Capítulo Veintiocho
-¿Cómo? - fue lo primero que Jeremy, a quien la sorpresa había dejado mudo, pudo articular.
-Harding.- dijo Victoria pronunciado esa palabra como si fuera la respuesta, tanto de esa pregunta, como de las mil y una más que todavía no le había formulado su marido pero que ella podía leer en sus ojos. La ceja arqueada con la que él la miró le dejó claro que no era así.- La semana pasada, tan pronto como llegamos, fui a verlo. La idea de perderte me resultaba tan espantosa que me había pasado todo el trayecto hasta Londres pensando en una solución. No quise decirte nada cuando se me ocurrió porque sabía de antemano que no me permitirías hacerlo, así que acudí a la única persona que sabía que me ayudaría sin reservas, que comprendería como me siento y que no sería lo suficientemente cabezota y sobreprotector como para no ayudarme.- le explicó haciendo referencia a cómo, tanto William como Adam, se habían negado a colaborar con ella.- Por favor, no pierdas el tiempo enfadándote conmigo ni con él.- le rogó suplicante.- ¿No te hace esto feliz?
-¿Que si me hace feliz?- dijo Jeremy divertido.- ¿Cómo no iba a hacerme esto feliz? Te amo, y que estés a mi lado es el mejor regalo que jamás alguien podría darme. Pero debes prometerme que en el caso de que la situación se vuelva insostenible vas volver inmediatamente a Inglaterra. No quiero ponerte en riesgo por nada del mundo. Jamás podría perdonarme que algo te sucediera por...
-Lo haré, te lo prometo.- dijo Victoria, feliz, al tiempo que lo abrazaba de nuevo tratando así de refrenar las preocupaciones que habían comenzado a nacer en su esposo.
Jeremy asintió complacido por su promesa y besó y acarició su pelo, permitiéndose, ahora sí, sentirse feliz y completo de nuevo.
Pero su bonito y reconfortante momento de tranquilidad se vio interrumpido cuando oyeron de pronto unos silbidos y aplausos provenientes de sus amigos, quienes los miraban burlonamente desde donde habían observado toda la escena, unos pasos más atrás.
Jeremy y Victoria rieron nerviosamente y ella volvió a ocultar, sintiéndose mortalmente avergonzada por haber sido observada durante su efusivo reencuentro con su marido, la cabeza en el hombro de él. Gesto ante el cual Jer respondió abrazándola contra sí, divertido, y haciéndole una señal nada amistosa a sus amigos para dejarles en claro lo que opinaba de que los hubieran espiado como los buenos cotillas que siempre había sabido que eran.
Y luego, pensó con graciosa indignación , aún tenían el descaro de quejarse cuando sus esposas hacían algo semejante.
Aquel emotivo y feliz episodio enmarcado por un ambiente de ansiedad y nerviosismo era, sin duda, un buen ejemplo de cómo habían sido los siguientes cuatro meses para ambos.
Como un sueño.
Un turbulento y, a la vez, bonito sueño.
Habían desembarcado en el continente unas horas después de su reencuentro bajo los brillantes rayos de las primeras horas del día, que anunciaban una mañana calurosa y un cielo despejado que en nada parecía estar acorde con la situción ni el ambiente de las personas que llegaban, todas con expresiones decaídas y taciturnas.
Incluso Jeremy, que ahora se sentía mucho más fuerte y confiado, se había tensado tan pronto como había puesto un pie en tierra. Pero un solo vistazo a Victoria, quien le había dado la mano y en cuyos ojos encontró temor, determinación y curiosidad, debido a tratarse de su primera incursión en un lugar fuera de Inglaterra, le había bastado para distraerse de sus propios pensamientos.
Divertido por su expresión, que le recordaba a la que ponía de niña cada vez que él le ensañaba algo nuevo, iba a comenzar a explicarle dónde estaban exactamente y que harían a continuación cuando una suave y aguda voz femenina lo llamó.
