Capítulo 27:
—Soy consciente de que me estoy aprovechando de muchas cosas, te conozco, y es fácil para mí hacerte caer, recuerda no volver a salir de mi puta finca sin mí —tragué saliva simulando calma, sabía que mi osadía fugitiva me costaría caro.
—Lo que usted ordene, mi señor. Nunca pensé casarme con mi padre, sin embargo me tienes aquí, llena de ti —protesté.
—Oh mi dulce niña... Tú eres mía para siempre hasta que la muerte nos separe, y nada de lo que ocurra me podrá separar de ti.
—No quiero separarme de ti, no lo hagas —volví a abrazar a mi esposo, aquel hombre que siempre me hablaba con la verdad—. Yo estaré a tu lado hasta que la muerte nos separe, lo juro.
Un beso voraz selló mi juramento, caminé de su mano pensativa hasta montarnos en el lujoso carruaje. Alec me había regalado los mejores días lejos de su finca, fue una sublime y pequeña muestra de lo que sería nuestra luna de miel, días maravillosos con exceso de sexo que adoré, me tenía como una estúpida marioneta andando al son de su capricho. Con mil dudas martillando mi cabeza, muy confundida, excitada, encantada, iba mirando el trayecto de regreso a la preciosa hacienda rusa que era mía, mi nueva prisión. Mi esposo me tocó todo cuánto quiso en la privacidad de nuestro transporte, revisando debajo de la falda de mi vestido con su pervertida lengua, mi humedad causada por sus traviesas manos le divertía en grande.
—¿Bebé tiene frío? —preguntó curioso al verme temblar gracias a su manipulación—. ¿Mari...?
—Un poco, pero no traje abrigo...
—Toma, póntelo tú...—me entregó su suéter, era bastante simple y juvenil para un hombre tan sofisticado como él, me lo puse y me sonrió con dulzura—. Te queda mejor a tí, mi amor.
—¿De verdad...? —Miré la prenda que olía extraño, y al levantar la cara me encontré con sus bellos ojos azules, en ese instante todas las piezas se unieron en mi mente, él no era bueno, para nada bueno, pero yo tampoco, tomé su cara entre mis manos y lo besé con voracidad—. ¿Qué harás con tu estúpido asistente enamorado?
—Se quedará en su puesto mientras me resulte conveniente el exorbitante aporte económico de su padre —sus carcajadas hicieron eco dentro del transporte—. ¿Son celos o egocentrismo?
—Compasión, sátiro. Te recuerdo que fui amante del doctor Mulroy meses antes de su boda... Conozco bien ese sufrimiento aunque se presente silencioso.
—En efecto, Mari. Conoces de buena fuente que cuando un caballero de esta patria elige a una dama para desposar nada bajo este cielo detiene su juramento. ¿Cierto?
—Umm papi... ¿Desde cuándo me elegiste?
—Desde tu anterior nacimiento, niña —me lanzó una nalgada que me hizo chillar,—. Oh sí... Mataría por tus ojos oscuros, vaquita... Mira en lo que me has convertido... Me vuelves loco… ¡Maldición...!
El vaivén del camino ayudó demasiado para recibir sus embestidas lentas y muy profundas, incluso cuando el camino terminó no cedió. Sabía bien la manera de complacerlo, me habían enseñado a golpes lo que en ese momento me servía de maravilla. Un grito de éxtasis seguido de mil besos de plenitud para sentirlo llenarme junto a su peso corporal desplomarse encima de mí. Quedé tan adolorida por mis acrobacias sexuales que el pervertido se vio obligado a levantarme en brazos para entrar a nuestra finca.
—¡Bienvenida a casa, mi cielo! ¡Tú casa...! —Exclamó al entrar al conocido gran salón, el espacio estaba impecable, y los sirvientes se inclinaron ante la presencia de su jefe—. Espera que Ray te vea... Saltará por la emoción.
