Capítulo 62:
—Mi amor… —mi corazón retumbó en mi pecho, mi lobo estaba sacando sus obsesivas garras otra vez—. ¿Me vas a encerrar en nuestra cueva? No es necesario, ya hemos superado muchas cosas.
—Juré protegerte con mi vida, y cumpliré mi palabra a cualquier costo. No lo soportaría, esta vez no voy a permitir que nada perturbe nuestra dulce espera perfecta, cielo mío. Aumentaré la guardia en toda la finca, voy a ordenar una pequeña tropa en la puerta principal, y tres soldados estarán fuera de la alcoba. No saldrás de aquí en los meses que te restan por parir, es por tu bien.
—Alec... Eso es absurdo, bien sabes que soy obediente, no debes preocuparte demasiado por eso, si mi amado no quiere que salga de la cueva no lo haré por voluntad... Me gusta estar a solas contigo, ¿mi amor? —Se acomodó entre mis piernas para besarme apasionadamente, intenté seguirle el ritmo pero mis nervios ganaron a mi pasión, sentía pánico—. Mi señor... Por favor.
—Es por tu bien, pequeña mía. Abre las piernas, quiero tu leche... Así... Más. ¡AH! Sí, ¡Sí! Joder... —Sus embestidas eran feroces, brutales, me abracé a su ancha espalda recibiendo su maniática lujuria—. No sentirás el tiempo pasar por la medicina, ¿lo recuerdas? El chocolate del termo azul. Debo protegerte, te quedarás conectada a la máquina todo el día, y ni siquiera lo sentirás, solo despertarás para comer y recibir mi mi ordeña como tanto te gusta.
—¡¿Termo azul!? Oh dios... ¡Ahhh! Señor Mulroy, no otra vez... Por favor, no. ¡Ay!
El sexo salvaje volvió a dominarme, y me quedé en la cama, lo abracé soportando su fiereza como era costumbre, acariciaba sus piernas y respiraba con dificultad en medio de sus pectorales. Empecé a observar detalladamente su debilidad, mi demonio amante iba a estar peor y tenía que calmar sus temores con astucia nuevamente. Conté sus lunares, todas las imperfecciones tan perfectas que escondía su piel, ya no lo veía como un cuerpo, como simple carne, veía la oscuridad de su alma, la maldad en su sonrisa, Alec me decía algo, pero no lo escuchaba, pensaba en lo maravilloso que era su lado malvado, y lo increíble que era estar casada con él.
—Espero mi lactancia materna con ansias, vaquita. Tendré tu leche en abundancia muy pronto... Gracias por mi comida.
—Oh dios mío... ¿Alec? —Sacudió su cuerpo y se levantó radiante, se vistió y sujetó el reloj de cabecera.
—Te daré cuatro horas de descanso, regreso para darte tus vitaminas, y me darás más ordeña. Descansa, cielo. Lo vas a necesitar.
—¿Podemos hablar sobre esto, mi señor?
—Tienes terminantemente prohibido salir de esta alcoba, niña. ¿Soy lo suficientemente explícito? ¡Te prohíbo salir de la cueva! ¿Entendiste? Obedece, soy tu esposo y sé que es lo mejor para ti.
Entonces salió dejándome encerrada, el sonido de la llave dando vuelta anunció mi penitencia. Estaba sola, mamá se había marchado y no tenía a nadie más que a mí esposo. En los días posteriores me convencí que era lo mejor, Alec solo me estaba protegiendo de un posible ataque de Malcom, él me amaba y por eso actuaba de esa forma. Mi habitación volvió a llenarse de obsequios caros que compensaba las largas horas de su ausencia, una nueva juguetería que se estaba formando frente a mis ojos. Aproveché el tiempo libre para ordenar otro guardarropa, y cuando menos lo esperé tenía otros camisones de maternidad ocupando todo el espacio de mi armario. Mi conocida prisión estaba de regreso, y lo acepté. Acepté mi cautiverio como una extraña demostración del amor de mi esposo, esa era su manera de amarme y proteger a su familia, esa era su manera de mantenerme segura. El aire me faltaba, pero estaba feliz, debía convencerme que era feliz viviendo de esa manera.
