XVI. Tyrion y Jaime Lannister

300 Dc
Desembarco del Rey


Su hermano menor y el dorniense se irían ese día acompañados de la corte Martell. Fue a verlos. Durante un momento, Tyrion se quedó sin respiración.

—¿Eres tú?

—La mayor parte de mí.—Jaime estaba demacrado y llevaba el pelo corto—. Me dejé una mano en Harrenhal. Fue nuestro padre quien trajo a los compañeros audaces desde el otro lado del mar Angosto. Ha tenido ideas mejores.

Alzó el brazo, y Tyrion vio el muñón. No pudo controlarse y cedió ante un ataque de risa histérica.

—Ay, dioses—dijo—. Lo siento mucho, Jaime, pero… por los dioses, mira qué pareja hacemos. Manco y Desnarigado, los hermanos Lannister.

—Hubo días en los que mi mano olía tan mal que me habría gustado no tener nariz.—Jaime examinó el rostro de su hermano—. Vaya cicatriz. Impresionante.

—Me obligaron a luchar en una batalla sin la protección de mi hermano mayor—Tyrion se apartó de Oberyn Martell que observaba a Jaime como si quisiera asesinarlo cosa que ninguno de los Lannister dudaba.

—He oído que casi quemaste la ciudad.

—Mentira cochina. Solo quemé el río.—De pronto Tyrion recordó dónde estaba y por qué—. ¿Has venido a matarme?

Habían ganado pero Cersei podía intentar asesinarlo.

—Serás ingrato… Si vas a ponerte tan antipático, te dejaré aquí para que te pudras.

—No creo que el destino que me reserva Cersei sea la putrefacción.

—La verdad, no. Te quiere decapitar mañana, en donde se celebraban antes los torneos.

—¿Habrá comida?—Tyrion se volvió a reír—. Oye, tienes que ayudarme con lo de las últimas palabras; no se me ocurre nada interesante.

—No te harán falta últimas palabras. He venido a rescatarte.—La voz de Jaime tenía una extraña solemnidad.

—¿Quién te ha dicho que necesito que me rescaten? Ángelus me está rescatando—Señaló al príncipe Martell que buscaba las monturas para irse.

—¿Sabes una cosa? Casi se me había olvidado lo insoportable que puedes llegar a ser. Ahora que me lo has recordado, me parece que dejaré que Cersei te corte la cabeza.

—Eso no me lo creo. Iré a Aguasdulces, Rhae me recibirá.

—Intenta no llamar mucho la
atención—Pidió Jaime—. No me cabe duda de que Cersei enviará hombres a buscarte. Harías bien en adoptar otro nombre.

—¿Otro nombre? Claro, qué buena idea. Y cuando los Hombres sin Rostro vengan a matarme les diré: «No, no, os equivocáis de hombre, soy otro enano con una espantosa cicatriz en la cara».

Los dos Lannister se echaron a reír ante lo absurdo de la situación. Luego, Jaime se arrodilló y le dio un rápido beso en cada mejilla; sus labios acariciaron el tejido cicatrizado.

—Gracias, hermano—dijo Tyrion.

—Tenía… una deuda contigo—La voz de Jaime era extraña.

—¿Una deuda?—Inclinó la cabeza a un lado—. No te entiendo.

—Mejor. Hay puertas que están mejor cerradas.

—Cielos—dijo Tyrion—. ¿Por qué? ¿Hay algo muy feo al otro lado? ¿Será que alguien hizo alguna vez un comentario cruel sobre mí? Trataré de no llorar. Dime de qué se trata.

—Tyrion…

«Jaime tiene miedo».

—Dime de qué se trata—insistió.

—Tysha—dijo en voz baja su hermano, apartando la vista.

—¿Tysha?—Sintió que se le encogía el estómago—. ¿Qué pasa con ella?

—Nuestro padre me ordenó que te mintiera. Tysha era… lo que aparentaba. La hija de un
campesino; nos la tropezamos en el camino por casualidad.

