12
Luego de sellar nuestro acuerdo con nuestras palabras, Tobias prosiguió a negociar conmigo cómo estaría contemplado mi sueldo en mi cuenta, si se trataba de buena paga o una paga extraordinaria que rozaría con lo absurdo y lo exagerado. Ante esto, él se antepuso a dejar muy en claro que un trabajo como este requería de muchísima dedicación y, en lo posible, de mucho tiempo a exprimir en una sola persona, que no era nada más ni nada menos que él mismo, por ende establecía una ecuación muy sencilla: A mayor carga de esfuerzo, más cifras contendrá el sueldo final. Si bien la idea de ganar bien para poder mantener a mi madre y a toda la casa me resultaba sumamente atractiva, parte de mi consciencia me alertaba que con una remuneración acorde era suficiente, nada de opulencias. Sin embargo, Tobias estaba empecinado en devolverme la millonaria transacción que él me había hecho aquella noche inusual de un sábado en el hotel. Se trataba de un adelanto, como una motivación para que mi lugar en su consultorio sea inamovible bajo ninguna circunstancia... A excepción del regreso de Irina, que no constaba más de unas dos semanas en su país natal con su familia. De todas formas, y teniendo en cuenta la forma en que Tobias se refería a mi corta estadía allí como algo fijo, él no parecía tener en cuenta el regreso de Irina a la oficina. Al contrario, él me quería como su asistente permanente.
Mis opciones eran reducidas y tampoco me preocupaba de que así lo fueran. De una manera u otra, el jefe siempre gana todos los debates y cierra los mejores negocios y era evidente que Tobias tenía muy en claro todas estas características.
Ambos volvimos nuestra caminata hacia la recepción para encontrarnos con Irina, quien sería la responsable de capacitarme para poder tomar su puesto sin alterar la normalidad con la que se trabajaba en el consultorio.
—Irina, ¿podemos intercambiar algunas palabras en mi despacho?— intenta pronunciar con informalidad pero un tono profesional se escapa de sus palabras. —Tú, Eloise, puedes esperar en el sector de los pacientes, la sala de espera situada a tu derecha— Tobias señala la pequeña sala que acompañaba la entrada, justamente aquella que había divisado al ingresar y que me generó varias teorías sobre su función allí. —De todas formas, serán unos pocos minutos.
Me limito a asentir y ambos, jefe y recepcionista, se alejan de mi ubicación para entablar una reunión improvisada de poco tiempo de duración. Mientras tanto, le dedico una mirada por encima de mi hombro a la sala de los pacientes y me aproximo a ella con un paso tranquilo y curioso a la vez.
Frente a mí se hallaba una mesa ratona que estaba rodeada por dos sillones amplios y dos individuales que los acompañaban en las esquinas; una única luz se superponía en la claridad del ambiente dándole un aspecto más tenue, más sofisticado, e incluso disponible como una zona de distensión si es que el día laboral lo ameritaba. La gama de colores se le atribuía bastante preciso al estilo que acarreaba en sí misma la oficina y resultaba agradable el momento de espera sin importar el tiempo que se deba esperar allí.
Apenas logré sentir la suavidad de los almohadones, a causa de la caída de mi cuerpo en estos, Tobias e Irina se asoman por la esquina del camino por el que se fueron y ambos me buscan con la mirada, aunque en esta última pude notar un cierto gesto en particular en sus movimientos que me hacía percatar que no estaba del todo en orden con mi llegada al consultorio.
—Ven, Eloise. Irina ya está en condiciones de instruirte— menciona Tobias atrayéndome hacia su locación con un gesto simpático y yo acelero mi paso. Al acortar la distancia entre nosotros, él ubica su mano en mi espalda y me invita a acceder al extenso escritorio de madera oscura, que poseía un orden impoluto en cada uno de los materiales de oficina que se situaban sobre éste. —Tienen algunas horas para que puedas instalarte en la recepción y para hacer uso de todas las herramientas que se encuentran en tu puesto— entreabro los ojos como dos platos al notar la cantidad de inscripciones que poseía cada botón perteneciente al conmutador y lo saturada que se encontraba la pantalla de la computadora con archivos de pacientes, recibos de los mismos e inclusive su propia agenda electrónica. Su mano, aún situada en mi espalda, me regala unas leves caricias al notar mi estado de asombro. —Tranquila, será fácil. Si eres lo suficientemente organizada y atenta, podrás con el trabajo sin problemas— ante esto percibo que Tobias le dedica una mirada acusadora a Irina y ésta baja la mirada con aires de sumisión. —¿Verdad, Irina?
