Capítulo 55:

—Ven aquí, vaquita —entendí la orden, todavía agitada me giré para ofrecerle mis senos y pueda alimentarse a su placer—. ¿En verdad crees que soy tan estúpido para perder mi divina droga por un hijo? Esperma tengo de sobra, pero tus pequeños agujeros son de edición limitada... ¡Maldita sea! Me arruiné la vida creando una sola hija.

—Tú no eres un estúpido, papi. Eres el hombre más inteligente que tengo la dicha de conocer... ¡Ah! No chupes tan duro... —El sátiro de mi esposo ordeñó mis pezones unos minutos más y luego me volvió a girar para tomar mi trasero, los nervios hicieron su trabajo—. ¿Otra vez, papi? Acaba de descargarse...

—Cuanto más droga consumo, más necesito. Me tienes drogado, soy tu maldito perro, me tienes vuelto un completo idiota.... No tienes permiso para recibir a nadie más. ¿Quedó claro? Nadie más entrará, y tampoco saldrá. Entiéndelo de esta forma, este es tu agujero —hizo un círculo uniendo sus dedos índice y pulgar frente a mis ojos desorientados por sus embestidas profundas—. Y esto es la cabeza de Napoleón —pasó su puño izquierdo por el agujero simulando el acto sexual—. ¿Te imaginas lo que pasaría si la cabeza de un hijo mío sale por este estrecho espacio? Mi droga se volverá polvo, dejará de existir.

—¡Dios mío, no! —Me cubrí la boca de espanto, imaginar el nacimiento de nuestro hijo era aterrador—. ¿Entonces cómo nacerá nuestro bebé, papi?

—Saldrá por tu barriga a través de un corte, mi cielo. Es una operación complicada, pero vale la pena el esfuerzo. Se llama cesárea, y Lemus se encargará de todo.

—¡¿QUÉ!? ¿Me vas a operar...? —Sin duda su anuncio superó el miedo del parto, en ese momento la dieta de hospital a la que me estaba sometiendo cobró sentido, sin embargo tenía ocho meses, así que suspiré de alivio—. Por suerte faltan varias semanas, ¿verdad? Todavía tengo tiempo de prepararme.

—Papá te montará hasta el desmayo, preciosa. Será más fácil para ti de esa manera, es tiempo de parir a mi adorado primogénito pura sangre —tonta de mí, padecí la rudeza del sátiro a la que ya estaba acostumbrada, los ojos me pasaban demasiado por el dolor, el vértigo se apoderó de mi cabeza—. Te amo, Mari. Te amo como no tienes idea...

Fue lo último que escuché antes de perder el conocimiento. No tengo idea de cuántos días me mantuve ausente, tampoco sentí ninguna molestia de la misteriosa operación, cuando al fin conseguí abrir los ojos reconocí el techo de mi nueva cueva en Moscú, tenía un leve dolor de cabeza, los párpados me ardían y mis brazos tenían moretones. Giré lentamente para inspeccionar alrededor y encontré a mi padre acostado a mi lado, moví suavemente mis manos llevándolas a mi vientre y ya no estaba, mi enorme barriga había desaparecido. Me dolía cada parte de mi cuerpo, y un sabor metálico amargaba mi garganta.

—Agua...

—¡¿Mi bebé!? ¡Estás despierta, joder! —Alec se levantó de prisa para traer el agua que necesitaba demasiado, elevó suavemente mi cabeza y con una pajilla me acercó el líquido fresco—. Estuve sumergido en una cruel agonía, no vuelvas a privarme de tus ojos, quería morir. ¡Morir de verdad! Me hace falta todo sin ti, Mari. Parecías muerta... Le dije a Lemus, pero no hizo caso. Lo eché de la mansión, me siento horrible...

—Mi amor —el desquiciado hombre silenció sus quejas para mirarme atentamente—. Estoy aquí contigo, idiota. ¿Qué esperas para abrazarme?

—¡Mi niña! Lo siento mucho... No tenía idea que esta mierda tardaría varios días, es horrible estar sin ti...—los brazos de mi padre se sintieron de maravilla ante el vacío interno que me invadió, lloramos juntos por largo rato, fue sublime sentir su desesperación por mí, escuchar sus quejas de niño abandonado, estaba usando el maldito perfume de siempre, era el mismo, aroma a tabaco, menta, y madera fresca, un aroma que me mantenía idiotizada—. Perdóname, creí tener todo controlado y me quedé en el maldito infierno sin ti...

—Te amo —susurré levemente—. ¿Cuántos...?

—Quince malditos días que fueron un jodido infierno —fue una espada de doble filo pasando por mi pecho, quería llorar más pero sus caricias no me lo permitieron, se abrió la bata y desató el camisón que tenía puesto, todo estaba listo para la comodidad de su asalto sexual, al sentir su peso corporal sobre mí me dolió demasiado el bajo vientre y comencé a quejarme—. No puedo aguantar más, cielo. Seré suave, lo prometo. Abre las piernas... Estoy desesperado, me volveré loco sin ponerla. ¡Maldita sea…!

—Alec... —todavía aturdida lo dejé entrar a donde tanto quería.

