Capítulo 69:
—En honor a la verdad... Tenía la esperanza de encontrar al alcalde muerto, ¿en verdad crees que yo te ayudaría a salvar al hombre que me quitó a la mujer que amo? ¡Por amor a la patria, Dulcinea! Yo jamás cometería esa imprudencia, ojalá el maldito muera, lo deseo con todas mis fuerzas..
—Basta, Misha. Ray está escuchando las barbaridades que pronuncias... —el rubio joven se colocó de cuclillas para hablarme al oído, y mi enojo aumentó—. No se atreva...
—Por un segundo olvida que le perteneces a mi tío, y piensa en ti como la preciosa chica que en realidad eres. Una hermosa mujer que merece una vida normal, con la libertad de terminar la preparatoria en América. Marina... Esta es nuestra oportunidad para ser felices lejos de este maldito pueblo —Misha sujetó mis manos para depositar un beso suave en el dorso—. Deja al alcalde y ven conmigo, mi amor. Huyamos juntos, permíteme cumplir la promesa que te hice antes de viajar, te lo suplico...
—Hubiera vendido mi alma por escucharte decir estas palabras antes de tu matrimonio... Yo... Era mi sueño. Esperaba que renunciaras a Kira por mí, sin embargo no lo hiciste. Eso nunca ocurrió y te casaste mandando al cuerno nuestro amor —retiré mis manos de las suyas, y me enderecé para alejarme de él—. Es demasiado desvergonzado de tu parte pedirme algo que tu cobardía no te permitió hacer. ¿Y ahora soy yo la que debe dejar todo por ti? ¿Realmente crees que me sigues importando lo suficiente para separarme de mi esposo? ¿Qué te hace pensar que eres mejor que Alec?
—¡Necesitaba el dinero de mi herencia, Marina! ¡Lo sabes!
—¿Se trata de dinero? Pues ahora me sobra, tengo un marido mucho más rico que tú...
—¡Basta, amor! Por favor, tú no amas a ese malnacido… Estás tan obsesionada con el alcalde que no te das cuenta, él te adiestró para obedecer ciegamente a sus órdenes, lo hizo mejor que Malqui, superó el protocolo de adoctrinamiento de las nodrizas. ¡Tienes que creer en mí!
—¿Madame Mari? Usted puede ingresar a ver a su esposo, la intervención fue un éxito rotundo...—Lemus comunicó la maravillosa noticia devolviendo mi alma a mi cuerpo maltratado por el sufrimiento, me puse en pie dejando al doctor familiar de rodillas suplicando mi escape.
Elegí al alcalde una vez más, le pertenecía a un solo Mulroy, y ese maldito ruso era Alec. Cada paso que daba fue cobrando mayor desesperación, el aire estaba denso, caliente, incluso antes de divisar la camilla. Mi cuerpo se movía en automático, poseída por una fuerza avasallante avancé mis pasos hasta ver el cuerpo de mi esposo tendido, y mi corazón retumbó en mi pecho cuando Alec lentamente levantó su cabeza para devolverme a la vida. Y ahí estaban esos ojos azules, unos ojos tan profundos cómo la maldad de su alma, unos ojos que no me dejaban en paz, unos ojos que amaba con locura extrema. ¿Y qué podría decir esta torpe chica esclavizada sobre el amor? Me había enamorado perdidamente de un ruso con severos problemas mentales, y no hacía otra cosa más que brindarle calor cuando él quería tenerme. Y ahí estaba yo, corriendo a sus brazos cómo una niña pequeña, había estado perdida sin él, sin rumbo, volviéndome loca por su ausencia... Gemí cuando sentí su dureza retirarse lentamente de mi intimidad, buscó mis labios desesperado, su lengua tenía un sabor metálico pero me importó una mierda. No sé si era suficiente el ritmo aletargado con el que me estaba besando, o solo era un juego de dominación para volver al presente. Solo sabía que mi esposo amaba a la antigua, y entregaba todo con el corazón…
—¡¿No sientes una pizca de vergüenza!? ¿Estás tirando mi trabajo a la basura, sátiro del infierno! ¿Tienes idea de cuántas horas invertimos en suturar esa herida cerca de tu jodido cuello? —El anciano médico se quejaba por el repentino arrebato del alcalde, pero el político hizo caso omiso a la furia del doctor.
—¿Y bien, mocosa pervertida? ¿Por qué me salvaste de la muerte? —Insistió Alec para luego besarme—. Lárgate, ladino. Déjame a solas con mi esposa, es una orden.
El anciano dejó la aguja médica sobre el escritorio y salió de la habitación en silencio. Dejé escapar un suspiro de alivio, tenía el divino peso corporal de Alec aplastando las pocas neuronas que me permitió quedarme, su sangre escurría por mi pecho y brazos, el lunático rubio se había arrancado las vías del suero que lo mantenían sujeto a la camilla para follarme sin reparos.
