Capítulo 51:

Mi plan nunca fue casarme con los problemas de toda esa bizarra familia, pero debía acompañar a mi esposo al velorio de Vladimir Mulroy. No quería ser la víctima ante los ojos de esa arcaica sociedad, se suponía que estaba en mi temporada de dulce espera, mi segundo embarazo que se había teñido con el color de la muerte otra vez. Llegaríamos tarde y poco me importó, retoqué mi maquillaje para después gritar de emoción, me regaló unos collares exclusivos para lucir en el velatorio familiar que estuvieron a punto de dejarme ciega por su brillo. Meneando el trasero de felicidad marital nos subimos en el lujoso coche y emprendimos el camino a la finca del terror. Dentro de mi entrañable vehículo municipal me subí en sus piernas para amenizar el trayecto, todo fue perfecto hasta que el horrible enrejado de la mansión detuvo mi respiración.

—¿Es necesario volver a entrar...? Este lugar es horrible —apreté su mano que sujetaba la mía, los nervios consumieron mi alegría.

—Eres mi esposa, bebé. Tienes más derecho de estar aquí antes de los miserables que están esperando mi presencia —Alec era excepcional usando su labia a voluntad, encontraba el patrón que hacía que mi cordura cayera desde la punta de sus labios hasta lo profundo de sus sábanas, sin embargo cuando llegamos a la puerta principal de la casa se detuvo de golpe—. Marina... —mi nombre saliendo de sus perfilados labios encendieron todas las alarmas de advertencia, su silencio me perturbó, algo andaba mal—. Te amo más que a mi propia vida, lo sabes…

—¿Qué ocurre, mi amor? ¿Qué...? —Se paró frente a mí tomando los costosos collares que me había regalado entre sus dedos, su mirada era triste, y su semblante mostraba preocupación—. Yo te amo a ti, adoro tus obsequios, adoro todo de ti, me gustan las joyas que me compras, son divinas como tú...

—Estas joyas... Es lo más romántico que recibirás de mí. Quizá pueda parecer frívolo, si te brindas la oportunidad de analizarlo con cautela verás que yo... Soy malvado y no... —miré mis brillantes collares y recordé lo que él temía, era el regreso de Misha y estaba a escasos pasos del esperado reencuentro—. Todo lo que escucharás de ese maldito mocoso es la evidencia criminal de un hombre desesperado, perdidamente enamorado, estaba tan celoso, ansiaba tanto capturarte que...  

Silencié a mi padre con un beso profundo, mentiría al decir que siempre fui su víctima, nunca fui una pobre chica triste y perdida, mentiría al jurar que no merecía tal trato. Fue por eso que nunca quise escapar de Alec, nunca me enojé por su extraña manera de conquistarme, ni tampoco peleé cuando me encerró en su finca. Jamás escucharía de mí un reclamo, un grito, una súplica desesperada por escapar de su lado. Solo aceptación y un devoto amor distorsionado.

—Te voy a adorar, lo juro... Yo te voy a adorar en todos los idiomas Alec Mulroy, hasta que la muerte nos separe —repetí mis votos nupciales mostrando el luminoso diamante que él mismo había colocado en mi dedo—. Quizá sea muy joven para ti, bastante imprudente y caprichosa... Pero, soy perfectamente consciente de mi juramento, y de la persona a quien prometí amar hasta la muerte por sobre todas las cosas. Crees que tú me obligaste a casarme contigo y eso es completamente falso porque yo... Siempre lo he deseado... Estaba tan desesperada igual que tú… Intentando agradarte, retenerte por más horas a mi lado... Tal vez no lo entiendas, pero…

El embriagante sabor de su saliva silenció mi confesión, fue un largo y profundo beso que disfruté bajo el tétrico pórtico de la casa dónde nos conocimos, mi prisión inicial, un lugar de chocolate.. Sus fornidos brazos rodearon mi torso y me pegó a su cuerpo, y ahí estaba yo, una torpe chica desorientada amando a un completo lunático desquiciado. Guardaba la leve esperanza de algún día cambiar su destino criminal, era una estúpida ingenua con mi complejo de salvadora, amaba ser su única hija por el simple hecho de que eso me arrastró a ser la esposa de mi padre.

—Mi dulce niña... Déjame capturar este momento en la memoria, no pensarás lo mismo cuando hables con el tonto médico —sujetó mis mejillas ante mi asombro, él jamás me lanzaba una advertencia de no ser algo importante—. Eres mi esposa y tengo todo el derecho legal sobre ti. Te obligaré a cumplir de cualquier modo, no me obligues a ser malo...

—¿Qué...? —Su sonrisa siniestra me paralizó por un breve momento, sus ojos me intimidaron y me soltó de sus dedos—. ¿Qué hiciste, padre? Dímelo antes de entrar por favor. ¿Papi...?

