Capítulo 54:

—Quiero hablar con el doctor Mulroy, tenemos una plática pendiente —sentí una punzada en el corazón, el empleado me miró afilando sus dagas sin quitarle la mirada a Misha.

—¿Qué? La esclava de mi hermano debería dejar de ingerir crema de pastel, el exceso de azúcar afecta tus neuronas infantiles de mierda...

—¡Vete a la mierda, cretino! —Me levanté para alejarme de ese maldito criminal, pero el descarado tipo sujetó mi brazo para impedir que me fuera, me estaba doliendo su agarre—. ¡Suéltame, animal! Nunca olvidaré que me drogaste con una maldita bebida ni bien puse un pie en Rusia.

—¡¿El sabueso es el misterioso sujeto de las bebidas…!? —Y para cerrar con broche de oro, el médico llegó al rescate.

—¿Mish...? Qué bueno que mi padre te invitó a la fiesta.

—No hay tiempo, Marina. ¿Podemos hablar? Por favor... Tardé una semana en recuperar la conciencia y ni bien pude ponerme en pie vine a buscarte pero... Creo... Que tenemos temas que aclarar, ¿me permites la licencia?

—Solo tengo una cosa que aclarar con usted, doctor Mulroy. Los pormenores de su demora en volver al pueblo ya no viene al caso, usted hizo una elección en pleno uso de su razón... Escogió a la heredera Nikiforov como su legítima esposa y debe respetar su matrimonio, tal y como yo respeto el mío con Alec —guié a mi primer amor al sofá junto a la chimenea, entregué a mi hijo a Dasha para que se ocupara de su baño y lo llevará a dormir, luego tomé asiento junto a la montaña de músculos que recordaba con mucho cariño—. Sé que mi matrimonio con el alcalde es difícil de entender para ti... Pero realmente amo a mi padre, es un ser maravilloso, bueno, bondadoso...

—Lo sé, Marina. Tu confesión se repitió como un maldito mantra todo el tiempo que estuve sedado por el hombre que juras amar... Sé por Maksim que el desgraciado hizo lo mismo contigo, te paralizó las... Las piernas... ¡Mierda, Dulcinea! ¿Ese es el maldito hombre que amas? ¿Un desgraciado capaz de cualquier cosa con tal de manejarte a su antojo? Es que yo... ¡No lo entiendo! ¿Por qué amas al alcalde?

—Yo tampoco... Solo ocurrió... Alec siempre estuvo a mi lado en los mejores momentos de mi vida, primero se ganó mi confianza, luego mi amistad, y cuando me tuvo adiestrada no conseguí reaccionar. Mi obediencia con mi padre es automática, aunque créeme, estoy luchando por no ceder del todo ante su embrujo... 

—No juegues... Desde un principio tu amistad con mi tío no fue tan inocente del todo, ¿verdad? ¿Mis celos estaban demás? Necesito saberlo, desde cuando ustedes... Se... Enredaron íntimamente.

—Una semana después de conocer a mi adorado alcalde yo estaba aferrada a su silueta, mi padre siempre fue muy consentidor, excesivamente cariñoso conmigo y yo... Jamás me habían tratado de esa forma, me hizo sentir humana, especial, y valiosa... ¿Quién no se enamora de un caballero tan adorable como papi?

—Tú no amas al alcalde, logró generar en ti una infinidad de traumas y complejos mentales con los que fácilmente te manipula a voluntad, le temes, y eso es muy distinto al amor...  Maneja tu mente, te tiene domesticada como una jodida mascota... ¡Por amor a la patria, Hardy! Admito que cometí un grave error al confiar en el alcalde, fue estúpido de mi parte creer su historia de amor por Jojo y su voto de protección hacia la nieta de su difunto amante. Hicimos un acuerdo, un pacto que solo resultó ser una cortina de humo para sus nefastas intenciones, me cambió el destino del viaje a última hora, estaba embarcando y no logré avisarle a nadie.

—Le creo, conozco bien a mi esposo. Sé lo que es capaz de hacer mi padre con tal de conseguir sus objetivos, y esa es la diferencia entre ustedes. Alec jamás ocultó su lado malvado, yo siempre estuve enterada de todo lo que hacía para ganar, cada movimiento, cada técnica, cada avance que mi esposo realizó yo lo permití. No soy una víctima, si eso es lo que usted piensa de mí, déjeme decirle que está muy equivocado. ¿Qué le molesta, doctor Mulroy? ¿El hecho de que prefiera a mi padre como amante? ¿O que un hombre homosexual sea mejor que usted en el sexo?

—¡Basta, Dulcinea! —Me sujetó ambos hombros y me zarandeó frenéticamente—. ¡¿Cuando te volviste una completa desvergonzada?! ¡Eres soberbia y altanera! Caprichosa... Justo como él te educó... ¡Estás enferma como el alcalde!

