Capítulo 2

Kyomi farfulló dos maldiciones al escuchar como aquella canción volvía a ser entonada por lo alto. Depositó con desdén la llave inglesa sobre la barra y se cruzó de brazos.

—Ya verás, Draken —murmuró, trazando en su cabeza todo un plan de venganza. Al parecer ella también era una niña pequeña.

—¿Estás bien? —inquirió Mirai, colocándose al lado de Kyomi. Puso una mano sobre su hombro comprensiva y preocupada. Las guerras de Ken y ella eran conocidas por toda la cuadra.

—Perfectamente —respondió la protagonista, volteándose para dedicarle una sonrisa sincera. Nadie diría que en su interior estaba asesinando a su vecino de mil formas.

—Me alegra. No debes darle mucha importancia a Ryuguji-san, es lo que él quiere. Si simplemente lo ignoras le dolerá más que cualquier intento de devolvérsela.

Mirai era como la voz de la experiencia y la conciencia de Kyomi. Una mujer muy madura para su edad, un ejemplo. Por eso siempre trataba de guiar a su amiga por el buen camino, por el correcto. Mirai sabía que Kyomi era muy terca y que nunca escuchaba lo que decía, pero como una madre que nunca se rinde con sus hijos seguía aconsenjándola con la esperanza de algún día ser escuchada.

—Gracias —sinceró Kyomi, soltándose el cabello. Con sus dedos le dió forma a su peinado y se tranquilizó un poco, aunque eso no quitaba que fuera a vengarse.

Mirai sonrió, entonces miró su reloj de mano y se alarmó—. ¡Oh, mi turno está por comenzar! —exclamó, corriendo a la mesa para recoger lo más veloz que pudo sus cosas—. Llegaré tarde, mi jefe me mata.

Kyomi soltó una risita, apoyándose en la barra. Observó a su amiga ya lista para salir—. Nos vamos, Mirai-chan.

—¡Si! Hasta pronto, Kyo-chan. —Se despidió haciendo un gesto con su mano como pudo, pues se encontraba cargada entre su bolso y los dulces.

Kyomi hizo el mismo gesto y esbozó una sonrisa mientras veía a Mirai salir por la puerta apresurada. Su local quedó en silencio y soledad de nuevo.

Bajó su mano y miró a su alrededor. Cuando sintió una pequeña opresión en su pecho negó con la cabeza, decidida a no permitir que un día de desánimo la haga perder la esperanza.

Tomó un trapo y se forzó a sonreír mientras caminaba hasta la mesa que había dejado Mirai, la misma que se encontraba llena de té por culpa de la dichosa canción de Ken. Limpió el cristal, recogió las tazas. En ese momento, un mechón de cabello de su flequillo se coló en sus ojos incomodándola; en repuesta, Kyomi trató desesperadamente de apartarlo soplándolo, pero su cabello tenía el capricho de hacerle el viaje a la barra toda una aventura.

Cuando por fin había apartado el dichoso mechoncito sintió su teléfono vibrar en uno de sus bolsillos. La sopresa hizo que se tambaleara un poco, y aunque trató de recuperar el equilibrio, como ese definitivamente no era su día, la vajilla fue a parar al suelo.

Kyomi se golpeó un muslo con el puño y con el pie derecho atinó una patada a la tetera rota. Completamente irritada buscó su móvil y se sorprendió al ver de quién se trataba. En ese instante trató de convertir su rabia en cosas positivas, inhaló y exhaló buscando paciencia. Cuando creyó adecuado contestó.

—,¡Mamá! —soltó alegre al teléfono. Fingiendo que todo el estrés previo había desaparecido.

—Buenos días, princesita —dijo la mujer, desde el otro lado. Su voz sonaba dulce y cariñosa.

Kyomi puso su mano entre la vocina y su boca, para opacar un poco la música de fondo.

—¿A qué se debe esta llamada? —preguntó la castaña, caminando hacia la esquina opuesta del local, tomando distancia de la tienda de motocicletas.

—¿No puedo llamar a mi hija? Quería saber de tí. Lamento si te estoy distrayendo de tu trabajo, imagino que tendrás un montón.

—Emm, bueno, siempre puedo dedicarte tiempo. No importa si tengo mucho trabajo —respondió mirando el local vacío mientras forzaba una sonrisa—. Eres mi madre.

—Me alegra escuchar eso —confesó la mujer, un poco aliviada—. ¿Cómo te va? Hace días que no hablamos.

—He estado muy ocupada —mintió—. Últimamente no paro en la pastelería. Perdón si no te he llamado, llegaba a casa muy agotada.

—Mi pobre niña. Me pone un poco triste escuchar que casi no tienes tiempo, pero me alegra mucho saber que te va tan bien. Sabía que apostar por tu sueño había sido lo correcto.

