Capítulo Tres
Amberly se miró en el espejo y suspiró consternada.
Era inútil intentar negarlo por más tiempo.
Había pasado.
Tenía ojeras.
¿Cómo podía tener tan mala suerte, se preguntó?¿Cómo era aquello posible?
Oh, no, se dijo. Esa pregunta no era del todo acertada. Ella sabía perfectamente el por qué de aquella situación.
Vaya que lo hacía.
Llevaba seis días sin dormir.
¡Seis días!
Lo había intentando mediante todos los medios a su alcance; contar ovejitas, leer en la cama, tomar extrañas infusiones con sabores aún más extraños, montar a caballo todo el día para cansar su cuerpo tanto que inevitablemente este cayera rendido...
Pero nada había dado resultado. ¡Nada! Y todo debido a su mente. Su odiosa mente, que se negaba a desconectarse, a descansar, a dejarla tranquila ni un solo minuto.
Era demasiado. Demasiado de absolutamente todo; sentimientos, pensamientos... se sentía desbordada por la situación y sin saber muy bien, por primera vez en su vida, cual era el siguiente paso que debía dar.
¡Ella! ¡Amberly Adams! La joven que siempre sabía cual era su lugar. Sensata, inteligente, concienzuda y tan, pero tan decidida...
Allí estaba ahora, hecha un total y completo lío y manojo de nervios.
Aquello era, pensó con amargura, en cierto modo irónico, pues a diferencia de sus hermanas, nunca había querido una historia de amor tranquila. Ella, en secreto y en voz alta, siempre había deseado una relación apasionante, llena de sentimientos desbordantes, emociones que la confundieran, problemas que resolver.... un relato memorable que contarle a sus hijos y nietos, lleno de ternura y pasión, pruebas que superar, un villano y mil obstáculos que vencer, que comenzara con un flechazo y terminara con un "y aún a pesar de todo, triunfó el amor".
Y ahora lo tenía. Más o menos.
Pero para variar, el destino había acabado con el tiempo por cumplir su más grande anhelo, le había dado su historia de amor, pero al hacerlo, la había desfigurado y convertido en algo muy desagradable y que ella particularmente detestaba, tanto en los libros como en la vida real; un triángulo amoroso.
Por un lado, su pianista; un caballero triste y misterioso que acababa de conocer y ; por otro, su caballero de los ojos brillantes, con el que llevaba toda su vida soñando.
Amberly era consciente de que aún no estaba enamorada de ninguno de ellos porque, y a pesar de su corta experiencia al respecto, sabía que el amor no era instantáneo, que no aparecía de la nada de golpe por arte de magia.
El amor, quizás por la inmensidad del sentimiento en sí o por su profundidad, era lento, gradual. Era apreciar las virtudes del otro, aprender a querer sus defectos, conocerse y mostrarse a la otra persona de una nueva forma desconocida para uno mismo hasta el momento.
Sí, sabía que había distintos tipos de amor y que algunos de ellos no requerían de tanto, pero el bueno, el verdadero, el que ella quería, ese requería tiempo y dedicación.
Por lo que estaba segura de que aún no amaba a ninguno.
Pero, y de una forma extraordinaria que aún no comprendía y que la sorprendía, algo en su interior le gritaba que había encontrado a la persona que le daría esa historia de amor que llevaba tanto tiempo buscando.
El problema era que esa sensación la había tenido con los dos caballeros, por lo que le era imposible discernir cual era el indicado, algo que la angustiaba profundamente pues sabía que, en el juego del amor, si uno no anda con cuidado y se decide rápido ante las encrucijadas que se ponen en su camino, puede acabar por perderlo todo.
Suspirando y sintiéndose muy desgraciada, Amberly procedió a vestirse y peinarse procurando no mirarse demasiado en el espejo pues sabía que este, además de las ojeras y una mirada triste y confundida, le mostraría algo mucho peor, los kilos imaginarios que según ella había engordado al pagar sus desgracias con comida, con la que, después de haber adelgazado una cantidad ingente de kilos, mantenía una dura relación.
No tenía tiempo para autocompadecerse, pensó. No ese día. No cuando tenía tantas cosas por hacer.
¡Era el día de la boda de su hermana, Dios bendito!
Y ya había perdido sufieciente tiempo pensando en sus ñiñerías, no podía permitirse perder más, no cuando aún debía ultimar los detalles del banquete, de las flores, del vestido de su hermana...
¡Su hermana! Solo de pensar en como debía de estar Cristal... muerta de los nervios, seguro.
Y ella todavía allí perdiendo el tiempo de forma tan egoísta en vez de estar ayudándola... Menuda hermana mayor que estaba hecha.
Que desastre, pensó mientras corría de un lado a otro de la habitación intentando acabar de acicalarse.