—Usted me gusta, príncipe Ali... Me gusta para perderle el respeto, me gusta saciar sus fantasías y las mías junto a usted, me gusta hacer y deshacer en nuestra alcoba —besé sus labios conmovida, había ocurrido el mejor reencuentro apasionado entre nosotros, la sangre de su herida cayó en mi rostro y fue cuando me espanté—. Te amo, por eso te salvé. No puedo vivir sin ti, no después de soportarlo tanto...
—También me gustas, niña dulce... Me gustas para desnudarte lento, para recorrer tu cuerpo indecente, me gustas para besar cada pedacito de tu piel —su tono de voz estaba muy ronca, casi irreconocible—. Me gustas para hurgar tu ser con mi lengua, para abrirte muy despacio las piernas y clavar mis labios en los tuyos, me gustas para chupar y besar hasta hacerte brotar tu miel y saciar mi sed de tu leche materna... Mi cielo, ven móntame. Esconde a Napoleón dentro de ti.
—¿Otra vez? Nosotros acabamos de hacerlo...
—¿Cuál es la sorpresa? Estoy herido, mi cielo. No impotente, nunca más... Ven monta a tu demonio, señora Mulroy.
—Mi amor...—ronroneando como una gata en celo obedecí encajando mi condena hasta sentirlo chocar mi cérvix—. ¡Dios, Alec!
—Te amo, Mari —elevó sus caderas para embestir soltando un grito de dolor—. No me pidas que me detenga, necesito saborear tu cielo... Mi cielo entre tus piernas.
—Oh, Alec...—la potencia de sus estocadas me obligó a gemir, se tomó su tiempo de tallarse con violencia como tanto le gustaba, brincando en cada sentada yo me sujetaba contra la cabecera de la lujosa cama de hospital hasta que sentí su esperma escurrirse por mis muslos, y caí exhausta sobre su pecho repleto de sudor.
—No se te ocurra bajarte, permanece en tu lugar. Quiero más.
—¿Qué? No, debes descansar, estás sangrando —quise bajarme, pero el obstinado me sujetó las caderas con fuerza.
—¡Suficiente! Llevan horas aquí, el tiempo de visita marital caducó. ¡Mierda, Ali! ¡La herida está abierta! —Lemus reprendió al alcalde cuando volvió a ingresar, se acercó a toda prisa a la camilla pero el político lo detuvo colocando su mano a la altura de la cara del anciano.
—Si te atreves a desafiarme te mataré, no existe ninguna restricción médica que me impida guardar lo mío dentro de mi esposa. ¡Maldito ladino de porquería! ¿Recién me revives y ya me estás jodiendo, amorcito? —Se burló y el anciano lo maldijo en idioma ruso—. No seas celosa, Mumu... Mi niña sabe compartir con los amigos, ¿verdad, vaquita?
—Eso es completamente cierto, mi señor.
—¿Dónde está el maldito mocoso drogadicto? ¿Lograron atraparlo o huyó como el cobarde que es?
—Angus lo tenía escondido en su finca, pero logré llevarlo a la celda municipal como está estipulado en el protocolo. Creo que Nafar se encargó de maquillarlo un poco, le dije que me bastaba que respire...
—¡¿Tú le dijiste eso a Nafar!? —Chillé de placer ante sus palabras, el maldito rubio me dio una embestida profunda a propósito—. ¡Esa es mi chica!
—¡Ah! Me ayudó... ¡Me ayudó Maksim! ¡Por dios santo, Alec! Está muy profundo...
—¿No te gusta arriba? Perfecto, me trajiste del infierno para tenerme de esclavo —el sátiro demonio tomó mi cintura para obligarme a quedar bajo su cuerpo nuevamente, me puso boca abajo para inmovilizarme, y no tardé en sentir sus dedos invadiendo mi trasero—. Usted me gusta, señora Mulroy. Me gusta tenerla así con su espalda en mis labios, con sus nalgas en mis muslos, humedecida llena de mis hijos. Tu tienes la culpa, mocosa impertinente. No debiste salvarme la vida, pronto te arrepentirás de tenerme de vuelta.
—¡El recreo sexual se acabó! Hay gente afuera esperando visitar a su alcalde resucitado —anunció Lemus abriendo la puerta—. ¡Charles, entra aquí pronto! Tenemos trabajo que hacer.
—¿Charles Dellinger está en Rusia?
—¡Cállate, rufián! Charles es el nuevo doctor que tu esposa sacó de un circo, el doctor genio que te salvó el maldito trasero. Ahora siéntate para revisar los puntos, quizá soltaste algunos hilos...
El anciano no tardó en contarle a mi marido todo lo ocurrido durante su ausencia, y no me hubiera parecido incómodo de no haber tenido su erección enterrada entre las nalgas, el nuevo Charles ingresó a la habitación del hospital y presentó sus respetos.
—Bienvenido, forastero. No suelo aceptar ese misterio con el personal de servicio que comparte mi hogar, sin embargo mi esposa confió mi vida a usted. Y si mi niña confía en su persona, yo también —me liberó de su cuerpo, se colocó sentado apoyando la espalda en la cabecera acolchonada, y cuando quise bajar de la cama sujetó mi brazo para pegarme a sus pectorales—. Gracias por salvarme, camarada.
