Capítulo 44:


Mi pecho no podía más por tanta emoción, mi victoria se había confirmado con el nuevo título que portaba junto a mí corona. La sesión de fotos en la mesa del pastel fue maravillosa, extensa y algo tediosa. Poco a poco fui descubriendo lo que realmente significaba ser la esposa de un influyente político; cientos de reporteros, entrevistas a la prensa, sonrisas forzadas para los socios, hacendados, y patrocinadores del alcalde, amabilidad frente al pueblo votante, caridad para los más pobres. La regla era saludar a la concurrencia por orden de estatus, la gente rica en primer lugar pues de allí surgía el dinero que mi marido elegante derrochaba sin tomarlo en cuenta. Un brindis tras otro, flashes y más flashes cegando mi visión, mis mejillas me dolían por forzarme a sonreír. Y después llegó la hora del grandioso banquete, una enorme mesa que compartimos junto a las personas más ricas del continente, el siniestro Aarman Khan, un japonés del clan Yakuza, y un pelirrojo de más de dos metros que era vikingo y parecía sacado de alguna fábula escocesa. Mi estómago estaba oprimido por los nervios, me sentía torpe, y muy estúpida, afortunadamente Alec me dio la confianza necesaria para enfrentarlo todo guiándome con suma paciencia y tino, en el correcto comportamiento de una dama de la alta sociedad.

—Lo estás haciendo estupendo, te mereces un gran premio... —me susurró al oído besando mi cuello muy despacio, y suspiré aliviada—. Es tiempo de nuestro baile de boda, mi niña.

—¿Nuestro primer baile de la noche...? —Mis latidos se aceleraron, estaba feliz de bailar junto a mi esposo frente a los paparazzi.

El maestro de ceremonias anunció la apertura de la fiesta, y mi padre sujetó dulcemente mi mano para conducirme al medio de la pista, las luces de las gigantes lámparas colgantes bajaron su brillo generando un ambiente tenue y acogedor, de inmediato sacó una caja de cerillos del bolsillo de su saco, y la agitó frente a mí sonriendo con malicia.

—Mi amor... —se agachó encendiendo una vela que le alcanzó Popov, y con esa llama prendió un camino de velas que formaban un corazón de fuego gigante, mi impresión fue tanta que no pude evitar llorar, fue un detalle sublime y memorable—. Una caja de cerillos me confirmó que tú me amas, tuviste las agallas de matar por mí...  

—Dios mío ¡Alec...! Tú... ¿Lo sabías…?

Me cubrí la boca debido al asombro justo cuando todos los recuerdos de esa madrugada estallaron en mi cabeza; el llanto de Ray, mis pies descalzos tocando por primera vez el piso de la finca del alcalde, subir muy despacio las escaleras hasta llegar a la habitación de mi hijo, Anika golpeando cruelmente al niño, y luego el funeral de la nodriza rusa. 

—Te conozco a la perfección, eres mi creación, mi pequeño demonio...—su sonrisa macabra me paralizó, caminó a paso firme hasta llegar a sostenerme de la cintura y la gran orquesta comenzó a tocar para nosotros—. Tu y yo somos uno solo para siempre, gracias por tu devoción, gracias por apagar las luces de mi soledad... Te amo, Marina. 

Admirando al divino caballero ruso que era mi esposo empecé a danzar a su ritmo, como siempre había sucedido desde que lo conocí, pegué mi rostro a su pecho y bailamos nuestra hermosa canción de bodas. Y ahí estaba yo, una torpe chica transformada en la distinguida esposa de un poderoso alcalde homosexual para complacer a todo un siniestro sistema criminal. En aquel palacio municipal logré darme cuenta que yo necesitaba que Alec estuviera conmigo aunque las cosas se volvieran más jodidas que de costumbre, que sin juzgar me acompañara apoyándome en todo, incluso en mi afán por darle hijos pronto. No dudó, sabía lo dependiente que era, estaba desesperada por aceptación, y lo comprendía con amor, todos los días decía lo hermosa que me veía. Y así mismo lo hizo, y lo repitió durante toda la fiesta de bodas. Mi mejor amigo elegante, mi confidente y compañero de lectura, un vil manipulador que yo adoraba. Alec era el perfecto esposo con el que siempre soñé casarme.

—¿Quieres más vino fresco, cielo? —Tan amable como siempre, el mayor me colmaba de sus atenciones excesivas—. ¿Mi bebé quiere postre? 

—Estoy llena, papi...—me froté la barriga, estaba repleta de dulce.