¡Qué desastre!
Aún colocándose las horquillas en el cabello, Amberly acabó por salir dos minutos después de su habitación intentando, desesperadamente, componer una sonrisa que mostrara la felicidad que en verdad sentía, al margen de sus propios problemas, porque una de sus hermanas al fin hubiera encontrado el amor y se hubiera percatado de ello y decidido hacer algo al respecto.
No como la lenta y sorda de Victoria.
Y ya estaba a punto de tocar la puerta de la habitación donde en teoría se estaba vistiendo Cristal cuando Amara la llamó.
-Señorita.- dijo en su habitual tono cordial.- ha venido un caballero a verla.
Amberly la observó consternada tras aquel anuncio, después observó unos instantes la puerta y de nuevo a ella sin poder creer lo que había oído.
¿En verdad había alguien tan poco considerado cómo para ir a entretenerla en un día como ese?
Amberly suspiró, asintió resignada y siguió a su criada a través de los pasillos de su casa mientras cavilaba en la mejor forma de despachar al caballero que había venido a visitarla (el cual estaba bastante segura de que era un odioso pretendiente escogido por su padre) y acerca de las pronunciadas ojeras que acababa de ver en su sirvienta.
Al parecer no era la única en esa casa que llevaba unas cuantas noches sin dormir.
Pero cuando llegó al saloncito al lado de la puerta principal, una acogedora habitación decorada en tonos verdes y blancos, todo pensamiento desapareció de su mente pues, sentado en el sillón, no encontró a uno de sus cientos de incordiantes persecutores, como había pensado sino, sorpresiva e indesperadamente, al prometido de su hermana.
-Lord... Lord Norfolk.- dijo con el ceño fruncido haciendo una dubitativa reverencia ante su futuro cuñado- lo lamento, Amara debe de haberse equivocado de... voy a llamar a Cristal...- dijo mientras miraba hacia la puerta dubitativa y de nuevo a su visitante.- aunque no estoy del todo segura de si...- dijo mientras se disponía de forma vacilante, a salir de allí.
Pero una mano que sujetaba delicadamente la suya la detuvo.
-No se preocupe. Soy consciente de que no sería correcto que viera a su hermana. Pero esto no es ningún problema para mí.- dijo para sorpresa de ella.- ya que, en realidad, he venido a verla a usted.- le comunicó mientras la guiaba gentilmente hacia el sofá donde, momentos antes, había estado sentado él con la mirada perdida.- Bueno, en realidad más que verla, yo....- le dijo con un deje de nerviosismo una vez ya se hubieron acomodado .- he venido a abusar un vez más de su generosidad y a agradecerle de paso, ya que no tuve ocasión la vez anterior, lo que hizo por mí. Sin su carta jamás hubiera sabido a tiempo que mi prometida estaba a punto de comprometerse con otro hombre.- Amberly sonrió.
-No debe agradecerme algo que hice por puro egoísmo. Mi hermana jamás hubiera sido feliz con otro caballero que no fuera usted.- Harding tragó saliva, inquieto e incómodo por lo que ella acababa de decir, algo de lo que Amberly no perdió detalle.- Y no debe temer pedirme favores. En unas horas seremos familia.- agregó sonriéndole para intentar infundirle la confienza que acababa de darse de cuenta que le faltaba.
Harding asintió y tragó saliba, decidio ha hablar por fin sin tapujos.
-Verá... no es un secreto para nadie que usted... ayuda a jóvenes a encontrar pareja.-el duque se detuvo unos instantes intentando que ella intuyera lo que iba a pedirle para que no resultara todo tan violento.-Y yo... yo necesito su ayuda para un amigo.
-Oh.- dijo consternada. Madres con sus hijas, hijas con sus madres, primas, hermanas, amigas... pero un amigo para otro... aquella era la primera vez que le sucedía.- oh, por supuesto, por supesto.- contestó ella.- Perdone mi sorpresa. Esto no suele ser lo habitual y me ha pillado desprevenida, pero con mucho gusto lo ayudaré.
-No debería aceptar tan rápido.- susurró Harding.- y menos sin saber aún quien es. Le advierto de antemano. Encontrar pareja para mi amigo no será tarea fácil.
-Lord Norfolk, me ofende dudando de mis aptitudes.- rezongó Amberly indignada.
-Oh no. Me ha comprendido mal. No dudo para nada de sus cualidades. Son las de mi amigo las que me preocupan.- dijo él divertido. Amberly frunció el ceño.- No me malinterprete. Es un muy buen hombre, probablemente el mejor de entre los que he conocido incluyéndome a mí, Adam e inluso Jeremy. - Amberly quiso rosar los ojos ante su vanidad, divertida, pero se contuvo.
