Capítulo 57:
El príncipe golpeó la mesa, tomó una servilleta con la que limpió sus dedos de fluidos ajenos, y se apresuró a encerrarse en nuestra alcoba nupcial.
—Mierda... Creo que me pasé de estúpida...—me golpeé la frente y escuché una risita coqueta de la obediente odalisca, me quité uno de los collares que llevaba puesto y se lo entregué, los ojos de Naina se llenaron de lágrimas—. Es un regalo de mi parte, muy poco en comparación a la torpeza que cometí contigo. Disculpa si te humillé, solo quería salir de mi rutina marital...
—Es un honor divertir a mi amos, princesa Mulroy...—Naina sujetó el collar a la altura de su corazón y me regaló una radiante sonrisa—. Jamás me regalaron algo tan hermoso, gracias.
—Nafar...—el sombrío sujeto parecía un espectro, siempre llegaba de improviso—. Encárgate de comprarle algo de ropa nueva, y que alimenten bien a todo el personal. Es todo... —respiré profundo para enfrentar a mi fiera herida, lo encontré de pie junto a la ventana observando los preciosos jardines de nuestro palacio hindú, me acerqué con cautela sujetando sus hombros—. Perdón... No fue mi intención herirte. Pero es que... Es complicado, mi amor. Me queda claro que no te gustan las mujeres, y yo soy una mujer... Entonces... ¿Por qué...?
—Te amo, Mari... Estoy esforzándome por aceptar la maravillosa mujer en la que te estás convirtiendo gracias a tu educación, sin embargo mi esposa no parece gustarle a Napoleón, y eso me... ¡ME JODE MUCHÍSIMO! Me siento miserable, poco hombre, yo no... ¡Mierda! Tus benditos gemidos de niña me tienen enfermo... No puedo dejarlos... ¡NO QUIERO! ¡Quiero mandarte a confeccionar más vestidos para volver al juego! ¡NO, NO! ¡MALDITA SEA...! Te hice sangrar, Mari. Hice sangrar a mi esposa... Soy un maldito monstruo.
—¡Te amo! ¿Cuántas veces lo debo repetir? No me importa tu enfermedad —lo obligué a girar para colgarme de su cuello y besarlo con esmero—. Lo acepto, puedo vestirme como una niña por siempre, lo haré porque te amo y quiero hacerte feliz... Alec... Lo siento, no volveré a obligarte a tocar a otra mujer si no te gusta —volví a besarlo y en esa oportunidad se entregó a mi hechizo, sujetó mi trasero y me dejó caer sobre el colchón para hacerme sentir su exquisito peso corporal como siempre sucedía, atrapada entre unas sábanas de seda y su sensual musculatura, y en ese momento una demencial idea se cruzó por mi alocada mente—. Entonces... Te gustaría tocar a un sirviente varón... Tú... ¿Eso sí le gusta a Napoleón?
—¿Quieres que toque a un hombre frente a ti...? ¿Estás segura, Mari...?
—Bueno... Tenemos los mismos gustos, es decir, a mí me gustaría disfrutar el cuerpo de un hombre moreno y sudoroso mientras baila de una manera muy seductora. Los peones de aquí son bellos, parecen que lo tienen muy grande, incluso resalta de sus túnicas...
—En efecto, lo he notado...—me besó con suma violencia, devorando mis labios con hambruna y deseo—. Me gustaría tocar a un hombre musculoso junto a ti si eso no te molesta, cielo.
—¿De verdad? ¿Lo harías?
—Sería un juego interesante. ¿Qué te parece esta misma noche? Aarman es dueño de un burdel muy famoso en esta ciudad, el "El Piso 69", además, allí te espera tu regalo de bodas.
—¡Oh dios mío! ¿Otro regalo? Pensé que el viaje y todo lo que me compraste aquí eran mis obsequios de boda. ¡Gracias, eres divino!