—Siempre les estaré agradecida a papá y a tí por hacer posible esto. —Se mordió el labio tan fuerte que casi sangra. No estaba acostumbrada a engañar a su madre, pero en los últimos seis meses eso era lo único que hacía.

—Nosotros solo pusimos el dinero, Kyomi, tú lo haces posible —corrigió la madre—. Estoy muy orgullosa de la mujer en la que te has convertido.

Escuchar esas palabras terminaron de poner el ánimo de Kyomi por el piso. La culpabilidad la aplastó y se sintió como la mierda al estar engañando a su familia de ese modo. Encima todo parecía ser en vano, porque no importaba cuantos días pasaran, el destino de la pastelería parecía no cambiar.

No era nadie de quién estar orgullosa. Era una mentirosa que engañaba a su familia por miedo a tener que abandonar sus sueños. Era una fracasada que no era capaz de poder hacer nada por sí misma, y el resultado era una pastelería muy hermosa producida por sus padres pero vacía porque ella no era lo suficientemente buena para llenarla.

—¿Kyomi? —cuestionó la mayor, preocupada por no obtener ninguna respuesta por parte de su hija.

La aludida negó nuevamente con la cabeza, percatándose de que su silencio había desconcertado a su progenitora.

—Lo siento, mamá, me tengo que ir. Tengo demasiado trabajo. Prometo llamarte hoy en la noche.

—Vale, hija. Pero no te sobreesfuerces por favor —rogó Aiko, notándose su inquietud—. Que no se te olvide llamarme.

—Lo prometo.

Kyomi colgó nada más decir esas palabras. Guardó su teléfono y se encaminó hasta los cristales esparcidos por el suelo, se agachó y comenzó a recogerlos, colocándolos en su delantal. Repitió en su cabeza una y otra vez la conversación que tuvo con su madre, ya no sabía ni como sentirse al respecto.

Estaba tan distraída que terminó por cortarse ligeramente con el pequeño platillo roto de la taza de té. Se le escapó un lamento y miró la sangre. Se mantuvo allí unos momentos. Suspiró y terminó por llevarse el dedo a la boca. Se levantó ya con todos los trastes en su delantal y se dispuso a botarlos.

Cuando estaba terminado de barrer el suelo para deshacerse de los restos, sonó la campana del lugar, indicando que alguien había abierto la puerta.

Kyomi no podía estar más felíz. Se dio media vuelta con una gran sonrisa, y cuando descubrió de quién se trataba se le borró de golpe.

—Niña...

—Buenos días, señor Miyamura —saludó Kyomi, escondiendo su rostro detrás de su flequillo.

—Ya ha pasado un mes y medio. —El hombre caminó dando zancadas hasta colocarse frente a Kyomi—. O me pagas la renta del mes pasado o no terminas este.

—Lo siento, señor, todavía no tengo el dinero. Pero le juro que si me da unos días...

—¡Llevas diciéndome lo mismo semanas! A este paso me deberás dos meses.

—Le prometo que le pagaré ambos meses en cuanto tenga el dinero —alegó, llevando una mano a su pecho mientras alzaba la vista decidida.

—No me sirven promesas vacías, Kobayashi —siseó Miyamura, cruzándose de brazos.

—Yo...

—No me des excusas, quiero dinero, o estarás de patas en la calle antes de mañana—. La cortó para soltar semejantes palabras con un aire venenoso.

—No tengo dinero —confesó, tomándose de las manos a sí misma.

—Entonces... —Mayamura calló en seco cuando prescenció detrás de la joven, en la barra, una llave inglesa—. ¿Sabes de albañilería?

Kyomi arqueó una ceja por el repentino cambio de su casero. Se volteó a ver que estaba mirando él, tomó el objeto entre sus manos y depositó sus orbes nuevamente en el hombre.

—No exactamente, lo tomé prestado del local de al lado —respondió, sudando frío. Tampoco podía decir que lo había robado.

—¡Osea que sabes arreglar motos! —dedució rápidamente Miyamura con los ojos brillosos.

—Emm... ¿si? —dijo dudosa Kyomi, forzando una inmensa sonrisa.

—Habérmelo dicho antes. Pensé que eras solo otra aburrida mujer que solo sabía cocinar y leer. Nunca esperé que supieras tan siquiera que era eso —comentó, apuntando la llave inglesa.

—Por supuesto que sé que es esto y para que sirve. —Kyomi mintió porque el aire había dejado de ser tenso por parte de Miyamura y ahora se veía emocionado. Miró la herramienta, la movió un poco en sus manos y trató de recordar cómo demonios se llamaba, pero no funcionó—. Es un "esto" —sonrió.

—Es bueno saber que quedan mujeres como tú —dijo aliviado el tipo—. Mujeres interesantes.

—Gracias, se hace lo que se puede. —Kyomi se revolvió el cabello con una mano, mientras con la otra sostenía la llave inglesa.