-¡Lord Blackthorne!- había pronunciado con entusiasmo Margaret al verlo.
Jeremy vio como, poco a poco, según se iba acercando a él, la expresión de felicidad de la dama que había intentando cortejar tanto tiempo atrás, iba mudando al ver la mano que él tenía apoyada en su antebrazo.
-Lady Margaret. Cuánto tiempo sin verla.- Victoria, que no había estado prestando atención debido a la charla que había estado manteniendo con William, se giró hacia ellos.
Una sola mirada a su incómodo marido y al brillo en los ojos de la muchacha le dejó todo claro.
-Querido...- le dijo ella.- ¿No piensas presentarnos?
Jeremy alzó una ceja con extrañeza. ¿Querido? ¿Desde cuando se refería Victoria a él así?
-Claro.- dijo.- Lady Margaret Michelle, le presentó a Victoria Blackthorne, mi...
-¿Hermana?- le preguntó la dama con esperanza en sus ojos. Jeremy sintió como su esposa se tensaba.
-Su mujer.- contestó Victoria.- Cariño, estoy cansada por el viaje.- le dijo ella mientras posaba una de sus manos en el pecho de él. La mano en la que llevaba el anillo de casada. ¿Lo habría hecho involuntariamente? No, se dijo rápidamente a sí mismo, Victoria nunca hacía nada de forma no premeditada.- Aún queda un largo trecho hasta nuestro destino. Quizás deberíamos irnos yendo ya... amor.
Jeremy la miró con el ceño fruncido. ¿Cariño? ¿Amor?¿Pero qué...?
Y entonces se le ocurrió una loca idea. ¿Estaba Victoria teniendo un episodio de celos?
Las risas discretas de William y Harding, quienes habían estado escuchando la conversación, le hizo entender que estaba en lo cierto.
-Claro...cielo.- le contestó él divertido mirándola fijamente y refiriéndose a ella con ese apelativo para que se diera de cuenta de que la había pillado. Victoria se sonrojó.- Si nos disculpa, Lady Margaret.
-Por supuesto.- había dicho la desilusionada joven.
Segundos después se encaminaron hacia el carruaje que les estaba esperando en silencio, pero tan pronto como se hubieron acomodado dentro, Jeremy abrió la boca para burlarse de ella.
-Ni una sola palabra al respecto.- había dicho ella al ver en sus risueños ojos sus intenciones. Y él, para no hacerla sentir mal, había acabado guardando silencio, pero había mantenido en su cara una sonrisa complacida de la que sus amigos se había reído.
Aquellas escenas de celos, para decepción de Jer, no se habían vuelto a repetir debido a la falta de mujeres casaderas en la retaguardia del ejército, pero no así los espontáneos y cordiales saludos, de personas que Victoria no conocía, hacia su esposo.
De hecho, a lo largo de los siguientes meses, su mujer había podido comprobar con orgullo como en cada paseo que daba con su marido, o en cada evento al que se veían obligados a acudir, eran interrumpidos constantemente por personas que se acercaban a Jer para saludarlo con respeto y admiración.
Un respeto y admiración que a él le brindaban por lo bien que desempeñaba, y que siempre había desempeñado, su cargo y que habían acabado extendiendo hacia ella también debido a la ayuda que siempre, a lo largo de todos y cada uno de los días que había pasado en aquel lugar, había estado dispuesta a brindar, tanto a su marido, como a todo aquellos que la necesitaron ; heridos, viudas, mujeres en estado...
Victoria se sentía profundamente halagada y complacida por aquellas muestras de afecto tan diferentes al desparecio que había vivido en Londres no hacía tanto tiempo, pero Jeremy, sin embargo, con cada muestra de respeto notaba un peso aún mayor sobre sus hombros que según el tiempo iba transcurriendo aumentaba y se volvía mucho más difícil de llevar.
Y probablemente habría acabado por sucumbir a este peso, el de las responsabilidades que la habían encomendado, de no haber sido por Victoria, quien tal y como se lo había prometido, había permanecido siempre junto a él.
