Capítulo 59:


—Mi niña... Es suficiente, no vale la pena que nuestros hijos sean testigos de esta mierda, basta por hoy —Alec me sujetó los hombros para detener mi enfado irracional, estaba realmente furiosa con mamá—. Emma, entiéndelo de una maldita vez. Nuestra hija ya es toda una mujer, yo la hice mujer para mí, creció cómo me gusta. Y somos muy felices juntos, supera el pasado y bríndanos tú bendición. Pronto voy a preñar a mi hija otra vez, y quiero que este embarazo sea más perfecto que el anterior, tu compañía y orientación será importante para mí niña.

—¿Tendrán otro hijo...? ¿Qué mierda estás haciendo, Mulroy? —Titubeo mamá con el rostro pálido, mi príncipe se paró detrás de mí para apretarme contra su cuerpo abrazando mi cintura, incluso a mí me sorprendió su anuncio.

—He mejorado la educación de mi hija en tu ausencia, Mari es muy inteligente ahora y aplicada en sus materias. Sí, nuestra hija está lista para ser una dama política, Emma. Y la amo, mi hija es mi adoración, amo a Mari, por lo tanto quiero más hijos de mi hija, muchos más, la haré parir tantos hijos que llenen este jodido castillo con pisadas de bebés perfectos como la hija que me diste.

—¡Suficiente! ¡No lo tolero más! ¡Tú jamás serás mejor padre que mi difunto esposo, criminal! ¡Tú nunca serás mejor que...!

—¡Alec es mil veces mejor padre que John Hardy, mamá! —Interrumpí su discurso antes de que continuara, ella me miró con furia, y se retiró de la mesa llorando—. Lamento todo esto, padre. Mamá cada día está más insoportable... 

—Tu madre está celosa, mi niña... —susurró en mi oído y toda mi piel se estremeció, el demonio estaba levantando sus garras para provocarme—. Invierto demasiado tiempo encerrado en la alcoba de mi dulce hija, quizá debería ser más precavido esta noche cuando deje la cama de mamá para dormir con mi tierna hija...

—Oh, papi… Tú nunca duermes, me mantienes despierta a gritos y me encanta —susurré sucumbiendo a sus perversas provocaciones—. Nuestros hijos y esa niña siguen en la mesa, pueden escuchar... —miré a los niños que jugaban con las presas de carne, cuando menos lo pensé sentí sus firmes dedos sujetando mis piernas para levantarme en sus hombros—. Acabo de comer, voy a vomitar... 

—Descuida, princesa. Tu padre te volverá a llenar de leche en nuestra cueva. Es tiempo de invernar, conejito.

Amaba a morir mi nueva vida de princesa cuyos privilegios aumentaban alimentando la enfermedad de un perturbado caballero de gustos cuestionables, la presencia de mi madre en casa era de gran utilidad para saciar los caprichos de cama de mi marido. Y de pronto olvidé que yo también existía, que era una niña pasando a ser mujer. La mujer consentida y dependiente de su sádico príncipe, de esa forma conseguí dominar a la bestia sexual rusa con la que me había casado. Ali empeoró más, tanto que ordenó colocar columpios especiales por todo el castillo y uno más grande en nuestra cueva para gozar suspendido en el aire. El divertido columpio me gustaba demasiado, incluso los niños lo usaban para su hora de juegos. La nueva amiga de Raymond se llamaba Clarisse, era una niña extraña que se portaba cómo un perro salvaje y siempre visitaba a mi hijo porque no podía hablar, solo gruñía como un animal, y él era el único que lograba entenderla. Era una hermosa niña de su misma edad, rubia con unos hermosos ojos verde esmeralda, hija adoptiva del sanguinario Aarman Khan que había dejado crecer en el jardín de su mansión porque le importó una mierda su paternidad, y estaba a buen resguardo de Charles Dellinger como su guardaespaldas, el Halcón Americano. Y luego de una feliz tarde disfrutando de los tres niños y varios libros para colorear conseguí dormirlos al pie del balcón donde era más fresco.

—Te gusta esa niña, y lo entiendo... No puedes ocultarme los deseos de tu corazón —sentí sus brazos rodearme, y su aliento caliente en mi cuello, me dio un beso en la nuca—. Perdón... Lamento no poder concebir otra hija contigo, con el hermano que tengo es mejor no tentar al diablo, solo varones por protección.

—No tienes la culpa de eso, olvida ese tema —me giré para enfrentar su pesar y me sorprendió la cesta de trufas que me había comprado—. ¡Chocolates!

—Lo mejor para mi preciosa hija... ¡Ven aquí, cielo! —Alec me arrastró para sentarnos en el columpio del enorme salón, y me entregó el picante brebaje que me estaba obligando a tomar hace semanas—. No lo olvides.

