Epílogo


(Una amenaza cumplida)


*Capital de Melien

*Unos meses después del ingreso de Tania a la UESI.


La mansión de Dahana era bastante... Sencilla, en términos de Zelda.

Ella estaba acostumbrada a tener al menos un centenar de personas que se encargaban de la limpieza de su hogar y allí a penas y había visto a veinte personas, contando a los guardias, las damas de compañía, las doncellas, el mayordomo, los chefs y la ama de llaves, además de que gozaba de mayor espacio, mientras la enorme residencia de su hija abarcaba un poco más de una cuadra, la de ella fácil podía ocupar cinco. No sabía desde cuando su pequeña había comenzado a ser tan simple, o quizá siempre fue simple y hasta ahora se daba cuenta. 

Zelda suspiró y analizó todo a su alrededor. 

No era que la casa de Dahana estuviera mal, era increíble de hecho, tenía todo lo que un humano promedio pudiese necesitar y más, gozaba de parque recreativo, piscinas subterráneas y al aire libre, establos, un pequeño zoológico de animales exóticos, cuartos secretos, bóvedas de almacenamiento, habitaciones ocultas, bibliotecas, un estacionamiento subterráneo, un par de bunkers e inclusive una pequeña sala de recreación infantil que... No sabía el porque la había construido.

Además de que la mansión estaba surtida de todo tipo de armamento y tecnología, así como de los mejores servicios y productos que el mercado pudiera ofrecer. Hasta los trabajadores tenían una habitación más ostentosa de la que se hubieran imaginado.

Pero a pesar de eso el esplendor de la mansión de la Suredal junior no era rival para la magnificencia de la de su madre. Zelda siempre había sido una mujer con gustos caros y todo en ella, desde su ropa hasta su casa, lo demostraban.

Derrochaba dinero porque podía.

Y aunque nunca había presionado a Dahana para que la imitara en eso ahora no podía evitar sentirse algo... Arrepentida.

-Incluso la decoración...- Susurró Zelda entre dientes mientras miraba con desagrado una figura de porcelana con forma de bailarina que reposaba sobre uno de los muebles de caoba que adornaban la sala de recepción, donde ella aguardaba paciente a que su hija terminara de arreglarse para que pudieran ir a la comida que su padre iba a ofrecer.

Zelda jamás se había tomado la molestia de ponerse a analizar con tanta meticulosidad la casa de su hija y lo que en ella había, pero Dahana se estaba tardando demasiado y ella comenzaba a aburrirse, así que no pudo evitar fijarse en el panorama a su alrededor.

-Tiene buen gusto en mi opinión, no es tan ostentosa como tú, pero tampoco llega a decorar con lo primero que se topa, es sencilla, elegante y refinada, sí, sin duda esas tres palabras definen por completo a tu hija... Zelda.-

El color abandonó el rostro de Zelda por completo, la piel en su nuca se erizó al escuchar aquellas palabras tan dulces, llenas de veneno y provenientes de una persona conocida y odiada.

Sin titubeos desenvainó su pistola, se giró y apuntó al corazón de la persona parada detrás de ella.

-No menciones más a mi hija... Camelia.- Dijo con un tono de voz firme y cargado de repulsión.

La mujer que ahora tenía delante sonrió, una sonrisa cargada de maldad y diversión.

Hacía mucho que Zelda no la había visto, incluso la creyó muerta, pero debió de haber supuesto que Camelia Gernay no moriría con tanta facilidad.

-Sigues siendo igual aunque los años pasan.- Camelia habló un poco decepcionada, como si hubiera querido ver otra reacción por parte de Zelda. -Bien dicen que la gente aburrida sigue siendo aburrida, y seguirá siendo aburrida hasta que finalmente se muera o alguien los mate, suerte que pronto te pasará lo último.-

Zelda se aferró más a su arma sin titubear, conocía demasiado bien a Camelia como para temerle.

-Ya veo yo que tú sigues igual de loca que siempre.- Dijo Zelda sin un ápice de emoción.

-Agradezco el bello cumplido.- Camelia hizo una leve reverencia provocando que algunos de sus largos mechones de cabello cayeran por delante de su cabeza y rozaran el suelo.

Si alguien que igual las hubiera visto en el pasado las volviese a mirar ahora igual diría que ninguna había cambiado ni siquiera un poco. Por su parte, Zelda mantenía la suavidad y el brillo de su tez, no tenía ni una arruga a pesar de su edad, sus ojos aún eran firmes e implacables, su pose seguía siendo arrogante, e inclusive su peinado no variaba mucho a alguno que en ciertas ocasiones lucía durante la guerra.

Camelia por su lado parecía una retrato de sí misma cuando estaba joven, a excepción de que sus rasgos faciales habían madurado un poco tonándose más afilados y amenazantes que antes, era un poco más alta y quizá su cabello había aumentado unos centímetros pero fuera de eso lo único que podía decirse que cambió radicalmente era su forma de vestir, ahora en vez del traje de guerra llevaba un traje formal, un saco de seda oscura con mangas largas, ajustadas, detalles en plateado resaltaban tallando runas. Sus manos estaban cubiertas de seda y sus zapatos de charol relucían impecables.

Ambas se miraron un largo rato hasta que Camelia volvió a hablar rememorando el pasado.

-Hace no muchos años igual me apuntaste con tu arma, si no mal recuerdo fue cuando les dije a ti y a Valeska sobre que había hecho, tanto como mis traiciones como sobre la muerte de Henry...-

Ante la mención de su difunto esposo la mandíbula de Zelda se tensó. 

