Capítulo Ocho

A la mañana siguiente, el olor de un ramo de peonías la despertó.

-Mira lo que han traído hace un momento para ti.- le susurró Marlene divertida.

Amberly sonrió contenidamente, más emocionada de lo que las palabras podrían expresar.

-Mi hermana pequeña, duquesa.- dijo Victoria desde la puerta. Amberly rodó los ojos y se incorporó en la cama para poder coger bien las flores y la tarjeta que colgaba de ellas.

"En agradecimiento por hacerme entender el placer y el triunfo de una intuición afortunada".

-Y por encima cita a Jane Austin. En verdad, hermana.-le dijo Marlene soprendida-es como si hubieran hurgado en tu cabeza y sacado de ella el hombre de tus sueños.

Amberly sonrió complacida, y, a la vez, atenazada por la angustia .

Todo era tan perfecto... demasiado, tanto como para sentirse frágil... ¿hasta cuándo le duraría esta felicidad?

Pues exactamente, pensó, dos horas, que había sido el tiempo que pasó esperando a que William fuese a visitarla esa mañana y oír, por boca de una criada que había ido al mercado, que en su lugar el duque había optado por visitar la casa de Lady Clara Southmore.

Amberly sintió en aquel momento, como toda la esperanza moría en su interior de golpe.

Que es exactamente como William llevaba sintiéndose toda aquella mañana.

Y su visita a la casa de Lady Clara no había hecho otra cosa que empeorar su estado de ánimo.

No lo entendía. Lady Clara era maravillosa, todo lo que cualquier hombre que se precie podría llegar a desear en una mujer.

Y sin embargo, a lo largo de las dos horas que permaneció en su casa, oyendo la perorata de su madre y los dulces y tímidos monosílabos de ella, sintió como si estuviera en el lugar equivocado.

Y cuando ambas mujeres lo despidieron amablemente en la puerta pidiéndole que volviera pronto, él tuvo la absoluta certeza de que no lo haría.

Ella era como el traje perfecto, el que todos desean ponerse. Pero al probárselo, se había dado cuenta de que a él no le sentaba bien.

No había nada de malo en ella, simplemente, no era su "ella".

Y aunque William no sabía muy bien que es lo que se suponía que debía sentir con la persona indicada, estaba seguro de que no era lo que había sentido con aquella mujer.

No tenía mucho tiempo para encontrar esposa, era verdad. Pero si había algo que no estaba dispuesto a hacer para cumplir sus deseos era pasar por encima de sus principios. Y él no era un ladrón, por lo que nunca podría haberse quedado para sí una mujer que sabía destinada para otro.

En verdad, pensó, todo aquello lo había sabido desde la primera vez que la vio. ¿En qué momento había decidido darle una oportunidad?

Probablemente, pensó, esa mañana al despertar, en la que se dio cuenta de los pocos días que quedaban para reencontrarse con su hermana y sintió la incipiente necesidad de, al menos, poner bajo control la única parte de su vida que sentía que podía dominar.

Y ni eso había logrado hacer.

Quería gritar de frustración a su madre, agitar a su padre, derribar de un bofetón a su hermano y abrazar a Lily de corazón, sabiéndose querido por ella, tal y como tantas veces había hecho.

Pero no podía hacer ninguna de esas cosas. Sólo cabía esperar, esperar y esperar a que Dios decidiese ordenar su vida y darle lo que tanto deseaba.

Fe, tenía que tener fe.

Y la tenía. De verdad que lo hacía. Pero aún así no podía evitar sentirse como si llevase toda la vida dándole patadas a las olas del mar, luchando contra todo y todos.

Y estaba cansado, muy cansado de hacerlo.

Y especialmente de hacerlo sólo.

Así que quizás por ello, o por el cansancio mismo de luchar contra aquello que en verdad sabía que llevaba toda la mañana queriendo hacer, a pesar de no estar dispuesto a reconocérselo a sí mismo, es por lo que sus pasos sin rumbo lo acabaron llevando a la casa de los Adams para ver a Amberly.

Porque ella sabría que hacer.

Siempre lo hacía.

Pero su sorpresa no pudo ser mayor cuando, en lugar de a ella en la puerta de su casa, a quien encontró fue a Adam, quien observaba el lugar con un rostro que reflejaba horror en la mirada y con un ramo de narcisos en la mano.

-¿Adam?-susurró incrédulo.- ¿Qué haces tú aquí?

Su amigo lo miró a él, a sus flores, a la casa y a las flores de nuevo.

-Nada. No hago nada aquí, sólo el ridículo.- y con la mayor cara de frustración y seriedad que jamás le hubiese visto, empujó el ramo de flores hacia él, que lo cogió en un reflejo, y huyó despavorido calle abajo como si le llevase el demonio.

William siguió observando a su amigo unos segundos, confuso y, una vez se hubo recuperado del susto, se acercó y llamó a la puerta de la casa.

Para su sorpresa, esta se entreabrió con un crujido y, dentro, no se encontró a nadie.

William sabía que Harding, al casarse con Cristal, había pagado las deudas de sus padres y hasta había aportada una pequeña dote para sus tres hermanas.

¿Por qué, entonces, no había allí ningún caballero después del baile de la noche anterior?

¿Y por qué aquella sala y toda la mansión estaban en aquel deplorable estado?

Ruinosa, aquella era la única forma de describirla.

Excepcionalmente limpia, eso había que reconocerlo. Pero no vio a su alrededor ni el menor objeto de valor, ni siquiera un candelabro de plata, cuadro o tapiz. Por no hablar de que las escaleras de madera que vio en la entrada necesitaban, desde luego, una urgente reparación.

