Lana vs Lola
Lana vs Lola
Lana refunfuñó y se cruzó de brazos.
–Recuérdame porqué hacemos esto.
–Porque la tía Ruth quiere una foto de nosotras usando ropa que combine para la próxima tarjeta de Navidad –le explicó Lola–. Recuerda que ya es una mujer mayor y a la pobre no le ha de quedar mucho tiempo de vida. Por eso hay que darle gusto en todo; porque somos su única familia; y porque tiene una cabaña en el lago. Así que ya deja de quejarte y escoge algo que ponernos, y asegúrate que le guste, que sólo haciéndola feliz nos tomará en cuenta para cuando escriba su testamento.
–Bien... –accedió la gemela de coletas a regañadientes. Con lo que se puso a buscar en las perchas con poco o nada de interés–. Lo que sea por la cabaña en el lago... Digo, la tía Ruth. Pero nada de vestidos. Primero muerta antes que me vean usando falda.
–Oh, vamos –insistió Lola, quien pasó a mostrarle dos atuendos idénticos entre si de corte canesú color azul cielo–. Mira estos. Son de nuestra talla y se ven cómodos y frescos. Imagina lo bien que combinarían con unas medias blancas, un par de zapatillas negras y unos listones celestes en el pelo. Con eso y algo de rubor, pareceríamos dos lindas muñequitas de porcelana.
–¡No y no! Olvídalo.
–Pero sólo te tomaría unos minutos en los que nos sacan la foto.
–Te dije que nada de vestidos. Busca otra cosa.
–Oh, bueno.
Lola suspiró, cansada ante la falta de colaboración de su gemela. Devolvió los vestidos a su lugar y siguió buscando. Con desilusión empezó hacerse a la idea de que no iban a sacar la foto ese día, pues la mayoría de atuendos de esa sección que combinaban entre si eran vestidos.
De pronto, su rostro se iluminó al hallar algo que estuvo segura Lana no se rehusaría a usar.
–Mira esto –dijo colocándose una de las camisetas y pasándole la otra–. ¿Qué te parece?
Cuando Lana leyó lo que tenía bordada la suya, quedó tan complacida que se la puso de inmediato.
–Es perfecto.
–Y tuvimos suerte. Eran las únicas que quedaban.
Así, las dos pasaron a mirarse al espejo posicionándose la una junto a la otra. La de Lana tenía dibujada una flecha que apuntaba a la derecha y la de Lola contaba con una que apuntaba a la izquierda. Por igual, ambas camisetas tenían escrito el enunciado: "Estoy con mi gemela favorita".
–¿Dónde está tú gemela favorita? –rió Lana.
–Bueno... –rió Lola a su vez–. Según dice esta camiseta, está justo aquí.
Con el mismo dedo que señaló la flecha que apuntaba a su izquierda, le picó las costillas de modo juguetón.
Riendo más con este leve cosquilleo, Lana corrió a posicionarse a su derecha.
–¿Qué tal ahora?
A lo que, con un ágil movimiento, Lola se paró de manos, de modo que la flecha siguió apuntando en la misma dirección en la que estaba Lana.
–¡A mi lado! –rió otra vez.
–Guau, estás camisetas son perfectas.
–Si, las dos dicen que somos la una de la otra. A la tía Ruth le encantarán.
–¡Comprémoslas!
En cuanto Lola volvió a pararse derecha, Leni acudió a atenderlas, luciendo su flamante gafete de subgerente.
–¿Encontraron ya algo que les guste, niñas?
–Si –asintió Lola–. Queremos comprar estas camisetas que dicen: "Estoy con mi gemela favorita" .
–Pero creí que Lana era tu gemela favorita –le replicó la rubia confundida.
–¿Qué dices?
Lola bajó la mirada, a seguir la dirección en que apuntaba la flecha de su camiseta, y de inmediato comprendió cuál era el malentendido. Dada su posición actual la flecha que apuntaba a su izquierda con el mensaje "Estoy con mi gemela favorita" estaba apuntando a su otra hermana. Lo que hizo que Lana se palmeara la frente de la exasperación.
–No seas tonta. Se supone que...
–¡Cuidado, Lana! –la interrumpió Leni con un grito–. ¡Detrás de ti! ¡Cuidado!
–¿Puedo ayudarles? –preguntó Fiona, quien en ese instante llegó a posicionarse justo a la derecha de la gemela de gorra roja, de modo que era a ella a quien ahora apuntaba la flecha con el mensaje: "Estoy con mi gemela favorita".