Lavando la suciedad y la sangre de sus manos y de su cara cada vez que volvía desolado de una lucha, escuchando sus espantosos relatos sobre la guerra o sus quejas acerca de la mala dilegencia de las tropas inglesas, despertándolo con besos todas las mañanas, trayéndole la comida al cuarto y pasándose el día encerrada con él allí cuando Jeremy no se veía con fuerzas para salir, inventándose inexistentes malestares para no acudir a reuniones sociales a las que su marido no se sentía con ánimo para acudir...
La tensión, con el paso del tiempo, iba a aumentando en la ciudad y todos sus habitantes, quien veían como una sangrienta batalla que definiría todo se acercaba inminentemente, pero, irónicamente, según la situación empeoraba, más mejoraba la relación entre Jeremy y Victoria, quien poco a poco volvieron a ser el uno para el otro lo que eran antes de que él se marchara de su lado hacía ya cinco años.
Ya no había más secretos entre ellos, ambos se entendían, se compenetraban y pasaban sus días en completa harmonía el uno con el otro.Victoria, quien siempre había estado obsesionada con la idea de ser perfecta y de la perfección en sí, se dio cuenta con gozo de que su relación con Jer era lo más cerca que jamás estaría de alcanzarla.Porque así era como se sentían cuando estaban juntos, perfectos, como si todo encajara, como si nada malo pudiera pasarles nunca si permanecían juntos.
Pero, a pesar de permanecer la mayor parte del tiempo en la burbuja de paz y felicidad que ambos habían creado a su alrededor, la confusa y desesperante situación acabó por llegar hasta ellos también.
A finales de Mayo, el ambiente de agobio, cansancio, tristeza hacia una guerra que parecía no tener fin era tal que acabó haciéndoles mella, tanto a ellos como a sus amigos.
Harding pasaba dos veces por día por su habitación en el hotel para pregúntale si tenía noticias de su hermana, Adam se pasaba los días corriendo de un lado a otro de la ciudad hablando con capitanes, generalas y almirantes con un rictus severo y consternado, William lo seguía con el ceño fruncido permanentemente debido a la preocupación, Jer había vuelto a tener pesadillas constantes y Victoria había comenzado a sentir un malestar por todo su cuerpo día y noche que no remitía.
Al principio solo eran unas insignificantes náuseas matutinas a las que no hizo caso. Pero poco después habían comenzado los mareos, el cansancio y malestar continuo, una fuerte repulsión hacia cualquier clase de comida comida...
Lo gota que había colmado la paciencia de Jeremy había sido su desmayo una soleada mañana de Junio.
Aquel día su marido, muy preocupado, había acabado por amenazarla con llevarla arrastras a un médico, como tantas veces le había sugerido desde que su malestares habían comenzado, si no iba ella voluntariamente y, Victoria, que los detestaba, había acabado por acceder no queriendo ser una preocupación más para él, quien aquella calurosa mañana de verano tenía una importante reunión.
De camino a ver el galeno, Victoria se había sentido muy preocupada.
Con la cantidad de cosas que estaban sucediendo no podía estar enferma, debía estar allí para ayudar a Jeremy, no para ser una carga para él, quien sabía a ciencia cierta qué no se apartaría de su lado en el caso de que hubiera algo mal con ella.
Pero de vuelta de ver al doctor, lo que tanto la había consternado hacía tan solo unas horas le hacía hecho mucha gracia ahora, pues en esos instantes se sentía volar de felicidad.
Estaba embarazada.
Iba a tener un niño. Un hijo, un adorable y pequeño querubín que tendría la sonrisa de su Jer.
O una niña.Una princesa rubia que sería el ojito derecho de su padre, al que de seguro se le caería la baba por ella.
El camino de vuelta al hotel donde se hospedaban Victoria se lo pasó caminando a paso lento por las calles de Bruselas con una mano en el vientre, una sonrisa en la cara y lágrimas de felicidad contenida en sus ojos.