—¿Cúrcuma otra vez? ¿En serio sirve para la fertilidad o solo para torturar a mi maltratado estómago? —Me quejé, aguanté el oxígeno y retuve la leche en mi boca, no quería tragarlo y un beso suyo me sorprendió. 

—¿Quieres casarte conmigo, Mari?

—¡¿QUÉ...!? ¡Agh! Esto sabe horrible... ¡Padre...! Ya estamos casados, ¿cierto? ¡¿CIERTO!?

—No en este país, mi princesa... —me besó profundo y lento mientras empujaba mi cuerpo para caer en el enorme columpio, y empezó a mecerlo impulsado con su pierna—. Quiero casarme contigo en todas las naciones, mi amor.

—¡Nunca musulmana, idiota! No puedo tolerar más esposas.

—¿Aceptarías esposos entonces?

—Pues, solo si te casas con Dellinger, para ser sincera yo también quiero con él, ¡es muy apuesto!

—¡Sucia mujer infiel! —Bromeó conmigo comenzando a hacerme cosquillas, luego tomó un poco de cúrcuma con sus dedos y empezó a untarme las piernas—. Rápido, rápido.

—¿Qué haces, mi amor?

—Debo embarazarte pronto antes que aparezca una más grande y joven que la mía y te robe de mi lado, ¡no soportaría perderte! Tal vez si te baño en cúrcuma el efecto de fertilidad sea más eficaz —entre cosquillas y risas jugamos hasta que los roces tomaron otro tinte más erótico, sus besos se volvieron más apasionados—. Te amo desesperadamente, mi niña hermosa... Moriré el día que dejes de amarme... Por favor cásate conmigo otra vez, quizá de esa forma yo pueda tener la certeza de que eres completamente mía para siempre.

—Soy tuya, Alec. Te amo muchísimo.

—Es que... Estos celos me dominan... Nunca antes alguien se quedó a mi lado por voluntad después de confesar que me gustan los caballeros, y meterla por atrás. Yulia me rechazó, también Jojo...

—Olvida a esos estúpidos mediocres, mi amor. Eres perfecto, mi macho vale mil veces la pena. Tus gustos homosexuales nunca me alejarán de ti, lo puedo jurar ante cualquier deidad.

—¿Marina? ¿Qué estás haciendo con ese desgraciado...? —La voz de mi madre me sorprendió, y a mi esposo también, no sabía cuánto había escuchado de nuestra conversación, la noté consternada—. ¿Tú realmente amas a ese criminal?

—Sí, mamá. Perdóname, me enamoré de mi padre.

Nos convertimos en esos raros matrimonios que entre más se quieren más alboroto forman; no cumplíamos reglas y éramos lo contrario a la independencia. Amantes incomprendidos por una sociedad que juzga lo diferente, esas parejas que gritan en su comportamiento que se aman con locura, la perversión en su máximo esplendor, calientes a toda hora, ese matrimonio perfecto el uno para el otro con todos los títulos existentes y nada para el resto de la gente, porque si no se publica el amor entonces no existe. Nuestras sesiones de sexo intenso pasaron a niveles impensables gracias a mamá, la lujuria de mi sátiro esposo aumentó de una manera extremadamente descarada, no me daba respiro. Cada vez más intenso, cada vez más despiadado, cada vez más desvergonzado. Alec era el amo de su territorio ejerciendo su dominante poder sobre todo lo que le pertenecía, y yo me sometía fácilmente a sus deseos.    

—¡Papi! No tan fuerte... Me duele —me quejé de su violenta lactancia en mis senos, mi esposo me tenía atrapada en nuestro columpio de la preciosa terraza lateral de su inmenso castillo hindú, cubiertos solamente por dos khalat para facilitar la ordeña.

—Sáciame, endurece a Napoleón otra vez... Quiero hundirme en mi niña preciosa —insistió con absoluta autoridad, comencé a gemir por el dolor que sentía y la brutalidad de sus caricias—. Estoy muy satisfecho, unas semanas más y dominaré todo por completo.

—¡Ahhh! Mételo ya… ¿Papá quiere mi boca?

—¿Hasta cuándo debo soportar esta abominación? —La voz de mi madre se escuchaba lejana a pesar de estar sentada cerca de nosotros, estaba poseída por la pasión y mi príncipe ignoró a nuestra espectadora—. ¡Esto es horrendo, Marina!

—Cadma, quedida Emma —intentó hablar con mi seno metido en su boca, gruñendo soltó mi pezón sin dejar de sujetar mi pecho—. Mi hija maneja bien mi horario de lactancia, y debes estar presente para estimular mi celo. ¿Te molesta ayudar a nuestra hija para que logre embarazarse pronto?

—¡¿Quieres otro hijo tan rápido!? ¿Qué mierda estás haciendo? Alexandro es muy pequeño todavía, y necesita a su madre para crecer saludable. ¡Estás demente! —Mi caprichoso esposo volvió a chupar mi pezón, me levantó para quedar sentada a horcajadas encima de sus piernas, me apretó las nalgas en su regazo como era costumbre—. ¡Te estoy hablando, delincuente! ¿Acaso tienes mierda en la cabeza? ¡Oye! ¡Suelta a mi hija!