¿Qué pasa cuando no quieres huir después de hacer el amor? ¡Estaba jodida! Ese hombre me tenía oculta del mundo...
—Me duele mucho, Lemus —había encontrado la manera de recuperar mi poder, el anciano esculcaba entre mis piernas con sus dedos revisando todo frente a mi marido—. Fue excesivo…
—Umm… Me temo anunciar que no podrás tener relaciones sexuales en un tiempo —Lemus quitó su mano cubierta con el guante de látex ante la mirada exaltada de mi marido.
—¡¿Qué…!? ¡No, Ladino! No es posible, no vuelvas a repetir esa mierda. ¡NO! —Y justo cómo lo había pronosticado, el amor de mi vida estaba al borde de un colapso.
—Tal vez me afecta el sedante del chocolate, ¿crees que es posible, Lemus? Siento adormecida las piernas…
—Mi cielo… ¿Podemos hablar de esto a solas? ¡Me estoy muriendo!
—¿Ahora sí quieres hablar…? —Fingiendo estar ofendida acomodé las sábanas tranquilamente mientras mi marido sacaba prácticamente arrastras a su amigo médico de la cueva, y luego se lanzó a abrazarme, lo noté desesperado, estaba temblando entero—. Mi amor, es por el bien del bebé.
—No puedo… ¡No quiero! Podemos hacer otro, no me importa nada más que tú. Oh, Mari… Me falta el aire, por favor, para esta mierda, me duele.
—Quizá si dejas de darme el somnífero en el chocolate cese el dolor, ¿podrías?
—Lo que quieras, preciosa —pronunció jadeando con fuerza—. Haré lo que sea, te amo, ¡maldita sea! Te amo, Mari. No tomarás más esa mierda si te pone indispuesta, no la tendrás más. ¡Mierda…! Me duele el pecho, ¿quieres matarme?
—Cálmate, mi amor. Solo yo tengo el remedio para tus males, ven aquí, acuéstate. Me sentaré en tu bello rostro y se te pasará.
—¡Sí! Mi amor, te amo, te amo. Ven aquí, ven pronto… No me quites tu amor, no lo soporto. ¡Ahg! Córtame la respiración, abre más las piernas, ¡sí! Sube, niña. ¡Sube…! —Despacio me acomodé sobre la cara de mi marido cediendo a su perversa boca escuchándolo reír cómo un lunático—. Por amor a la patria… Bendita seas, Mari. Eres perfecta, jugosa, sabrosa.
—¡Ah! No tan fuerte, idiota. ¡ALEC!
Mi esposo tenía una lista inagotable de defectos y algunos los había creado para complacerme, lo amaba y había jurado quedarme a su lado hasta que la muerte nos separe, decidí luchar por él y no rendirme. La ausencia de sedante fue mejor, mi rutina diaria se convirtió en nuestro paraíso sexual recurrente. Por fortuna Alec estaba muy feliz y hechizado con su renovada lactancia que dejó el termo azul en el olvido, lo había ganado a pulso, me dediqué a disfrutar de todos sus encantos, volví a gozar de sus caricias en exceso, probar sus besos que eran deliciosos, tenía la atención de mi caballero consentidor, su amor enfermizo y su protección. Me dejó conocer cada una de sus virtudes, esas virtudes que lo volvían único, las cuales muy pocas personas tuvieron el privilegio de conocer. Y cuando menos lo imaginé nuestra luna de miel fue sepultada por el inicio del año escolar, padecí de cerca las argucias que aplica una madre abnegada para alistar mentalmente a su pequeño hijo para la escuela.
¡Raymond iba a cursar el primer año de educación primaria!