La castaña retoma su atención a su jefe informal y lo observa sin expresión en su rostro, como si un cierto hartazgo se escapase de los poros de su aterciopelado rostro, pero que, al instante, lo transforma en uno más amigable cuando me dedicó unas palabras genuinas de aliento.
—Claro, esas son las dos características fundamentales que se requieren para ser una excelente asistente— Tobias se aclara la garganta como reacción y con su mirada le señala la pantalla de su computadora. —Bueno... Pueden haber excepciones...— Irina alza una ceja y le dedica una mirada directa a Tobias, cargada de provocación. —Pero descuida, sé que lo harás bien.
—¡Perfecto! Dicho esto, pueden comenzar— exclama Tobias alzando una de sus manos, mientras que la ocupada aún reposaba calmada en mi espalda. Luego, el pulgar de esta última se desliza con delicadeza en aquella zona a modo de una caricia suave, sin vulgaridad pero con un sinfín de intenciones en cada roce. —Volveré a mi despacho, así que si me necesitan ya saben el código de llamada.
Rápidamente su contacto se aleja de mi cuerpo, causando una sensación automática de añoranza que se concentró en mi espalda y se amplificó hasta la totalidad de mi complexión, a medida que señalaba los botones del conmutador, lo que sería la primera tarea en aprender con Irina. Con una sonrisa auténtica de amabilidad, se aleja por el corredor de su despacho y provoca que nos hundamos en una atmósfera que se caracterizaba por poseer un silencio lo suficientemente insoportable como para querer quebrantarlo con un diálogo genérico y estúpido. Sin embargo, Irina me invita a tomar su lugar en el escritorio y yo accedo dejando caer mi cuerpo sobre su silla hasta mentalizarme que quien se hallaba frente a los futuros pacientes era una completa experta en la materia.
La improvisada capacitación había comenzado con un nivel sencillo de entendimiento y, gracias a la vasta experiencia de Irina y su explicación fluida acerca del orden y los detalles a tener en cuenta de este trabajo con Tobias, se volvía llevadero el hecho de seguirle el ritmo a alguien más avanzado. Dio inicio exponiendo dos agendas, cada una de ellas se desligaban de la otra pero tenían cierta dependencia en cuanto al asunto que se le atribuya; por un lado, un cuadernillo rojo vino, que no era más que un anotador de los códigos y botones del conmutador con su respectivo destinatario y algunos datos extra sobre los pacientes que era necesario saber para evitar deslices con ellos, puesto que algunos tendían a ser más irascibles que otros con respecto a distintas cuestiones, mientras que el cuaderno más grande de un color avena con detalles en negro en el marco del mismo, era la agenda de Tobias Forge, así mismo se titulaba con amplias letras de una tipografía romana. Allí llevaba un plan de días mucho más extensos en contenido que la agenda electrónica que figuraba en la computadora que, según ella, era la herramienta más relevante a la hora de actualizar. Y con esto comprendía el final de la lección, acompañada de una parte un poco más compleja de comprender y asimilar en pocos minutos que implicaba mantener un personaje profesional que no se aleje de los límites de la seriedad y la simpatía a la vez. El punto era, entonces, efectuar un perfecto balance entre esas dos características para que los pacientes -y Tobias incluido- se encuentren seguros que tal repentino cambio de asistente no implique complicaciones en sus casos.
En menos de una hora, Irina había culminado su exposición y ambas permanecimos satisfechas con la productividad con la que iniciamos el primer día laboral de la semana.