Un hijo, iba a tener u hijo de Jer, su marido, su mejor amigo, el hombre que amaba.
La idea era tan emocionante y la hacía tan feliz que se sentía casi irreal.
No podía esperar a contárselo a Jer. Es más, se lo diría tan pronto entrará por la puerta.Se pondría tan feliz...
Pero cuando Jeremy entró en su habitación no lo hizo de la forma tranquila y silenciosa en el que lo hacía siempre, si no abriendo estrepitosamente la puerta y entrando rápida y agitadadamemte por ella.
-Me voy en diez minutos. Han localizado a las tropas del enemigo y no hay tiempo que perder.- la sonrisa que había permanecido desde esa mañana en la cara de Victoria desapareció de sus facciones de golpe, al igual que todas sus fuerzas, por lo que acabó por sentarse en su cama, lugar donde permaneció viendo como Jeremy corría de un lado a otro de la estancia ataviándose con su traje de combate.
-Vamos a entrar en batalla en una hora. Pero no es nada importante de lo que debas preocuparte, solo es una pequeña escaramuza a las tropas de Napoleón en la que ni siquiera estará él presente. Pero debemos partir de prisa, antes de que cambien de posición.- le explicó él mientras ella, quien se había obligado a sí misma a recobrar sus fuerzas, le ayudaba a enfundar su espada y abrochase la capa.
Victoria asintió y se dejó abrazar por su marido.
-¿Qué te dijo el médico? ¿Todo bien?- le preguntó él con preocupación en su voz al notar el nerviosismo de su mujer.
-Sí, no es nada importante, un simple resfriado.- Victoria sintió como el peso de su mentira, de su secreto, la hería profundamente en su interior.
Pero no podía decírselo ahora, no cuando sus cinco sentidos debían estar puestos en el campo de batalla, en sobrevivir, en volver a ... ellos.
Jeremy asintió aliviado pero se inquietó al sentir como su mujer comenzaba a templar entre sus brazos.
-Eh.- le dijo separándose un poco de ella para así poder sostener su rostro entre sus manos.- No he querido decírtelo antes por miedo a crearte falsas ilusiones, pero se rumorea que esto está llegando a su fin. Esta mañana ha llegado un informe que decía que las fuerzas del enemigo no resistirían mucho más, que él hambre y el paso del invierno las ha mermado.
Y además, como te he dicho, la de hoy no es una batalla definitiva, solo un pequeño combate. Todo saldrá bien.- le dijo con confianza para tranquilizarla.- es más, si todo sale como esperamos que lo haga, esta misma estaré de nuevo aquí contigo. El lugar al que vamos es un pueblo de los alrededores, el que visitamos hace un par de semanas. No recuerdo el...
-¿Waterloo?- le preguntó ella. Jer asintió y Victoria sonrió débilmente.-Está bien, intentaré no preocuparme tanto, pero intenta tú volver a salvo.
-Te lo prometo.- dijo él. Y tras besarla intensamente unos segundos salió rápidamente del lugar.
Victoria lo había visto marcharse desolada pero con la certeza de que había estado en lo correcto al no darle la noticia aún.
Y aún así... se sentía inquieta inquieta.
Una sensación en vez de menguar con el paso de las horas se iba poco a poco acentuando.
Intentaba autoconvencerse de que todo iría bien, de que en unas horas él estaría de nuevo con ella, pero...
Victoria no entendía que era lo que le pasaba, no era la primera batalla de su marido desde que habían llegado, de hecho no era ni la segunda, ni la quinta, ni la octava, y sin embargo ...
Era por el embarazo, se dijo a sí misma, la tenía más sensible que de costumbre. Debía tranquilizarse, por el bien de su hijo y de ella, ese agobio no les hacía bien, y lo intentó, deberas lo hizo, pero esa intranquilidad permaneció inquebrantable todo el día con ella... y la noche, porque Jer no apareció tal y como había prometido que haría.