Tyrion oía el sonido quedo de su respiración siseante a medida que el aire le salía por la cicatriz de la nariz. Jaime no lo miraba a los ojos. Tysha. Trató de recordar cómo era.

«Tendría la edad de Sansa» .

—Era mi esposa—graznó—. Se había casado conmigo.

—Nuestro padre dijo que fue por tu oro. Era una plebeya, y tú, un Lannister de Roca Casterly. Lo único que quería era tu oro, así que al fin y al cabo, de manera que… de manera que en el fondo no era ninguna mentira, y… y me dijo que te hacía falta una buena lección. Que así aprenderías
y me darías las gracias…

—¿Que te daría las gracias?—dijo Tyrion con voz ahogada.

—Tienes que creerme.

—¿De verdad?—rugió Tyrion—. ¿Por qué tengo que creer nada de lo que me digas? ¡Era mi esposa!

—Tyrion…

Lo abofeteó. Fue un simple sopapo de revés, pero puso en él todas sus fuerzas, todo su miedo, toda su rabia, todo su dolor… Jaime estaba en cuclillas, en equilibrio inestable, de manera que el golpe lo hizo caer de espaldas.

—Sí… Me imagino que me lo he ganado.

—Te has ganado mucho más que eso, Jaime. Tú, mi querida hermana y nuestro amante padre. Sí, no hay manera de sumar todo lo que os habéis ganado. Pero os lo pagaré, podéis estar seguros. Un Lannister siempre paga sus deudas.

Tyrion se alejó con sus andares torpes tan deprisa que a punto estuvo de tropezar con el príncipe Oberyn Martell que evito su caída, atrapandolo.

—Es raro encontrar un Lannister que comparte mi entusiasmo por los Lannisters muertos.

—¿Qué tal peleas con la mano izquierda, Jaime?—Tyrion sonrió al dorniense.

—Bastante peor que tú—respondió con amargura.

—Mejor. Así, si nos volvemos a encontrar, estaremos igualados. El enano y el tullido.

—Yo te he dicho la verdad. Me debes otro tanto. ¿Fuiste tú? ¿Lo mataste?

—¿Seguro que quieres saberlo? —preguntó Tyrion. La pregunta había sido como otro cuchillo que le retorcieran en las entrañas—. Joffrey habría sido mucho peor rey que Aerys. Le robó un puñal a su padre y se lo dio a alguien para que le cortara el cuello a Brandon Stark, ¿lo sabías?

—Pues… me lo imaginaba.

—Bueno, los hijos salen a sus progenitores. Joff también me habría matado a mí en cuanto llegara al poder. Por el crimen de ser bajo y feo, del cual soy tan obviamente culpable.

—No has respondido a mi pregunta.

—Eres un pobre idiota tullido. ¿Es que te lo tengo que deletreo?

Jaime se volvió sin decir palabra y se marchó. Tyrion se quedó mirando cómo se alejaba a zancadas de sus largas piernas. Una parte de él habría querido llamarlo, decirle que no era verdad, pedirle perdón. Pero luego pensó en Tysha y siguió en silencio y se puso en marcha para irse.

La Araña, apareció con un mensaje en la mano deteniendo al par de hijos de Tywin Lannister. Su rostro estaba tan pálido como la nieve recién caída.

—Ya lo sé—dijo Jaime y rodó los ojos—. Habéis recibido un cuervo blanco de la Ciudadela. Ha llegado el invierno.

—No, mi señor. El pájaro viene de Aguasdulces. Me tomé la libertad... No sabía...—Varys le tendió la carta mientras les mentía, obviamente leyó con intención.

Jaime la leyó en a la luz blanca y fría de la mañana. Las palabras de la otra persona eran escuetas y precisas; las de Rhae, eran febriles.

Varys se había quedado junto a ellos, a la espera, y Jaime también sentía clavada la mirada de Oberyn y de Tyrion que después de unos segundos le arrebató la carta para leerla.

—¿Mi señor desea enviar una respuesta?—preguntó La Araña tras un largo silencio.

—No—dijo—. Iré con ustedes—Añadió en dirección al príncipe y a su hermano—. Si no Rhaenys morirá.

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