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Aquellas palabras resonaron en mi mente como un hechizo del que no pude escapar y que sentí que me poseyó poco a poco, de tal forma que una sonrisa pícara se dibujó en mi rostro como respuesta y mi hostigamiento se redujo ampliamente. Luego tendríamos tiempo para continuar con el interrogatorio, ahora necesitaba sentirlo sólo para mí.
—Para eso estoy aquí, señor Forge— respondo con el mismo tono juguetón y él me observa impasible. —Para eso me ha buscado específicamente a mí— hago una pequeña pausa. —Pero cuando estemos aquí, usted debe llamarme por mi pseudónimo.
—Nix ¿cierto?— asiento. —Bien. Es un trato. Pero tú debes comunicarme como señor Forge en tal caso.
—Me parece justo entonces.
Una sonrisa especial redecoró su rostro causando en mí una oleada de emociones y sensaciones que no pude evitar transmitir con una sonrisa de vuelta. Retrocedió en sus pasos, aún con su mirada clavada en la mía, como si quisiera examinar y analizar todos mis movimientos, y se dejó caer en la cama cuidando que la caída no arruine su traje que a simple vista lucía costoso y extravagante.
—Desnúdate— pronuncia con un timbre particular que logró alterar mis hormonas y erizar el escaso vello de mis brazos a la vez. Mordí mi labio inferior al procesar su orden e, imitando la lentitud con la que me lo había pedido, deslicé mis manos hacia el inicio de mi remera y comencé a ascenderla por mi torso a medida que la piel desnuda empezaba a resaltar sobre lo demás. Cuando llegué a visualizar que los límites de mi sostén estaban acercándose, él cambia la expresión y emite una risa calmada y casi formal. —¿Qué estás haciendo?
—Pues, lo que me pediste— objeto extrañada y él me dedica una mirada enigmática y confusa al mismo tiempo. —Querías que me desvista.
—No. No he dicho que te desvistas— refuta enarcando una ceja mientras sostenía su barbilla con el puño. —Te he pedido que te desnudaras.
—¿Y cuál es la maldita diferencia?— espeto sin ánimos y con la paciencia al borde del abismo.
—Cuida esa boca, nena— me regaña y yo sólo ladeo la visión. —Desvestirte implica deshacerte de tus prendas físicas, mientras que, por el contrario, yo te he dicho que te desnudaras— explica con detalle aprovechando mi silencio. —Desnudarte de aquí— agrega señalando su cabeza en relación a su mente.
—Disculpa... No entiendo lo que quieres decir— exclamo desorientada mientras que arreglaba mi prenda en su posición original.
Noto que se acomoda en su lugar y endereza su espalda dejando sus manos descansar sobre su regazo. Tomando ventaja de la situación y de su postura expectante pero que no dejaba escapar ningún detalle, me observa de una forma que aparentaba escanearme desde el exterior hasta el interior de mi ser y que, en ocasiones, me hacía sentir muy incómoda. ¿Con qué clase de lunáticos me estaba metiendo últimamente?
—Quiero que te desnudes desde tu mente; quiero que quites todas las barreras que te separan de tu yo, todos esos prejuicios e ideas vacías y vagas que no contribuyen en tu filosofía; quiero que me enseñes tus verdaderas facetas, que las manifiestes sin pudor y que te muestres tal cual eres, sin remordimientos— se explaya con tanta devoción que logró que me pierda en su voz y en sus palabras tan profundas e indescifrables. —Desnuda a Nix hasta llegar a Eloise Lindholm.
Ahora parecía que los roles se habían intercambiado sin previo aviso ni con mi autorización. Ahora era yo quien se hallaba abstraída en la sumisión de sus teorías y él había tomado el mando, incluso sabiendo que las reglas eran impuestas por mí en aquella habitación. Por primera vez, había perdido la conexión con mi propósito allí y me sentía expuesta casi sin tanto esfuerzo. ¿Cómo había logrado Tobias tal milagro? Mi papel como Nix era inmaculado e inquebrantable, pero Tobias, con bellas y melódicas palabras, había podido contra aquel personaje. Presa del pánico y del actual desequilibrio, me alejé de los pocos metros que nos separaban hacia otro rincón secundario de la habitación.
—Lo siento... No puedo hacerlo— niego con la cabeza mientras titubeaba en ocasiones. —Debes irte.
—Eloise, una simple conversación es mucho más sana que tener sexo con un desconocido— aclara y yo decido permanecer de brazos cruzados recargada en la pared. —Claro que puedes hacerlo. Además, si te preocupa el tiempo, puedes tranquilizarte porque ya te he pagado por adelantado.
Frunzo el ceño al percibir su mentira en el aire. En ningún momento había recibido una notificación en mi celular de tal transacción y, de tan sólo recordar que la madrugada estaba cayendo, me amargaba más.
—Eso no es cierto. Mi celular me avisa cuando...— el ringtone característico suena de manera sorpresiva y Tobias me sonríe con una expresión infantil.
—Pues, ya llegó a tu cuenta— refuta mientras yo me acerco a verificar la veracidad de la notificación. —Creo que con ese monto alcanzará para que te quedes toda la noche conmigo ¿cierto?
Al desbloquear la pantalla, deslizo la barra de tareas con desgano y definitivamente él no mentía, pero al confirmar el monto una parte de mí pareció desvanecerse.
—¡Mierda!— grito. —Me has pagado 3 millones de euros ¿Acaso te has vuelto loco?— vocifero dejando el celular a un lado y tomándome el rostro poseída por el asombro. —Maldición... Tobias, no puedo aceptarlo.