Una punzada de preocupación lo embargó. Y cuando, antes incluso de que pudiera llegar a la sala de visitas, oyó un portazo y vio a Amberly aparecer corriendo, con un viejo y raido vestino amarillo descolorido, una escoba en la mano y los ojos rojos, probablemente de llorar, sintió como su corazón se encogía.

-Lord Devonshire.- susurró ella horrorizada cuando lo vio. La escoba se le cayó se las manos sin que pudiera evitarlo y, acto seguido, horrorizada, miró su atuendo.

William tardó solo dos segundos en reaccionar, recogiéndola y posándola en una pared, sin inmutarse.

-Lady Adamas.- dijo mientras le extendía las flores de Adam. Ella las aceptó mortificada.- he venido a hacerle una visita, ya que estaba por la zona. ¿Me guiaría usted hasta el salón?- ella asintió, aún desconcertada, mientras aceptaba su brazo.

- Muchas gracias por las flores. Dos ramos en un día, me consiente demasiado.- dijo ella intentando deshacer la incomodidad del momento.

-¿Dos?- contestó él con el ceño fruncido y el estómago revuelto.- Me temo, Lady Adams, que este es el primero de hoy. - ¿quién le había regalado flores?

Y...

¿Por qué aquello le importaba?

-Oh...- susurró ella. Pero la decepción en aquel suspiro no se le escapó a él.

Así que William caminó despacio, observándola, sintiendo la levedad con la que su mano se posaba sobre él, como si no tuviera fuerzas ni para ello. Cosa que la palidez de su tez confirmaba.

Amberly mantuvo la mirada en el suelo, esforzándose por tranquilizarse, dejar su decepción para más tarde y entablar conversación, pero de su boca salió lo que llevaba todo el día dando vueltas en su cabeza.

-¿Qué tal le ha ido esta mañana? He oído un rumor muy interesante sobre usted y Lady Clara.- afirmó ella mirándolo con una sonrisa una vez que entraron en el salón.

William la observó. Aquella sonrisa no le llegaba a los ojos.

-¿Se encuentra usted bien, Lady Adams?- le preguntó mientras se sentaba frente a ella en el sofá en el que se había acomodado.

-¿Y por qué no iba a estarlo?- afirmó ella mirándolo fíjamente a los ojos y haciéndole un gesto con la mano que lo invitaba a proseguir.

Él decidió no insistir.

Al fin y al cabo...¿quién era él para interferir en sus asuntos?

-No ha ido como esperaba.- afirmó- sé que no estoy como para tomarme mi tiempo para analizar muchas candidatas, pero una hora me ha bastado para ser consciente de que no era ella.

Amberly se levantó y caminó hacia la ventana que daba al pequeño jardín, y de espaldas a él, suspiró de alivio.

- ¿Está seguro? ¿No cree que quizás los nervios por la llegada de su hermana ha hecho que nada le parezca atractivo salvo verla? ¿No piensa que es mejor esperar?- le preguntó a pesar de sí misma.- Lady Clara es sin duda, una candidata más que apta.

William se levantó despacio y camino hacia ella.

-Ciertamente la llegada de Lily me está afectando los nervios.- le dio la razón.- pero no me ha nublado el juicio. Lady Clara no es la indicada.- sentenció mirándola a los ojos.

¿Cómo no iba a enamorarse de él cuando hacía cosas así? Pensó ella.

Amberly asintió, sintiendo como una pequeña parte de la tensión que había tenido desde aquella mañana sobre los hombros se liberaba.

- Buscaremos una nueva candidata en el próximo baile, entonces. Si no me equivoco es el del cumpleaños de Victoria.- afirmó con convicción pero sin entusiasmo.

William la observó detenidamente. Sus hombros caidos, sus ojeras y sus ojos desesperanzados, sintiendo como su preocupación crecía.

Hacia ella, se dijo con sorpresa, que era poco más que una extraña. Con la que, sin embargo, no podía evitar sentir una profunda conexión que, de alguna manera, supo que había estado ahí desde el primer momento en que la vio.

-Lady...- pero las palabras murieron en sus labios.- Amberly- dijo provocando que ella se sobresaltase y lo observase directamente a los ojos- ¿Seguro que está todo bien?.- insistió una última vez.

-Sí.- dijo ella ahora un poco más risueña. Su interés por su estado de ánimo la había tranquilizado. Tal vez no estuviese todo perdido. - es sólo que he dormido mal, eso es todo.- afirmó mientras colocaba un mechón rebelde de su pelo detrás de su oreja.- ¿Puedo ayudarlo yo en algo? ¿A qué debo el placer de su visita?

-Oh eso.- él sonrió de lado.- había pensado en abusar una vez más de su amistad y preguntarle si me podría dar algún consejo sobre cómo tratar con una joven de dieciocho años recién saldia del internado. Ya sabe, qué decir y que evitar decir y todas esas cosas.

Amberly sonrió, esta vez de verdad y William observó en sus ojos todo lo que su cabeza comenzaba a maquinar.

Una hora después, tras muchas preguntas y respuestas, el duque dejó en la sala a una risueña Amberly.

Y, para su sorpresa, también él se fue sonriendo.

Pero aquello no fue lo más asombroso que le aconteció aquel día.

Especialmente teniendo en cuenta que, cuando llegó a casa, se encontró a su hermana pequeña en medio del recibidor, rodeada de maletas, mucho mayor de lo que recordaba y mirándolo...mirándolo...

Como si no lo conociera.

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