-¿Qué es lo que le pasa entonces? ¿Es muy mayor?- Harding negó con la cabeza.- ¿Es desagradable? ¿Tiene aspecto descuidado? ¿Malos modales? ¿Es avaro? ¿Está arruinado?- Harding negó todo y ella se exasperó. Su curiosidad crecía con cada segundo que pasaba.
-Cumplió los treinta ayer. -comenzó a explicarle él ante la evidente impaciencia de ella.- Es apuesto, ha heredado un título nobiliario y ganado uno en el ejército por mérito propio. Se viste lo más pulcra y elegantemente que puede y comparte todo lo que tiene, e incluso lo que no tiene, con los demás. Y es precisamente por ello, que ha generado con nosotros, sus amigos, más deudas de las que jamás podremos saldar. Especialmente conmigo.
-Y es por eso que desea ayudarlo a encontrar esposa. Eso es muy noble por su parte. Y muy bonito. Pero aún no me ha explicado por qué, si su amigo es tan bueno como dice, no da encontrado consorte solo.- apuntó ella perspicaz, intentado averiguar que tan hábilmente él le intentaba ocultar.
-Verá.- suspiró su cuñado resignado a decirle lo que tanto había evitado pronunciar.- digamos que sus habilidades sociales se han visto trastocadas en la guerra. No creo que las haya perdido del todo, al fin y al cabo, en otro tiempo fue un miembro muy querido por la sociedad y considero difícil la posibilidiad de que haya olvidado lo que en su día tan hábilmente aprendió. Pero últimamente y por una serie de razones que espero me deje obviarle, encuentra más motivos para quedarse fuera de los salones de baile que para entrar. Pero debe hacerlo, el triunfo en la entrada a la sociedad de su hermana, que es inminente, depende de que él se posicione de nuevo donde estaba. Y para ello, como usted comprenderá, necesita a la esposa adecuada.
Amberly analizó todas sus palabras, conmovida por el hombre descrito y por el acto de amitad del propio Harding cuando, de pronto, un detalle de lo que él le había contado llamó especialmente su atención.
-¿Ha dicho... para quedarse fuera?- susurró con el corazón en un puño.
No podría ser.
-Verá, es tanta su ansia por hacer lo correcto y tan buena su reputación hasta el momento que es invitado y acude a todos los bailes pero... sus diversos... problemas... provocan que no se atreva a entrar nunca en los salones y acabe quedándose en los balcones, bibliotecas...- Amberly sintió como esas dos últimas palabras retumbaban en las paredes de su cabeza.- pero hoy, con motivo de mi enlace, al fin ha accedido a acudir a un baile sin excusas y yo esperaba que...
-Por supuesto.- dijo ella inmediatamente al tiempo que pestañeaba para intentar apartar las lágrimas que empañaban sus ojos.- Lo haré encantada. Déjelo en mis manos.
-Gracias.- dijo el contento mientras se levantaba apresuradamente.- pues sin más demora voy a arreglarme, que ya se me hace tarde. He dejado en manos de Amara una caja con un regalo para su hermana que espero usted también se encargue de que le llegue. No es nada importante, pero me he enterado que no ha tenido tiempo de comprar un vestido y ...
-Lo haré. No se preocupe. Y muchas gracias.- dijo ella mientras se giraba hacia la ventana para que no fuera tentigo de la emoción que la embargaba. No podía creerlo. - Lord Norfolk.- lo llamó mientras sacaba el pañuelo de la manga de su bolsillo. Donde siempre lo guardaba.- Se ha olvidado de decirme como se llamaba su amigo.- le dijo mientras acariciaba con el pulgar las inciales bordadas en la tela.
Harding, quien ya tenía la puerta abierta para salir sonrió.
-Lord William Andrew Cavendish. - afirmó con orgullo.- tal vez le suene. Últimamente su nombre ha estado en boca de todos debido a su inminente ascenso como general, sus medallas y su buena relación con la reina. O incluso puede que de antes de ser considerado el reconquistador de España. Aunque es usted muy joven, seguro que ha oído alguna vez hablar del "niño de oro" de la sociedad. Un futuro duque que tocaba el piano como los ángeles.- le explicó él. Al no oírla contestar vivamente, como de costumbre, el duque sonrió. - La veo muy pensativa. ¿Es que acaso ya ha encontrado a la candidata ideal?
Amberly, aún conmocionada sonrió de pura felicidad.
No podía ser cierto.
Era imposible.
Demasiada casualidad.
Y sin embargo...
Lo era.
Quería gritar de alegría.
saltar, chillar.
Pero en lugar de ello, hizo otra cosa que soprendió mucho más a Harding.
-Sí.- afirmó con rotundidad.- ya lo he hecho.
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