No tenía idea de cómo fue la misteriosa operación, pero dolía espantosamente en mi ingle, sentía escozor y unas leves punzadas en cada movimiento. La sensación de vacío incrementó cuando fui cobrando mayor conciencia de mi cuerpo gracias a sus embestidas, sentía nostalgia y una profunda pena, tan profunda como sus estocadas. En algún momento todo el dolor dejó de importar porque nuestros sexos conectados superaron el vacío de mi interior, me sentí reconfortada, llena, completa de algo que me faltaba. Habían pasado meses desde que Alec no se montaba en esa postura debido a mi enorme barriga de embarazo, y eso convirtió nuestro sexo en un acto mágico, especial, pronto estaba gimiendo pidiendo más, y más. Me aferré a su cuerpo como una condenada a muerte, y lo dejé entrar muy profundo como quería. Mi leche materna la consumió de prisa como un vampiro, estaba poseído, devorando todo a fuego lento. Nuestro desenfreno concluyó con gritos de placer elevados. Mi corazón sonaba como un tambor, estaba feliz de haber vuelto con Alec.

—¡Mierda! Hay sangre, traeré el botiquín...—de un salto fue a traer los medicamentos para encargarse de mi herida, fue dulce observar que mi marido curaba con cautela entre besos y arrumacos—. Perdón, vaquita. Intenté ir suave, lo juro...

—Mi amado es duro en la ordeña y me gusta... —besé sus labios apasionadamente deslizando mi mano por lo extenso de su brazo musculoso hasta acabar en mi herida de cesárea, estaba embrujada por su belleza, y en ese momento caí en cuenta de lo que faltaba—. Alec... ¿Nuestro hijo...? 

—¡Joder Mari! Te agradezco por darme un niño hermoso, sano y fuerte. Mi rey, mi nueva adoración, mi primogénito pura sangre Alexandro. Dasha se está haciendo cargo de los niños, no te preocupes.

—Oh dios mío... Quiero verlo, quiero ver a nuestro hijo. 

—Lo estás viendo justo en este momento, vaquita preciosa. Yo soy tu becerro y gastaré toda tu deliciosa leche materna, ¿te gusto?

—Me gustas más de lo que mereces, sátiro. Quiero a mi bebé pequeño.

—Mi niña, no olvides que todo lo que sale de ti me pertenece. Lo tendrás en su debido momento, por ahora no pienso compartir mi exquisita producción de leche con nadie. Tu leche materna es solo para mí.

—¿A qué te refieres? Alec... Me está asustando, quiero ver a Alexandro.

—No te corresponde, mi niña. No tienes permiso de ver a mi hijo, sé una niña buena, y obedece —me dolió el corazón pero me quedé quieta advirtiendo sus movimientos, pronto tuve a mi esposo nuevamente montado encima—. Después de la sublime experiencia de parir una nueva vida a las mujeres les ataca un trance, algo muy nostálgico y triste, un vacío sorprendente, y esos sentimientos son lo que genera el vínculo maternal más poderoso del planeta. La unión entre madre-hijo.

—¿Un trance?

—En efecto, cielo. La ordeña fue sublime, ¿cierto? Sucedió así porque llené ese vacío que sientes por haber parido un hijo mío. No te importó que fuera duro y lo fuerte que te entraba, querías más.

—¿Fue por eso?

—Sucedió lo mismo cuando pariste a Marianne, pero en esa ocasión me convenía que enloquezcas por la ausencia de ordeña. Escucha a tu padre atentamente, con el único hombre que voy a permitir que tengas ese vínculo es conmigo, sé una buena hija y aférrate más a mí. Tienes terminantemente prohibido salir de nuestra alcoba hasta que yo lo ordene, tampoco verás a Alexandro hasta que quedes bien dependiente de mí, ¿entendiste?

—Sí, señor.

—Abre las piernas, voy a ponerla.

Obedecí emocionada por el nuevo tiempo de invernar junto a mí padre, entre los dos existía un nivel de complicidad que nadie entendía, había confianza, respeto extremo, amor y nada de libertad; muchos celos, dependencia, una obsesión desmedida. Porque al final del día sabía que no podíamos avanzar cada uno por nuestra propia cuenta, yo había perdido la cabeza, y él alimentaba mi locura. Y cuando mi esposo quedó muy contento con los resultados de su régimen, me entregó mi divino obsequio por darle su segundo heredero.

—¿Estás lista para tu primer vuelo en avión, mi niña?

—Oh mierda... No otra vez... ¿Tenemos que viajar en avión, papi? ¡Tengo miedo!

—¿Qué...? ¿Sigues con temores? —Alec abrió el envoltorio de otra paleta y me la entregó, estaba deliciosa y tenía muchos colores—. Permíteme entender... ¿Tienes más miedo de viajar en un puto avión que estar esposada de por vida a un obsesionado criminal como yo? 

—Sí... Jamás he volado en esas cosas, no sé qué esperar... El avión puede caer y estrellarse, ¿verdad? ¡Eso sale en las películas de Indiana Jones!

—Mi cielo... Yo asesiné a Indiana Jones... Le abrí el tórax, saqué sus tripas y me comí su corazón. ¿Todavía tienes miedo de volar?

