Capítulo Veintiséis
Victoria miró la nota y la releyó una y otra vez, hasta que las lágrimas le nublaron la vista y le resultó imposible volver a hacerlo.
No... no podían haber tenido tan mala suerte. No ahora.
Consternada, levantó la vista del pequeño papel y la posó en Jer, esperando encontrar en él algo que le dijera que aquello era una broma, porque tenía que serlo, se repetía a sí misma una y otra vez.
Pero al verlo apoyado en la estantería y con la mano cubriéndole la cara, supo que era cierto, aquello en verdad estaba sucediendo.
-Jeremy.- lo llamó mientras daba un paso hacia él y posaba su mano sobra la que él tenía apoyada en la estantería.
Pero su marido se apartó rápidamente al sentir su contacto.
-Yo...- dijo mirándola a los ojos. Victoria sintió como su corazón se oprimía al ver como intentaba espantar las lágrimas pestañeando rápido numerosas veces.- había un tenue rumor de que intentaba escapar, Adam me lo había comentado, pero no le dimos la mayor importancia. Creímos que no lo lograría. - dijo con una sonrisa sardónica mientras se pasaba la mano por el pelo, frustrado.-Y sin embargo ahora... -continuó mientras cerraba los ojos abatido.- bueno, es obvio que nos equivocábamos.
-Jer.- volvió a llamarlo Victoria al tiempo que daba un paso hacia él.
Pero sus intentos de acercarse a limpiarle la lágrima que se le había escapado fueron vanos de nuevo ya que él volvió a apartarse de ella, dejándola con la mano alzada en el aire.
Y antes de que Victoria pudiera reaccionar, él ya la había rodeado y se encontraba al lado de la puerta, con el pomo en la mano.
-Mañana debemos partir a Londres temprano, tengo muchas cosas que arreglar antes de..-dijo en un susurro mirando al suelo.- mi marcha.- agregó como si le costara pronunciar aquella palabra. Deberíamos acostarnos ya e intentar dormir algo.- agregó al tiempo que alzaba la cabeza armándose de valor para al fin mirarla a los ojos.- ¿Vienes?- le preguntó él con voz estrangulada al mismo tiempo que extendía la mano hacia ella.
Victoria vio en sus ojos el recuerdo de lo que ella misma acababa de decir (el como no sería capaz de afrontar que él se fuera de nuevo a la guerra) pero también vio los ruegos de sus ojos y todas la cosas que aquella invitación, aquella única palabra, quería decir en verdad: "no me dejes, no ahora, no me apartes de ti, te necesito"y durante unos segundos, cerró los ojos.
Quería gritar hasta quedarse sin voz, maldecir, romper a llorar, tirar todos los muebles de la sala y salir a correr sin rumbo hasta caer rendida para así dormir y poder olvidar, aunque fueran solo unas horas, la pesadilla en la que su vida se había convertido en apenas unos segundos.
Todas opciones muy tentadoras que hizo desparecer de su mente en segundos.
Ya había tenido suficiente tiempo para ella, para ser egoísta y tonta e infantil y vivir únicamente pensando en sus propios sentimientos, un tiempo perdido que jamás podría recuperar.
Tiempo que en un principio creía que tenía tanto que hasta le sobraba, y que sin embargo ahora...
Tragando saliva se armó de valor abrió los ojos y caminó hacia su marido, para sorpresa de él, y una vez a su lado agarró su mano y acabó por guiarlo ella misma hacia sus aposentos.
Él siempre había estado allí a para ella, siempre.
Y ahora él, por primera vez en su vida, la necesitaba, se dijo Victoria, y eso era todo lo que le importaba.
Tendidos en la cama, uno enfrente del otro, de lado , ambos se observaron durante horas sin decir nada, expectantes el uno por la reacción del otro.
Aquella podía haber sido la noche más feliz de sus vidas y, sin embargo, se percataron entre cavilaciones con desasosiego de que había acabado por convertirse en, sin duda, una de las peores.
Victoria miró el hermoso rostro de su marido y lo acarició delicadamente intentando memorizar cada curva y ángulo, cada lunar, cada imperfección y cada perfecto detalle, y acabó por comprender que aquello era innecesario, porque podría pintarlo hasta con los ojos cerrados.
Jeremy cerró los ojos durante unos instantes disfrutando de su caricia pero acabó por cubrir la mano que ella tenía en su mejilla con la suya propia y con la otra la acercó hacia sí, hasta que sus frentes estuvieron una apoyada en la otra, lugar en el que permanecieron todo lo que quedaba de noche.
