Capítulo 39:


Me había dejado vencer por las demandas de mi esposo, fue fácil caer de nuevo en su régimen autoritario, lo conocía bien. Cuando la lujuria incrementó en nuestra alcoba, dejé de restar los días del calendario y me entregué a sus divinas garras, sabía que la fecha de nuestra boda llegaría pronto y él haría lo que quisiera conmigo. En la finca del terror sólo vivía feliz cuando tomaba mi mano, Alec construyó mi seguridad y cuando se fue me quedé vacía, muerta en vida. Mi autoestima se arrojó por la ventana dejando entrar un montón de abnegación, obediencia y dependencia, y de manera cotidiana, tal y como estaba acostumbrada, su mano se posó en mi muñeca mostrándome su dominio sobre mí.

—¿Podrías mantenerte quieto, padre? Intento anudar tu corbata —simulé enojo porque no dejaba de husmear bajo mi camisón, debía dejarlo reanudar su cargo en el municipio, me enfadaba dejarlo marchar de nuestro nido de amor.

—Debo confesar que continúo algo enojado, mi niña —hizo un tierno mohín.

—¡Oh por dios santo, papi! Usted estaba dormido, y aproveché para avanzar a vestir a Raymond, es todo —volví a explicar, pero el descarado me lanzó una palmada en el trasero.

—Existen muchas placenteras formas de despertar a tu esposo, Mari —insinuó el perverso ruso, tomé el saco y lo acerqué a su torso para terminar de vestirlo.

—¿Se refiere a la forma que usó hace quince minutos? —Su fuerte carcajada hizo eco en toda la alcoba.

—En efecto, mi niña —y me besó, una vez más—. Te espero en el comedor en diez minutos, no tardes.

Entonces obedecí, a esas alturas disfrutaba de las atenciones de mi pequeño séquito de mujeres sometidas a mi servicio, el desayuno transcurrió dentro de lo habitual mientras los empleados de confianza de Alec fueron llegando al comedor principal, incluyendo los buenos maestros. Dejé a Ray al cuidado del maravilloso profesor Spencer, en tanto yo me encerré junto a la señorita Manzur para recibir mis clases. Para mí sorpresa al salir descubrí que la puerta principal estaba abierta, tomé la mano de mi niño y me asomé para averiguar qué estaba tramando mi esposo.

—¿Qué sucede, Nafar? —Había peones entrando y saliendo de la casa con raros artefactos modernos.

—Con honor la saludo, Madame Mari. El honorable príncipe Ali ordenó alistar todo para una sesión de fotos extraordinaria de su legítima y amada esposa al mando del joven licenciado Maksim.

—¿Papi dejará entrar a nuestra casa a Maksim? Esto es inesperado…

—El príncipe la ama, Mari. ¿Se atreve a dudar del inmenso amor que le profesa?

—Claro, serpiente. He luchado contra los demonios de Alec para ganarme este encierro de mierda. 

—Y hablando de encierros… Por su bien le sugiero no acercarse a la puerta principal, son guardias nuevos y no conocen a la princesa Mari, podría cometer una imprudencia y no es conveniente alterar el buen humor del príncipe Ali. Con permiso, Madame.

El maldito sirviente me había revelado un boleto de salida que no podía desaprovechar, hastiada de tantas restricciones salí a pasear junto a mi hijo antes de la comida, bien abrigado y con la nieve cubriendo las piernas nos abrimos paso a los invernaderos.

—¿Mari está triste? —preguntó el pequeño besando mis mejillas.

—Sí, cariño. Mari está triste sin papá...—respondí tomando asiento en una banca junto a los manzanos, lo levanté en mi regazo y saqué un seno para alimentarlo—. ¿Ray es felíz?

—Ray es muy feliz junto a Mari...—sonrió ampliamente lanzándose veloz para succionar la poca leche que dejó mi padre.

—Si Raymond es feliz, Mari es más felíz por ti...—pronuncié sonriendo al verlo contento, y acaricié su rubia cabellera lentamente—. No volveré a separarme de ti, lo prometo. Te amo así de grande como este invernadero.