Cuando comenzamos a jugar al padre e hija, incluso cuando recién hablamos, no era un secreto que me gustaba Alec, creo que era bastante evidente que existía un lazo más allá de lo físico entre nosotros, una conexión mental, algo enfermizo, como cualquier adicción por cualquier otra cosa, y me conquistó porque siempre se portó excesivamente consentidor conmigo. Me atrapó entera. Pasé el día familiar sumergida en una deliciosa expectativa sobre lo que viviría en el misterioso burdel del Buitre, ansiosa me cambié con un traje típico del país, y emprendimos la marcha en limusina. El edificio era enorme pero mi príncipe no me dejó observar demasiado su arquitectura, lo noté bastante nervioso, tamborileando los dedos en su pierna durante todo el trayecto hacia el local. Una vez dentro del precioso establecimiento me arrastró a la zona de bailes exóticos donde varias mujeres prácticamente desnudas movían el trasero para entretener a los hombres ricos que pagaban millones por verlas bailar.
—¿Qué hacemos en la zona de mujeres? Creí que tomaríamos a un desnudista varón...
—Lo haremos, mocosa pervertida... Pero primero quiero darte tu regalo de bodas.
—¿Qué regalo? Solo veo a mujeres desnudas meneando el trasero para viejos decrépitos.
—¿No te agradan estas mujeres? Es una pena porque esa rubia de allá es tuya, ¡feliz boda, Mari! Gracias por casarte conmigo, te amo.
—¿Una bailarina? ¿Me estás regalando una jodida desnudista de cabaret, Alec? —La furia me dominó, me sentí estafada.
—Esta desnudista te gustará, confía en mí. Solo acércate a darle un vistazo, y si no te gusta la puedes rechazar. Ve, mi niña. Ve por ella.
No entendí una mierda, sin embargo hice caso, tomé oxígeno y caminé cerca de la barra donde la mujer sacudía sus caderas con esmero. A medida que me iba acercando a su mesa mis latidos se aceleraban cada vez más, fue una impresión incalculable, una cruel venganza difícil de concebir. Llegué junto a ella y mis lágrimas fluyeron sin control. Era ella y estaba viva, era ella y estaba a salvo.
—¡MAMÁ!
—¡¿MARÍ!?
Sentí una dura opresión en mi pecho, intenté llenar mis pulmones ante la devastadora imagen que tenía frente a mis ojos, pero mi llanto se desbordó nublando mi visión. No había rastro de aquella mujer a la que hacía dos años dejé inconsciente dentro de un vagón de tren, mi madre era una mujer hermosa, sus ojos eran como dos registradoras computarizadas pasando requisa de mis deficiencias cada treinta minutos, de esas que chillan fuerte. Sus ojos no tenían brillo alguno, su mirada tierna había desaparecido entre sus facciones desgastadas por el ambiente de cabaret. Antes era alta y orgullosa, pero en el momento que bajó de la plataforma y corrió a mis brazos la percibí pequeña, reducida en los escombros del dolor por nuestra separación. La sonrisa amplia de mamá fue reemplazada por sus lágrimas fluyendo a borbotones mientras me apretaba con fuerza contra su pecho.
—¡¿HIJA MÍA...!? ¡Lo sabía, dios escuchó mis súplicas! ¡Mi corazón me lo decía! ¡Estás viva, mi hija está viva! ¿Estás bien? ¡GRACIAS DIOS MÍO POR ESCUCHAR LAS PLEGARIAS DE UNA MADRE! ¡JESUCRISTO GRACIAS POR DEVOLVERME A MI MARI A SALVO!
Escuchar el llanto desgarrador de mamá atravesó mi corazón, y verla de rodillas junto a mí me superó de una manera sorprendente, me incliné para sostener sus hombros y levantarla del suelo, tomé su rostro y llené de cortos besos su cara repleta de maquillaje, brillantina, vaselina y sudor.