—Oh mi amor, yo también extrañé a Ray... Me hace mucha falta mi niño —me bajó de sus brazos con una sonrisa radiante, y me besó apasionadamente frente a su personal.
—Bienvenida de vuelta, señora Mulroy —una voz herida nos obligó a separar nuestras bocas, era él, el asistente traicionado, su expresión fue de agonía pura a pesar de que intentó ocultarlo—. Bonito suéter...
Fue un reproche absoluto, lo reconocí de inmediato en su voz. Desde mi perspectiva todo estaba claro, sabía el cuento, ya lo había vivido desde un papel distinto. En esa finca yo era la esposa del Mulroy en disputa, un cambio radical que me tocó para mi buena fortuna. Totalmente diferente a lo que sucedió con Misha, me ví reflejada en Yerik porque estuve en su postura humillante varios meses atrás. Recordé el dolor que se siente al convertirse en la segunda opción, en la amante, en la suplente. Y por esa misma razón debía ayudar a matar sus ilusiones.
—Es lindo, ¿cierto? Es de mi amado esposo pero lo hace lucir demasiado informal para mí gusto… No me gusta.
Respondí acariciando el rostro del hombre que era mío, sentí esa punzada de vanidad en mi pecho, sabía perfectamente que le estaba ocasionando un profundo sufrimiento al joven Romanov, pero me gustaba presumir a mi marido.
—Te queda mejor a tí, mi amor... —aseguró el mayor apretando mi cintura contra su cuerpo.
—Concuerdo completamente con el jefe. El suéter le queda mejor a usted, señora Mulroy... Me alegra verlos juntos otra vez, disfrute de esta, su casa. Felicidades por su dichoso matrimonio, con su permiso...—Yerik se retiró vencido, yo había ganado la primera batalla quedó claro, pero la guerra.
La guerra recién comenzaba.
—¡Mari! —Ray bajó las escaleras de la mano del pajarraco—. ¡Mari...!
—¡Cariño...! —Levanté en brazos a mi querubín, él lloraba desconsolado entre mis brazos, y me acomodé para darle mi pecho—. Lo lamento, precioso... Lo siento mucho.
—Mari dejó solito a Ray... Me quedé muy solito...—reclamó el niño en medio de su fuerte llanto.
—Oh dios mío... Soy una terrible madre...—me lamenté acariciando su rubia cabellera—. Perdón, mi niño. Mari no volverá a irse, lo prometo.
—Te amo...—besé sus húmedas mejillas, y sus ojos azules brillaron iluminando su linda sonrisa, su humor cambió luego de succionar mi leche materna—. Mari te ama mucho.
—¡Yo te amo! —Respondió en inglés soltando mi pezón, aplaudió un poco y luego volvió a atrapar mi seno entre sus dientes—. Ray ama a Mari...
—Mari ama a Ray... Lo ama muchísimo, ¡así de enorme! —Abrí mis brazos para atacar su estómago con cosquillas.
En medio de la enorme cama del príncipe ruso el pecho me dolía gracias a la culpa por ver sus ojos hinchados, noté que había llorado bastante, y las ojeras marcadas confirmaron mis sospechas. Arropé a mi niño abrazándolo muy fuerte, y le canté una nana hasta que se quedó dormido, acariciando su rubia cabellera me prometí mentalmente nunca más volver a dejarlo solo. Cumplida la lactancia y el niño profundamente dormido salí de la cama para darme una ducha, debía cambiarme de ropa y mi closet nuevo seguía intacto, aunque las joyas no estaban en su lugar. Busqué intrigada por todo el ropero sin éxito, hasta que en el último cajón de una vieja cómoda hallé un cofre ajeno.
—¿Qué es esto? —Murmuré bajito, la caja de joyas tenía las iniciales de la difunta esposa de Alec, y dentro guardaba unos preciosos collares que jamás en mi vida había visto de cerca—. ¡Mierda...! Esto debe costar una fortuna...
