Capítulo 2:

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—Casanova médico, es hora de irse —el alcalde sentenció desde el rincón del cuál nos observaba en silencio, fue bastante raro que estuviera distante todo el tiempo.

Sus preciosos ojos azules atemorizaban a distancia, pero yo me acerqué lo suficiente para darme cuenta que estaban llenos de amor y bondad.

—No creas que esto se acabó, Dulcinea. Volveré por ti, y te prometo que juntos veremos el amanecer de un nuevo continente —su fuerte abrazo me sorprendió, y lo soporté a gusto, estaba muy agradecida con él.

Misha Mulroy era esa clase de hombre del que huyes ni bien percibes su presencia, pero no tienes idea de lo que te pierdes al evitarlo. Era un bastardo insuperable, su dorada y larga cabellera rojiza te envolvía en cada suspiro que te robaba, era esa clase de hombre con el que sueñas en secreto, un modelo sensual que salió de alguna revista de famosos para asaltar mi cama y mojar mis sábanas de lujuria por las noches. Un hombre perfecto que yo no podía amar, un hombre casado y prohibido para mí, mi primera ilusión de un amor que él había decidido entregar a otra mujer.

—Gracias, doctor. No se preocupe en regresar por mí, ya está casado y no tiene caso... Disfrute de su matrimonio.

—Vuelvo en tres meses, lo prometo. Cuídate muchísimo, eres mi vida nunca lo olvides —abandonó la alcoba lentamente, como si cada paso le doliera, cada tramo que se alejaba para mí era un alivio.

Y de pronto el aroma a tabaco me regresó las exquisitas memorias compartidas con mi padre, el político tenía la vista puesta en el periódico.

—¿Mi amor...? ¿Qué te sucede?

—Descansa, señorita Hardy. Personalmente me ocuparé de ti estas semanas mientras tu tonto médico regresa —respondió sin más, seco y frío.

—¡¿Señorita...?! ¿Desde cuándo eres tan correcto conmigo, papi?

—Desde que me di cuenta que eres demasiado desobediente, niña. Debí imaginarlo, eres joven y bastante imprudente, te falta crecer.

—¿Estás molesto, mi amor...? Dios mío, papi... Misha solo se despidió de mí, ¡está casado! Ven a la cama por favor —lo invité utilizando el tono de voz más tierno que me salió—. Necesito ser abrazada por mi padre, me siento muy triste.

—Todos necesitan ser abrazados alguna vez, señorita Hardy. Menos tú, estás convaleciente —me regañó.

—Papi yo... Es que... Perdón.

—¡No! No vuelvas a mencionarlo, mocosa indecente. ¡Papi murió en esa puta cabaña, se acabó! En mi casa soy el señor Mulroy para ti, ahora descansa. Necesitas recuperarte pronto, y afortunadamente tengo a todo mi personal trabajando en ello...

—¿Por qué, amor...? Papi... Perdón, yo no quería ser desobediente... El doctor hizo esa promesa porque quiso, yo nunca le pedí nada...

—Me elegiste para protegerte, Mari. ¿Y mírate ahora? ¡Pareces un espectro! ¡Maldita sea...! ¡¿Cómo demonios se salió todo de control tan rápido!? Me advertiste del licor adulterado, pero no consigo detenerme... ¡No puedo medirme contigo! ¿Es parte de mi grandiosa paternidad toda esta mierda? ¿Mira lo que ocurrió por mi estúpida imprudencia? ¡Maldición! Casi mueres... —el alcalde arrojó el periódico al suelo, y caminó de un lado al otro hundiendo sus dedos en su rubia cabellera.

—Mi amor… Tú no tienes la culpa de esto. Cielo, por favor, te necesito... —rompí en llanto, no quería perderlo también a él.

—Duerme, niña. Es preciso que recuperes energías y te vayas con el tonto médico, quizá Misha logre controlarse mejor porque está casado, ¿verdad?

—¡Eso nunca! Elijo quedarme contigo, te amo.

—No es prudente, por tu bien será mejor que te alejes de mí lo más pronto posible.

—No puedes, es imposible y lo sabes...—tosí y capturé el aire como pude—. No debes tratarme así, tú me amas y yo te amo en la misma medida.

El lunático alcalde no se rindió en su cometido de mantenerse distante. Dos semanas pasaron antes de sentirme un poco mejor, catorce horribles días en los cuales se comportó muy frío y endemoniadamente impersonal. Estaba bastante frustrada imaginando a Misha pasear en otro continente del brazo de su esposa, amargándome la existencia por culpa del maldito de Malcom, pensando en las cosas que quería hacer con mi rubio elegante y no podía debido a mi estado de salud. Alec se ocupaba personalmente de mis cuidados cada vez que tenía tiempo, aunque siempre le insistía para que se quedara a dormir conmigo se negó rotundamente.