–¡Tú no eres su gemela favorita! –reprendió Leni a Fiona apuntándola con un dedo acusatorio, ante lo cual esta otra rodó los ojos y negó con la cabeza. Le tenía mucha estima a su amiga y compañera del trabajo, pero no por ello dejaba de ser bastante exasperante a veces–. ¡Rápido, niñas, tienen que quitarse esa ropa, transmite el mensaje equivocado!
Antes de que las gemelas pudiesen aclarar este tonto malentendido, su hermana la rubia le desgarró su camiseta a cada una con un tenaz arañazo y de ahí procedió a deshilacharlas a pisotones. Cosa que hizo enojar mucho a Fiona. Siendo ella la encargada de la encargada en turno, sin mas se las descontarían de su salario.
–¡Miren lo que hicieron! –rugió, señalando en el acto un cartel con la foto de Leni que advertía a los clientes:
¡PROHIBIDO HACER QUE
NUESTRA SUBGERENTE ESTRELLA
HAGA ESTUPIDECES!
Razón por la cual, sin piedad alguna acabó echando a ambas gemelas de la tienda departamental con un par de efusivos patadones en la retaguardia: ¡POW! ¡KAPOOW!
–¡Y QUEDENSE AFUERA, LAS DOS!
–Ahora necesitamos ropa nueva para la foto de la tía Ruth –se aquejó Lola tras aterrizar de culo en el pavimento.
–Oye –poco después de ponerse en pie mientras se sobaba sus adoloridas posaderas, Lana señaló en una dirección contraria al mall–, mira lo que usan ellos.
Por lo que Lola se giró a mirar en esa misma dirección.
–Uy, si, Me gusta.
De ahí cogieron rumbo al parque Árboles Altos, donde se toparon a Lincoln y a su grupo de amigos conformado por Liam, Zach, Rusty, Stella y Clyde. Los seis usaban unas casacas rojas de diseño muy llamativo; y junto con ellos también estaban reunidos Ronnie Anne y sus camarada de Great Lake City: Sid, Casey, Nikki, Sameer y Laird. Estos otros vestían casacas del mismo diseño, pero de color azul.
–Hola, Lincoln –saludó Lola a su hermano–. ¿Dónde compraron esa ropa tú y tus amigos?
–Nha, estos no son mis amigos –le secreteó el peliblanco en privado–. De hecho los odio a casi todos aquí; en parte es su culpa que los guionistas me hayan nerfeado y quitado protagonismo en los capítulos más recientes. Sin embargo mi amor por las batallas históricas es tan grande que puedo soportar protagonizar un episodio más con estos perdedores para representar la gloriosa batalla entre Royal Woods y Great Lake City.
Lola se rascó la cabeza extrañada.
–¿Hubo una batalla entre Royal Woods y Great Lake City?
Ante tal incógnita de su parte, Lincoln, su grupo de amigos, Ronnie Anne, los chicos de la gran ciudad y la propia Lana soltaron una exclamación masiva.
–Claro que si, Lola –afirmó su gemela como indignada–. El momento más significativo de la historia de ambas comunidades. Hace mucho, mucho tiempo...
Flashback.
Acorde a lo narrado por la pequeña Lana, el conflicto dio inicio en un baño publico, apenas pocos años después de haberse celebrado la guerra de independencia.
En palabras de la niña, en ese entonces el poblado de Royal Woods estaba dividido en dos grupos: Los que gastaban todo su tiempo lavándose las manos como unos blandengues, como era el caso de quien habría sido un antepasado del abuelo Albert, un anciano de casaca roja, aseado por costumbre, que en ese momento terminaba de jabonarse y enjuagarse las manos en el fregadero de ese baño.
–Rechinan de limpio.
Y el otro grupo, integrado por quienes, citando a Lana, tenían cosas más importantes que hacer con su tiempo. En este caso un viejo de casaca azul que, por su aspecto desaliñado, bien podría haberse tratado de un antepasado del Abuelo Hector Casagrande.
Este otro, al salir del cubículo luego de hacer sus necesidades, se aproximó al lavado del baño. Si acaso y si se dignó a olfatearse las manos, mismas con las que seguidamente se rascó un poco la entrepierna, se picó la nariz y procedió a quitarse comida de los dientes.
–Se ven bien para mi –dijo soltando un fétido eructo, seguido por dos pedorretas consecutivas. Mas, para completo desagrado del otro sujeto, ni siquiera las acercó al lavado.
–Oye, eso es repugnante –reclamó el anciano de casaca roja al viejo de casaca azul cuando este ya se disponía a irse.
