Capítulo 5
—¿Y la culpa fue mía? —inquirió Draken, frunciendo el ceño bastante ofendido. Fulminó con la mirada a Kyomi, quien había alzado el mentón y cerrado los ojos de forma orgullosa. Se le marcó una vena en la frente y torció su sonrisa.
—Por supuesto que sí. Tú arruinarte mi trabajo a propósito —respondió la protagonista, cruzándose de brazos—. Creo recordar que desde un comienzo yo intenté ser amable, pero tú solo ladrabas.
—¡Porque tu música me estaba matando lentamente! —exclamó el pelinegro, colocando las dos manos sobre la mesa. Se levantó ligeramente y se inclinó hacia adelante, lugar donde se encuentra Kyomi—. Era agonizante.
—¡Si me hubieras pedido amablemente que la bajara lo hubiera hecho! —espetó de vuelta la chica. Adoptó la misma posición que Draken con una mirada retadora. No le importaba la poca distancia que existía entre sus rostros.
—¿Sabes que es ilegal la cantidad de desiveles que tenían tus canciones de los anos cincuenta? —Ken torció el rostro, lo que dejaba al descubierto la vena que tenía marcada en el cuello por el estrés que le estaba provocando aquella conversación.
Kyomi pestañeó consecutivas veces. Se llevó una mano al pecho sin moverse mucho y fingió estar ofendida.
—Pido perdón por no saber que tenía un vecino policía —siseó sarcástica, con el objetivo de molestar a Draken, sonrió satisfecha al ver que así fue.
—Serás...
—¿¡Qué!?
Antes de que Draken pudiera contestar, el sonido de su tono de llamada lo interrumpió. Por un segundo regresó a la realidad y se percató de que se estaban portando como dos niños. Se dejó caer nuevamente sobre el suelo y suspiró. Kyomi lograba sacarlo de quicio, a él, que tenía la paciencia suficiente para tratar con Mikey.
Y hablando de su mejor amigo, cuando él azabache sacó su teléfono del bolsillo, divisó en la pantalla el nombre de Manjirō. Se apresuró a ponerse en pie y le hizo un gesto a Kyomi para ir hiciera lo mismo.
—¿Sí? Vale, ya vamos. No te muevas y sobre todo no causes problemas —advirtió al teléfono Ken mientras caminaba a la puerta del departamento. Miró por encima del hombro que la chica lo estuviera siguiendo y cuando comprobó que así fue, se agachó para colocarse los zapatos—. Mikey, aléjate del carro de los helados.
A Kyomi se le escapó una risita tras escuchar aquello, pero cuando divisó voltearse a Draken con mala cara y reprendiéndola con la mirada por reirle las gracias a Manjirō, tuvo que borrar su sonrisa y alzar las manos en señal de rendición. Se le hacían tan tiernos ese par de mejores amigos. Mikey era como una pequeña bomba de relojería, travieso, juguetón y divertido; Ken era como una bomba nuclear, arisco, callado, gruñón. Todavía no comprendía por qué se llevaban tan bien.
Esperó a que Draken terminara de ponerse sus zapatos y luego hizo ella lo mismo. Abrió la puerta del departamento, salió, esperó a que su acompañante lo hiciera igual y luego cerró. Lo guió escaleras abajo mientras él hablaba por teléfono tratando de convencer a su mejor amigo de que no se gastara todo su salario en comprar trescientas paletas de helado.
En unos minutos ya se encontraban frente a la puerta del edificio comunitario. Mikey había traído su moto y la batería extra que usarían para ponerle a la moto de Miyamura. Draken no tardó en coger del cuello del overol a su mejor amigo al ver que este iba a perseguir al carro de los helados que estaba por irse.
—Vamos, Kenchin —rogó el Sano, haciendo un puchero—. Quiero mi helado.
—Luego del trabajo —tajó el aludido, poniendo los ojos en blanco—. Estoy cansado de ser tu niñera. ¿Cuándo vas a crecer?
—¡Que cruel! Yo que venía a ayudarte desinteresadamente —lloriqueó Manjirō.
—Y yo agradezco mucho por eso —interrumpió Kyomi, haciendo una reverencia prolongada. Al alzar la vista pudo contemplar al par de amigos mirándola con una ceja alzada—. ¿Qué?
—No es necesario que hagas eso —contestó Draken, bastante más serio que de costumbre.
—Pero yo... Les debo mucho —balbuceó un poco incrédula la castaña. Se incorporó y se encogió de hombros. Al parecer los había incomodado.
Manjirō dio dos pasos al frente, esbozó una gigantesca sonrisa y colocó una de sus manos sobre el hombro de Kyomi.
—Pyo-chin, a partir de ahora, nosotros somos amigos —dijo cómo si nada el rubio, ensanchando aún más su sonrisa.