—Oh no, preciosa niña... Llena estarás cuando te ordeñe en nuestra noche de bodas —sentenció mostrándome su perfecta dentadura.

—¡Ay dios! No tan alto, te escucharán los invitados... —avergonzada me incliné para cerciorarme si alguien había escuchado semejante imprudencia, y el maldito lamió mis senos por sobre mi escote—. ¡Basta, sátiro! 

—Solo caliento mi comida, mi niña... Mamá siempre dice que la comida fría hace daño.

No logré contener la risa, era demasiado descarado y adorable. Estaba casada con un lunático, un hombre que no se asustaba de mis ocurrencias, más aún me acompañaba a hacerlas y de madrugada me buscaba las mejillas solo para besarlas. En la mesa del banquete matrimonial nos besamos sin ningún pudor, estaba sumergida entre sus fornidos brazos suspirando de felicidad. Mi esposo creía en mí, me tenía embrujada y no me soltaba cuando todo se ponía gris, peleaba una guerra conmigo y también mataba a cualquiera que me ofendiera, me calentaba en los días lluviosos, en sus brazos encontraba el mismo paraíso, y bailé con él hasta que me dolieron los pies. Es más, yo no lo necesitaba, lo merecía, merecía tener un esposo como Alec Mulroy, porque hubo otro que no supo qué hacer conmigo, esa persona no estaba acostumbrado al amor del bueno, a un amor como el mío. Todos los invitados bebieron, comieron y disfrutaron hasta altas horas de la madrugada. Mi esposo se cuidó de no ingerir demasiado vodka para contener sus impulsos homosexuales, pero con los primeros destellos del alba me sentía agotada, estaba exhausta y hastiada de tanto sonreír para extraños millonarios rusos.

—Eres preciosa, bebé... —un beso profundo tras otro y luego un trozo de pastel que metió en mi boca, chupé su dedo para provocarlo—. Traviesa... ¿Quieres más crema? 

—Umm... ¡No! —Chillé como una niña pequeña haciendo un mohín—. Estoy cansada, papi...

—¿Bebé quiere leche? —preguntó curioso mientras limpiaba los restos de crema de mis mejillas.

—Me duelen las piernas, un baile más y su vaca se dormirá antes de que pueda ordeñarla —respondí altanera, sus bellos ojos se tornaron sombríos, se levantó apretando su puño observando las mesas del local.

—¡Nafar! —Llamó a su fiel empleado, y el siniestro tipo llegó a nuestra mesa inclinándose en señal de respeto—. Escolta a mi esposa a casa, lleva a una tropa contigo. 

—A la orden, honorable príncipe Ali. Si usted fuera tan amable de acompañarme, madame Mari.

—¿Me mandas a la cama sola, papi?

—Te alcanzo en una hora, cielo. Tengo que escoltar al Buitre a su crucero y despachar a toda su parvada de cuervos. Toma chocolate al llegar... Y por favor no te duermas.

—Lo intentaré —me puse de puntillas para alcanzar sus labios, le di un beso corto y luego sujeté el brazo de Nafar para ingresar al carruaje municipal, dentro del transporte Andrews no dejaba de sonreír sarcásticamente—. Quita esa cara, idiota. Ya estará complacido, su jefe no es tan homosexual como suponía... 

—Todos estamos felices por la dicha matrimonial del príncipe Ali, madame Mari. Detrás de toda esta batalla de pollas Mulroy hay algo más grande, mucho más grande de lo que usted imagina. 

—Lo sé, y también sé que no tardaré en enterarme... 

—¿Entonces a qué le teme, niña?

—A terminar descuartizada como el estúpido profesor que no era profesor, ¡¿no es obvio!? 

—¿Quiere que le cuente cómo corté el cuerpo de Spencer en pedazos, princesa? Mi relato la mantendrá despierta hasta que su honorable esposo llegue a ocupar sus aposentos, se lo aseguro.

—¡Cállate, idiota!

Después de un incómodo trayecto de regreso a mi finca suspiré derrochando amor cuando el coche se detuvo en el pórtico de mi hogar, Nafar bajó primero y me ayudó a pisar tierra con cautela, sujetó la cola de mi vestido de novia, y aproveché para sacarme los tacones justo cuando la puerta se abrió. Contuve el aire para tomar valor y entrar a mi lujosa casa, había una atmósfera distinta, quizá fueron los cuadros con mis imágenes colgados en las paredes, o tal vez lo distinto era yo. Me senté en mi cómodo sofá frente a la chimenea intentando asimilar todo lo que había ocurrido ese espléndido día, cualquier chica en mi lugar seguramente estaría aterrada, corriendo y pidiendo ayuda a las autoridades, pero por alguna extraña razón que hasta hoy desconozco yo me sentía protegida y muy afortunada de ser la esposa de Alec.