–¿Ah si? –gruñó el otro que se regresó a plantarle cara.
–No puedes ir por ahí por nuestro pueblo tocando las cosas con esas manos sucias.
–¡¿Ah si?!
–¡Si!
El viejo de casaca azul se quitó un, literal, guante de mugre, con el que abofeteó al anciano de casaca roja como exigiendo una satisfacción: ¡Plaf!; momentos antes de abalanzarse sobre él y dar inicio a una pelea a puño limpio en medio del baño.
La cual vino a ser precedente de una guerra civil que se desató en el pueblo. Los de casacas rojas, que usaban jabón y detergente para cargar sus cañones, contra los de casacas azules, que en su lugar usaban mugre, tierra y desechos de basura orgánica.
–¡Lávense las manos! –exigían a gritos los casacas rojas.
–¡Nunca! –replicaban los casacas azules.
Y así estuvieron, disparándose mugre y chorros de agua enjabonada durante meses: ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!...
Fin del Flashback.
–Al final –terminó Lana de contar su versión de la historia–, el otro grupo se separó y fundó su propio pueblo, que el día de hoy es la gloriosa Great Lake City; y por eso, cuando sea grande, me mudaré allí para tener el derecho de lavarme como yo quiera.
–¡Eso no fue lo que pasó! –objetó Ronnie Anne frunciendo el ceño.
A su vez, la cara de Lola se deformó en una abismal mueca de repudio tras observar las mugrientas y hediondas manos que su hermana presumía con la frente en alto.
–¿Quiere decir que tampoco te lavas las manos, Lans?
–Nunca lo he hecho y nunca lo haré –aseguró la otra poniendose en jarras–. ¿Acaso eso te molesta, princesita?
A nada de vomitarse ahí mismo, la pequeña Lola rememoró los que hasta ese entonces consideró habían sido los momentos más entrañables que había compartido al lado de su preciada gemela.
Recordó, por ejemplo, la vez que colaboraron para alcanzar el tarro de galletas, cuando tenían apenas dos años y no alcanzaban el mesón de la cocina; por lo que Lana se trepó a los hombros de Lola, a quien felizmente cedió la primera galleta que pescó... Con su mano desnuda; misma con la que se picaba constantemente la nariz.
En otra ocasión, recién que habían cumplido cuatro y habían ido a la playa, las dos chupaban un sabroso barquillo doble de fresa. De repente, sin querer Lola lamió mal el suyo y ambas bolas resbalaron de la barquilla y cayeron a hundirse en la arena. Ante los constantes llantos de su hermanita, Lana le cedió una de sus bolas de helado... La cual agarró con la mano que usaba para rascarse el trasero por en medio de las nalgas mientras veían caricaturas los sábados por la mañana. En esa ocasión, la otra chiquilla estaba tan agradecida con este acto tan altruista de su parte, que de inmediato empezó a chupar el helado que puso en su cono sin chistar.
Más recientemente, precisamente ese día que pararon a almorzar en la plaza de comidas del mall antes de dirigirse a la tienda de ropa, mientras tomaban parte de una buena hamburguesa con papas fritas y gaseosas, Lola le estaba contando a Lana como le estaba yendo en el tema de los certámenes, y esto fue lo que pasó:
Flashback.
–... y entonces, le dije a esa presumida de Lindsey...
–Espera –la interrumpió Lana mientras mascaba un bocado de su hamburguesa–. Tienes algo entre los dientes.
–¿De veras?
–Si.
–¡Hay no! ¡Que vergüenza! ¡Necesito un espejo, rápido!
–Descuida, yo te lo quitaré.
Así pues, Lana se inclinó a pinzar el trozo de lechuga que asomaba de entre los incisivos inferiores de Lola con las uñas del pulgar y el meñique... Que era el dedo que por lo general usaba para escarbarse el oído en busca de tacos de cera.
–Listo.
–Gracias, Lans.
Fin del flashback.
De pronto, estos y muchos otros recuerdos dejaron de ser entrañables y pasaron a asociarse con algo asqueroso y que dejarían traumada a Lola para el resto de su vida. Desde siempre sabía que Lana era alguien pro suciedad y hasta cierto punto lo aceptaba. Con el tiempo había aprendido a quererla y tolerarla tal y como era. No le importaba que se revolcara en el lodo, que eructara en la mesa o que comiera basura y lombrices... ¡Pero que pasara de algo tan fundamental como lavarse las manos, eso ya era demasiado!
–Francamente eso me molesta –se sinceró con su hermana.
