Capítulo 34:
—¿Ese maldito te entregó las joyas de su difunta esposa? —Masha dejó caer los utensilios de peinado al piso.
—¡Si! Es espléndido, ¿verdad? La estúpida rusa muerta tenía buen gusto y no solo en joyería, es curioso, ¿cierto? Ahora yo disfruto de sus costosas joyas, de su bello marido, y de su precioso hijo. Madre mía, nadie sabe para quién trabaja.
—¿Qué te sucede, Marina? ¿Perdiste el juicio por amor al alcalde? Portar esto significa un insulto para Raymond, ¡es el legado de su madre! —Masha cerró el cofre muy ofendida por mi atrevimiento.
—¿De qué estás hablando, Masha? Raymond bebe de mi leche materna, un alimento que jamás recibió de la estúpida rubia muerta. Por lo tanto yo soy la madre del niño, porque yo lo amamanto a diario, no existe ofensa alguna —refuté su acusación muy tranquila, volví a abrir el cofre para buscar el mejor collar de todos.
—¿Qué...? Estás peor de lo que imaginé, ¡domada y sumisa! Ali te lavó el cerebro muy rápido, es un cerdo con mucha experiencia... Fuiste su presa fácil, criatura... Muy fácil... Tú nunca podrás ser Yulia, no te atrevas a borrar su memoria de esta casa, respeta al primogénito.
—¿Eso cree, nodriza? No se preocupe por mí, yo estoy muy bien en esta finca, me convertiré en la legítima esposa del alcalde de este macabro pueblo, un puesto que usted jamás podrá tener porque se conformó con ser la eterna amante clandestina.
—¡Calla, criatura! ¿Eres feliz luciendo las joyas de la anterior esposa asesinada porque no curó la enfermedad del hombre que hoy aceptas desposar? ¿Realmente eres feliz con Ali? —Masha me sujetó ambos hombros mirándome consternada.
—Soy sumamente feliz junto a mí Alec, deja de hablar tonterías y ayúdame a ponerme mis joyas, la ceremonia aguarda por mí —la pelirroja bajó la mirada, y me colocó el collar de diamantes.
—¿A qué precio, niña...? —Soltó con la voz llena de tristeza y pena profunda que pasé por alto.
—El que sea necesario —observé en el cristal la joya colgando de mi cuello, era una imagen que hizo retumbar mi corazón de felicidad, nunca en mi vida me había imaginado lucir un collar tan hermoso y caro—. Tu hijo médico me cambió por una maldita rusa adinerada, hoy es mi turno de devolverle el favor, yo elijo casarme con el tío que más detesta.
—Tu sed de venganza será tu ruina, criatura. Que tú dios tenga piedad de ti porque elegiste casarte con el mismo demonio, luego no digas que no te lo advertí —y con esas palabras la pelirroja me escoltó a la puerta para salir por el pasillo de mi finca.
En el gran salón estaba formado el personal de servicio, fieles sirvientes a mi disposición dirigidos por Dasha, el pajarraco rojizo había regresado a sus labores, se inclinaron ante mí presencia abriéndome paso a la salida. Mi divino esposo había mandado un lujoso carruaje adornado con flores y hojas de planta de cacao, me sentí toda una princesa de cuentos de hadas, a galope veloz emprendimos el camino llegando pronto al salón de ceremonia del flamante municipio, la concurrencia estaba a tope, mucha gente elegante dispersa alrededor de las mesas bien decoradas, todo un evento de alta sociedad que solo había visto en las películas. Delia Manzur llegó a mi encuentro para acompañarme en mi recorrido al estrado donde mi esposo muy sonriente esperaba por mí, había llegado el momento de demostrar la eficacia de las lecciones de etiqueta de mi institutriz, había llegado el día de convertirme en una Mulroy.
—Esta es la vida que yo merezco…
Masha tenía razón, el precio de mi sueño cumplido era alto, pero estaba dispuesta a pagarlo. El altar era idéntico a ese día de mi supuesta ceremonia de adopción, y sí, nuestra primera fiesta fue un evento de práctica, debo reconocerlo, práctica para nuestro compromiso nupcial oficial. Luciendo el vestido que mi amo quería, adornada con las joyas costosas de su agrado, maquillada a su placer, tenía un elegante y sofisticado peinado para agradarle, portando una enorme corona que mostraba su autoridad sobre mí, altiva como una dama de alta sociedad, yo sonreía de pura felicidad frente a mí caballero elegante.
—Mi amor...—sentenció mirándome de pies a cabeza maravillado, tal cual un pintor admira su más grande obra de arte—. Te ves hermosa, mi niña. Vales tu peso en oro...
—Te amo, Alec...—temblé por los nervios, había demasiada gente que no conocía, personas lanzando flashes de cámaras fotográficas a nuestro alrededor, murmullos incesantes, gente corriendo de un lado al otro, un caos vertiginoso—. Tengo miedo...
—¿Miedo? ¿De quién? ¿Acaso olvidas con quién te casaste, Mari? Cielo mío… —se acercó a mí y sujetó mi mentón justo cuando el hombre de la banda presidencial llegó a nuestro encuentro anunciando que la ceremonia comenzaría—. Espera, Vladimir. Mi esposa necesita unos minutos para serenarse.