Por lo que al final, de madrugada, tras horas y horas en vela, Victoria había acabado por desistir de intentar dormir, se había vestido y había marchado hacia el lugar donde se solían agrupar las mujeres de los oficiales, unas instalaciones donde llevaban a los heridos en batalla y que todas ellas juntas solían preparar.
Y fue junto con todas esas mujeres que pasó las siguientes agonizantes horas en las que, preocupadas, organizaban el lugar temiendo lo que aquel silencio significaba.
Esa misma noche llegó una nota de William. O más bien del recién nombrado general Devonshire.
La nota era breve y concisa, lo que en principio iba a ser un breve combate se había convertido en una matanza, por lo que debían acondicionar más salas que las que ya tenían preparadas porque llegarían muchos más personas que atender de las que se había creído en un principio que llegarían.
Pero las damas se preocuparon ante el tono grave que estaba adquiriendo aquel asunto, pero no supieron hasta qué punto aquello había sido una terrible desgracia, una sangrienta carnicería, hasta que esa misma noche comenzaron a llegar los heridos.
Cientos y cientos de heridos que un día después, seguían llegando.
Sin brazos, sin piernas, con heridas infectadas, con cortes en la cara, sin orejas, apuñalados...
Pero al menos ellos habían llegado esos afortunados habían llegado vivos .
No como el marido de Lady Susan. Ni el de Lady Katherine. Ni el de Lady Mary, Lady Rose, Lady Ana, Lady...
Victoria sentía con cada hora en la que Jeremy no aparecía más y más presión en el pecho, pero aún así se movía sin descanso de una camilla otra, intentando distraerse, cambiando vendas, limpiando heridas...
Pero, tras sujetarle a un herido la mano mientras le cortaban la pierna para intentar salvarlo tan solo para que este acabara muriendo desangrado instantes después, se sintió tan sobrepasada por la situación que casi no podía respirar.
Aire, necesitaba aire.
Así que salió corriendo a la entrada, donde segundos después los vio llegar.
William, con otro corte en las bellas facciones de su cara que probablemente dejara otra cicatriz para su ya más que numerosa colección, con un hombro en un ángulo extraño y la piel del brazo hecha jirones.
Harding, inconsciente en el hombro sano de William, con la cara ensangrentada y una herida en el costado con muy mala pinta.
Adam quien caminaba lentamente apoyado en su caballo con pasos tambaleantes y tentativos, pareciendo que en cualquier momento se había a desvanecer.
-¡Jer!- gritó Victoria.-¿Dónde está Jer?- les preguntó desesperada para instantes después ver cómo William, sin mirarla a los ojos, depositaba a Harding delante suya, en el suelo, y permanecía inmóvil a su lado.-¿ Pero qué demonios haces? Debemos llevarlo a dentro. ¡Tienen que curarlo!
-Ya está muerto. Todos están muertos. Ya da igual. Todo da igual.- le respondió él en un susurro.
Victoria lo observó, sintiendo como el mundo se paralizaba a su alrededor.
-William... Jer... - comenzó no queriendo hablar. Aquello no podía estar sucediendo.- ¿Dónde está Jeremy, William? ¿¡Dónde está!?- Pero el no contestó a sus gritos, por lo que ella, desesperada, se agachó a su lado y lo zarandeó agarrándose las solapas de su traje.-¡William! ¡William , mírame! ¡Mírame y dime dónde estás!
William alzó entonces por fin la cabeza hacia ella y la observó detenidamente.
Pero no de la forma distante en que siempre lo hacía, tras aquel muro que tan fuertemente había alzado a su alrededor, si no con una mirada transparente en la que estaban impresos todos los sucesos de la batalla, todas sus emociones, sus sentimientos.
Por lo que ella fue capaz de ver en sus atormentados ojos todo lo que había ocurrido, fue capaz de entender todo lo que había sucedido y finalmente, de comprenderlo.
Y tan pronto como hizo esto último...
Victoria se sintió morir.
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