Capítulo 37:


Abrí la puerta con cautela caminando al interior de nuestra alcoba, mi nueva prisión, mi esposo estaba sentado al filo del colchón fumando su habano de costumbre. Me miró, y sus ojos se humedecieron por el llanto.

—Marina... Yo... Lo siento tanto... Perdón... —lo noté entristecido, se puedo en pie dejando su puro en el cenicero—. Perdóname por arruinar nuestra fiesta de compromiso, bebé. Yo... Te lo advertí, no querrás estar cerca de mí cuando estoy ebrio.

—Alec... Tienes razón, tu y yo jamás fuimos amigos —me senté en la silla de mi tocador para estar más cómoda, y se colocó de cuclillas sosteniendo mis manos.

—Aquel hombre enfermo que viste yendo a buscar a un apuesto caballero, ¡ese soy yo, Mari! ¡Soy este monstruo! Estoy enfermo, vivo marcado por esta horrible perversión... Lo intenté, ¡te juro que intenté curarme! Pero fallé...—Alec dejó fluir su llanto, lo noté bastante afectado por lo ocurrido.

—Mi amor, tú no estás enfermo... No vuelvas a repetir eso —sostenía su perfecto rostro entre mis manos, y besé sus labios suavemente—. Solo tienes gustos diferentes a lo establecido por la sociedad, es todo. Pero no estás enfermo por gustar de los caballeros, y no eres menos hombre porque eso.

—Intento curarme, Mari. Pero regreso a lo mismo... ¡Vuelvo a caer en esa maldita enfermedad! Lo intenté todo, ¡ya no sé qué más hacer! Está maldición no se quita de mi cabeza, me persigue, me atormenta. ¿Debo morir? —Mi esposo estaba realmente afligido, sumido en una dura batalla contra su verdadero ser.

—¡Basta, Alec! ¡Te prohíbo volver a repetir semejante estupidez! Tú no estás maldito, eres perfecto así, deja de luchar contra ti mismo. Solo te haces daño, y te llenas de amargura... ¡Debes parar! No tienes que aparentar nada conmigo, podemos solucionarlo juntos.

—¿De qué forma, Mari? No quiero perderte, a ti no, no quiero que te aburras de mí, tampoco quiero hacerte daño... No más... —mi amor lloraba frente a mí y su dolor estrujó mi corazón, no podía soportar ver al hombre que adoraba sufrir de esa manera.

—Tienes un increíble poder sobre mí y lo utilizas de la peor forma, en mi contra... ¿Y para qué? Para cubrir tu gusto por los caballeros, me usas para impulsar esa obsesión desenfrenada, y todas esas mierdas que te empoderan como un varón respetable. ¿Verdad? Pero olvidas un detalle importante, yo también ejerzo un enorme poder sobre ti —me levanté de mi silla y me quité el abrigo revelando ante sus ojos azules mi vestido especial—. Yo soy tu dulce hija y tú eres mi padre. Esto funcionará si lo sabemos manejar correctamente, acaba de suceder, volviste a ser mi exquisito semental.

—Mari, tú eres mi hija... Cielo, debemos de conversar algo importante con respecto a tu madre…

—Eres un hombre muy sabio, Alec —corté el sermón del ruso sátiro, tenía un plan en mente y nadie iba a separarme de mi adorado padre—. Me viste día a día convirtiéndome en una versión bizarra de ti, en tu reflejo, en tu sombra. Me formaste paso a paso en alguien que no soy, en algo que no hubiese querido si no hubiese perdido el control en tus brazos. Me moldeaste para hacer lo que tú quieres, viviendo como tú quieres, siguiéndote a cada paso. Me obligaste a ser tuya, me destrozaste el alma, la esencia, sólo para poder ser un poco de tu agrado. Y no te detuviste hasta que lo conseguiste, aquí me tienes presa de ti... ¿Por qué no aplicar el mismo método en ti mismo?

—Eres una zorra muy astuta, te amo —Alec me sonrió con un leve atisbo de esperanza, y luego besó mis manos con dulzura.

—Te amo, Alec —y sellé nuestro nuevo acuerdo con un beso apasionado.


—¿Fue usted quien confeccionó esto? Responda, es una orden.

 La dama que tenía al frente temblaba por los nervios porque le había entregado la caja de mis vestidos de maternidad, ella sudaba frío evidentemente nerviosa.

—Sí... Perdón, madame Mari. Yo no sabía que el patrón lo mandó a confeccionar para usted, solo cumplía órdenes del jefe...—la modista miró a sus asistentes pero las damas tenían la vista puesta en el suelo, y luego miró a Dasha buscando ayuda, el pajarraco estaba entretenida acomodando mis juguetes en las repisas.

—No te pregunté para juzgarte, me gusta tu trabajo y quiero que confecciones mi nuevo guardarropa en este estilo. ¿Cuántos días tarda mi pedido? ¿Necesitas más asistentes? Quiero que confeccione un ajuar completo para mí.

—¿Usted quiere más de estos vestidos? Pero... Es ropa para niña, es decir, una niña más pequeña —exclamó la modista evidentemente perturbada.