—Mari te necesito en...—atrapada con las manos en la masa, solté asustada la costosa joya y me quedé atónita mirando al alcalde—. ¿Qué escondes, bebé?
Vergüenza absoluta, un mareo vertiginoso y fatal, eso sentí cuando el alcalde se acercó a inspeccionar. Mi cara ardía por la pena, agaché la cabeza y empujé el cofre para entregárselo al anterior viudo.
—Yo... Buscaba mis tiaras, pero... Es que... No están aquí... Y entonces... Yo... Lo siento mucho —no podía verle a los ojos.
—Oh... Esas son las joyas de Yulia... Solo una parte, desde luego...—tomó un collar entre sus dedos y lo acercó a su rostro—. Ninguna de estas cosas compensaron la falta de sexo entre nosotros.
—¿Por qué...?
—Las piedras preciosas no dan leche materna, niña.
—¡Idiota...! —Golpee su brazo en protesta, era todo un soberbio—. Me refiero a porqué con Yulia tú pene no funcionaba, a ese "por qué".
—Yulia no era mi hija —soltó como si fuera la respuesta más obvia, se acercó a mi cuello y me colocó el precioso collar—. Ahora es tuyo.
—¿Qué…? ¿Hablas en serio? —Estuve a punto de sonreír por mi victoria rotunda, incluso a la maldita muerta le había ganado, pero decidí fingir para no ponerme en evidencia—. ¡No, papi! Yo no puedo aceptarlo...—me negué pero por dentro quería reír a carcajadas, el mayor me besó de sorpresa—. Mi amor, esas joyas son de tu difunta esposa y yo...
—Mari, tú eres mi única esposa, nadie más existe para mí, entiéndelo de una puta vez. Todo lo que me pertenece es tuyo, incluyendo el pueblo —y volvió a besarme pero más lento.
—El... ¿El pueblo entero...? —Gemí alucinada, emocionada, muy felíz.
—¿Dónde están las mozas? ¿Por qué no te están ayudando a vestir?
—Es que yo... No llamé a nadie...—escondí mi cara en su pecho simulando vergüenza, y él suspiró—. Es que… No quiero que las criadas noten las marcas que me dejas en la cama y me ofrezcan algún ungüento para borrarlas. No quiero que tus huellas desaparezcan rápido y me siento miserable por pensar de esa forma...
—Miserable me dejas cada vez que vamos a la cama... Mari... Por amor al cacao —me colocó el costoso collar, sujetó mi cuello con ambas manos y me observó a través del espejo—. No importa cuánto ungüento te apliques, ahora vivimos juntos y te marcaré todos los días.
—De acuerdo, mi amor. Acepto las joyas, acepto todo lo que mi amo quiera darme, acepto todos tus obsequios porque te amo. Pero el pueblo… Es que… No tengo la menor idea sobre política.
—¡Patrañas! Sabes la mejor manera de manejarme a mí que soy el alcalde, el resto lo aprenderás sobre la marcha. Necesito que bajes al comedor, te espero bien dispuesta en diez minutos.
—¿Es necesario? Quiero dormir un poco antes de la ordeña...
—Es importante, Mari. No tardes —el rubio volvió a besarme dejando el collar de su difunta esposa colgando de mi cuello, y reí frente al espejo celebrando mi victoria.
—Soy la señora Marina Mulroy, dueña de todo este maldito pueblo… —susurré mirando mi reflejo, el collar centelleante era precioso, y lo más impactante de la imagen era que aquella invaluable joya colgaba de mí—. ¡Soy la señora Marina Mulroy! ¡Alec es mío! ¡Es mío...! ¡Mío para siempre...! Oh, dios mío… Todo el jodido pueblo es mío.