—Papá no tendrá compasión de ti, te quiero lejos de ese imbécil o no respondo de mis actos... —Tomó mi mano y juntos ingresamos al salón principal de la finca de Angus, una extraña alegría y satisfacción me invadió todo el cuerpo, Alec estaba celoso por su sobrino—. ¡Maldita sea! ¿De qué te ríes, niña?

—¿El alcalde de Mulrov está celoso por mi culpa?

—No tienes una maldita idea, niña. Yo...

Mi venganza tenía un sabor muy dulce, estaba de regreso en esa finca con una jodida corona en mi cabeza, era una reina y no una esclava, todas las atrocidades que viví en ese lugar valieron mierda presenciando a esas personas inclinadas mostrándome respeto, me quedé atónita viendo a la mayoría de los Mulroy mostrándome respeto por el simple hecho de estar colgada del brazo del alcalde. Volví a ese infierno casada con Alec, era la esposa del varón de mayor cargo criminal y político de esa bizarra familia rusa, era la puta dueña de sus cabezas y lo gocé hasta el punto de llorar, lo disfruté muchísimo.

—Bienvenido, estimado alcalde Mulroy. Gracias por honrarnos con su presencia...—Maksim tomó la palabra en representación de ellos, me miró de pies a cabeza regalándome una sonrisa de complicidad y sujetó mi mano para presentarme frente a todos—. ¡He aquí a la bella esposa del alcalde, madame Mari! Con honor te recibo y te doy la bienvenida a la familia, querida tía Mari.

Estaba por desmayarme, los nervios juegan una mala pasada cuando la realidad supera tus expectativas, ni en mis mejores sueños había imaginado disfrutar de esa manera, tuve que hacer un gran esfuerzo para no reírme de sus caras. El rito fúnebre fue bastante extraño, parecía un gran festejo con banquete, bebidas, y show incluido, los invitados platicaban de todo menos del difunto, chocaban sus copas, brindaban y hacían acuerdos comerciales. La música vikinga era alegre y pegadiza, el muerto no tenía ataúd y llevaba un traje blanco impecable, estaba tendido sobre una mesa adornada con flores, piedras y ramas secas, y los asistentes dejaban monedas de oro alrededor. Maksim me explicó que era normal para ellos celebrar la muerte, y Alec me llevó a dar la ronda de saludos obligatoria entre las mesas. Angus lucía excesivamente feliz, bebiendo y fumando como si fuera su cumpleaños, Masha estaba detrás de su amo con un semblante de sufrimiento, Motka reía en la mesa de los Romanov junto a Deniska y Yerik. El fotógrafo me reveló que Malcom estaba internado en la clínica de Lemus debido a la golpiza que le propinó su padre por el delito que cometió conmigo, la madre y esposa oficial de Vladimir fueron las únicas que lloraban al difunto. Lemus estaba en una de las mesas principales junto a su hija pero Misha brillaba por su ausencia. De pronto el sonido de unas cornetas interrumpió la algarabía, los tres hijos legítimos junto a su padre alzaron en una camilla al difunto transportando el ritual al jardín trasero de la casa donde una enorme fogata esperaba para terminar con los restos del juez.

—¡Madre mía! ¿Lo harán aquí mismo? —Era una costumbre demasiado terrorífica.

—Es una tradición familiar, bebé.

Quemaron el cuerpo frente a todos como si se tratara de un cerdo asado soltando aplausos y silbidos, el olor desagradable fue ocultado por grandes ramas de eucalipto que lanzaron al fuego, y de esa horrenda manera la existencia de Vladimir Mulroy dejó de importar hasta el preciso momento que una tropa de soldados ingresó y los gritos de su viuda comenzaron. Cuando presencié el crimen que había detrás de la muerte del juez comprendí la felicidad de Angus, y el agradecimiento que le hizo a mi esposo, temblando de miedo terror escuché a mi esposo pronunciar algunos estatutos de la ley soviética, los tres niños que había dejado huérfanos Vladimir no le pertenecían a la madre, por lo tanto, pasaban al poder del abuelo paterno. Eran dos varones y una niña, mi corazón se estrujó porque comprendí todo, el llanto desgarrador de la abuela, la madre, y el sollozo silencioso de Masha. Todos sabían el destino de la pequeña que se aferró al brazo de su enfermo abuelo, estaba claro su destino y lo peor de todo era que no pasaba de los diez años.

—¿Mató a su hijo para quedarse con ella...? —Pronuncié con dificultad, era horroroso, una injusticia que no concebía.

—Gus es capaz de matarme a mí si cometo la imprudencia de engendrar a una niña contigo, cielo. Por eso no... ¡Mierda! Prepárate para recibir a una nueva madame en la familia, sabes que sucederá en cualquier momento y yo... Es la ley, ¡La maldita ley! 

Era un dato más que me aterró descubrir, retrocedí mis pasos porque era demasiado espantoso, corrí lejos de la sonrisa radiante de Angus mientras acariciaba el cabello de su pequeña nieta, su nueva presa, un nuevo alimento para el fetiche del criminal. Fue demasiado asqueroso, un imperdonable pecado que sucedería esa misma noche, levanté la falda de mi vestido escapando de esa ceremonia hasta que unos fornidos brazos me detuvieron.