—Estos vestidos me quedan grandes porque en ese tiempo yo estaba embarazada, quiero nuevos atuendos en mi talla actual, y cuánto más infantiles mucho mejor. Este pedido será mi ropa de cama, y también quiero un cambio de guardarropa completo para vestir a diario —me senté en el filo de mi cama para elegir los colores con las muestras de tela que trajo—. Todos mis vestidos serán en tonos rosa pastel, lila bebé y blanco, mucho blanco. Quiero un escote pronunciado que resalte mis senos, muchos lazos, bobos tiernos y blondas delicadas. Muy infantil, faldas cortas y pomposas, como un tutú de bailarina de ballet, quiero lucir cómo una niña de diez años o menos.

—Sí, madame Mari. Cómo usted ordene.

—¿Qué hago con estos vestidos? —Consultó el pajarraco enseñándome la caja luego de despachar a las modistas.

—Mándalos a la lavandería para tenerlos listos en mi armario, quiero encargar pronto para atar al maldito...—la puerta sonó, y me preocupé—. ¿Es Lemus?

—No, madame. Son las mozas asistentes.

—¡Excelente! Hoy quiero mi cabello suelto, bucles tiernos cayendo por mi rostro, y una tiara delgada. Dejaré de usar peinados de anciana —me senté en mi silla frente al tocador de lujo, abrí mi cofre de joyas para seleccionar la que iba a lucir para complacer a mi marido ese día, y fue cuando Lemus ingresó malhumorado a mi alcoba.

—¡Suficiente, sátiro! —El médico anciano gritaba desesperado, el alcalde entró detrás de él, y Ray también—. ¡Estás demente! Debes detenerte.

—¡Mari! Moloko... —Mi hermoso hijo llegó sonriente de sus clases de piano que tomaba los domingos por las mañanas, lo levanté en mi regazo y saqué un seno para alimentarlo mientras me maquillaban.

—Mi cariño ¿dónde está el profesor Spencer? —Decidí no prestarle atención a la discusión de los caballeros en disputa.

—Abajo te espera. Dijo que esperaba a Mari.

—Lemus debe aplicar la medicina, cielo. ¿Puedes dejar de desperdiciar mi leche? —Mi rubio esposo me advirtió mirando fijamente a su hijo—. Es preciso destetar a Ray, y sabes bien la razón.

—¿Qué? Todavía es muy pronto —el político caminó a paso firme hasta llegar a pararse a mi lado.

—Todo lo tuyo me pertenece... Mari... Por el amor al cacao, no me obligues a ser malo...—me apuntó con su dedo índice, y no logré evitar excitarme como una idiota.

—Sí, señor.

—Vuelvo pronto por ti, bebé. Falta poco para comerte —y salió escoltado por su asistente dejándome sola con su amigo médico.

—Empieza a destetar al niño, criatura. Sabes perfectamente que el sátiro no se detendrá —comentó Lemus mientras terminaban con mi peinado.

—¿Y usted, doctor Nikiforov? ¿También continuará? —Lo miré desde el espejo, y el anciano se quedó sorprendido—. Estoy harta de su doble moral, me estás fastidiando la poca paciencia que me deja mi marido.

—¿Qué...? Marina...

—Aquel día en su consultorio, ¿qué me inyectó? ¿Qué clase de medicina me hace tener tanta leche materna? 

—Oh criatura... Todavía no lo comprendes, ¿cierto? Ali desarrolló otra enfermedad por tu causa, y no piensa curarse jamás. Ninguna mujer logra amamantar con un grandioso abasto como el tuyo, realmente te está tratando cómo su ganado…

—¡Por la memoria de mi madre, Lemus...! —Gritó Dasha aterrorizada luego de dejar caer el tocadiscos, Raymond reía travieso por el estruendo continuando con su alimentación como si nada—. ¿Usas la medicina para las vacas de ordeña? Le estás aplicando una dosis veterinaria… ¡Malditos desgraciados! ¡Marina no es una vaca! ¿Qué demonios tiene usted en la cabeza?

—¡Suficiente! De nada sirve discutir por algo que no cambiará. Cariño, ve a jugar con tu trencito a tu habitación, Mari debe aplicarse la medicina del doctor Nikiforov —besé a mi hijo en sus redondas mejillas, y Dasha obedeció en silencio llevándose al niño—. ¿Qué me aplicarás hoy?

—Solo cumplo órdenes, criatura. No me queda otra salida, si me niego Ali fácilmente encontrará un reemplazo y créeme, existen doctores con una ética mucho peor que la mía.

—Y usted se enriquece más gracias a su novedoso tratamiento, ¿verdad? Mi esposo debe pagarle muy bien por su cuestionable método, así es como funciona esta clase social... El mundo de los ricos. 

—Lo siento, criatura. Yo…

No tenía humor para sermones, levanté la mano a la altura de su boca para indicar que se callara.

—¿Mi padre quiere destetar al niño por avaricia o porque mi leche adulterada le hace daño? 