—Deja de llorar, mamá. Estoy bien, ¿lo ves? Estoy completa y sana. Soy más fuerte de lo que imaginas, estoy aquí, y volví por ti...
Mi madre era una mujer única, rebelde y mula decía mi abuela, un tanto estricta, y poco cariñosa. Era de ideas anticuadas y lo que decía eso tenía que ser, un tanto bruja, y un tanto sabía. Lo recordé todo, ella por las mañanas tomando café, su aroma a lavanda era lo más habitual de mi humilde casa, sin embargo no tenía punto de comparación a mi amor por Alec, sin duda mi padre era el amor de mi vida. Volví a sentir sus brazos rodearme, había recuperado los brazos de mamá, y no sentía bonito, estaba fría a su contacto, ajena, extraña, forastera. Tomó casi una hora soltar la impresión de nuestro reencuentro, un poco más para cesar nuestros sollozos, y otro tiempo más para calmar nuestras respiraciones.
—Perdóname, Marina. Toda nuestra desgracia sucedió por mi culpa, no debí ocultarte nada...
—Olvídalo, mamá. Es tarde para lamentarse, las cosas se salieron de control y debes aprender a enfrentar las consecuencias de tus decisiones. Yo lo hice, y estoy muy feliz...—la preocupación regresó a ocupar mi cabeza, miré con detenimiento la deprimente habitación, era lujosa pero fría, repleta de preservativos, juguetes sexuales, disfraces eróticos y diversos utensilios de aseo, no fue necesario preguntar, lo sabía—. ¿Tienes ropa común en este lugar? Empaca todo, te sacaré de este horrible burdel.
—¡El honorable señor Khan va a matarme si escapo del Piso! Yo no puedo irme, me va a matar... Las muñecas del Buitre no podemos salir de nuestras jaulas.
—Tú no eres una muñeca del Buitre, eres mi madre. Eso se acabó, vendrás a casa conmigo...—la expresión de mi madre pasó de pánico terrorífico a sorpresa desmedida, se acercó a mí para olfatear mi vestido y sujetó el sari bordado en oro que cubría mi cuerpo—. ¿Qué sucede?
—Llevas puesto millones de dólares entre tu atuendo y tus joyas, ¿de dónde sacaste el dinero, Mari?
—Oh, pues... ¿Ves esto? —Estiré mi mano para enseñarle mi precioso anillo de diamante que me había comprado mi bello esposo—. Estoy casada con un político ruso multimillonario, mamá.
—¡¿ERES RICA!? Espera... ¡¿Te casaste!? ¡NO! Eso es ilegal, déjate de bromas. Tú no puedes casarte, eres demasiado joven para esos trámites... Además... ¿Con un hombre ruso? ¿Entonces no iremos a nuestra casa en Detroit? ¡Debemos volver a América!
—Créeme, mamá. Todo es legal en Rusia si eres mujer; el matrimonio a cualquier edad, la esclavitud, la explotación, incluso la muerte. Sinceramente espero que no te opongas a mi matrimonio a estas alturas del partido, porque si conservo la vida es gracias a la infinita bondad de mi esposo, y...—El llanto de mi madre volvió a brotar por sus enrojecidos ojos, pero por alguna razón no me generó dolor, más bien curiosidad—. ¿Por qué lloras?
—Todo es mi culpa... ¡MI CULPA! Perdóname, hija... ¡Es mi castigo por callar la verdad...! Ay dios mío... Te oculté cosas, Marina... Eras muy pequeña para entender lo que sucedió con tu padre —mamá sujetó mi brazo y sutilmente me hizo sentar en la pequeña cama, su mirada reflejaba el sufrimiento que había soportado—. Toda nuestra desgracia es culpa de un solo hombre... Fue un obsesionado alumno que se enamoró de tu padre, al principio se mostró como un muchacho ideal, un aprendiz bondadoso que lo llenaba de elogios y obsequios costosos, y cuando no obtuvo lo que esperaba haber comprado con su dinero y atenciones exageradas, mostró sus verdaderas intenciones. Ese hombre está lleno de maldad por diversión... Él... Ese maldito loco nos desgració la vida —la puerta sonó y se abrió detrás de mí, en ese momento el rostro de mi madre se tornó blanco como el papel, la noté perturbada, fuera de sí, escuché las firmes pisadas de mi esposo detrás mientras observaba a mi madre levantarse horrorizada al percatarse de su presencia—. ¡ALEC MULROY! ¡¿USTED QUÉ HACE AQUÍ, CRIMINAL!?