–Entonces ya no eres mi gemela favorita –espetó Lana cruzándose de brazos.
–¿Cómo?
–¡¿Acaso tengo que deletreártelo?!
La otra gemela caminó hasta un muro de ladrillos cercano que había en el parque, se ensalivó una de sus mugrientas manos y escribió en la pared con letras grandes:
–Y... A... N... O... E... R... E... S... M... I... ¿Cómo se escribe gemela?
–Oh, vamos –insistió Lola. Entonces procedió a sacar una botellita de su bolsito de mano–, podemos resolverlo, empezaremos una nueva vida. Sólo tú, yo... y un poquito de gel antibacterial.
Ni bien su gemela se acercó con intención de darle a untar un poco del contenido de dicha botellita, Lana se echó para atrás apartando sus mugrientas manos de su alcance.
–¡Aleja eso de mi!
–Pero es por tu salud.
–¡No, gracias! Sabes que me gustan mis olores variados y mis gérmenes.
–Inténtalo, aunque sea una vez, y... Quizá en esas descubrirás que es mucho mejor estar limpia.
–¡Eso dices tú! ¡A mi me gusta estar sucia!
Hasta este punto Lola perdió la paciencia para con su preciada hermana, dando así inicio a una de las típicas discusiones entre las gemelas Loud.
–¡Es mejor estar limpia!
–¡Sucia!
–¡Limpia!
–Disculpen, niñas –las interrumpió Lincoln, quien se aproximó a ellas en compañía de sus amigos de Royal Woods y Great Lake City–. ¿Podrían ir a discutir a otra parte? Tenemos una batalla que representar.
–Bien –gruñó Lola sin hacer caso a los reclamos de su hermano mayor–. Si es así como va a ser, entonces me uniré al otro bando.
Acto seguido, la chiquilla le arrancó el uniforme rojo a su hermano de un tirón para ponérselo ella misma, por poco dejando al incauto como vino al mundo, de no ser porque no le arrancó también su trusa de la victoria.
–¡Oye!
Ante lo cual los otros chicos empezaron a protestar por lo que hizo, salvó Ronnie Anne que, en lugar de ello, repasó con su mirada al peliblanco esbozando una picara sonrisa y hasta, en lo más discreto, relamiéndose los labios con cara de antojo.
–¡Bien, yo también! –chilló Lana.
Quien, de igual modo, le arrancó su uniforme azul a Laird para ponérselo ella misma.
Al quedar el otro chico en paños menores, sus amigos de Great Lake City y los niños oriundos de Royal Woods se echaron a reír. La única excepción a esto fue Ronnie Anne que en su lugar apartó la mirada con desagrado.
–¡Por Dios, Laird, cúbrete! ¡Nadie quiere ver tus miserias!
–Vamos, chicos –sugirió Lincoln fastidiado–. Vayamos a jugar a otra parte.
Y así, sin mas, se retiraron dejando por su cuenta a las gemelas Lana y Lola en el campo de batalla.
***
Luego de que Lincoln y Laird regresaran a exigir que les devolvieran sus uniformes, el enfrentamiento entre las gemelas dio inicio con Lola aprovechando un momento de distracción de Lana para arrebatarle su gorra y echar a correr con ella.
–¡Mira lo que tengo!
–¡Oye! –reclamó la otra saliendo en su persecución–. ¡Devuélvemela!
–¡No hasta que te laves las manos!
–¡¿Ah si?!
En respuesta, Lana aceleró su carrera y se precipitó a arrancarle su collar de perlas a Lola.
–¡Entonces yo tengo tus perlas! ¡Ja ja...!
Pero, en lugar de molestarse por ello, Lola sonrió con satisfacción, pues justo esperaba que su gemela hiciera eso.
Para cuando Lana se alejó a poco más de un metro de distancia, las perlas del collar de Lola emitieron un leve pitido, tras lo cual le rociaron la cara con gas pimienta: ¡Splash!
–¡HAY! ¡ESO ARDE!
–¡Ja ja ja...! –rió Lola señalándola con el dedo–. ¿A que te supo eso? Es lo ultimo en sistemas contra robos, cortesía de nuestra hermana Lisa.
–¡Ahora verás!
Sintiendo un intenso ardor en sus ojos, que no dejaban de lagrimear, Lana tomó una buena bocanada de aire y se agarró la nariz, se volvió de perfil y sopló con todas sus fuerzas.
Con esto, una bola grasosa de cerumen, no mayor a una pelota de tenis, salió disparada de su oreja e impactó contra el pecho de Lola, manchándole así el vestido de pura porquería color marrón amarillento, repleta de pelillos y costras de piel muerta.