En medio de plantas aromáticas amamanté a un niño inocente en todo el embrollo que significaba convertirse en su nueva madre, un niño huérfano como yo, un niño incomprendido como yo. Me resultó fácil amarlo, era encantador, bello y amoroso, tal cual imaginaba que hubiese sido mi hija. Mi niña hermosa que arrancaron de mi lado, canté una canción de cuna conocida mientras Raymond acabó con la reserva láctea de mis senos en un abrir y cerrar de ojos, canté para mí hijo. 

—Luces realmente hermosa, vaquita...—un alcalde agitado irrumpió en el jardín evidentemente preocupado, se sostuvo de sus rodillas capturando el aire a grandes bocanadas—. ¡Por amor al cacao, Mari...! Yo pensé... Creí que me habías abandonado otra vez... ¡Mierda! 

—¿Papi...? —Consternada observé cómo el ejército de peones liderado por Cipriano entró detrás de él, de inmediato me atrapó entre sus brazos capturando el aire con fuerza—. ¿Amor, estás bien?

—No vuelvas a dejar la casa principal... A menos que quieras que muera de un maldito infarto... ¡Oh, mi niña! —Se quejó recuperando su postura erguida para besarme apasionadamente—. Falsa alarma, camaradas. Vuelvan a sus labores...

—Por Dios, Alec...—Nafar entró a llevarse a Raymond, y mi marido no daba indicios de soltarme—. ¿No confías en mí?

—No es lo que piensas...—tomó asiento jalándome en su arrebato quedando sentada sobre sus piernas, acarició mi rostro olfateando mi cuello, me encantaba tenerlo cerca otra vez—. Existe gente sin escrúpulos que pagaría una fortuna por verme hundido en el fango, gente sanguinaria que no se detendrá porque tú seas mi esposa y tengas a un niño en brazos.

—¿Hablas de la misma gente que mató a Yulia...? —Sus ojos azules se abrieron por la sorpresa—. Fue Delia...

—Debí suponerlo... —Alec besó mi frente, y luego mis labios con voracidad, me dejé consumir por su desesperación—. Tú eres el amor de mi vida, Mari. Que la patria tenga piedad de la persona que intente siquiera entrometerse en nuestro matrimonio, porque yo no la tendré.

—¿Y qué estás esperando? Está boda se está tardando más de la cuenta, el doctor Misha regresará pronto, ¿qué se supone que le diré? ¿De qué forma le explicaré al médico que su tío ya no es mi padre, es mi esposo? —Lo provoqué altanera.

—Oh, mi dulce niña... Soy un caballero, y es mi deber aceptar que tienes toda la razón, yo te necesito más a ti —pronunció con una sonrisa macabra en su rostro, aquel detalle me causó una sensación extraña.

—¿A qué te refieres? 

—Soy un hombre muy anticuado, cielo. ¿Realmente crees que depositaría mi semilla en cualquier matriz fértil?

—¿Qué...? Pero... ¿De qué estás hablando?

—Sabes de muy buena fuente que la sociedad rusa es muy anticuada. ¿Crees que te nombran Marina Mulroy sin serlo realmente?

—¡Dios mío, Alec! ¿Qué hiciste?

—Bien sabes que jamás entraría en una mujer que no sea mi esposa por respeto a mi hogar, de igual manera nunca cometería actos impropios por respeto a mi apellido. Desde que nos conocimos empecé a mandar sobre ti, te cambié de habitación, ordené tú horario, cambié tú guardarropa y todos en la maldita finca de mi hermano empezaron a mostrarte respeto. ¿Por qué sería entonces?

—Dios, mi amor... ¡Basta...! Me estás asustando.

—¿Recuerdas nuestros primeros paseos fuera de la finca de Gus? Soy el alcalde de este pueblo, mi niña. ¿Crees que expondría mi imagen política dejándome ver comprando lencería femenina junto a una mujer que no lleva mi apellido?