—Quédate quieto, cariño. Mete el cuello despacio, ¡con cuidado! —Estiré el elástico del gracioso corbatín, era parte del extraño uniforme, incliné la cabeza para encontrar el sentido al traje—. ¡Esto es horrible! ¿Estás seguro que es el esmoquin correcto, mi amor?
—En efecto, cielo. Este es el elegante uniforme escolar que corresponde a su nivel educativo —sujetó el pantalón de nuestro hijo y se acercó a él—. Déjalo, yo lo haré. Tú no puedes levantar a Ray, mucho menos inclinarte demasiado.
—No exageres, me haces sentir inválida... Todavía es muy pronto para tomar esas precauciones, Lemus se excede con sus consejos de maternidad responsable...
—Defina exceder, señora Mulroy. Eres joven y bastante imprudente, te recuerdo que tu estado de gestación no altera tus niveles de sabiduría, pero sí mis niveles de engreimiento extremo. Te he malcriado, no me apena reconocerlo, tampoco pretendo dejar de protegerte en exceso.
—No es justo...—hice un puchero en muestra de mi descontento dejándome escurrir encima del sofá de la casa textil, observé con gran admiración la manera en que dirigía a su hijo con su vestimenta, él usaba una voz firme pero amorosa y se mostraba muy paciente con Ray—. Este es un día memorable, jamás lo olvidaré. Logramos acabar con el problema lingüístico de nuestro hijo, también con el insomnio, y ahora asistirá a la escuela. ¡Su escuela! Deberíamos festejar, mi señor. ¿Eres feliz conmigo?
Mi rubio elegante me miró con intensidad regalándome una sonrisa radiante, bajó a su hijo del buró de prueba y caminó a mi encuentro para tomar asiento a mi lado. Sujetó mi rostro para besarme profundamente en los labios.
—Mari... Yo soy feliz desde el día que logré ordeñarte como un maldito poseído en esa pequeña cabaña... Soy hombre gracias a ti, recuperé mi honorabilidad por ti, solo por ti —Alec me abrazó apretando mi torso con fuerza entre sus fornidos brazos, y lo escuché suspirar encima de mi cabello—. Sé que odias los recuerdos de esas semanas, vaquita mía. Perdón por traerlo de nuevo, pero para mí fue un jodido paraíso... Te tengo completa para mí, Napoleón es feliz dentro de ti, bebo todo de ti, gozo cómo no tienes idea... No existe algo más preciado para mí que tú...
—Alec... No odio esos maravillosos recuerdos de la cabaña, lo juro —hice un gran esfuerzo por apretar su ancha espalda entre mis delgados brazos, pero mi esposo era demasiado grande en todos los sentidos—. Solo me hubiera gustado que no me tuvieras atada, tenía derecho de saber que eras tú y no el cretino infeliz de tu sobrino.
—Lo sé, bebé. Lo siento... Pero estaba desesperado, ¡moría de celos! Tú ibas a dejarme por el tonto médico y... Ya no importa más, ahora estás esperando otro hijo mío. ¡Mío! Gracias por amarme, me encanta que no rechaces mi afecto —Alec atacó mis labios con voracidad empujándome para caer encima de mí en el sofá, no tardé en volverme loca al sentir su peso corporal y empecé a desabrochar su camisa con prisa, una risa irónica escapó de sus malditos labios perfectos y logré reaccionar a tiempo—. ¿Lo ves? Nunca me rechazas, es la primera vez que el amor de mi vida no frena mis caprichos. ¡Oh Mari...! Me haces muy feliz... Nunca te niegas a complacerme y a veces no sé qué hacer con tanto amor, pierdo el control...
—¡Bájate, idiota! Aquí no, estamos en la textilería, hay mucha gente...
Reímos juntos bromeando sobre nuestro estado de enajenación sexual, salimos de la tienda con demasiados paquetes de ropa para un solo niño, y las risas cómplices continuaron durante todo el trayecto a nuestra finca municipal. Alec brindó los últimos consejos escolares a Ray durante la cena, y no pude evitar sonreír como una idiota al imaginar a mi marido educando al nuevo hijo que cargaba en mi vientre todavía plano. Ese hombre valía cada esfuerzo que hice para estar con él, así que yo elegí arriesgar y no huir como una cobarde al primer pleito marital.