La protagonista abrió sus ojos de par en par, estaba segura de haber escuchado perfectamente a Manjirō, pero era tan raro. Una misteriosa paz le envolvió el pecho tras aquellas líneas, ella no tenía muchos amigos y, aunque se tratara de un par de locos, la hacía felíz. Miró por encima del hombro de Mikey a Ken.
Al darse cuenta de que estaba siendo observado por Kyomi, Draken borró la sonrisa sincera que le había provocado el anterior comentario de Mikey y se cruzó de brazos con los ojos entrecerrados.
—A mí no me mires. Mikey solo puede hablar por él.
Tras escuchar aquello, Kyomi solo pudo soltar una carcajada.
—Kyo-chan —llamó una dulce cuarta voz.
Todos voltearon en la dirección de la que provenía y se encontraron a Mirai sobre la acera. La joven enfermera vestía más informal que normalmente. Tenía plasmada en el rostro una gran sonrisa. Cuando Mirai vio que su amiga la estaba observando, alzó sus manos para mostrarle dos bolsas.
—Sé que me dijiste que ya tendrías la ayuda de Draken-kun, pero no pude evitar estar intranquila. Así que pasé por un mercado y compré provisiones para preparar una rica comida. Espero que no sea una molestia —sinceró, en voz baja, con una pequeña sonrisa. Caminó hasta colocarse dentro del grupo.
—Mirai-chan, nunca eres una molestia —aseguró Kyomi, feliz de ver a la de orbes grises fuera del horario laboral. Tomó las bolsas de las manos de su amiga solo para cargarlas ella—. Es un detalle. Ya pensaba que debía ordenar pizza para este par.
En ese momento Mirai se percató de la presencia de Manjirō. Se encogió de hombros y lo miró con cara de perro mojado.
—Lo siento mucho, no sabía que estarías aquí. Creo que no alcanzará para los cuatro —confesó la castaña, con una mirada triste—. Bueno, no importa, puedes comerte mi parte.
Manjirō simplemente pestañeó, estuvo un segundo en silencio y luego dejó escapar una gran carcajada. Dibujó una inmensa sonrisa y guardó las manos dentro de sus bolsillos.
—No te preocupes, yo me comeré una cesta de dulces de Pyo-chin —dijo emocionado Manjirō. Puso los ojos en el cielo y la boca se le hizo agua al recordar el exquisito sabor que tenían aquellos pasteles que le había robado a Draken.
—¿Una cesta? ¿Tú solo? —cuestionó Mirai.
—Sí —contestó Mikey.
—Ay, no —susurró Kyomi, dejando caer su cabeza. Ya sabía lo que venía.
Draken observó con el ceño fruncido a la Kobayashi y no comprendió su estado hasta que vio a Mirai dar grandes pasos para colocarse frente a Mikey, luego, cómo si fuera una madre y él su hijo, se llevó una mano a la cintura, se inclinó ligeramente y comenzó a regañarlo con el dedo de la otra mano.
—¿Acaso no sabes todo el daño que le harías a tu cuerpo? —preguntó la castaña a Manjirō, sin respetar su espacio personal—. Los alimentos azucarados contienen hidratos de carbono simples, cuyo consumo abundante hace que el organismo trabaje excesivamente y se acumulen en el cuerpo en forma de grasa. Puede provocar obesidad, diabetes, enfermedades en el corazón, entre otras muchas cosas horribles. Lo más bonito que podría pasarte después de ingerir tanta azúcar es una carie.
Mikey tenía la espalda arqueada y la cabeza inclinada hacia atrás por el exceso de información. Cuando Mirai guardó silencio un segundo para coger aire, él miró a Kyomi apuntando a la Hoshisora, en señal de pregunta.
—Mirai-chan es enfermera. Generalmente es muy tímida, pero cuando se trata de la salud de alguien se le olvida toda la timidez y se convierte en un mamá súper protectora —explicó Kyomi, entregándole las bolsas a Ken para caminar donde su amiga.
—¡Oye! —exclamó Draken al notar que Kyomi se la había jugado y ahora él era el menso que cargaba las bolsas. Farfulló mil maldiciones cuando la vio voltearse a sacarle la lengua.
Mirai, por su parte, había agachado la cabeza. Se llevó una mano a la barbilla y se mostró pensativa. Lo meditó unos instantes y luego miró a Kyomi.
—Puedo llamar a una amiga para que traiga más ingredientes. Si no es molestia, claro —sugirió, retomando su dulce sonrisa.
—No lo es. Sería de gran ayuda.
—Pero... —Mikey alzó un dedo para objetar algo al respecto, antes de poder hacerlo, los otros tres ya estaban caminando edificio adentro, ignorándolo. No le quedó más remedio que encogerse de hombros y caminar deprimido dónde los demás—. Yo quería mis dulces.