A la mañana siguiente, ambos ojerosos y con el semblante especialmente pálido, comenzaron tan pronto había amanecido a hacer la maleta.
Era demasiado temprano, no querían molestar a lo sirvientes, así que ambos se movían de forma diligente y en silencio guardando rápido sus pertenencias, o al menos lo hicieron hasta que Jeremy paró de golpe.
Victoria se giró rápidamente hacia él, preocupada, y lo encontró con la vista clavada en la espada que sujetaban sus temblorosas manos.
Su espada.
Sin mayor dilación dejó de rebuscar en el ropero en el que había estado cogiendo sus cosas y se acercó a él.
Jeremy cerró los ojos reconfortado cuando sintió como ella lo abrazaba por detrás.
- Si muero en el campo de batalla...- comenzó él.
-No hay que preocuparse por eso, porque no va a suceder.- lo silenció apresuradamente Victoria.
-Pero si lo hago...- intentó decirle él de nuevo.
-No lo harás.- dijo ella dando el tema por zanjado.- te lo prohibo, y si mal no recuerdo, leí que una vez tú te juraste que siempre conseguiría de ti lo que quisiera. Y esto es lo que quiero. Tú, Jeremy William Blackthorne, vas a volver a mí, sano y salvo. Y no hay nada más que discutir.
Jeremy sonrió de lado.
La siguiente semana fue un reto para ambos.
Jeremy permaneció en su mundo, callado, pensando en todo lo que se le avecinaba, las vidas que ya había quitado y aquellas que tendría que quitar y Victoria permaneció alerta, a su lado, distrayéndolo de sus pensamientos, haciéndole ver las mil y una razones por las que no podía rendirse, aún no.
Hacía tiempo que Victoria no sacaba a relucir su carácter y entereza, pero aquella situación precisaba de ello, por lo que en aquellos días se vio obligada a utilizar esas cualidades y hacerlas brillar más que nunca.
Ignoró las burlas que causaron su vuelta a Londres, los cuchicheos y murmullos que siempre la acompañaban a su paso e incluso evitó que llegaran a su marido, quien no precisaba de ninguna distracción más, se dijo.
Y para colmo la llegada de sus suegros, al contrario de lo que había pensado, lo empeoró todo.
Con el padre de Jer más rígido que nunca y su madre llorando continuamente, el no sucumbir a la desesperación de lo que se les venía encima a ambos resultaba difícil, pero lo intentaban, porque sabían que si uno se derrumbaba el otro también lo haría y no podían permitírselo, no tenían tiempo para ello con su partida tan próxima.
Tanto, que en un abrir y cerrar de ojos, llegó.
-No te veo nervioso, William.- le había dicho Victoria a su cuñado aquella fría mañana gris.
Jeremy estaba dentro de casa, despidiéndose de su destrozada madre, que sollozaba aferrándose a su niño y de su padre, quien intentaba inútilmente ocultar sus emociones.
-Porque no lo estoy.- le dijo él mientras intentaba ocultar la sonrisa que asomaba en sus labios. Ambos estaban al lado de los caballos, en la entrada de la casa.
-¿No le temes a la muerte?- le preguntó. Hablar calmaba sus agitados nervios.
-Sí, pero hay algo que temo mucho más que a la muerte, a tu hermana.- dijo mientras comprobaba su silla de montar.- y me ha asegurado que como no vuelva sano y salvo a su lado después de lo que le ha costado que accediera a desposarla, irá ella misma a sacarme a empujones del mismísimo infierno.- le contaba mientras negaba con la cabeza divertido pero con una mirada tristes en los ojos.
Victoria río divertida y amargamente pero, poco a poco, la risa se transformó en llanto, y para su sorpresa comprobó que el siempre impasible, serio e imponente Lord Devonshire estaba visiblemente afligido y emocionado, algo que la conmovió en sobremanera.
Y para su propia sorpresa y la de él, ella lo abrazó y William, al cabo de uno segundos de duda, la correspondió.
- No te preocupes, sé que no lo necesitas, pero yo sí.- William rio breve y sarcásticamente.
-Es mucho más difícil ahora que nunca.¿Sabes? Marcharme.- dijo en un susurro, como si lo avergonzara.- Porque ahora, por primera vez en mi vida, tengo algo que perder.- le confesó a ella y a sí mismo.