-Ah, que recuerdos.- Camelia sacudió la cabeza y luego volvió a concentrarse en su antigua compañera. -Igual creo que en aquellos momentos juré terminar con tu linaje, así que bueno... ¿Una amenaza es una amenaza, no? Me temo que finalmente ha llegado la hora de cumplir.-

Zelda tragó saliva.

-Dahana...- Dijo antes de salir disparada hacía la puerta que Camelia había cerrado con llave. 

-Sigue viva, y seguirá viva, al menos por un tiempo, pero tú...- Camelia chasqueó la lengua. -Me temo que no por mucho.-

Acto seguido sacó un puñal que escondía entre sus ropajes y lo lanzó directo a Zelda clavando la mano de esta en la puerta. Zelda ahogó un grito al sentir el dolor expandirse desde su mano por todo su cuerpo, inmediatamente soltó el arma incapaz de seguir sosteniéndola por más tiempo.

-¿No digo que la gente aburrida es aburrida hasta que se le mata?- Camelia se cruzó de manos. -Esperaba algo mejor de la mano derecha de un héroe de guerra, peor obvio es que su talento y su fama son cosas totalmente diferentes, talento tiene poco, fama mucha por robar méritos ajenos. Los Suredal son igual de patéticos, todos ellos. Y pensar que un día llegué a respetarte, vaya estúpida.-

-¿Qué quieres?- Gruñó Zelda luego de zafarse del puñal y volver a retomar su arma.

-Matarte.- Esta vez Camelia sacó más armas del interior de su traje y las lanzó a su víctima, quien a su ves disparó en vano.

Camelia esquivó el ataque sin mucho entusiasmo y luego giró para ver a Zelda. La mujer había sido atravesada por los puñales en varios puntos vitales, había muerto de inmediato. 

La sangre escurría de los múltiples agujeros en el cuerpo de Zelda y comenzaba a teñir el tapete sobre el cual había caído. Una mueca de repugnancia se posó sobre los labios de Camelia.

-¿Tenías que morir tan rápido? Eres una inútil, una aburrida inútil... Incluso matarte fue fácil, no sirves para nada, incluso muerta eres aburrida.- Camelia comenzó a hace run berrinche, ella quería divertirse con Zelda, tenía planeado torturarla, pelear, enfrentarse, e ir matándola de poco en poco.

¡Su intención era hacerla sufrir! ¡No darle un descanso casi pacífico!

Entre maldiciones y gruñidos terminó por cumplir su trabajo y decidió irse tan rápido como había aparecido.

Más tarde, cuando Tania llegó a la mansión luego de haber peleado con Valeska notó que algo andaba mal, la seguridad había sido desactivada y todo el personal estaba inconsciente encerrados en la sala de música, ninguno tenía daños físicos ni heridas, pero eso solo la alarmó aún más.

Luego de liberarlos y recostarlos adecuadamente sobre el suelo corrió escaleras arriba hasta la habitación de Dahana, al entrar no la encontró, buscó en su armario, en su estudio, la biblioteca que conectaba con sus aposentos, e incluso debajo de la cama... Nada, ella no aparecía.

Asustada, Tania desplegó un escudo de protección alrededor de la mansión y checó el rastreador de su compañera, algo le indicaba error y luego indicaba la casa Suredal, solo la mansión, no revelaba su posición en específico.

Histéricamente Tania comenzó a buscar a la joven por todos lados hasta que logró dar con ella en la enfermería.

Sin embargo al encontrarla su corazón no se alivió en absoluto, Dahana estaba en aquel cuarto junto a un cadáver lleno de agujeros y carente de ojos. De inmediato Tania reconoció a la víctima... Zelda Suredal.

Por el desastre de la habitación Tania logró deducir que Dahana había intentando de todo para retener el sangrado de su madre, pero esto había sido en vano, quizá Zelda ya estuviera muerta mucho antes de que Dahana la encontrara, por mucho que se intentara ya no se podía hacer nada.

La respiración de Dahana era irregular, sus manos se apretaban en puños a un lado del cuerpo de su madre y sus ojos estaban rojos de tantas lágrimas que había, y seguía derramando.

Algo en Tania se rompió al ser testigo de esa escena, no sabía desde cuando Dahana se había vuelto más que importante para ella, pero sí sabía que lo único que no quería verla sentir era dolor.

-Didy...- Dijo en un tono suave.

Como si hubiera sido sacada de un trance, Dahana alzó la mirada y en cuanto se topó con los ojos tristes de Tania corrió hacía ella y se refugió en sus brazos, rodeó su torso con sus manos y se permitió llorar en su pecho.

Tania le correspondió el abrazo y, sin importarle que la sangre que cubrían las manos de Dahana la manchara dejó que esta se aferrara a ella tanto como quisiera, luego de unos segundos notó que el llanto de Dahana se intensificaba. Sin poder soportarlo comenzó a hacerle pequeñas y suaves caricias por su espalda a la par que le daba ligeros besos en la cabeza.

-Mi... Mi madre...- La voz de Dahana era apenas audible. -Ella...-

-Nunca he amado a mi madre, y cuando mi padre murió no había nadie que me consolara...- Tania siguió hablando de forma calmada, sin detener sus caricias. -No sé que decirte en estos momentos pero... Si hay algo con lo que pudiera ayudarte a aliviar tu dolor agradecería que me lo dijeras.-

Los labios de Dahana se curvaron levemente como si quisiera sonreír, le gustaba mucho que Tania fuera sincera con ella, y le gustaba saber que se preocupaba por ella, ese sentimiento de ser querida era agradable... El solo hecho de sentirlo y estar con ella ya era reconfortante.

-Quédate así.- Dahana cerró sus ojos. -Quédate aquí, conmigo.-

Tania asintió y siguió mimando a la joven en sus brazos.

-Siempre...- 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top