—¿Aceptas sólo coronas suecas?— bromea y yo permanezco absorta en mi posición. —Si con ese monto me permites una charla de media hora, pues sí, me habré vuelto loco para ese entonces— afirma divertido. —Ahora ven. Siéntate conmigo y salgamos de lo convencional.
Respiro hondo, y con los ojos cerrados, para luego exhalar con pesadez. Jamás había tenido la cuenta bancaria con tantos ceros en pantalla... Ni siquiera sabía cómo iba a explicarle a mi madre tal entrada. Enloquecería hasta el punto de denunciarme en la fiscalía de turno por lavado de dinero, quién sabe. Evitarlo era una opción tentadora, pero no viable.
Me acerqué a Tobias con paso lento y torpe, invadida por el desequilibrio y la falta de personalidad que me estaba consumiendo. Señaló el pequeño sillón individual que enfrentaba la cama y me lo ofreció para que me ubique allí, por lo cual mi instinto fue hacer caso omiso en silencio.
—¿De qué quieres hablar?— balbuceo.
—Sé que nos acabamos de conocer y que mostrar un rasgo fuerte de mi personalidad no será adecuado ahora— expresa adoptando una postura profesional. —Pero es bueno que sepas que soy muy autoritario y que amo llevar el orden de las cosas por mis propios medios... Quizás porque me mimetizo mucho con mi profesión— reflexiona posando el dedo índice en su mentón.
—¿Puedo saber de qué trabajas?— me sonríe victorioso, como si se hubiese estado esmerando en llegar a esa pregunta.
—Soy doctor en Psicología, experto en comportamientos humanos y galardonado en tres premios Nobel de Psicología— anuncia con altivez y yo no evito poner los ojos en blanco. —Te enviaré una de las copias de mis tomos que ya se encuentran publicadas.
—Con un «soy psicológo» bastaba— exclamo apática.
—No, querida— ríe. —Siempre tienes que llevar tus logros al hombro como si fuera tu bandera. Jamás los escondas ni tampoco los uses como mecanismo de superioridad. Sólo así serás dichosa y exitosa y no harás sentir mal a nadie por tus batallas ganadas— explica y yo asiento sin dar tanta relevancia. —Dime... ¿Cuántos años tienes, Eloise?— cuestiona pensativo.
—Acabo de cumplir 21 años hace un mes— él me observa asombrado. —¿Acaso me estás psicoanalizando?
—No me malinterpretes, sólo quiero conocerte más en profundidad sin una cama de por medio— confiesa alzando un poco las manos, como si quisiera demostrar que sus intenciones eran sanas. —Entiendo y asumo que has estado trabajando de esto desde antes de obtener la mayoría de edad ¿cierto?— utilizo el silencio como respuesta. —Eres muy joven para ejercer un trabajo ilegal como lo es la prostitución. Es peligroso en todo sentido y no te da la seguridad de que conseguirás vivir sólo de eso— me sermonea entretanto yo observo un punto fijo en la alfombra.
—Suenas como un policía... Pienso que también lo eres— espeto mientras lo fulmino con la mirada.
—Nena, no miento. Como has dicho tú, «soy psicólogo»— contradice esbozando una cálida sonrisa. —Un amigo de mi grupo muy cercano a mí, del que también forma parte nuestro amigo en común, es policía... Pero eso es caso aparte porque él no frecuenta estos lugares ni tiene intenciones de hacerlo, así que descuida, no estorbará tu trabajo— hace una pequeña pausa. —Pero yo sí lo haré. De hecho, es para eso que estoy aquí.
La curiosidad volvió a mi mente como mi alma al cuerpo cuando él me recordó nuestro corto diálogo al principio de la inhabitual cita. Confirmando lo evidente, esta noche no sería una cita sexual, por lo que debía aprovechar al máximo cada pregunta-respuesta para exprimirlo y sacarle la mayor cantidad de información posible para intuir cómo es que tiene idea de mi identidad. Sin más preámbulos, el interrogatorio daba comienzo.
—Aún no me dices quién es «nuestro amigo en común»— expreso cruzando una pierna encima de la otra y dejando caer el peso de mi cuerpo en el respaldo del sillón individual. —Ni el motivo de tu visita.
—De acuerdo, tú ganas— hace un gesto de rendición y ambos reímos de manera serena. —Tu mejor amigo es mi mejor amigo de la infancia ¿contenta?— quedo anonadada y petrificada ante su confesión. —Y mi motivo aquí es clave: me ha pedido que te visite porque, según él, necesitas a alguien que te revolucione la mente con la finalidad de que abandones este lugar y este trabajo. Quiere que renueves tus energías particularmente conmigo.
Cada vez que me veía cómoda en algo o que sentía confianza en mí misma para lograr mis diminutos objetivos, el entrometimiento de mi mejor amigo nunca se ausentaba. Él ya tenía claro que mi nuevo trabajo no era motivo de debate ni nada que se le asemeje. Yo estaba satisfecha y podía vivir con mi madre disminuyendo los problemas paulatinamente, eso era todo lo que importaba. Pero, aún así, él nunca parecía comprender mis intentos de mantenerlo alejado de mis asuntos.
Bufé ensimismada por el hartazgo que me generaba este tipo de situaciones y me cubrí el rostro con ambas manos sin imitar una reacción ficticia.
—Maldición, Simon... Nunca aprendes— susurré.
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