—¿Dulcinea...? ¿Eres tú? 

—¿¡Misha!?

—¡Dulcinea! —Tenía al doctor frente a mí con una expresión de asombro absoluto, quedé paralizada por la impresión, no podía moverme.

Volví a ver al médico de mis anteriores sueños después de muchos meses de espera, tenía la melena más larga y suelta, un aspecto desaliñado que me ocasionó una punzada en el pecho. Su pulcra camisa, a punto de reventar por su inmensa musculatura, apenas tenía los dos últimos botones en su lugar dejando sus pectorales a la vista. Carente de corbata y con un estilo estrafalario, aquel rostro intimidante de soldado ruso había desaparecido por completo, parecía herido, roto, destrozado, y derrotado. Su bella mirada azul se exaltó al verme con cierto recelo, tomó oxígeno para luego guiar sus ojos de mi cabeza a mis pies en un recorrido lento y volvió a subir sus ojos solo para mostrarme sus lágrimas que luchaban por salir. Y es que no estuvimos juntos por mucho, poco más de algunos meses mientras duró el castigo de su padre.

—No es posible… ¿Estás embarazada? ¿¡Acaso Malcom te forzó otra vez!? —Soltó Misha con evidente incredulidad.

—¡¿Misha!? ¿Qué...? ¿Qué haces aquí...? ¿Cu...Cu...Cuando llegaste? —Parecía un espejismo, un sueño que abandoné para blindarme con mi sagrado matrimonio, y entonces ese sueño se volvió realidad cuando el imponente veterinario se arrojó encima de mí para abrazarme—. Doctor Mulroy... No... Fue Malcom esta vez.

Y ahí estaba yo, la nueva esposa del apuesto alcalde de ese pueblo remoto. Nada quedaba de la torpe chica americana que Misha había salvado de las garras de su cretino hermano menor, tenía puesto un sofisticado vestido blanco muy pomposo, infantil, con blondas y lazos muy tiernos color rosa. El corsé de mi prenda resaltaba mis enormes senos inflados por mi leche materna, y los pasadores dejaban perfectamente libre mi barriga creciente de embarazo. Mis guantes eran de encaje para mostrar mi brillante diamante de casada junto a varios collares que dejaban en evidencia el estatus social de mi marido ante todo el que se cruzara en mi camino. Lucía un maquillaje natural para resaltar mi juventud, y una peluca rubia con bucles largos que adornaron con una brillante corona de oro. Definitivamente no quedaba rastro de la Marina que un día fui, a esa chica la había asesinado por Alec.

—¡Mi amor al fin juntos...! No tienes idea de cuánto te extrañé… Fue una maldita agonía, ¡un infierno! Estaba desesperado por verte... ¡Oh Dulcinea...!

—Mish yo... A mí... Me alegra mucho verte de nuevo, estoy feliz por tu regreso pero... Estoy casada, y tú también lo estás. Esto no es correcto, papi se enfadará y yo no... No quiero problemas en mi matrimonio, doctor...

Sentí la vibración de su llanto en mi hombro, sin embargo no me causó el mismo efecto de antes, no me derretí entre sus brazos, y su perfume olía raro, ajeno, y lejano... Intenté devolverle el gesto pero mis brazos se quedaron de piedra, era otro hombre distinto, no era el cuerpo de mi esposo, y tampoco su estatura, no olía su perfume costoso. Eso estaba mal y a papi le molestaría mi comportamiento, escuché bien su advertencia.

—Lo sé, dulzura. Sé que te casaste con mi tío, todo este embrollo es parte del plan para protegerte de Malcom. No sé qué rayos ocurrió con los permisos marítimos y tardé más de la cuenta en volver. ¡Lo expliqué todo en las cartas que te envié, Dulce!

Fue en ese preciso momento que volví a saborear la saliva de Misha, me besó desenfrenadamente pero yo no podía responder a su afecto, estaba tensa, paralizada, no eran los labios de Alec, no era el caballero al que le pertenecía, reaccioné solo para colocar mis manos en su pecho y alejarlo con cautela de mí.

—Mish yo... Nunca recibí tus cartas, Alec las destruyó. Mató a los mensajeros que enviaste, fue una completa masacre y no… No es un plan, estoy casada con tu tío y tendremos pronto nuestro primer hijo juntos —Misha quiso volver a besarme pero me aparté con gentileza.

—¿Qué cosas estás diciendo? ¡Por amor a la patria, Dulcinea! No es momento para bromas, ¡volví, mi amor! ¡Estamos juntos! Valió la pena esperar, valió la pena cada maldito segundo —el médico se inclinó para sujetar mis piernas y alzarme en sus musculosos brazos, al parecer era una manía común cargar a sus mujeres entre los hombres de esa bizarra familia, grité suplicando que me bajara pero no hizo caso, comenzó a subir las escaleras en dirección a su habitación.


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