A joderse medio mundo, llamé a las criadas permitiendo que ellas se ocuparan de mi cuidado, dejé que me atiendan cómo una reina, lo merecía, y cuando estuve lista bajé al salón. Estuve a punto de caer por la impresión cuando descubrí la puesta en escena, el señor Angus junto a Masha ocupando las sillas de la izquierda, sus empleados de confianza en el lado derecho, y varios hombres elegantes cerrando un círculo de personas evidentemente adineradas. A un costado de la mesa redonda estaban de pie divididos en tres secciones los que supuse eran una parte del personal del alcalde, el primer grupo liderado por Dasha, el segundo por Yerik, y el último por un tipo moreno y muy alto quien me sonrió con gentileza.
—Justo a tiempo, mi cielo. Ven aquí...—mi esposo extendió su mano, y yo caminé lentamente a su encuentro—. Procedo a revelar el anuncio importante por el cual cité a todos está noche, desde este momento dejo en conocimiento público que la señora Marina Mulroy Mulroy, aquí presente, es mi esposa y madame. Por primera vez en la historia de esta prestigiosa familia una sola mujer tiene ambos cargos, y lo prefiero así, solo le pertenezco a una sola mujer, y esa es Mari.
El pajarraco pelirrojo cayó al suelo por la impresión, el rostro de Yerik se deformó dejando caer unas lágrimas en silencio, Masha corrió a auxiliar a su hermana, y el hombre moreno se acercó para felicitarme junto a la tropa que lideraba.
—Estoy agradecida con todos los presentes, es para mí un placer conocerlos —los aplausos de la concurrencia acompañaron mi saludo ceremonial—. Y a los que ya tengo el agrado de conocer, es un inmenso placer volver a verlos.
El hombre moreno era el capataz de los sembrados, se llamaba Cipriano y fue muy amable de brindarme una breve explicación de sus labores, y lo que esperaba lograr en sus proyectos de siembra. El grupo liderado por Dasha era el servicio de la finca y sus diversos sectores, líderes de las diversas áreas de la casa principal que se pusieron de inmediato a mi entera disposición y órdenes. Los hombres elegantes de la mesa eran una parte de sus patrocinadores de campaña política, hombres con exceso de dinero, licor y malicia quienes me saludaron con un tono elevado de sorpresa y pleitesía.
—Es un grato placer conocerla, señora Mulroy. Yo soy George Spencer, el nuevo educador de Raymond —el hombre me extendió la mano, era un extranjero muy formal, hablaba usando un inglés impecable.
—Oh… Profesor Spencer, gracias por su presencia en este evento. Quería platicar con usted sobre ciertos cambios de horario en las clases de mi hijo, es demasiado extenso para un niño pequeño.
—Desde luego, señora Mulroy. Será como usted ordene. ¿Algo más que le gustaría cambiar?
—Quiero una copia de su plan de estudio lo más pronto posible, Ray sólo tiene dificultad para pronunciar las palabras, y ese ligero inconveniente no debería limitar su correcta educación. Es un niño muy inteligente, no aceptaré un plan de estudio "especial", lo educará como cualquier niño, del refuerzo me encargo yo.
—Entiendo a la perfección, nada de complacencias por su inconveniente lingüístico. Muy acertado de su parte, señora Mulroy. Es la primera vez que conozco a una madrastra tan preocupada por el bienestar de un hijo ajeno.
—Usted se equivoca, profesor Spencer. Yo soy la madre —corté el discurso del maestro antes que me ocasione una rabieta, maldito viejo metiche—. Yo soy la madre de Raymond.
—No fue mi intención ofender, señora Mulroy. Usted comprenderá que mi comentario está ligado a lo evidente, la madre de ese niño no puede ser tan joven… ¿Cuándo tuvo a su primogénito? ¿Qué edad tiene usted? —El tipo se exaltó de inmediato inclinándose para observar mi rostro de cerca con su monóculo—. Disculpe mi atrevimiento pero.. Usted parece muy… ¿Pequeña…?
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