—Padre, ¿las tripas son dulces? —Ray le preguntó mientras lamía su dulce.

—No, campeón. Las tripas de nuestros enemigos son para decorar nuestro ganado, pronto aprenderás. No es comida.

—¡Basta de hablar de tripas! —Reclamé con una sensación de náuseas en el vientre.

—Mari es muy graciosa cuando se enoja —Raymond se burló.

—En efecto lo es, mi niño. Papá está muy orgulloso de ustedes, lo saben.

Estaba haciendo el mayor esfuerzo de mi vida solo para mantenerme quieta en el asiento de cuero de su limusina, y continuar calmada el resto del trayecto al aeropuerto de Moscú. Mi padre me había llevado a pasear durante una semana antes por esa fría capital para procesar la información de montarme en un gigante animal de metal y volar, pero nada me quitaba el miedo. Y fue peor cuando lo vi, mi quijada se descuadró de mi cara y quedé paralizada, no podía moverme.

—¡Flu, flu Mari! ¡Mira allí! ¡Es un avión de verdad! ¡Uno gigante...! —Raymond me mostró su avión de juguete con el rostro colorado por la emoción, corrió alrededor de papá soltando sonidos de aviador, el alcalde le había comprado a Raymond un traje con todo y casco para consentirlo—. ¡Gracias, papá! Gracias por regalarme un avión gigante.

—El mundo es tuyo, hijo mío. Papá lo compró para ustedes —Alec levantó a su hijo en brazos para entregarlo a Nafar, y juntos subimos las escaleras de otro avión, sujetó mi mano pero yo estaba petrificada—. Tranquila, mi niña. Estás segura junto a mí, yo cuidaré de ti. Eres más valiente de lo que imaginas.

Las leyendas son reales, llegó el día en el que controlé el dolor, llegó el día en el que no podía medir mi inmensa felicidad. Mi dicha había llegado junto a mi matrimonio con el bizarro Alec Mulroy, dejé de buscar respuestas y acepté que su maniático amor era para siempre, que nadie superaría a mi esposo. Pronto bailé en la tina de burbujas, aquel lugar que fue testigo de mis días más grises. El brillo que sentía perdido volvió a alumbrar, la sonrisa que notaba escasa volvió a salir. Ese esfuerzo que hice para avanzar fue recompensado, mi padre había cumplido todas las promesas que hizo. "Tranquila, vas a estar bien". Y todo estuvo bien porque Alec era mi esposo, fue la primera vez que visité un aeropuerto y el registro migratorio resultó algo tedioso, sin embargo todos los empleados ofrecieron un trato especial al alcalde Mulroy y a su gente. Sentada en un distinto asiento de cuero oscuro dominaba mis estúpidos impulsos de gritar cuando el avión estaba a la altura de las nubes, en cada estruendo sentía mi corazón en la boca, comencé a temblar y cerré mis ojos por la angustia cubriendo mi rostro con el brazo de mi marido. 

—¿Por qué te escondes, cielo?

—Todas las estrellas se esconden detrás de las nubes, quizá también tengan miedo como yo. ¡Esta cosa se mueve horrible! ¿Vamos a morir...?

—La luna se fue y se escondió detrás de las nubes por ti, la luna también se volvió tímida por tu belleza. Al verte, incluso las flores comienzan a sudar. Oh, mi cielo. Te llevaré a pasear al Himalaya como tanto querías, ¿acaso no merezco un beso de mi dulce niña?

—No te burles de mí... Te conozco, nunca es un solo beso contigo...

—Lo aprendí de mi mejor maestra de sexualidad, yo era prácticamente virgen cuando te conocí. Eres una niña pervertida.

—¿Virgen tú? ¡Sátiro demente! Deja de burlarte de mí...—sus manos sujetaron mi cintura para subirme sobre sus piernas a horcajadas y fue cuando sentí su erección, admiré su sonrisa macabra, sabía lo que estaba por suceder y mis latidos cardiacos lo confirmaron—. ¿Aquí? Por dios... ¡La empresa se enojará si dejamos los asientos sucios, además...—me silenció con un beso, y de un solo movimiento lo tenía dentro—. ¡Papi!

—Mi niña apretada… Oh… ¿Acaso no lo entiendes? Esta es la maldita empresa de aviones de mi jefe, ¿por qué crees que pasamos el registro muy fácil? Aarman Khan domina todo el continente, tú jamás podrás escapar de mí, ni siquiera en un maldito avión —mi cerebro estaba en mi contra, por el contrario de interpretarlo como una amenaza mortal solo me excité más, y empecé a cabalgar encima de mi desquiciado marido—. Vamos, vaquita. Te gusta ordeñarme, hazlo más lento... El vuelo dura muchas horas.

Y fue verdad, fueron varias horas donde me mantuvo prisionera para no sucumbir al pánico del vuelo, era una morbosa manera de olvidar donde estaba, sentí sus gruesos dedos en mis nalgas para levantarme con facilidad y caminar por el pasillo como el soberbio loco que era, me llevó al fondo de los asientos para penetrarme sin descanso.

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