—¡¿MARI...!? ¿Me puedes explicar qué mierda está ocurriendo aquí? —La voz de mi marido me dejó paralizada, de inmediato el médico me soltó y el mayor avanzó a grandes zancadas a nuestro encuentro con su rostro rojo por la rabia—. ¡MALDITO MOCOSO ALÉJATE DE MI ESPOSA! —Enfurecido me tomó de las caderas para alejarme de su sobrino, y lo empujó lejos de mí—. Soy consciente de que te engañé para que te largaras de mi pueblo, jugué sucio, lo acepto. Pero acepta que mi niña me ama a mí, y nadie puede cambiar eso. ¡Reconoce tu derrota y déjanos ser felices en paz!

A toda prisa subió las escaleras en dirección a nuestra cueva, estaba conteniendo su ira aterradora, lo sentí en su respiración alterada, me metió de un tirón, me tiró sobre nuestra cama, bajó su pantalón. Estaba enloquecido de celos, y me lo hacía saber con sus profundas embestidas

—Mi amor... Por favor… Cálmate. Me gustas duro pero así no.

—¡Te amo...! ¡Estos celos son una mierda, Mari! ¡Una completa mierda...! Yo jamás he sentido está maldición... ¡Maldita sea...! ¡Es tan ridículo! ¡Infantil! ¡Me siento un reverendo idiota, acalorado! ¡MIERDA...! Nunca me enamoré antes como ahora estoy enamorado de ti... No sé como, ¡No sé! ¿Por qué? ¡¿Por qué te gustó el maldito médico? ¡¿Por qué!? No estaba en el plan, él no era parte de mi plan. ¡¿Por qué te gustó ese horrendo niño!? 

—Bueno... Estaba prisionera de Malcom... Sufría mucho y yo... Creí que moriría a merced de ese cretino, él me mataría a golpes, eso pensaba... Y entonces llegó un apuesto héroe vestido con su preciosa bata blanca de médico y me gustó... Me gustó que Misha me rescatara, fue algo bastante romántico... Una maravillosa historia de amor igual que mis libros de literatura clásica... El apuesto médico salvando a la damisela en peligro... Creo que fue eso, lo siento.

—¿De verdad fue esa absurda creencia del amor...? —Los bellos ojos de mi esposo se exaltaron debido a la sorpresa de mi confesión, y luego me regaló una sonrisa radiante, me beso profundo y soltó carcajadas como el demente que era—. Por fin entendí, mi niña. Es tiempo de conquistar a Dulcinea, es la única manera de frenar esta locura, soy mayor que mi hija y no puedo estar comportándome como un maldito puberto, al menos no en esto... 

—¿A qué te refieres, papi?

—Debemos irnos de aquí, mi niña. Dulcinea debe conocer a un hombre mucho mejor que un bastardo médico salvador, un héroe mucho mejor que sepultará cualquier recuerdo amoroso que hayas conocido antes...

—¿Conocer? ¿A dónde iremos, papi? —No entendí una mierda

—Viajaremos a India para nuestra luna de miel, preciosa. Es tiempo de que Dulcinea conozca al príncipe con el que se casó y se enamore de mí... Dulcinea debe enamorarse de Alí, de su príncipe Ali.

—¡Oh por dios, papi! ¡¿Me llevarás a India!? 

Entre furiosas embestidas sepultó su enojo descargando durante varios días todo lo que hervía por culpa de sus celos. Y un día de pronto mi vida cambió, nada volvió a ser igual. Las personas que creía que nunca se irían se fueron, muchas de ellas sin siquiera despedirse. Un día caminé con dificultad debido al asombroso giro del destino, sonriéndole a la gente para que noten mi inmensa alegría. Nadie notó mi llanto y nadie adivinó que me estaba muriendo por dentro, el brillo de Moscú era tan intenso que desvaneció los temores que otros te dejaron, y era feliz celebrando mi cumpleaños en esa mágica ciudad. Mis dieciséis fueron muy dulces gracias a Alec.

—¡Oh por dios, papi! ¡Por favor dime que no eres dueño de todas estas limusinas y prefieres vivir en ese maldito pueblo escondido en el infierno! —Mis ojos no podían creer lo que estaban viendo, era surrealista, una jodida fantasía sacada de alguna película de gánster de los años cincuenta, mi quijada se abrió por la sorpresa cuando miré el esplendor de la ciudad de Moscú a través del cristal de la limusina de mi esposo—. ¿Por qué no vivimos aquí?

—Por qué ese maldito pueblo de porquería lo fundó mi padre... Es el legado que me dejó, y yo soy un hombre muy...

—¡Anticuado! Lo sé... 

—Respetuoso a las sagradas leyes soviéticas, mi niña —me subió a su pierna derecha dentro del auto, y Raymond aplaudía mientras lamía su paleta de dulce.

