...

Ese comentario casi provoca que me desmaye, pero intento disimularlo observando unos discos que cuelgan de la pared del estudio —unos que, cabe mencionar, mi madre fue la que confeccionó para Harry—. Entonces Ian se vuelve hacia mí con gesto severo:

—¿Sabes calentar sola?

—Uhm, hago una escala de lip rolls acapella, ¿no?

Eso lo hace sonreír casi imperceptiblemente. Si no fuera por el par de hoyuelos en sus mejillas que se marcan ante el más mínimo movimiento de su boca, pasaría desapercibido. Enciende toda esa matriz de aparatos extraños que Harry siempre maneja, y realizando alguna maniobra extraña, enciende un teclado que está acomodado a un lado. No habla mucho, me da algo de gracia percatarme de que está en un modo "profesional" diferente al que noté en Moon Town. Quizás se deba a que allá estuvo en modo superstar antes que profesor. Deja su celular a un lado, y sin sentarse, comienza a tocar esas escalas que conozco tan bien porque son las mismas con las que Harry inicia antes de mis clases. Sin decir ni una palabra, sólo ejemplifica el ejercicio que debo realizar, repito junto a él una segunda vez y entonces continúa con la escala de notas. Me resulta un poco chistoso realizar los ejercicios frente suyo, realmente no sé por qué, pero debo esforzarme en concentrarme para que no se me escape una carcajada.

Estaba acostumbrada a la torpeza de Cameron al tocar, pero el nivel en el que se encuentra Ian, es casi del mismo del propio Harry Baldwin. Acierta en las notas con una facilidad jamás antes vista. Terminamos la última escala y asiente una vez más, como para hacerme saber que culminamos.

—Bien, intenta relajarte un poco. Siento que cantas con algo de tensión —reconoce, por primera vez desde que iniciamos, sus ojos se conectan con los míos. También es la primera vez que no me da la impresión de que está jugando conmigo, sino como si realmente me tomara en serio. Suspira—. No sé por qué Cameron se está demorando tanto... En fin, ¿te aprendiste la letra de la canción?

—Claro que sí —respondo con orgullo—, ¿tú?

Él sonríe con arrogancia, toca el piano algo dubitativo al principio, acomodando sus dedos dos veces y jugando con las notas hasta encontrar la correcta. Entonces inicia con la primera estrofa. Siento mi expresión salirse con la suya porque mis ojos se abren más de la cuenta debido al asombro. Me siento algo estúpida por sentirme tan vulnerable ante él cuando canta, pero las armonías que hace lograr desestabilizarme. Tiene una voz muy seductora. Para el próximo ensayo necesito traer un abrigo y así poder esconder la piel de gallina que se me pone al escucharlo. Debo manejar mis sensaciones y reacciones antes de que no pueda resistirse a burlarse de mí si llega a descubrirme. Ya lo alaban lo suficiente por acá, no es necesario que yo también lo haga. Ni tampoco sensato.

Escondo mis brazos detrás de mi espalda. 

—¿La sacaste así nada más o ya sabías tocarla? —no puedo evitar preguntar. Pero le echo algo de hielo a mi tono, ya sabes, por si acaso.

—Es pop con un toque de latino —él sonríe, el hoyuelo de su mejilla izquierda acentuándose con fiereza—, es fácil de sacar. Sólo debes saber el género base y guiarte desde ahí. Te dije que puedo tocar lo que sea —repite riéndose, se acomoda mejor ante el instrumento previo a continuar—, ¿jazz?

Toca parte de una pieza y la canta.

—¿Rock? —Repite el proceso con otra canción al azar—, ¿R&B?

Cuando canta un pedazo de una canción de Justin Bieber casi se me sale el corazón. Aun así, ruedo los ojos interrumpiendo su presentación arrogante.

—Sí, sí, ya sé que eres un genio musical que toca un centenar de instrumentos y géneros. No necesito que me lo digas. Todo el mundo habla al respecto —refunfuño con los brazos cruzados.

Y es que desde que Ian apareció en la academia, hace menos de un par de semanas, he escuchado más que suficiente sobre él. Tanto jóvenes como adultos parecen estar hechizados por lo talentoso que es este chico. Y no los culpo, es muy bueno y su voz será mi muerte. Pero lo último que necesita es que le suban los humos aún más. Al parecer ya es una chimenea andante.

Cameron finalmente llega con el bendito cajón peruano, así que iniciamos el ensayo.