—¿Ves? No era tan complicado como parecía— comenta sumida en una confianza que se volvía mutua poco a poco, mientras se encontraba sentada en la extensión del escritorio frente a mí. —Tobias se encarga de la mayor parte del trabajo. Lo único que hacía yo era recibir a los pacientes, atender el teléfono y agendar visitas y eventos o, en caso de negocios o congresos en el exterior, reservaba vuelos y alojamiento también. Eso era todo— exclama con seguridad en sus palabras. —Él sólo quiere asustarte con esa idea de «ahora tú me perteneces y todo tu tiempo también, te mataré de trabajo». Verás que sigo viva y bastante cuerda— bromea y ambas reímos.
La simpatía de Irina era tan contagiosa que era imposible evitar sonreír en cada segundo y en cada frase dicha por ella. La observaba en ocasiones y llegaba a la conclusión que ella estaba diseñada para este tipo de trabajos; si bien Tobias no lucía muy a favor de la organización de Irina con respecto a su posición, estaba claro que ella manejaba las relaciones interpersonales como una verdadera experta.
Su compañía me resultaba muy agradable y me apenaba, a la vez, el hecho de que no podamos trabajar juntas por distintas cuestiones. No obstante, aprovechaba este pequeño momento libre para conocernos un poco más y cotillear sobre el trabajo y Tobias en sí mismo.
—Pues, Tobias no se ha mostrado así cuando nos reunimos hoy. De hecho, lucía bastante permisivo en cierta forma... Ahora que tú lo mencionas, dudo cuánto pueda llegar a durarle la cara y la actitud de santo— ella ríe tapando parcialmente su boca para evitar que su carcajada llegue al jefe. —No puedo negar que este hombre emana pura autoridad. Si no lo conociera, estaría convencida que tiene el don de controlar a todos como marionetas para su diversión.
Dedicamos unos segundos a reírnos como dos amigas que se conocen desde la infancia y luego ella quita una lágrima, producto de una carcajada insostenible, de su párpado inferior. Ante esto, recuerdo que aún estamos en el consultorio e imito el gesto de obstruir el sonido que se escapaba de mi boca por la risa.
—Te pasas, Eloise, pero admito que es totalmente cierto. Tobias es el poderío personificado en un hombre trajeado... Empresario y doctor en Psicología. ¿Puedes creerlo?— hacemos una breve pausa para recuperarnos del momento de recreo. —Recuerdo que, aún siendo amigos de toda la vida, en mi primer día como su asistente me comentó todas las reglas... ¡Me las enumeró una por una con una expresión severa en su rostro! Y dejó muy en claro que le gustaba el orden y velaba por eso... De hecho, me hizo la vida imposible durante los primeros meses porque yo no podía encajar en su ambiente y, cuando pude hacerlo, se tranquilizó conmigo y dejó de pisarme los talones en cada tarea que me asignaba— confiesa haciendo un ademán de negación con su cabeza mientras sonreía de lado, manifestando la propia incredibilidad del asunto. —Contigo ya desde el inicio se ha comportado diferente, lo cual llama poderosamente mi atención. ¿Puedo saber cómo se conocieron y desde hace cuánto?
Un sonido muy particular y característico de teléfono de oficina nos interrumpe la conversación y, con una gran sincronización en nuestros gestos, volteamos a observar el conmutador. Una luz verde centelleante se asomaba en uno de los botones del aparato telefónico dándonos a entender que se trataba de alguien en particular que tenía asignado un código de cuatro dígitos en el panel.
—Es del despacho de Tobias. Atiende tú— ordena con suavidad enfatizando su gesto con la mano. —Deleitalo con un profesional «Oficina del doctor Forge»— me guiña el ojo y se acomoda, aún encima del escritorio, para observar mi performance con una apropiada aproximación.
Respiré hondo y exhalé con fuerza en un breve período de segundos, que se escaparon del reloj como si fuese la nada misma, y me dispuse a tomar la llamada adoptando una postura de típica asistente hegemónica.
—Oficina del doctor Forge, ¿en qué puedo ayudarle?— pronuncio con una increíble profesionalidad en cada palabra y le dedico una mirada de asombro a Irina, quien me la devolvió al instante al percibir la velocidad de mi aprendizaje.