—¡Oh no...! Mi amor por favor, deja que el juez continúe —muerta de vergüenza quería que la tierra me tragara.
—De ninguna manera, mi niña. ¿A qué le temes? Dime por favor, somos amigos. ¿Verdad? Y un verdadero amigo...
—Siempre confía... Yo... Tengo miedo de fallar, no quiero decepcionarte.
—Eso jamás, Mari. Tú eres más valiente de lo que imaginas, eres toda mía, y por sobre todas las adversidades, eres capaz de lograr cosas impresionantes. ¡Mírame! Soy todo un hombre viril por ti, ¿no me ves? Estoy aquí orgulloso de mi esposa, mi cielo.
—¿Estás orgulloso de mí? Oh Alec... —apreté sus dedos que sujetaban mis temblorosas manos, y besó mi frente con ternura—. No soy una dama de la alta sociedad... Soy una pobre chica de Detroit.
—Olvídate del pasado, ahora eres mi esposa; madame Mari Mulroy. Así es y así será mientras yo tenga vida —lo noté sincero, su mirada fue intensa, y correspondí su gesto con una sonrisa afirmando en silencio—. Buena chica. Buena chica, mi Mari. Puedes empezar la ceremonia, Vladimir.
El altar era precioso, había cuatro altos jarrones orientales pilares portando perfumados jazmines y orquídeas frescas. Tres altos bancos que sostenían enormes velas color lila, un dorado púlpito que portaba un gran libro abierto, el sagrado corán en todo su esplendor, cánticos vikingos mezclados con música hindú que anunciaron el inicio de la ceremonia presentada por el juez del flamante pueblo, Vladimir Mulroy, el legítimo primogénito de Angus y sobrino de Alec. En medio del precioso y extraño ritual de amor me enteré que el pueblo se llamaba Mulrov, y que fue bautizado así gracias a esa bizarra familia, los dueños de ese recóndito lugar, los Mulroy.
—Marina Mulroy. ¿Me harías el honor de aceptar casarte conmigo? —Pronunció el alcalde abriendo una pequeña caja decorada frente a mis ojos, de inmediato un bello anillo de compromiso me quitó el aliento.
Era el aro más hermoso que había visto en mi corta existencia, el diamante tenía forma de rosa, y la frase grabada era de mi libro favorito, el libro que siempre me leyó en la finca del terror; El Principito. Mis lágrimas salieron sin control, no podía dejar de admirar el precioso anillo. Lo había vivido antes, aquel deja vu devastador me atacó como una fuerte bofetada de realidad, en mis días de absoluta ignorancia había estado en ese mismo estrado frente al mismo caballero elegante quien extendió su brazo para solicitar mi mano en matrimonio. Su radiante sonrisa confirmó mis sospechas, debía tener una cara de bufón en ese momento.
—¡Por dios santísimo, Alec...! Oh dios... ¡Sí! ¡Sí! ¡SÍ! Yo acepto ser tu esposa, Alec Mulroy.
Y ahí estaba yo, una torpe chica americana al borde de un ataque cardíaco frente a un caballero manipulador. Estaba conmocionada por ese sublime detalle de amor, ese día le entregué más que mi dedo para que pudiera calzar aquel anillo con su nombre, le entregué mi alma, mi vida y mi corazón por completo por voluntad propia, me entregué en cuerpo y alma a ese apuesto alcalde ruso que me vió día a día convirtiéndome en una versión bizarra de él. Yo era su reflejo, su sombra, su creación. Alec me formó, paso a paso me convirtió en alguien que no era, en algo que no hubiese querido ser si no hubiese perdido el control entre sus brazos. Él me educó para hacer solo lo que él quería, viviendo como él quería, siguiéndolo a cada minuto, me esculpió destrozando mi alma, mi esencia, sólo para poder ser de su agrado. Y no se detuvo hasta conseguirlo… Sí, en ese punto yo estaba perdida, entonces, ¿qué esperaba que pasara en nuestra vida marital? ¿Alec no había pensado en eso?
—Gracias por aceptarme, Mari. Gracias por aceptar ser mi esposa —me besó sellando nuestro acuerdo nupcial oficial.
La prensa del lugar estalló con los flashes para los periódicos locales, a pesar de los esfuerzos del ejército no lograron contenerlos. Los aplausos no se hicieron esperar, y tampoco las felicitaciones de toda la concurrencia. Gente que tuve la obligación de soportar solo por pertenecer a mi nueva clase social, personas que desperdician su dinero en ropa, joyas y los exorbitantes obsequios que nos dieron. Luego de la marcha de rostros inauguramos la pista con nuestro primer baile oficial en público, para ese entonces había aprendido a danzar bien al compás del gigantesco alcalde, quién con gran destreza me desplazó por todo el salón al ritmo de la elegante orquesta municipal, su orquesta personal.