—Hola, Emma. Ha pasado mucho tiempo desde nuestra última plática... ¿Eh...? ¿Cómo has estado? —Alec saludó a mi madre con un tono de cinismo e ironía y lo comprendí todo, ellos se conocían, claro que lo hacían.
Mierda...
—Mi amor... Creo que ya conoces a mamá... Madre... Creo que ya conoces a Alec Mulroy, mi amado esposo... —dudé en confesar, eso se pondría feo.
—¡¿USTED...!? ¡USTED NO! ¡MALDITO RUSO! ¿¡TE CASASTE CON MI HIJA!?
—Por supuesto que me casé con mi niña, te juré que lo haría. Sé que mi lazo nupcial con nuestra hija es inesperado para ti por la edad de Mari, Emma. Sin embargo lo sabías, me resulta bastante insólito que la trajeras a Rusia tú misma, era bastante obvio su destino. Permíteme presentarte mis respetos, estimada suegra. Pero por favor, no pretendas que te llame madre, suena raro... —mi esposo se inclinó ligeramente ante el rostro consternado de mi perturbada madre, y luego ella se desplomó de improviso, había perdido la conciencia—. Oh... ¿Vaquita? Creo que acabo de matar a tu madre...
—¡Cállate idiota! Solo se desmayó, debe ser un susto de muerte descubrir que el amante de su difunto marido está casado con su única hija...—me agaché para cerciorarme si todavía respiraba, y afortunadamente lo hacía—. Llama a Lemus... Y... ¿Qué es eso de Emma?
—Ese es el nombre de tu inepta madre...—Alec salió a llamar a un cuervo del Buitre, la opresión en mi pecho regresó a golpear mi cabeza con mil dudas, conocía bien a mi esposo, y sabía lo que era capaz de hacer, sentí miedo, y mucho temor de sus locuras, estúpida de mí comencé a temblar—. ¿Qué pasa, cielo? ¿Qué ocurre? No maté a tu madre, aunque me encantaría hacerlo, ella es importante para nuestro matrimonio.
—¡Ay dios mío...! Usted es un hombre muy correcto, señor Mulroy... Demasiado... ¡Anticuado! —Mis lágrimas salieron disparadas, no podía respirar con ellos juntos en una misma habitación, salí corriendo como toda una cobarde, pronto sentí los brazos de mi esposo rodearme con fuerza, me quería morir—. Te conozco, padre... ¿Por qué mamá es Emma para ti...? Dios mío... Alec... ¿Te montaste a mamá...? ¡Oh dios!
—Mari… Antes de reencontrarnos tenía esa maldita enfermedad —me obligó a girar para enfrentar su preciosa mirada azul, y mis temblores aumentaron—. ¿De verdad crees que podría ordeñar a otra mujer que no seas tú?
—Estabas muy obsesionado con el profesor… Quizá fuiste capaz tomar lo que John se montaba solo para sentirlo tuyo... ¿Fue eso? ¡Dime...!
Nota de autora:La versión original de Lactancia Materna en Inkitt ha sido retirada por falta de actividad, para mí sorpresa el primer libro de esta saga tiene más lectoras y la plataforma se encarga de sepultar los libros que no tienen interacción. Gracias por leer❤️
🌿Madame Mari vistiendo un típico sari hindú en apertura de este capítulo.☝🏻
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