—Mierda...

Dejé de indagar por el beneficio de nuestra armonía marital, enterarme de las locuras de mi esposo sería un disgusto en vano pues nada ni nadie cambiaría mi destino, y tampoco quería escapar de mi padre. Muy contento me arrastró al interior de la casa para degustar del banquete del almuerzo en la mesa principal del comedor conmigo ocupando su regazo, eso creía, pero me llevó a una habitación aislada de la segunda planta de nuestra finca. El espacio era acogedor, las ventanas estaban cubiertas por telas oscuras y eso le quitaba iluminación, había muchas lámparas alrededor, música de Sinatra de fondo, y una pequeña y hermosa mesa en forma de corazón. Un solo sillón acompañaba el corazón rosa repleto de mi comida favorita que me abrió el apetito, y con gran asombro observé a mí apuesto padre retirar la hebilla de su pantalón para liberar mi condena y tomar asiento en la misteriosa mesa.

—Súbete la falda y siéntate donde te corresponde, bebé —ordenó sin más y un impulso me obligó a obedecer al instante.

—Sí, señor.

—¡Maldita sea…! Mi cielo, ¿lo sientes? 

—Sí, eres el manjar más sabroso de todos… ¡Ah!

—Desde hoy tomaremos las comidas aquí, justo de esta manera… Oh… Justo así quiero comer, comer arriba y abajo a la misma vez. ¿Lo harás, mi amor?

—Soy la niña obediente de papá, ¡Ah! 

Alec me daba de comer en la boca mientras recibía su desenfreno, al principio fue difícil de adaptarse pero luego logré comer y complacerlo a la vez con destreza. El almuerzo estaba equipado con las cucharas especiales y las mamilas que ya conocía, gritando de placer me di cuenta que también me había estado entrenando para nuestra hora de comida matrimonial. Amaba su retorcida manera de mimarme, estaba acostumbrada a comer sentada sobre sus piernas, era algo implícito entre nosotros, pero ese modo sexual fue la cúspide de su morbosidad.

—Te amo, mi pequeña. Te amo, te amo desesperadamente…

—Mi amor, vamos a la cama a reposar el almuerzo. ¿Shi?

—No, preciosa. Papá debe volver al municipio para regresar temprano porque el maldito bufón sacará fotografías de mi bebé hermosa.

—Vamos a la cama, me sentaré en tu cara…

—¿De verdad?

—Todavía tengo leche y quiero soltarla en tu boca, ¿papá quiere postre?

—Oh, mi vida… Vamos… ¿Qué estamos esperando?

—Espera… Quiero pedir algo a papi.

—Pideme lo que quieras pero siéntate en mi jodida cara, mi amor. Entremos rápido.

—Quiero salir a pasear con Raymond en el jardín hasta que llegue Maksim. ¿Me dejas?

—Lo que quieras, bebé. ¡Maldita sea! Entra ya…

—¡Mari...! Nieve —mi niño reía encantado intentando capturar cada copo que caía del cielo, y yo apretaba su nariz delicadamente, a duras penas había escapado de mi alcoba nupcial dejando a mi sátiro más que contento—. Hace frío.

—Sí, cariño. Mucho frío, ven...—envolví la bufanda sobre su cuello, y besé su mejilla—. Te amo, ¿me amas?

—Ray ama Mari —el niño me dió un corto beso en los labios, y luego otro más para después abrir sus brazos—. Te amo así de mucho, muy grande.

—¡Wow! Es mucho lo que Ray ama a Mari, pues Mari ama mucho más a su niño hermoso. Aquí en mi pecho el corazón late por mi bello niño...—abracé a mi hijo risueño llenándolo de amor—. Suena como las hojas secas cuando no estás conmigo.

—¿Hojas secas? ¿Cómo es...? —Sus preciosos ojos azules me miraban curiosos, en un pueblo cubierto de nieve Ray jamás disfrutó del otoño de América.