—Veo que ya se ha instalado, señorita Lindholm, y me alegra de oír su voz a través del teléfono— exclama deleitado. Apenas podía procesar cómo la voz de Tobias sonaba como una sensual melodía a través del auricular. Una voz tan suave y seria en persona que se alteraba a otra escala del nivel de autoridad que manejaba Tobias. Era la mezcla perfecta de seducción y supremacía; la composición peligrosa entre una voz ronca y un acento apacible. En definitiva, el plan de Irina había funcionado. —Pero creo que Irina no tuvo éxito en enseñarle los códigos del conmutador... O tal vez usted ya lo sabía con anticipación y, a causa de esto, me ha jugado una mala broma. Efectivamente, advertí que crearon un buen vínculo entre ustedes, a juzgar por las incesantes carcajadas en horario de trabajo— hace una breve pausa y me siento palidecer a causa del repentino cambio de actitud en él. —No obstante, no voy a abundar en ese detalle, sólo llamaba para decirle que, por favor, avise a la señorita Glendor que la requiero en mi despacho ahora mismo. No nos llevará más de cinco minutos.
Irina me observa con un gran brillo de interrogación en su mirada esmeralda y, como si fuese un reflejo de alguna intuición relacionada al peligro, se incorpora y permanece de pie a escasos centímetros de mi silla, expectante a lo que Tobias me estaba comunicando a través del conmutador. Con un gesto tranquilizador, le doy la pauta que se trataba de algo simple y que no había que alarmarse... Todavía.
—Seguro, señor Forge. En breve estará allí— cuelgo y me volteo lentamente hacia Irina, quien aún me observaba con pánico. —Te quiere en su despacho.
Advierto que suspira con exageración y rodea los ojos hasta volver a su posición normal frente a mí.
—Lo supuse... Estoy convencida que no es nada grave, sólo tiene ganas de mostrarse como un macho dominante frente a ti— gesticula de manera burlesca y río bajo. —Iré a verlo antes de que desespere. ¿Tienes alguna pregunta o duda con respecto a todo lo que te he explicado antes?
Comienzo a examinar mi nuevo despacho, desde la impresora en conjunto con las distintas carpetas dedicadas a cada paciente ubicados en el estante debajo del amplio escritorio hasta llegar a las agendas apiladas una encima de la otra y la computadora que se hallaba iluminada por su función y con el nombre completo de Tobias y su especialidad en el centro de la pantalla. Me detengo por un momento en el conmutador y diviso las teclas que no contenían números, pero sí letras sueltas. Sabía que debía dedicarles un tiempo prolongado si quería saberme de memoria cada uno de sus códigos por si se me daba la oportunidad de revelar la identidad del remitente o del posible destinatario con el que me tuviese que comunicar. Sin embargo, mi mirada se posa curiosa en un botón en particular que resaltaba de los demás por tener un grabado en un rojo carmín intenso que simbolizaba las letras FRTLS. Rebuscando en mi memoria de la lección de Irina, en ningún momento las encontré expuestas en su cuadernillo de códigos y ni siquiera me explicó su tan característico destino en el conmutador.
—En realidad, sí. ¿Qué hace este botón?— cuando me aproximo a verificarlo con mi dedo índice, Irina se entromete en mi acción y me lo quita con brusquedad. —¡Oye!
—Ese mando es para situaciones especiales, no puedes llamar sin autorización ni tampoco recibirás llamadas del mismo— espeta seria. —Debido a tu inexperiencia en la oficina, es lógico que Tobias no te hará comunicarte con ellos. Es muy temprano para eso— pronuncia como si estuviese pensando cada palabra muy fríamente para evitar meterse en problemas después con el gran jefe. —Pero algo me dice que muy pronto lo harás...— emite una risita. —Tobias no podrá aguantar tanto tiempo sin autorizarte... Él no es un hombre que le guste esperar mucho.
Me guiña el ojo intentando imitar una complicidad que no era correspondida conmigo y se encamina hacia la oficina de Tobias, dejándome plasmada en una confusión entremezclada con una latente curiosidad que me provocaba y me atosigaba en querer saber más sobre este nuevo mando que acababa de descubrir.
«Tobias no es un hombre que le guste esperar mucho».
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