–¡IU! ¡Cera de oido!
Entonces Lana ejecutó su siguiente movimiento. Se sacó el zapato del pie que le dolía más y se envolvió el calcetín sucio en la mano. Luego, con mucho sigilo, se aproximó a emboscar a Lola por la espalda, aprovechando que esta se distrajo al concentrarse en quitarse el cerumen de su vestido.
En el momento preciso que Lana atacó, le rodeó el cuello con el brazo a su gemela y le apretó los cachetes de modo que no pudiese contener la respiración. Después le puso el apestoso calcetín sudado entre la nariz y la boca para que se lo oliera completito completito, al tiempo que gritaba como una desquiciada:
–¡EJECUCIÓN!...
Lola forcejeó hasta que consiguió soltarse del agarre de Lana y se alejó de ella dando traspiés. A continuación, furiosa como nunca tras haber recobrado el aliento, se precipitó contra Lana dando inicio otra pelea de gemelas ultraviolenta.
Primero, Lana le retorció el brazo con todas sus fuerzas a Lola hasta que la piel se le puso toda roja, siendo este un movimiento que aprendió de su hermana Lynn Jr., a quien contadas veces vio aplicárselo a Lincoln. A este movimiento suyo la castaña lo bautizó: ¡BRAZO QUEMADO!
A lo que Lola contraatacó asestándole un karatazo en la nuca a Lana. Movimiento que ella también aprendió de Lynn, quien de nombre le puso: ¡GOLPE CERTERO!
Lana, entonces, respondió con otro movimiento aprendido de su hermana la deportista, que consistió en meter la mano por el cuello del vestido de Lola hasta alcanzar sus pantaletas, las cuales estiró por el borde hasta rasgar el elástico causándole un tremendo dolor, acorde al nombre que correspondía este movimiento llamado: ¡EL TORTURADOR!
Para librarse de Lana, Lola la apartó de un violento zarpazo que también aprendió de Lynn, al cual le puso de nombre: ¡GOLPE DE GARRA!
Entonces Lana chupó su dedo empapándolo todo de saliva y flemas, con lo que se lanzó a contraatacar a Lola con intención de untárselo en el oído, mientras clamaba a voz en grito:
–¡DEDO ENSALIVADO!
Sin embargo, Lola evadió su ataque de un manotazo, momentos antes que chocaran y cayeran al suelo en donde siguieron revolcándose a puño limpio.
Para cuando se dio cuenta, Lola estaba abajo de Lana quien la tenía aplastada contra el suelo con sus callosas manos de mecánica automotriz. Las dos se igualaban en fuerza y agilidad, pero pasaba que la princesita de la casa no contaba con la misma destreza para el combate cuerpo a cuerpo que su gemela, quien en sus ratos libres se ejercitaba luchando con lagartos.
–¡Suéltame! –gritó de todos modos.
Indiferente a sus protestas, Lana se inclinó más acercándole cuanto pudo su trasero a la cara a Lola y canturreó:
–Respira profundo...
Para luego rociar a toda su persona con una verdosa nube de: ¡GAS LETAL!...Tan sonoro que tronó en todo el parque al grado de ahuyentar a las aves de sus nidos; tan potente que los muslos de Lana vibraron al salir; y tan hediondo que Lola quedó retorciéndose en el suelo con ambas manos apretadas contra la cara, los ojos llorosos, su nariz moqueando y su boca chorreando espuma.
–¡QUE ASCO!... ¡QUE ASCO!... ¡QUE ASCO!...
–¡BUM! –se burló Lana tras quitársele de encima y volver a ponerse su gorra–. ¿A qué te supo eso?
Apenas se pudo poner en pie, su gemela corrió a volver el estomago sobre un hormiguero, del que salieron centenares de hormigas a soltar reclamos apenas audibles y sacudir sus minúsculos puños en su contra.
–¡BUUUUAAAAGH...! Ay... Me hiciste doler la cabeza.
–¿Te rindes? –rió Lana de modo jactancioso.
–Nunca –jadeó Lola tras escupir otra poca de vomito sobre el hormiguero–. Una sucia palurda como tú jamás será rival para una belleza sana como yo.
–Se te desabrochó el vestido.
–¿En serio?
Lola se volvió a tratar de avistar la cremallera de su espalda.
–Yo lo arreglaré.
A lo que Lana llegó por detrás a meterle un terrón de tierra por el cuello del vestido.
–¡IU! –chilló Lola mientras trataba de sacudirse la tierra de encima–. ¡Ya estarás satisfecha!