Después de todo, mi día no terminó tan mal. Si con Cameron los ensayos eran divertidos, con Ian y él en la misma sala, eran hilarantes. Se la pasaban bromeando y burlándose el uno del otro, y sorprendentemente, eso no nos hizo perder tiempo, contrario a lo que imaginé en un principio. En realidad me permitió conocer un poco más a Ian Baldwin. Además, el hecho de que Cameron estuviera ahí me dio un arrebato de confianza, puesto que cantar frente a Ian era un poquito peor que cantar para Harry. Era mucho más difícil de impresionar y debo decir, que muy perfeccionista. Cada vez que jugaba con alguna melodía, él armonizaba distinto y modificaba mis sugerencias. Por esta vez, lo dejé salirse con la suya. Decidí que jugaría bajo sus reglas, para al final, cuando menos se lo esperara, romperlas. Harry quedó encantado cuando le mostramos el ensamble que estábamos armando, aunque de todas formas fui yo la que más tarea se llevó a la casa con el repaso de las armonías.

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—¡Logan!

El muchacho que encuentro devorando mis papas fritas en la cocina de la casa me da vueltas en el aire, lo que me arranca pequeños chillidos. Mi tío es una de las pocas personas en las que confío plenamente y de esos amigos que todavía mantengo en mi vida tras lo sucedido con Andrew; de hecho, es la única persona en mi familia que conoce lo que ocurrió en realidad aquella vez que el indestructible Logan Owen terminó en el hospital.

—Tu madre preparó patatas, yo traje cinnybuns y tú tienes cuenta en Disney Plus, así que estamos cubiertos para la pijamada de hoy —me guiña el ojo.

Sonrío al dejar escapar un gritito entusiasta cuando se apresura a subir las gradas, adoro cuando viene a pasar en mi casa. Aunque existió un tiempo en el cual vivió con nosotros, ahora rara vez lo vemos por acá. Estudia medicina veterinaria, y últimamente, al ser su último año, se la pasa metido en un hospital de pequeñas especies como uno de los internos más codiciados. Él es el único que disfruta de ver documentales de teorías conspirativas sobre Disney conmigo durante toda la noche, sin terminar con pesadillas, como lo hacía mamá cuando la obligaba a acompañarme. Bueno, por esa razón ya no lo hago más, en cambio, ella me acompaña cuando veo animes de romance y fantasía. Y Miraculous Ladybug. Aunque esta última no le agrada mucho, a pesar de ser mi favorita.

—Que empiece la diversión —canturreo al aventarle la mitad de mi cobija de Justin.

El timbre de la casa suena, al minuto entra mi padre por la puerta. A penas lo hace, Logan frena abruptamente y corre escaleras abajo para abrazarlo. Papá lo recibe con un entusiasmo extremo. Yo le dedico una sonrisa pequeña antes de continuar mi rumbo hacia la sala de estar en el segundo piso.

x Ian x

A Franco no le queda bien el naranja. Contrasta de forma discordante con su piel blanquecina, y aunque a primera vista parece insensato, la impresión que me da es que ese color que tanto detesto, profundiza las bolsas que tiene bajo sus ojos miel.

Por fortuna, no ha bajado más de peso. Las primeras veces que vine a verlo estuve a punto de desmayarme, observar su rostro afilado y su cuerpo tan pequeño y carente de la masa muscular que tanto lo identificaba, me sentó como un puñetazo en la boca del estómago. Ahora lo notaba mejor. No obstante, a lo que todavía no me acostumbro, además de verlo utilizando el traje color zanahoria, es el cabello que le llega hasta la nuca. Los rizos que se le forman en las puntas lo hacen ver casi idéntico a su hermano. Aunque él discrepa, y dice que se parece a mí. Pero yo no tengo el cabello rizado. 

—Skittles, para mí, y Pringles, tus favoritas, para ti. Al tío Harry le gustan los Doritos... —sobre la mesa que nos separa, deposito los dulces que obtuve de la máquina dispensadora que se encuentra en la sala de visitas—. Y tres latas de Coca Cola para brindar porque en tres meses ya estás fuera de aquí. 

Espero un par de segundos antes de hacer mi anuncio: 

—También te traje algo. 

Saco de mis espaldas un librillo nuevo y con la portada brillante. Un superhéroe está posando sobre la portada pisando enérgicamente al villano. Se lo entrego, ansioso por ver su reacción.

—Es el último volumen —sentencio en espera de su respuesta. Su boca se entreabre con dramatismo y los ojos le brillan por la emoción. 