—Ambas cosas. La oxitocina es una hormona compleja, aplicada en reses se conoce los efectos, pero en humanos... Las consecuencias varían de acuerdo al organismo de cada persona —levanté la falda de mi vestido para otorgarle la silenciosa licencia de inyectar, sentí un fuerte pinchazo en mi nalga y lo miré con una profunda decepción—. El mundo es tal cual es, no se puede cambiar y tampoco evitar.

—Cese de discutir con el alcalde por mí, es ridículo quejarse por algo que no piensa evitar. Solo retrasa las cosas, y no tengo pensado detener el objetivo de mi esposo, Alec mantendrá su hombría segura conmigo. Lo prometo.

Respiré profundo, y salí de mi habitación en busca del maestro dejando al anciano médico con la boca abierta, era tiempo de manejar a mi padre a mí antojo, y para eso debía anular a todas las personas que representaban una amenaza para mí. Haría con Alec lo mismo que él hizo conmigo, no me avergonzaba de mis actos pues mi rubio elegante me demostró que hasta yo me volvía un ser patético y sin autoestima sólo por una caricia suya. Luego de coordinar con el profesor Spencer sobre la preparación de Raymond para la escuela el día transcurrió en armonía. El tiempo siguió su curso y el banquete de la tarde fue servido con absoluta eficiencia, una enorme mesa para mí nueva familia Mulroy. Al costado izquierdo estaba sentado el primogénito mimado haciendo de las suyas durante la cena, Ray sacaba de quicio a Dasha lanzando el puré al piso mientras reía.

—¿Ray? Cariño, cesa de molestar a Dasha. Abre la boca grande. Ahhh —acerqué la cuchara de alimento y mi hermoso niño la recibió aplaudiendo feliz.

—Mari, ¡moloko! —Chilló entre sonrisas.

—Deja leche para mí, cielo —sentenció mi padre desde la cabecera principal de la mesa, mi elegante, perfecto, y brillante esposo que aparentaba ser un ángel, lucía  orgulloso de su dominio, su casa, su hijo y su esclava.

—Papi —me acerqué frotando mi cara en su brazo—. Hoy tardaste de volver del municipio, sabes bien que odio que demores en volver a mí.

—Lo siento, bebé. Está temporada el papeleo se acumula, Romanov se esmera en registrar cada salida y entrada de la mercancía.

—¿Romanov? —El maldito afeminado me estaba dando pelea desde su puesto laboral.

—¿Estás enojada? —Consultó evidentemente preocupado, deslicé mi manos por sus divinos bíceps y pegué mi boca a su oído mordiendo su lóbulo muy sugerente.

—Dejaré de estarlo si papi mete sus pervertidos dedos entres mis piernas —susurré muy agudo para provocarlo.

—¿Ahora? —Sonreí con malicia en respuesta, entendió el mensaje bajando su mano por debajo del mantel para tocarme como le diera el placer, no iba a frenarlo—. Luces preciosa está noche...

—Disculpe la interrupción, señor Mulroy. Le faltó firmar algunos documentos para el envío de mañana —se pronunció el arrastrado asistente, el chico era bello, debo reconocerlo, pero con Alec de dama y él de chica sabía que su romance jamás iba a prosperar—. Firme aquí por favor, es urgente.

—No es buen momento para asuntos laborales, Romanov. Estoy comiendo con mi niña —renegó el rubio hundiendo más sus dedos y yo solté la cuchara gracias al exquisito estímulo—. Mi comida está sabrosa y muy húmeda.

—Es importante para no retrasar la entrega —insistió el asistente acercándose sugerente a su jefe, el perro no pensaba desaprovechar ninguna oportunidad.

—De acuerdo —el alcalde sacó los dedos para sostener la pluma y el muchacho quedó petrificado, me burlé de su expresión, debió oler mis fluidos desde el ángulo en el que se inclinó, estaba bastante cerca de la mano del alcalde para percibir el olor, el mayor firmó, tomó su presa de carne y se la metió a la boca chupando sus dedos al engullir—. Tú mejoras el sabor de toda mi comida, mi niña. Te agradezco por mi postre.

Yerik le dedicó una mirada furiosa a su jefe, se enderezó, apretó la mandíbula y se marchó a paso rápido del comedor. 

—Oh... De ninguna manera, papi. Gracias a ti por recordarme que te necesito para ser feliz, tú eres el amor de mi vida. 

—Oh mi dulce niña, es un inmenso placer para mí.

Luego de la cena familiar subí a la tercera planta para dormir a Ray, mientras mi flamante esposo se quedó coordinando con sus empleados de confianza la organización de una boda de alta sociedad. Una vez que logré mi cometido exhausta bajé a mi alcoba para alistarme, debía prepararme para complacer al amo igual que cada noche, solté la media coleta que sujetaba mi tiara, y coloqué bastante rubor en mis mejillas, lucía como una refinada modelo de las revistas para adultos, giré frente al espejo sonriendo emocionada, me rocié mi nuevo perfume que había mandado a traer especialmente para el morbo de mi esposo. Estaba lista para ser la reina de Mulrov.


Nota: Aarman Khan en multimedia, y gif de Charles Dellinger abriendo este capítulo. 

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