En mi alcoba


Acostada en la alfombra de mi alcoba, no puedo dejar de pensar. Mis sentimientos por él no dejan de crecer día tras día, noche tras noche y no me dejo de preguntar el cómo haré para que sus ojos, su sonrisa y todo su hermoso ser, se fijen en mí.

Sus azules ojos, me impactan de la manera más profunda que pueda existir; cuando se clavan en los míos, es como si me paralizara por completo, sus miradas logran que todo mi cuerpo comience a temblar por su presencia, me estremezco y no puedo evitar que todo mi ser se muera de amor y de ternura. Y cuando tengo la fortuna de que él me sonría, accede en mí algo muy hermoso, mi corazón comienza a latir de una manera acelerada. Tan sólo viendo cómo —con sus manos— se arregla el rubio cabello cuando se encuentra platicando, siento unos fuertes deseos de gritar, aflora en mí un profundo e inmenso anhelo de darle gracias a la vida por lo feliz que me estaba haciendo. También, en esos momentos, quisiera gritarle a él mismo cuánto amor estaba sintiendo y de decirle que mi corazón ardía —con toda su pasión— cuando pensaba en nosotros, en todas las cosas que podríamos hacer juntos.

Aunque aún no se bien la manera de expresarle todo lo que siento, me he dado cuenta de algo. Antes solía negarme al derecho de decirle cuánto lo amaba, pensaba que yo no merecía estar junto a su lado y tampoco podía ignorar el hecho de que estaba convencida de que debería ser él quien declarara todo su amor por mí. Pero luego de todo este tiempo, he descubierto que muchas chicas se habían interesado por su persona y la verdad es que no las culpo, ya que él es más que perfecto, es una muy buena persona, llena de cariño, de bondad y de mucho amor para ofrecer. A pesar de que muchas de ellas se le habían declarado, él las había rechazado de la forma más cortés; según una de ellas, la razón que le había dado, era que —en efecto— se sentía atraído por alguien más, por una chica en especial. Al oír ese rumor, no pude dejar de sentir cosas extrañas; tal vez fueron un poco de celos, quizás algo de impotencia, era una mezcla de sensaciones muy feas y poco tranquilizadoras. Las lágrimas brotaban de mis ojos todo el tiempo, como si fuera algo inacabable, pasaba noches enteras en mi lecho llorando, con los pechos oprimidos por mis propias rodillas. Lloraba de una forma intensa y desconsolada, y no había nadie —en absoluto— que me pudiera comprender, ni que me pudiera abrazar y decirme que todo estaría bien. Al poco tiempo, con el transcurrir de las semanas y de los meses, no puede evitar perder la confianza en mí mismo y resignarme por completo. Tenía que empezar a tratar de sacármelo —para siempre— de la cabeza, de mis recuerdos y de mi corazón. De lo contrario, me haría mucho daño, tenía la certeza de ello.

Pero fue luego de un tiempo más, cuando él comenzó a notar mi presencia —en el momento en que mis sentimientos parecieron llegar a él— y a hablar conmigo de una manera suelta. Empecé a hacerme la idea de que él se encontraba interesado en mí, aunque sabía que no debía ilusionarme demasiado. Sin embargo los días pasaban y nos empezamos a frecuentar mucho en una cantina, cerca de la escuela. En alguna que otra ocasión, me invitó al cine a ver algunas hermosas películas; esos fueron días de oro para mí y espero que para él también. Estoy convencida de que he encontrado aquel amor que llega una vez cada muchos años en la vida de una chica y aquí, acostada en la alfombra de mi alcoba, no puedo dejar de concebir la idea de que esta vez no me acobardaré, esta es una oportunidad única en mi vida y no la voy a desaprovechar. Mañana, cuando vayamos al lago, me acercaré hacia él, lo miraré a sus ojos —que son tan profundos como hermosos—, esperaré a que me dedique una de sus sonrisas tan tiernas y luego de que me pregunte que pasa, voy a reunir todo mi valor para poder abrir mi corazón y decirle que ya puedo descansar en paz. Luego, me desvaneceré como un polvo mágico que deja una estela de su esencia, de lo que alguna vez fue.

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