Para ser sincera temía quedarme sin leche materna, pues de eso dependía tenerlo cerca; no le temía al sacrificio de ser la nodriza de mi padre, pues obtenía lo mejor de mí de mis senos hinchados. Adoraba entregarme por completo a un hombre como él, me llenó de inseguridades para atarme a su lado, estaba ciega de amor; amaba a un ser que dependía más de mis pezones que de su propia cordura, Alec sentía lo mismo que yo y me aprovechaba de eso. Estaba arruinada, me había arruinado, y para el colmo de mi condena quedaban pocos meses para sentenciarme a cadena perpetua pariendo a su primogénito, mi padre sería el padre de mi primer hijo varón. Mis días de embarazo en Moscú se volvieron agitados gracias a su dominio, los insomnios eran largos y parecían eternos, mis noches estaban repletas de lujuria y demasiado dolor; mi esposo vivía pendiente de mis necesidades que en realidad no eran mías, eran de su hijo. Cumplió todos mis caprichos, cubriendo a besos las mentiras que pronunciaba para tenerme en cautiverio dentro de una lujosa mansión completamente distinta, me había encerrado en una cueva totalmente hermética sin ventanas y tampoco relojes; sabía que me aterraba la idea del nacimiento. Intenté incrementar mi confianza, ya había pasado por ese proceso pero en esas circunstancias fue completamente distinto, su lado extremadamente consentidor me ayudó a convertirme nuevamente en aquella niña mimada y caprichosa que exige la atención de su padre las veinticuatro horas del día. Mi corazón se derretía de deseo, de sueños alocados, era obstinado en su fijación de retener a mi esposo conmigo; me llenaba de sentimientos y de ternura. Me había vuelto loca de remate, y alimentaba mi locura.

—¿Es de fresa? —Balbuceando con la boca repleta de gelatina mientras mi marido limpiaba el desastre que dejé esparcir en mi boca.

—Gelatina de fresa para mi hermosa vaquita, ¿a bebé le gusta? —Me habló atontando por la sacada de leche que acababa de hacerle, desnudo sentado al borde de nuestro lecho nupcial Alec me limpiaba el rostro con una toalla pequeña y húmeda—. Come bien, debes recuperar la producción de leche, me encanta que tus ubres ya estén llenas por tu embarazo, pero sabes bien que en los últimos meses me descontroló más porque sale más leche para recibir al bebé. Oh… ya siento escozor en Napoleón, ¡carajo!

—Eres un adicto sin remedio, me hiciste gritar de placer anoche que me desmayé. ¡Madre mía! Qué vergüenza con la nueva servidumbre, dirán que soy una desvergonzada —solté el tazón vacío de gelatina, y de inmediato me ofreció otro repleto de avena caliente.

—Me importa una mierda lo que crea la gente de mí, nadie puede verte sin mi permiso, no lo harán mientras cargues un hijo mío en el vientre.

Y era verdad, no había recibido visitas por meses, no vi a Raymond, a Nafar, ni siquiera a Lemus y seguía controlando a diario mi embarazo. Miré en dirección a la máquina de ecografía que manejaba el mismo alcalde por su cuenta, todo estaba meticulosamente organizado por él. Solo le permitió la entrada a Maksim por la sesión de fotos.

—No dejaré que ningún desgraciado perturbe nuestra dulce espera, este embarazo es perfecto, perfecto como tú —añadió con firmeza.

—Tú eres el esposo perfecto para mí, papi —acaricié sus mejillas con las manos tibias gracias al tazón de avena, luego volví mi atención al alimento sintiendo un poco de náuseas, y caí en la cuenta que había pasado varios días comiendo lo mismo, algo estaba mal—. Mi señor...

—¿Qué sucede, mi niña? ¿No tienes hambre...? ¿Quieres más gelatina?

—¿Gelatina o avena simple? Esos dos platillos son el menú de rutina de esta semana, y es aburrido. ¿Qué hace la esposa del hombre más rico de Rusia alimentándose solamente de gelatina y avena simple? Parece comida de hospital...

—Deja el tazón en la mesita de noche, y colócate bien para la ordeña. Quiero ponerla ahora.

—¡¿Qué...!? —Obedecí sorprendida, su tono de voz fue demandante, aquel sonido que me hacía temblar las piernas, me coloqué de costado acomodando mi enorme barriga avanzada en la cama sintiendo la tensión de escucharlo bajarse el pantalón de lino fino, se acostó detrás de mí y sujetó mis caderas con fuerza—. Mi padre se ordeñó muchas horas anoche... Me destruirá por dentro... ¡Ah! ¡AHH! ¿No irá al trabajo...?

—¿Me estás echando de mi propia cama, niña insolente?

—¡No, mi señor! Perdón, papi... ¡Ahhhhh! Dios mío... ¡AH!

—¡Sí, bebé! Ajusta todo, así... Eres mi tierno demonio —sus embestidas implacables ingresaban lacerando una cavidad en carne viva, dolía y gozaba en la misma medida, y luego me sometió con sus divinas nalgadas—. Me tienes adicto, Mari. ¡Ajusta más!

—¡Ahhh! ¡Sí, mi señor! —Sentí su aliento en mi oreja, su lengua lamía mi cuello mientras me embestía con dureza, un par de mordidas en mi nuca y perdí la cordura,—. Papi, papi... Más. ¡Más! ¡ALEC!

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