 —Bienvenida, madame. ¿Desea tomar algo mientras espera al patrón? —Dasha apareció para iniciar una nueva jornada de sus labores, tan eficiente y correctamente portada como de costumbre.

—No, gracias. ¿Dónde está Ray?

—Profundamente dormido, madame.

—Perfecto, déjalo dormir más horas. Esperaré a mi esposo en nuestra cueva nupcial. ¡Oh, mis zapatos...! Los olvidé en la entrada —caminé descalza a la puerta principal de mi casa, y cuando salí la imagen que encontré me dejó petrificada.

—¿MAR...? Mi... Mar... ¿Tú...? ¡¿Tú...!? ¡¿Mar...!? 

Aquellos ojos color tormenta eran oscuros como su alma...

Tenía la misma tez pálida, tan blanca como la nieve, los labios rojos cual manzana incitando al pecado. Era él… Mi corazón se aceleró de inmediato, y por instinto comencé a retroceder mis pasos.

—¡¿MALCOM!?

—No... ¡NO PUEDE SER...! Tú estás muerta, Mar... Esto es imposible... ¡EL ALCALDE ME DIJO QUE ESTÁS MUERTA! 

—¿Muerta...?

Definitivamente quería estarlo junto a él. No otra vez, no de nuevo, el sombrío chico ruso que alguna vez me destrozó las entrañas estaba parado frente a mí, y yo prefería morir antes que regresar a su poder. Malcom estaba parado frente a mí, y mi cabeza colapsó debido al pánico, automáticamente comencé a retroceder mis pasos lentamente todavía incrédula de mi mala suerte, de todas las personas que esperaba ver en mi boda el que menos pensé encontrar era al chico de los ojos color tormenta…

—Aquel día en la cabaña... Estabas cubierta de sangre, no logro recordarlo bien por las drogas, pero... ¡Dejaste de respirar…! Te desmayaste, ¡no te movías! Y yo, ¡no sabía qué hacer con la niña! —cruzó sus brazos a la altura de su pecho meciéndose como si cargara a un bebé, parecía recordar lo que ocurrió aquella fatídica noche, lo notaba perturbado, y continué mis pasos en retroceso—. De pronto llegó el maldito alcalde... Te tocó, dijo que no tenías pulso, y que yo... Te... Había matado... Me aseguró que estabas muerta por mi culpa, Mar.

Los brazos de Malcom cayeron junto a su mirada que se clavó en el brilloso piso de madera, sin embargo continuó caminando en dirección a mí como si fuera un muerto viviente. De alguna forma me fui de su lado, había logrado escapar de su maldita alcoba para siempre. Mi espalda golpeó la fría pared de la finca de lujo que me pertenecía cuando el sombrío chico ruso se detuvo a mi lado, su penetrante aroma impactó en mi olfato trayendo todos los dolorosos recuerdos de regreso a mi mente. Cada golpe que recibí de sus puños, sus humillaciones constantes, gritos injustificados, cada vejación, recordé todo y cada una de las atrocidades que Malcom había cometido conmigo, y para colmo de mi desgracia me rodeó con sus brazos llorando con fuerza bendiciendo el hecho de que estuviera viva.

—No… ¡NO! ¡No me toques! ¡Aléjate de mí, Malcom! —Logré pronunciar torpemente prisionera de su pecho, comencé a temblar, a sudar frío, y caí de rodillas al suelo como la obediente esclava en la que me convertí desde el primer día que me entregaron en sus nefastas garras—. No más.

—Yo no voy a golpearte, Mar. Mi sal marina... Bendita sea mi suerte que estás viva, yo... Visité tu sepulcro, tu nombre está escrito en esa lápida y yo... No entiendo qué mierda está pasando. ¿Me puedes explicar...? —Sujetó su frente con una mano, y soltó la guirnalda de difunto que cargaba en la otra, intentó levantarme del suelo pero se detuvo, tomó la falda de mi vestido balbuceando cosas que no entendía—. ¿Qué...? ¿Tú…? ¿Qué haces vestida de esta manera, Marina? ¿Por qué traes un vestido de novia puesto...?

Melissa Vilca.💕

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