—Su agradecimiento no es requerido, alcalde Mulroy. Lo hice empujado por la necesidad, más no por vocación. En lo personal salvar la vida de un caballero que cuenta más de cuarenta velas en el pastel casado con una niña que luce un brillante anillo de diamantes con más piedras preciosas colgadas en su cuello que años cursados en una escuela... Para ser sincero, no me enorgullece —unos nervios de muerte me hicieron temblar al escuchar al médico enmascarado—. ¿Qué edad tiene su esposa? ¿Doce?
—Doce semanas de gestación. Y ese detalle, mi estimado sirviente, no es de su incumbencia —respondió desafiante, sujetó mi torso desde mis costillas y me levantó del colchón como si fuera una muñeca de trapo para ponerme a horcajadas sobre sus muslos, y encajar su prominente erección dentro de mí, sonrió petulante porque solté un grito de mujerzuela cuando recibí a Napoleón otra vez—. ¿Qué piensa hacer un tipo insignificante como usted para detener mis caprichos?
—Absolutamente nada. Yo admiro su astucia, usted mantiene a la niña muy enamorada... ¿Así es como silencia su crimen?
—Usted no tiene la más remota idea de cómo funcionan las cosas en mi territorio... Su miserable existencia me pertenece, y yo podría matarlo si tiene la impertinencia de molestarme —advirtió mi esposo sin dejar de follarme—. ¿Usted pretende representar una molestia para mí?
—En absoluto, patrón. Considéreme su fiel vasallo —respondió Charles muy calmado.
—De acuerdo, le daré el beneficio de la duda. Le voy a asignar su primera tarea; esta tierna vaquita que usted ve gimiendo bien ensartada a mi entrepierna me brinda su leche materna, soy adicto a ese elixir, necesito beber de las ubres de mi esposa para mantenerme firme. Pero me temo que la cantidad es escasa para saciar mi apetito, por ese motivo quiero más, mucha más leche saliendo de sus sabrosas ubres. Lemus ya utilizó varias técnicas, aplicó toda clase de hormonas en mi linda ternera, lamentablemente siempre llega un punto donde el suministro lácteo se acaba y eso me fastidia, me pone de mal humor, me desespera. ¡Resuélvelo o morirás! ¿Lo has entendido?
—Por supuesto.
—¡Alec! Basta…—Me quejé por la pena, me estaba bombeando lentamente su erección, era rudo por placer, un maldito demonio engreído, además no le estaba brindando la importancia adecuada a su herida de bala—. Usted sigue sangrando…
—Continúa ordeñando a tu padre, bebé —me advirtió y cedí, Charles y Lemus platicaron por algunos minutos más para luego verlos salir de la habitación, cuando menos lo esperé tenía a mi esposo embistiendo con mayor violencia entre jadeos fuertes—. Retira los botones de tu pechera, Mari. ¡Te necesito…!
—¿Otra vez...? Llevas horas ordeñando mis senos, no queda mucha leche y te enojarás. Te conozco. ¡Ay!
—¿Mari?
—Sí, señor...—bajé la pechera de mi vestido para descubrir mis senos, de inmediato se prendió de mi pezón para succionar lo que quería, los había dejado tan maltratados que me dolía demasiado sus succiones—. ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Alec! ¡Me duele!
—Eres deliciosa, mi amor... Esto querías, ¿verdad? No me dejaste morir para tenerme haciéndote todo esto, necesitas a tu desquiciado marido todo el tiempo... ¡Mari! —Me elevé un poco para que tomara uno de mis senos con su boca, prendió su lengua a mi pezón enrojecido, y me clavó su duro trozo de carne por el trasero—. ¿Te gusta Napoleón, mi niña? La tendrás todos los días.
—Dios santo... Despertaste más loco que antes... ¡AH!
—Disculpe la interrupción, jefe. La medicina que solicitó está lista —Charles llegó después de lo que me pareció una eternidad, sostenía una enorme jeringa en las manos llena de un líquido color rosa que me aplicó en el brazo—. Con eso debe bastar para el abastecimiento de su alimentación, una dosis le durará un mes de extenso suministro lácteo para su exclusivo consumo. Desde luego, esta receta no es mágica, debe ir acompañada de una alimentación rica en proteínas y absoluto reposo.
La aguja incrustada en mi hombro dolió, pero más me lastimó darme cuenta de la veracidad de la advertencia del viejo Lemus. No todos los médicos contaban con ética moral, y el mendigo enmascarado me traicionó para complacer al dueño del dinero. Con una sonrisa radiante Alec observó mis senos hincharse en cuestión de minutos, quedaron más grandes por la leche que contenían, y soltó un grito de júbilo. Parecía un infante con juguete nuevo. Lo sabía, conocía a mi verdugo perfectamente, y lo peor de todo es que no tenía intenciones de escapar de las garras de Alec.
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