No había podido ni querido hacerlo hasta ese momento, pero aquella certeza le había resultado irrefutable y quería decírselo a alguien, aunque solo fuese una vez.
-Lo sé.- afirmó ella.- Te entiendo. Créeme que lo hago.
Lentamente se apartaron uno del otro, ambos ya un poco más calmados y William le apoyó una mano en el hombro.
-Lo traeré de vuelta a tu lado sano y salvo.- le dijo él.
-¿Me lo prometes?- dijo ella limpiándose las lágrimas que le rodaban silenciosamente por las mejillas. William se subió a su caballo y después la miró fijamente unos segundos antes de contestarle.
-Te lo juro.-afirmó vehementemente y sin un atisbo de duda en su voz.- Me voy adelantando, nos vemos en el cruce.- le dijo entonces a la persona que Victoria tenía detrás suya, pero a esta no le dio tiempo a girarse hacia él porque en un abrir y cerrar de ojos su marido ya la había rodeado con sus brazos.- No tardes. El barco zarpará en media hora.
Y tras eso, salió galopando para darles así un poco de intimidad.
Victoria giró sobre sí misma aún entre los brazos de su marido.
Ambos se miraron a los ojos unos instantes, con miles de palabras en la mente y en los labios que no pudieron pronunciar pues la emoción los superó.
Con lágrimas derramándose por sus mejillas sin control, Jeremy besó apasionadamente a Victoria en los labios y después en las mejillas, en la frente y finalmente en el pelo cuando la acero hacía sí y la abrazó con fuerza y desesperación contra su pecho.
-Si muero, quiero que sepas que no te he dejado desprotegida. He hecho un testamento y he dejado todo a tu nombre. Y si eso pasara, por nada en el mundo quiero que tu vida se detenga después de eso. Quiero que sigas adelante y que si encuentras a otra persona no te sientas culpable por amarlo y casarte con él. Yo solo quiero que seas feliz.- afirmó contundente. Victoria trató de separarse un poco de él para contestarle pero Jeremy se lo impidió aprisionándolo más contra sí.- No, no, déjame acabar.Antes de irme quiero pedirte una cosa. Un único y último ruego.- le dijo calmadamente, como si hubiera meditado mucho el decir esas palabras, mientras se separaba un poco de ella para así poder mirarla a los ojos.- Dímelo. Hazlo aunque sólo sea una vez. Dime que me quieres.Si he de morir, solo podré hacerlo tranquilo habiéndotelo oído decir aunque haya sido una única vez.- le rogó él.
Ella negó indignada sintiendo como la situación la sobrepasaba.
-¡No!- le gritó ella.- ¡De ninguna manera!- le dijo para su sorpresa al mismo tiempo que posaba sus manos en los hombros de él y lo zarandeaba.- Ya basta.¡Basta! Escúchame bien Jeremy. Tú vas a volver a mí sano y salvo. ¿Me escuchas? Ya sobreviviste a la guerra una vez y vas a volver a hacerlo.- dijo ella furiosa.- ¿Y se puede saber que es eso de que sea feliz con otro hombre?- le preguntó con lágrimas en los ojos pero con una sonrisa en los labios.- apenas pudiste contenerte ante un ex pretendiente mío y ahora me dices que si me vuelvo a casar serás feliz ante ello. ¡Pues ...!¿ Sabes qué? ¡No me lo creo! Pienso que te revolverías en tu tumba. Y aunque no fuera así... ¿Cómo se te ocurre pensar que yo sería feliz con un hombre que no fueras tú?- Jeremy abrió la boca para contestar pero Victoria se la tapó con la mano.- Y es más... voy a decirte algo que no tenía pensado contarte. Pero ahora... Hace dos semanas-Victoria suspiró y relajó el tono de su voz- sospeché y estaba segura de estar embarazada.- ante la sorpresa en los ojos de Jeremy y lo blanca que se estaba poniendo su tez, casi de un color enfermizo, Victoria se apresuró a continuar.- Pero no lo estaba. No lo estaba... entonces. Pero podría estarlo ahora. Así que contempla esta posibilidad. Tu hijo. Nuestro niño. O nuestra niña. O un niño y una niña. Criados por mí y por otro hombre, como tan alegremente has sugerido. O por mí sola, sin un padre que los arrope, que les de un beso de buenas noches, que juegue con ellos, que les diga que les quiere. ¿Te lo imaginas? Un niño creciendo sin una figura paterna que le enseñe a ser un hombre honorable y decente, tratando de hacerse paso a trompicones en este complicado mundo, tropezando una y otra vez con la misma piedra que nadie le ha enseñado a saltar. Una niña que no pueda aprender a bailar colocando sus pies sobre los de su padre mientras él lo guía entre risas, si no que tenga que hacerlo con un profesor que le repita una y otra vez que su postura no es lo suficientemente recta. Una niña que camine sola hacia el altar porque no hay nadie que la lleve hasta él. Dime Jeremy. ¿Es eso lo que quieres?