Dos horas más tarde, Mirai y Kyomi se encontraban en el parqueo personal del complejo. Ellas observaban el increíble trabajo en equipo que hacían Mikey y Ken. Ya habían cambiado la batería, pero decidieron darle un poco de mantenimiento y hacerle unas mejoras porque, cuando tenían una moto entre sus manos, la magia simplemente fluía.
Para ambas, ese par era un equipo súper dinámico y, a pesar de tener una actitud tan diferente para la vida, trabajando se complementaban de una forma horrorsamente hermosa. Se comunicaban sin palabras, se pasaban justo lo que necesitaban, tomaban decisiones en conjunto que les parecían correctas a ambos y lo más bonito era ver cómo festejaban un logro chocando los cinco entusiasmados.
Las dos chicas por su parte prefierieron guardar silencio, ellas observaban absolutamente todo desde una distancia considerable. A veces se miraban para ver si estaba viendo lo mismo.
—¡Llegó por quien lloraban! —gritó una escándalosa mujer, sorprendiéndolos a todos e irrumpiendo el silencio que se había cernido sobre el garaje.
Manjirō y Ken se mostraron deprimidos al contemplar a la causante. Mirai esbozó una inmensa sonrisa. Kyomi no entendía nada.
Marcando sus pasos por todo el garaje como si fuera una pasarela se encontraba la mujer más hermosa que alguna vez nuestra protagonista hubiera visto. Tenía un semblante seguro de sí misma, tanto que se veía arrogante. Traía una sonrisa coqueta, un short relativamente corto, una blusa ceñida al cuerpo y unos tenis viejos. Se echó hacia atrás de su hombro un mechón de su cabello rosado y luego se llevó ambas manos a las caderas. Tenía unos grandes y profundos ojos dorados.
Detrás de aquella despampanante tipa, venía un normalucho hombre de cabellos azabaches y ojos azules. Él no caminaba tan seguro, de hecho, tenía una sonrisa forzada, al parecer avergonzado por la actitud de su compañera. Traía en sus manos varias bolsas y venía encorvado.
—Celeste —entonó feliz Mirai, corriendo al encuentro de la aludida.
—Cuando Rai Rai me dijo que necesitaba ayuda salí corriendo. Compré montones de cosas ricas —dijo la pelirrosa, tomando de las manos a Mirai.
—Con mi dinero —añadió el pelinegro detrás de ella, casi que llorando sangre.
—Detalles, cariño, detalles —restó importante Celeste, mirando de solsayo a su novio—. No te preocupes. Me tomó por sorpresa la invitación y no andaba con mi bolso encima, la próxima vez invito yo.
Kyomi ignoró la pequeña conversación que se estaba desarrollando para colocarse junto a Draken y Manjirō, había notado que al parecer ellos también conocían a la nueva invitada.
—¿Y ellos quienes son? —cuestionó.
—Es Celeste, el otro chico es Takemicchi, su perro —contestó Mikey, pero se llevó una colleja por parte de Ken—. Auch, es la verdad.
—Es su novio —corrigió Draken, cruzándose de brazos.
—Ah. ¿Y como entró al garaje...?
—No preguntes —dijeron los dos mejores amigos a la vez.
Para poder entrar a alguno de los lugares del complejo del vecindario, debían ser invitados por algún propietario. Pero Celeste había burlado esa pequeña regla de algún modo.
—¡Ah! ¡Pero si son Manji y Ken-kun! —gritó eufórica Celeste. Fingió remangarse las mangas de un abrigo inexistente y esbozó una gran sonrisa —. Veo que necesitan ayuda de mamá. Si es que no pueden hacer nada sin mí.
—Nos vio —murmuraron nuevamente los dos.
—Las chicas se encargarán de la comida —dijo la pelirrosa, colocando una mano en los hombros de Mirai y Takemichi con una sonrisa.
—Cele-chan, soy un chico —intentó corregir su pareja, pero al parecer eso no le importó a su novia, quien sonriendo fue dando brinquitos hasta donde estaba la moto.
—Hola, mi nombre es Celeste Izumi —se presentó ante Kyomi—. Es un placer por fin conocer a la novia de Ken-kun.
—¿Novia? —cuestionó la castaña. Automáticamente se le sonrojaron las mejillas.
—Celeste... —regañó entre dientes el aludido.
—Pero es verdad. Ken-kun se la pasa hablando de ti. No hay ni un segundo en que tu nombre no salga de su boca. Siempre está quejándose, es cierto, pero al menos no sales de sus pensamientos —sinceró la pelirrosa. Dejó escapar una exclamación de dolor cuando su mejor amigo la rodeó del hombro y la obligó a agacharse con él.
—Ustedes encárguense de la cena. Nosotros terminaremos aquí —dijo Mikey, sonriendo de par en par.
Kyomi decidió obedecer, todavía pensando en las palabras de Celeste. Fue veloz dónde Mirai y Takemichi y, sin dar explicaciones, los jaló de la mano para llevarlos a su departamento y comenzar a preparar la cena.
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