—Damas y caballeros, con ustedes nuestro ilustre alcalde Mulroy, y su preciosa esposa madame Mari —la ovación fue alentadora, el profesor Spencer estaba en el estrado con el micrófono, sabía lo que venía, nuestra sorpresa para el hermoso padre de mi hermoso hijo—. Está noche un gran invitado tiene una linda sorpresa para el alcalde Mulroy aquí presente, con la complicidad de la respetable Madame Mari y su educador, quién les habla. Raymond, mi alumno estrella, acércate por favor...
—¿Qué sucede, cielo...? —Susurró el mayor evidentemente confundido.
—Espera y verás, mi amor. Te gustará, confía en mí... —besé su mejilla y sutilmente lo conduje junto al estrado. Mi hermoso querubín estaba vestido de gala, sus bucles brillaban como sus rechonchas mejillas de ángel, era hermoso de admirar, tan seguro y valiente de pie en medio del estrado él solito—. ¡Ese es mi niño! ¡Vamos, Ray! Eres el orgullo de Mari, te amo...
—Te amo, Mari...—pronunció Raymond cuando el profesor bajó el micrófono a su altura, y mi emoción fue tanta que lloré sin remedio al escucharlo—. "Poema a mi Padre" escrito por Raymond Mulroy...
—Por la santa madre patria... ¡Oh, Mari…!
Fue la primera vez que contemplé ese rostro familiar reducido en lágrimas de amor puro, el alcalde lloraba en cada estrofa pronunciada por su pequeño hijo de cinco años, un niño que cuando conocí no hablaba más de tres palabras juntas. Fue una evolución lingüística abismal y fascinante para quienes vivimos de cerca todo lo que le costó llegar a ese nivel, a Raymond todavía le costaba pronunciar algunas palabras largas, pero eso no le quitaba el mérito. Hipnotizado gracias al sublime momento paternal mi esposo soltó mi mano, y corrió al estrado para abrazar a su hijo con suma ternura llenándole las mejillas de besos. Ni siquiera le permitió terminar su poema, mi esposo estaba derretido de amor y orgullo. No tardé en llegar junto a mi par de rubios favoritos, mi ángel y mi demonio, las dos caras de la moneda de mi nueva familia. Mi nueva familia Mulroy.
—Mi niño... Mi hermoso hijo... Papá está muy orgulloso de ti, campeón... Estoy muy, muy orgulloso de ti —confesó el alcalde mientras abrazaba a su hijo entre estruendosos aplausos, y luego me atrapó la cintura para integrarme a su abrazo, un lazo paterno que se convirtió en familiar conmigo—. Gracias, Mari. Esto... Esto es invaluable para mí, tu entrega como madame no tiene precio... No tiene precio, cielo. Eres la mejor esposa.
—¿Madame...? —Me quejé torpemente entre sus labios, pero no dejaba de besarme y decirme lo buena nodriza que yo era—. Padre... Yo pensé... ¿No soy la madre de Ray hasta que nos casemos oficialmente...?
—¿Madre...? Estás equivocada, mi dulce niña... Eres muy astuta, lo sabes —me soltó para continuar con los arrumacos con su hijo—. En mi pueblo no existen las madres, solo las nodrizas. Los hijos le pertenecen legalmente al padre. ¿Acaso lo olvidaste?
—¿Qué...? ¿Entonces tampoco seré madre de mis propios hijos? —Quedé consternada dejándome guiar por él a nuestra mesa nupcial.
—No, Mari. Aquí solo existe una madre para todos, y esa es la madre patria. ¿Por qué crees que llevas mi título de madame? —Me hizo ocupar mi silla y dejó al niño en mi regazo—. Sonríe, cielo. Cambia esa cara que las fotos no cesan y el gran banquete está por comenzar. ¿Quién es el orgullo de papi? ¿Quién? ¡Raymond lo es! ¡Sí! ¿Qué quiere mi hijo? ¿Un corcel? ¿Un barco? Dile a papá lo que quieres, y papá te lo comprará antes que asistas a la escuela...
—¿Escuela...? —Eran demasiadas emociones para un día, mi cabeza estaba por explotar.
—Sí, cielo mío. Mi precioso hijo puede hablar perfectamente gracias a ti, y es tiempo de que normalice su nivel académico asistiendo a un centro educativo como cualquier niño de alta cuna. Hazte cargo de eso y habla con el maestro Spencer, es tu trabajo de madame.
—¿No consideras que es un cambio brusco para Ray? Aún está lactando, y se tendrá que separar de mí por muchas horas... —acaricié los lindos y sedosos bucles dorados del niño besando su frente—. Es muy pequeño y frágil.
—¡Patrañas, niña! Raymond es un Mulroy, podrá con la escuela y más... Además, esas horas libres me las dedicarás a mí, tu apuesto esposo. Pierde cuidado que esa leche materna no se desperdiciará, de eso no tengas dudas...
—Pero... Alec...
—Mastica, niña. La ceremonia debe continuar, come —ordenó muy serio.
—Sí, señor —respondí y él acarició mis senos sutilmente por sobre el escote de mi vestido.
—Buena chica, mi niña. Buena chica, Mari
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