Jeremy negó con lágrimas en los ojos y una leve sonrisa en los labios. Victoria jamás podría llegar a imaginar lo mucho que esas palabras le habían llegado al corazón.
-No.- susurró él como respuesta.
-¡Pues yo tampoco!-afirmó ella con firmeza.- así que escúchame bien.- le dijo cogiéndole la cara entre las manos.- vas a subir a ese caballo, vas a encontrarte con William y vais a partir al continente. Una vez allí lucharás por tu país, por ti, por mí y por ese futuro que me prometiste que me darías a tu lado. Después, y una vez ese maldito Napoleón haya desaparecido de una vez por todas del mapa, volverás y entonces y solo entonces, te diré lo que quieres oír. -al ver como Jeremy miraba al suelo Victoria se frustró.- Mírame.- este lo hizo.- No porque no lo sienta. Créeme, lo hago, de una forma tan intensa y profunda que me aterra de solo pensarlo. Pero me has dicho que es lo que más quieres en el mundo, así que no pienso decírtelo hasta que vuelvas. Pero una vez que lo hagas... una vez que lo hagas te lo diré a gritos y en susurros, todas las noches antes de dormirnos y todas las mañanas antes de despertar, antes de que me béses, después de que lo hagas, cada vez que me hagas reír, cada vez que me lo digas tú o simplemente cada vez que quiera hacerlo, sin razón alguna. Pero para ello tienes que volver.¿ Entiendes? Tienes que ser fuerte, resistir, luchar y si lo que vuelve de ti después de ello no son más que pedazos, pues entres los dos los reconstruiremos juntos. Pero para eso tienes que volver. Volver a mí. ¿Entind...?
Los labios de Jeremy contra los suyos le impidieron continuar.
-Lo entiendo.- le dijo él con una suave sonrisa en los labios. Y lo hacía, ahora en verdad lo hacía, pues las palabras de Victoria lo habían llenado de una fuerza, firmeza y determinación que ni él mismo sabía que tenía.
-¿Me lo prometes?- le preguntó ella mientras se sorbía la nariz. Él le limpió las lágrimas de las mejillas, la volvió a besar, la abrazó, y después subió a su caballo.
Una vez allí miró al frente y después a ella unos instantes.
-¿Todas las mañanas y noches, cada vez que yo te lo diga y cada vez que te bese?- le preguntó aún con esa media sonrisa en los labios y aquel brillo en los ojos.
Victoria soltó una pequeña risa.
- Todas las mañanas y noches, cada vez que tú me lo digas y cada vez que me beses.- afirmó con convencimiento.
Jeremy se puso serio entonces, miró al frente y asintió.
-Te lo prometo.- y sin decir nada más ni volver a mirarla, porque sabía que si lo hacía probablemente no podría tener la suficiente fuerza de voluntad como para marcharse, Jeremy azuzó su caballo y se perdió a galope entre la niebla de la mañana.
Victoria suspiró y caminó hacia la casa con las lágrimas bajándole por las mejillas pero sin perder la sonrisa.
Sí, Jeremy se había ido, pero le había prometido que volvería.
Y ella solo estaba segura en ese instante de tres cosas en el mundo.
La primera, que amaba a Jeremy, la segunda, que él la amaba a ella, y la tercera, que él nunca la defraudaría.
No lo había hecho en veintidós años y no lo haría entonces.
Y para mayor convencimiento de ellos, a falta de una promesa, había recibido dos de que regresaría intacto.
Dos promesas hechas por los dos hombres de los que más se fiaba y en quien más confiaba en esos momentos.
Él volvería sano y salvo a sus brazos, ahora estaba segura de ello.
Pero, y tal y como averiguaría más tarde, no debería haberlo estado, porque a Victoria se le había escapado una cosa a la hora de crear esa convicción.
El destino es impredecible, y a veces, sin razón, suceden tragedias inevitables que nadie podía haber ni prevenido ni solucionado.
Y a ellos estaba a punto de sucederles una de esas tragedias.
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