—¡Ian! ¡Lo conseguiste! ¡¿Cómo?!

—Llamó a la distribuidora —ríe Harry sentándose a mi lado—, todos los días. Creo que lo importaron sólo para que él dejara de fastidiar.

Mi padre me da una fraternal palmada en la mejilla, sus ojos me dicen todo lo su boca no puede. Con el brazo libre, toma la mano de Harry, observándolo con admiración y cariño.

—Gracias por cuidarlo, enano —murmura sentimentalmente, antes de recobrar la compostura y portar de nuevo su sonrisa juguetona—. Bueno, ¿comemos? Estoy ansioso por probar algo que no sea la carne molida que me dan aquí.

Mi mente se queda en blanco durante unos segundos. 

—¿...Ya no eres vegetariano? —cuestiono algo aturdido, papá había iniciado su transición para convertirse en vegano hace mucho tiempo, antes de que ocurriera el accidente.

Niega con la cabeza.

—Aquí no hay mucha libertad como para mantener una dieta así, tuve que adaptarme a las circunstancias... —abre su bolsa de papas, cambia de tema y vuelve a sonreír a lo grande—. ¿Y bien? Cuéntenme qué hay de nuevo. ¿Cómo vas con la banda, hijo? Espero no le estés dando muchos dolores de cabeza a tu tío saliendo mucho o trayendo diferentes chicas a la casa, Ian.

Su comentario me hace bufar. En especial sus últimas palabras, me conoce muy bien y sabe que eso no es algo que yo haría.

—No puedo, Harry me tiene muuuy ocupado en la academia —le lanzo una mirada asesina.

—No te hagas. Sé que Lily te agrada —me responde él con descaro. Le doy un codazo, protestando ante su comentario innecesario—. Además, eres tú quien pasa metido en la academia por voluntad propia, yo sólo te delego tareas para que no te aburras allí.

—¿Lily? ¿Quién es ella? —pregunta papá, divertido.

—Una estudiante de la academia —balbuceo con fastidio.

—La mejor de la academia, de hecho —interrumpe Harry—, y ambos se presentarán en el concierto de fin de módulo. Ian aceptó gustoso cantar con ella.

—¿Gustoso? —me exalto—. No me diste elección, y tampoco a ella. Papá, escucha esto: él nos sentó, uno al lado del otro, y le preguntó a esta chica si yo le caía mal. En mi presencia.

—¿Y qué respondió ella?

—¡Nada, fue muy incómodo! Después de eso Harry sólo anunció que cantaríamos juntos en el evento ese. Y ya. No pudimos ni protestar, al menos yo no podía levantarme ofuscado y decir "eh, ¡yo no quiero cantar con ella!". Hubiese sido ofensivo.

—No —repone Harry con un tono humorístico—, lo que a ti te molestó fue no saber si a ella también le agradas. 

Mis mejillas se incendian. 

—¡Claro que no!

—Claro que sí. 

—Que no. Me da igual. 

Mi padre disfruta de mis quejas, se está riendo a todo pulmón como si fuese gracioso. Las arrugas que tiene alrededor de los ojos se le marcan, y también los hoyuelos. Es una escena enternecedora, poder ver su sonrisa de nuevo casi me hace olvidar que se está burlando de mí. Sus carcajadas son fácilmente contagiosas, y de repente Harry se une a él.

—¡No es gracioso! —doy una estruendosa palmada sobre la mesa para demostrar mi molestia, pero la sonrisa que se me escapa, me delata, y sin querer hacerlo, también participo en sus risotadas.

El guardia que nos acompaña en la sala esconde una sonrisa, me percato de ello cuando veo que pronto termina el horario de visitas, y le lanzo un vistazo alarmado. Preparándome mentalmente para la parte más odiosa de venir a visitar a Franco. Sin embargo, el señor da la vuelta a su reloj, dejándolo fuera de su vista. Y me guiña el ojo en amistosa complicidad.

—Bueno, bueno —papá se limpia una lágrima que se le escapó del ojo derecho—. Brindemos porque en menos de tres meses, estaremos juntos de nuevo. Como la pequeña, pero hermosa familia que somos.

—¡Salud! —exclama Harry chocando la lata de su bebida con él.

—Salud —murmuro añadiendo la mía.

Yo no creo eso de que las personas amables ya no existen. No lo creo en lo más mínimo. Lo que pienso es que están escondidas en los lugares menos pensados, y actúan con pequeños gestos poderosos que pueden hacer de un simple día, uno inolvidable.

 👀 

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