–Listo –se burló Lana otra vez–. Ahora te ves bien.
–Tienes que arreglarte un poquito –dijo la gemela del vestido rosa, señalando el pie descalzó de la gemela de overol, en el cual se apreciaban unos endurecidos cascos verdiamarillentos por uñas–, mira esos pies.
–¿Por qué? –protestó la otra encogiéndose de hombros–. ¿Qué hay con ellos?
–No te preocupes, yo me encargaré de eso.
Con esto dicho, Lola se abalanzó sobre Lana y se levantó otra nube de pelea.
Segundos después, Lana estaba sentada en un sillón –sacado de quien sabe donde– y a sus pies tenía a Lola tallándole los callos con una piedra pomes y sacándole la suciedad de entre las uñas con una lima.
–¡No! ¡Una pedicura no! –gritaba desesperada mientras le trataban el pie–. ¡No, no, no, eso no, eso no!... ¡Todo menos eso!... ¡No!... ¡Esmalte de uñas!...
Al final, el calloso pie descalzo de Lana quedó terso, suave, perfumado y con las uñas pulcras, arregladas y barnizadas con un bonito tono rosado con brillantina y estampas floreadas.
–¡Monstruo pervertido! –rugió levantándose del sillón–. ¡Enfrenta mi aliento matinal!
En venganza, Lana tomó otra buena bocanada de aire y exhaló una nube de tufo marrón sobre la cara de Lola. Tan potente fue el hedor que sus ojos lagrimearon más y la base de su maquillaje se resecó y cuarteó toda hasta hacerse polvo.
–Cof... Cof... Cof... Cof... Usted, señorita –protestó Lola tosiendo repetidas veces–, necesita higiene dental.
–¿Quién? ¿Yo? –replicó Lana–. Mis dientes están bien.
Y esbozó una amplia sonrisa, cuajada de dientes pútridos y amarillentos, que más bien parecían rocas melladas.
–Un poco de dentífrico y serán como los míos –dijo Lola, esbozando ella una sonrisa dotada de dientes tan blancos y brillantes que parecían finas perlas.
Y diciendo esto, sacó un cepillo y un tubo de pasta de dientes, pero Lana echó a correr.
Por lo que Lola dio un saltó olímpico y le cayó encima derribándola con una patada voladora. Una vez la tubo a su merced, empezó a cepillarle los dientes a la fuerza, los de arriba para abajo, los de abajo para arriba y las muelas en forma circular.
–¡Tienes que cepillarte en círculos!
Mas, tras esmerarse mucho en ello, Lana consiguió quitarse de encima a Lola y volvió a ponerse en pie.
–¡Puaj!... ¡Fresco mentolado!... –bramó escupiendo a diestra y siniestra, al todavía resentir el gusto a dentífrico entre la lengua y el paladar–. ¡Prueba la axila, malhechora!
Acto seguido, de debajo del ala de Lana emergieron varias enredaderas de pelo que rasgaron su camiseta y se lanzaron a apresar a Lola de manos y pies y la arrastraron con violencia hasta hacer que quedara pegada de cara contra la sudorosa y hedionda axila de su hermana.
Después que la frotaran contra la apestosa axila, Lola quedó libre de las enredaderas y se echó para atrás.
–Eres una chiquilla muy apestosa –dijo mientras tosía en un pañuelo y sacaba algo más de su bolsito–. Creo que te vendría bien un poco de... ¡ESTO!
Esta vez fue Lana la que se echó para atrás, pero del espanto al leer lo que rezaba la etiqueta de la lata en aerosol.
–¡No!... –gritó echando a correr despavorida–. ¡No!... ¡Desodorante no...!
Pero Lola ya había apretado la boquilla a fondo, generando así una densa nube de aerosol que acabó alcanzando a Lana...
–¡No!...¡Cof! ¡Cof!... Cof! ¡Cof!... ¡Cof!... ¡Puaj!... ¡Huele a gases de princesa!
Cuyos pelos de las axilas se irguieron y volvieron a introducirse en su piel, tal cual una familia de conejos asustados que retornan a refugiarse en su madriguera de un depredador.
–Mi bello pozo apestoso... –se aquejó Lana tras olfatear su ahora aromatizada axila–. Se ha ido... ¡Fuera gentileza!
Con un agraciado movimiento, la gemela de gorra roja fingió desenvainar su dedo indice como si de una espada se tratase. Luego, con este mismo dedo apuntó amenazante a la gemela de vestido rosa.