—Oh... Dios mío… Papi...—al amanecer me retorcí abriendo más las piernas, sus embestidas eran lentas pero salvajes, me estaba expandiendo entera—. ¡Padre...!
—Las mañanas son propicias para Napoleón, bebé... Abre más, todavía queda espacio para clavarte más profundo —sujetó mis caderas para empujar su dureza dentro de mí.
—¡Ah, papi...! Ah, ah, ¡ahhh! ¿Podrías parar? ¡Es tarde! —Gemí sujetándome con los dedos al filo del colchón, debía escapar de mi prisión matutina.
—¡No, vaquita! Sácame la leche mientras succiono la tuya, amor. ¿A dónde crees que vas con Napoleón incrustado dentro de ti? ¡Eres mía!
—Por favor, quiero llevar a Raymond a su primer día de escuela... ¡Ay dios! ¡SEÑOR MULROY! —Mi insaciable marido me clavó más encendiendo la ametralladora que tenía pegada a la ingle—. ¡Mi amor!
—¿Olvidas quién es tu padre, Mari? Eres mi nodriza, y no te corresponde encargarte de esas faenas. Dasha se ocupará de nuestros hijos, abre más las piernas para mí, quiero hundirme hasta que choque muy duro.
—¡Amor....! En América las madres se encargan de llevar a sus hijos a la escuela, los llenan de besos, y a la salida los recogen. Es lindo cuando ves a tu madre al final de una ardua jornada estudiantil, deseo atesorar esos recuerdos con mis hijos. Por favor... ¡Ah! —Mi perverso esposo se detuvo de improviso, y soltó un suspiro lento—. ¿Alec? ¿Qué sucede?
—Mi madre jamás hizo eso... Tampoco asistió a ninguna promoción, o graduación de la universidad... ¿Es muy importante para el crecimiento de un niño mentalmente saludable?
—Idiota... —Le lancé una suave bofetada en su barba de tres días, y luego besé salvajemente a mi marido—. Estás demente y te amo. Eres un perverso psicópata criminal y estoy obsesionada contigo. ¿Realmente crees que soy una persona mentalmente saludable?
—Maldición, niña hermosa.. Tienes toda la razón, estás loca de remate, ¡y me encanta! —Alec se burló a sus anchas para seguir embistiendo a gusto llevándome a la locura sexual, entraba y salía a gran velocidad obligándome a gemir con fuerza.
—¡Ah! ¡Papi! Desconozco lo que es saludable para la mente de un niño, pero sí sé que es muy bonito que tu madre te recoja de la escuela, te hace sentir... ¡Ay dios...! ¡Protegido! Muy seguro y amado... ¡Ah! ¡AH! ¿Hoy estás más grande…? ¿Qué tomaste? ¡Dios mío!
—De acuerdo, te dejaré ir por el bien de nuestros hijos... —Alec colocó dos almohadas debajo de mi trasero, sabía bien lo que eso significaba, se acomodó para seguir—. Después de una gran ordeña, ajusta bien para que salga rápido mi leche, bebé. ¡Hazlo!
—¿Estás bromeando? Napoleón está tan grueso que no puedo respirar… ¡Ah! ¡Estás loco, Ali!
Casi no sobreviví a su lujuria, cansada y exprimida de toda mi energía me alisté para el gran primer día. Tenía a Raymond emocionado, y el coche listos para luego partir a la flamante escuela del pueblo no sin antes escuchar las advertencias de mi esposo, me prohibió revelar mi embarazo al público hasta la fiesta oficial, me aseguró que era por protección de ambos y lo acepté de buena gana. Mi bello secreto se quedaría entre nosotros y su gente de confianza, decidí obedecer sus instrucciones extrañas.
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