—Mi hija es mi esposa y me alimenta con su leche materna, tampoco me agrada verte, pero me excita más si tú miras.

—¡¿QUÉ?! ¡ESTO ES EL COLMO! ¡Basta, no puedo ver más está aberración! ¡Este crimen debe terminar hoy mismo, Mari! ¡Nos vamos de este maldito lugar, volvemos a casa! —Regañó alterada, Alec la quedó mirando con cara de hastío, ella se portaba algo sobreprotectora conmigo.

—Tus órdenes maternales valen una mierda, nuestra hija solo obedece a su padre.

—Mamá por favor, quédate en silencio mientras amamanto a mi príncipe amado. Mi Alec necesita más de mi leche materna y yo estoy dispuesta a dársela con todo mi amor. 

Pronto se hartó de la actitud de mamá, me colocó en su hombro para meterme a nuestra cueva y saciarse de la ordeña tanto como quería, mientras mamá se dedicó a golpear la puerta con el afán de rescatarme de la bestia rusa con la que me había casado. Mi relación con Alec iba de maravilla a pesar de la ausencia de mis vestidos de niña, y comprendía que mucha gente no entendiera nuestro peculiar amor. Era una conexión única que latía en el centro de nuestros corazones, dábamos rienda suelta a nuestro infinito amor en la alcoba nupcial donde nuestras miradas se cruzaban para darse placer a manos llenas. Después de algunas semanas mi marido tenía todo completamente dominado, se deleitó con mi cuerpo hasta quedar satisfecho, con una sonrisa radiante dejó ingresar a un grupo de joyeros portando enormes cofres llenos de tesoros que extendieron ante los desorbitados ojos de mi madre quien irrumpió a gritos mi habitación matrimonial, esperé un momento más que hiciera efecto los analgésicos para levantarme de la cama y recibir mi premio ganado por mi obediencia.  

—Lo entendí, ustedes no van a separarse nunca y no estoy dispuesta a soportar más. Mi hija grita como si estuviera siendo torturada hasta el amanecer, sus quejas son tan fuertes que no me dejan dormir, y cuando al fin sales de esta alcoba al amanecer entra ese matasanos con su enorme maletín médico. ¿Me crees tonta, maldito desgraciado? Quiero mudarme a una casa lateral con los niños, yo los cuidaré bien. 

—Me satisface demasiado que finalmente aceptes tu derrota, viuda. Me he dedicado pacientemente a educar a nuestra hija para que se convierta en una esposa obediente, disciplinada, servicial, con un delicioso don para complacerme. Por tu bien te sugiero no estropear su formación educativa, Mari cumple de forma eficiente sus funciones primordiales como mi esposa y nodriza. Saliste del sistema por ella, ya conoces el protocolo —se defendió mi marido mostrando una enorme sonrisa irónica—. Procedan con la entrega, camaradas. ¿Qué cofre te gusta, cielo?

—Me gustan todos, yo convengo. Gracias, mi amor —me coloqué un camisón elegante repleto de plumas de pavorreal mirando con curiosidad los ojos de mi madre al observar mis joyas nuevas—. ¿Qué pasa, mamá?

—¿Todo esto es tuyo...?

—Sí. Elige lo que quieras, de todas formas tengo demasiadas joyas sin estrenar, y mañana Alec me regalará más.

—¡Dios santo! ¡Esto es mucho oro, Marina! ¿De verdad puedo elegir?

—Sí.

—¿Lo que yo quiera?

—Las joyas que tú quieras.

—¡Jesucristo! ¡Son hermosas! ¡Quiero tenerlas todas!

—Por mí está bien —bajamos juntas al comedor para esperar el banquete de almuerzo, mi madre pasó instantáneamente a ser una detractora de mi esposo a ser una suegra que solo expresaba elogios sobre mi marido debido a los brillantes obsequios que le permití quedarse—. ¡Basta, mamá! Creí escuchar que odiabas a mi amado padre, ¿y de pronto cambió a un bondadoso marido solo por las joyas que ya te pusiste?

—Es que... John nunca me compró un regalo costoso, los relojes que ese bastardo le regalaba los vendía para pagar las deudas... Jamás le hubiera alcanzado el dinero para comprar algo similar.

Había pasado el vórtice de fuego, mi corazón se lastimó espantosamente al darme cuenta que mi madre no era perfecta, había comprendido que yo era codiciosa por herencia, para mí asombro mamá se dejó llevar por la fortuna de mi marido y comenzó a aceptar nuestro enfermizo matrimonio por conveniencia. En las siguientes semanas afortunadamente Raymond también conquistó su corazón, y su repentino amor de abuela nació también gracias a la convivencia con mis dos hijos.


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