–¡ES HORA DE LOS MOCOS!
–Osa, mocosa –rió Lola de forma altanera–, ¿qué vas a sacar tú, si tu nariz es tan bonita y chiquita como la mía?
–¿Ah si?
–Si.
–¿Ah si?
–¡Si!
–Pues, ¿sabías que, según Lisa, tú y yo en realidad no somos gemelas, sino mellizas? Lo que significa que no somos del todo iguales.
–¿Y eso qué?
Lana tomó aire por tercera vez y contuvo la respiración, hasta lograr que su nariz aumentara de tamaño, resultando ser esta una el doble de larga que la del señor Lynn. Cosa que tomó desprevenida a Lola.
Sus fosas nasales eran tan negras y profundas como cavernas, y tan amplias que Lana pudo meter la mano entera y empezar a escarbar allí adentro.
Presa del espanto y el asco, Lola dio media vuelta y salió corriendo como alma que llevaba el diablo.
–¡HAY!... ¡MOCOS!...
Con su hermana pisándole los talones y arrojándole bolas de mocos en cada ocasión, la otra gemela corrió hasta llegar a la gasolinera de Flip. Lugar a donde entró a refugiarse. Igual, su hermana le siguió el paso.
Ahí adentro se toparon casualmente con Rita, que a esa hora estaba haciendo las compras en compañía de la pequeña Lily.
–¡Mamá!... –gritó Lola mientras corría por entre los estantes de abarrotes para huir de Lana–. ¡Mamá, Lana está desenterrando oro!
–¿Oro? –repitió Flip interesado.
Tan interesado que salió a seguir a las gemelas en cuanto estas abandonaron el establecimiento.
A los pocos segundos regresó sin mostrar expresión alguna en su rostro y estremeciéndose del asco.
–¿Conseguiste algo del oro de mis hijas, Flip? –le preguntó Rita en tono sarcástico.
–Ellas no están desenterrando ningún oro que me interese –contestó el viejo en lo que volvía a ocupar su lugar atrás del mostrador.
***
Así mismo, Lana correteó a Lola hasta la casa Loud. Las dos cruzaron la puerta a prisa, subieron las escaleras y llegaron hasta la habitación que compartían ambas.
–¡Aja! –rió triunfante la una gemela en el momento que creyó tener acorralada a la otra–. ¡Ya te tengo!
Pero Lola no se rindió. Aprovechó que la mesita con su juego de té estaba cerca, por lo que, a toda velocidad, se precipitó a agarrar una taza y vaciarla en el rostro de Lana.
–¡Puaj!... ¡Té frío!... ¡Es suficiente!
En respuesta, Lana agarró al oso de felpa que estaba sentado a la mesita y lo levantó en alto.
–¡¿Ves esto?!
–¿Un oso de peluche? –rió Lola encogiéndose de hombros–. ¿Qué vas a hacer? ¿Jugar con él?
–Oh no, no voy a jugar con él.
Dicho esto, Lana abrió la cremallera en la espalda del oso e introdujo por allí su pie descalzo. Acto seguido, se quitó el otro zapato y el otro calcetín e hizo lo mismo con un unicornio que halló en la silla de al lado.
–¡No! –gritó Lola espantada–. ¡Señor Springles! ¡Eunice!
–Así es –rió Lana dando saltos con los muñecos puestos a modo de pantuflas–, tus preciados peluches en mis pies apestosos.
–¡No sigas con eso!
–¡Apestosos y sucios pies!
–¡Detente ahora mismo!
A los pocos instantes, la cara de Lola se encendió enrojeciéndose toda y se hinchó como un globo, a la par que sus orejas empezaron a echar humo; cosa ante lo cual Lana dejó de burlarse al advertir que aquello iba a detonar en...
–Es una...
¡KABOOM!
–¡EXPLOSIÓN...!
De un certero puñetazo en la quijada que le propició Lola, Lana atravesó el techo de la casa Loud y salió volando por los aires. De ahí aterrizó en uno de los tachos de basura del parque Árboles Altos, repleto hasta el borde de toda clase de desperdicios: ¡Splash!
–Oigan –exclamó contenta para si tras asomar la cabeza fuera del bote–, recuperé mi suciedad.
–No por mucho tiempo, pequeña mugrosa –en esas, Lola ingresó por la entrada del parque, encendida de ira, y llevando consigo lo que parecía ser una granada de mano color rosa con una etiqueta lavanda en la que aparecían dibujadas unas pompas de jabón–. La perderás cuando use esto contigo.