—Ya sé —soltó de repente Miyamura, buscando en su teléfono algo. Cuando encontró lo que quería le mostró una foto de una moto a Kyomi—. Es como mi hija, pero últimamente no quiere andar. Pensaba llevarla al mecánico de aquí al lado, pero si me la arreglas tú de gratis podemos hacer algo con el alquiler del mes pasado.

—¡Cuando usted quiera! —respondió veloz y entusiasta la protagonista. Sin ser consciente de que después eso traería consecuencias y que ella no tenía la menor idea de cómo tratar una moto.

—Déjame tu dirección por mail y te la llevo el fin de semana.

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Kyomi terminó de ornear sus mejores pasteles y los guardó en una bolsita mientras tarareaba una canción felíz. El día había empezado muy mal, pero ahora veía un poco la luz.

Tomó sus dulces en mano y salió de la pastelería. Cogió un poco de aire y paciencia antes de entrar en la tienda de motocicletas y se juró que bajo ningún concepto permitiría que Ken la sacara de paso.

—¡Buenas! —saludó amable, caminando hacia el pelinegro que la miraba con una ceja alzada.

Draken estaba atendiendo a un cliente en la barra —más buen cobrándole por su trabajo—, cuando vio entrar a Kyomi con una inmensa sonrisa, un aura rozada y una melodiosa voz. No se mostraba afectada por la música o el ambiente, no se veía con ganas de discutir y mucho menos lo miraba con esos ojos amenzantes que lo desquiciaban.

—¿Qué sucede? —preguntó curioso, tomando el dinero de su cliente para depositarlo en la caja registradora. Ni siquiera se despidió del joven, tan solo se arrecostó en la barra esperando a que su vecina llegara.

—Hoy es un día maravilloso, Draken-kun —dijo ella, colocando los dulces sobre la madera—. Son para tí.

El mencionado miró la bolsa desconcertado.

—¿No estarán envenenados? Mira que todo el mundo sabe que me odias.

—No te odio, Draken-kun. Hemos tenido nuestras diferencias pero nunca es demasiado tarde para empezar a llevarnos bien.

—Deja eso de Draken-kun, me enferma —exigió el varón, haciendo una expresión de desaprobación. Abrió la bolsa y vio los dulces, eso lo hizo fruncir aún más el ceño. La miró—. Kyomi, ¿qué quieres?

—Bueno, los amigos se hacen favores.

—¿Desde cuándo somos amigos?

—Practicamente vivimos lado a lado, y traje esta ofrenda de paz para que nos empecemos a llevar bien.

Draken dibujó una sonrisa de medio lado y se cruzó de brazos—. Suéltalo ya.

—Necesito que arregles una moto para mí... Gratis —añadió con una inmensa sonrisa.

—¿Hoy es el día de los inocentes? ¿O es que simplemente te despertaste con ganas de tomarme el pelo?

—No, no, es un favor —respondió, haciendo un puchero.

—Estorbas a mí clientela, largo —tajó Ken.

—Maldito estúpido, ¿qué te cuesta hacer un favor? —inquirió colocando bruscamente sus manos sobre la barra. Sin darse cuenta su expresión se torció. Luego se percató de que había perdido la compostura y se devolvió a la misma posición de antes, con la misma sonrisa—. Digo, de verdad lo necesito.

—Págame —dijo simple.

—No tengo cómo —confesó, tratando de disimular la tristeza. Tampoco quería verse como una arrastrada, pero si quería la ayuda de Ken debía ser un poco sincera—. No me llega para pagar el alquiler de la pastelería y necesito de verdad arreglar esa dichosa moto para que el baboso de mi jefe me de un plazo más amplio —explicó moviendo sus manos exageradamente.

—Osea que podría tener una vecina más agradable —bromeó

—Ken... No puedo perder mi local —declaró, tan seria como él nunca la había visto en la vida.

El aludido la observó. Se rascó la nuca y suspiró. No podía creer lo que estaba a punto de decir.

—Vale, pero te costará un mes sin poner música y me dejarás fumar fuera.

—Un mes sin que ambos pongamos música y no fumarás cerca de mi local —corrigió ella.

—Búscate a otro. —Se dió media vuelta haciendo el ademán de irse.

—Espera, espera... Tú ganas —dijo Kyomi, revolviéndose el cabello por la impotencia.

Draken esbozó una sonrisa todavía de espaldas a la jóven. Esto sería divertido.

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Palabras del autor:

Bueno, capítulo 2 ya servido. ¿Qué opinan de Kyomi? Y el señor Miyamura.

Trataré de actualizar lo más seguido que pueda para terminar lo antes posible este fanfic y meterme en otro projecto :D no mentira.

Este Fanfic color rosita tendrá comedia, y una relación amor-odio (cosa que creo que notaron) uwu

Si te está gustando la historia vota y comenta para que llegue a más personas ~(˘▽˘~)(~˘▽˘)~

Lean comiendo palomitas ( ̄ω ̄)🍿

~Sora.

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