—En otoño caen hojas secas de los árboles, recuerdo el sonido de las hojas bajo mis pies, es el mismo sonido que escuchan todos, pero para mí era especial, diferente, tal vez era la felicidad que me daba pisarlas, me convertía en una niña tierna, y frágil, ya lo era, por supuesto que lo era, pero no era esa fragilidad que te dan ganas de aprovechar, era una fragilidad que incitaba a dar amor, a compartir ese momento con alguien. El otoño es mejor en América.

—Ray llevará a América en otoño a Mari, y Mari moloko a Ray en América.

—¿Qué? —Me quedé perpleja ante su chantaje, rodé los ojos ofendida por su propuesta—. Eres idéntico a tu padre, pequeño chantajista... Ven aquí, ¡te haré cosquillas! 

Mi niño comenzó a correr entre risas chillonas, y yo lo perseguía feliz de compartir nuestra hora de juegos. Dentro del invernadero más grande que había construido el profesor Hardy, fue la locación elegida para mí sesión fotográfica pero el agrónomo de la familia brillaba por su ausencia, y aproveché el tiempo para disfrutar de mi hijo adorado. Ahí estaba yo, tomando su mano y caminando sobre la nieve de Rusia escuchando su crujido al ritmo de mi corazón enamorado, felices, sin miedo, sin preocupaciones, solo mi hijo y yo. Y de pronto la silueta de Mak apareció en el portal silvestre, el joven carpintero me quedó viendo con una expresión horrorizada, estaba blanco como el papel, retrocedió sus pasos negando frenéticamente con la cabeza.

—¿Mak...? ¡Maksim, espera! —Corrí tras él, pero fue más rápido, llegó a su caballo, y galopando a paso veloz se perdió por el camino de salida de la finca. 

—¿Qué sucede con ese torpe bufón, Mari? ¡Es tarde! Detesto esperar...—mi rubio esposo llegó rato después al lugar evidentemente alterado, un peón se acercó a nosotros entregando una nota a su jefe, y la leyó entre dientes—. ¡Maldita sea! Vendrá en tres días, ¡tres malditos días! 

—Cálmate, papi.. No te alteres, te hace daño...—murmuré divertida, el bufón se había marchado de improviso debido a mi nuevo aspecto, y seguramente necesitaba tiempo para digerirlo.

—¡Cretino desgraciado! —Mi esposo renegaba por el comportamiento de su sobrino, y decidí, por prudencia, guardar silencio sobre su repentino escape.

—No te enfades, mi príncipe...—Alec refunfuñaba, tiró de mi brazo para colocarme delante de su cuerpo, y apretó mis senos con fuerza, los soltaba y los volvía a apretar repitiendo su técnica relajante—. ¿Mi amor?

—Tardaré...—resopló como un niño pequeño.

—Es bueno esta espera que nos dió Maki, tres días serán suficientes para perfeccionar mi nuevo estilo, llegará el pedido de mis pelucas más largas y podré estrenar otros peinados más tiernos. ¿Qué te parece la idea?

—Me parece que voy a hundirme dentro de ti. Lo necesito...—soltó mis senos para sujetar mi cintura levantándome en el aire, reí ante su habitual arrebato, posó mi vientre en su hombro y caminó conmigo colgada al interior de la casa principal.

—Voy a vomitar...

—Tranquila, mi niña. Tu padre volverá a llenarte muy pronto...—todos los sirvientes en el salón se quedaron en silencio al vernos, desde su lugar presenciaron la marcha de su jefe inclinados ligeramente para demostrar respeto, caminó hasta llegar junto a Dasha—. Ray se quedó jugando en el invernadero, dale un baño, y mételo a dormir temprano. Es todo, nodriza.

—¿¡Nodriza!? Pe... Pero, jefe... Creí que... Pensé que madame Mari...—la voz de la pelirroja sonó rota, herida, y mi corazón se estrujó en mi pecho, nadie esperaba su cruel decisión.

—Mari es MI nodriza, no es nodriza de Ray, es mía. Es todo por hoy, buenas noches.

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