–¡No! –gritó Lana en lo que se apuraba a salir del bote, ni bien se dio cuenta lo que pretendía hacer su hermana–. ¡Una bomba de baño no! ¡No te atreverías!...
–Ponme a prueba –la desafió Lola tras quitarle la argolla a la granada.
–¡Aléjate! –amenazó la otra gemela levantando el bote de basura con ambas manos–. ¡Te lo lanzaré!
–¡Ya es muy tarde para eso!
Lola arrojó la bomba de baño contra Lana, y Lana a su vez arrojó el tacho de basura contra Lola.
Fue así que el enfrentamiento entre las gemelas culminó, con la una siendo alcanzada por una explosión de agua enjabonada y aromatizada con sales de baño, y la otra siendo sepultada bajo kilogramos de basura asquerosa e inmunda: ¡KABOOM! ¡SPLASH!
Lana quedó tan limpia y aseada, que su piel y toda su ropa quedaron brillantes y relucientes. De hecho, los verdaderos colores de sus ropajes quedaron en evidencia. Su gorra roja de siempre había sido en realidad de color rosado, su overol azul resultó ser lavanda y la camiseta verde marino que usaba por debajo de este mismo recobró su blancura de antes.
–Mi bella suciedad –se aquejó–, se a ido. Rechino de limpia.
Lola, por otro lado, quedó tan sucia que ahora parecía una concursante de pasarela francesa, con todo y moscas revoloteando a su alrededor. Su pelo bien cuidado se erizó y quedó llenó todo de restos de comida putrefacta y su bonita cara salpicada de manchas de café. Por entre sus dientes ahora reptaban cochinillas y su pulcro vestido rosado se tornó de un feo marrón caca.
–Estoy cubierta de suciedad y mugre –se aquejó igualmente.
–Para recuperar mi suciedad tendré que revolcarme en el lodo por siempre –se siguió aquejando la otra gemela.
–Demoraré semanas en limpiarme –se lamentó Lola para si–. Necesitaré veinte baños al día.
–Tendré que untarme tierra en las axilas –dijo Lana.
–Desinfectar mis globos oculares.
–Manchar mis dientes con limo.
–Y mandar mi garganta a la tintorería.
¡Ding, ding, ding, ding, ding...!
De pronto, las gemelas Lana y Lola tuvieron al tiempo la mayor revelación de toda su cansada y alocada existencia.
–¡Si! –clamaron triunfantes al unísono–. ¡Muy bien!
–Ahora que estoy así de sucia puedo pasar todo el día limpiándome –dijo Lola estrechando la mano de Lana en agradecimiento.
–Y ya que estoy limpia puedo ensuciarme mucho más –agradeció Lana estrechando la mano de Lola–. Gracias, Lols.
–No, Lans, gracias a ti.
Y así las dos resolvieron sus diferencias con un afectuoso abrazo entre hermanas, mientras reían y exclamaban en sincronía:
–Te quiero, eres mi gemela favorita.
–¿Qué pasa aquí? –interrumpió Lincoln que llegó en compañía de los otros chicos vestidos con casacas–. La batalla no termina hasta que haya un vencedor.
–No temas, querido hermano –declaró Lola, aprovechando el momento de inspiración para dar un discurso que haría a todos reflexionar–, he aprendido la verdad. No importa si uno está sucio o limpio porque: ¿puede existir la limpieza sin la suciedad? ¿Conoceríamos la suciedad sin la limpieza? No debemos volver a representar la historia que nos divide. En vez de eso debemos adoptar aquello que nos une. Todos somos libres para elegir nuestro propio camino.
–Vaya –exclamó el sorprendido peliblanco enarcando ambas cejas–. Me has dado una valiosa lección.
–¿Y cuál es, querido hermano?
–Que representar batallas es patético –concluyó volviéndose a sus amigos–. Vamos, chicos, juguemos algo que si merezca nuestro tiempo.
–Como futbol –sugirió Liam.
–O Hockey –sugirió Ronnie Anne.
–O tejer suéteres esponjosos –sugirió Clyde.
Al que se quedaron viendo, como con extrañeza, pero sólo por unos segundos antes de entre todos elogiarlo por la magnifica idea que había tenido, y coger rumbo a su casa para dedicarse a dicha actividad.
–Vamos, Lana –dijo Lola–. Mi trabajo ya está hecho.
Terminado de dar su filosófico discurso, Lola cogió rumbo de regreso a la casa Loud, con intención de darse un relajante baño de burbujas, seguida por Lana que rechinaba de limpia y no podía esperar para revolcarse en el lodo.
FIN
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