—¿No te gustó la sopa? Puedo ordenar preparar otra, niña —consultó el rubio sujetando mi plato lleno de comida.

—Tengo apetito, pero no de alimento...—intenté llamar su atención pero no me hizo caso—. ¿Dónde está Ray? ¿Lo traerá a visitarme?

El vacío doloroso en mi vientre incrementó en ese tiempo, por más que el alcalde quiso mantener mi mente ocupada con mis libros favoritos que me prestaba de su biblioteca no dejaba de insistir, finalmente me había alojado en su finca municipal hasta que el doctor volviera de su viaje, y cada día fue un suplicio por el pánico que sentía de perderlo a él también. Lloré hasta sentir secarme por dentro, sollocé a solas y en compañía del alcalde, de su callado asistente, del cariñoso Lemus, incluso de Motka que venía todas las mañanas de lunes a viernes a visitarme, lloré hasta desmayarme por el esfuerzo. Todas las noches escuchaba el fuerte llanto de Raymond, sabía que algo estaba ocurriendo pero permanecía aislada en esa lujosa habitación, era un llanto a gritos demasiado exagerado, mis pechos dolían y mi leche se escurría cuando el pequeño lloraba, estaba desesperada. Algo me decía que Ray estaba en peligro.

—Mi hijo es muy pequeño y no entiende que estás delicada de salud. Será mejor esperar.

—¿Quién lo cuida?

—Annika, su nodriza. Mi hijo tiene su habitación en la tercera planta de la casa, ¿por qué?

—Curiosidad... Me prometiste que viviría aquí junto a Ray, ¿lo olvidaste?

—La promesa se canceló cuando tuve la torpeza de descontrolarme y poner en peligro a nuestra hija, Mari. Descansa, me retiro...

Esa noche volvió a torturarme el llanto del pequeño Raymond, aguanté el dolor de cabeza y de pechos hasta la madrugada, pero no podía más, me levanté de la cama como pude para descubrir de qué se trataba. Afuera la claridad se había apoderado de la lujosa casa, de puntillas busqué la cocina hasta que encontré a varias mujeres bien uniformadas preparando el menú del día, avancé a ellas pero el pajarraco horripilante interrumpió mi cometido. ¡La maldita Yulia!

—¿Qué está haciendo aquí, sirvienta? —La espantosa prometida del alcalde me abordó en la cocina, quería encontrar comida y alivio para mis pechos hinchados por la leche—. ¿De qué sector escapó?

—¿Disculpe, señora? Creo que usted está confundida, yo soy la hija del alcalde Mulroy —la mujer soltó carcajadas siendo acompañada por las empleadas de cocina.

—¡Claro, y yo soy la reina de Inglaterra! Vuelva a sus labores, ¡es una orden! —La pelirroja sacó una larga fusta y me golpeó el antebrazo lo cual me enfureció más.

—¡Escúchame, pajarraco rojizo! ¡No te permito golpes! —Estuve a punto de lanzarme sobre ella, pero la cocinera me jaló del brazo obligándome a ponerme de cuclillas.

—¡Abajo! ¡Ahora! —Nos escondimos detrás de la isla de la cocina, y mi sorpresa fue mayúscula cuando observé a todo el personal escondiéndose del mismo modo, incluso la maldita Yulia.

—¿Qué sucede? —Pregunté intrigada pero la mujer que estaba a mi lado cubrió mi boca, parecía nerviosa. 

—Guarde silencio, señorita. Él nos encontrará, ese niño es el diablo —susurró una mujer mayor—. Es el demonio, no haga ruido...

—¿De quién se esconden? ¿Malcom Mulroy está aquí? —Comencé a temblar de miedo, sería lo peor que me hubiera podido ocurrir.

—Del niño demonio, es el anticristo, no deje que la escuche o lo lamentará...—todas me hicieron señas de silencio, y se escondieron dentro de las estanterías de la cocina.

—¿Qué niño? —Me paré de golpe y fue cuando lo vi, el niño más hermoso del mundo corría a mis brazos otra vez—. ¿Raymond? ¡Mi Ray!

—¡Mari! ¡Mari! —Levanté a la pequeña preciosidad en mis brazos sonriendo de felicidad, el pequeño querubín se aferró a mi espalda con ternura, y llené su carita de besos cortos.

—¿Cómo has estado, precioso? —Acaricié su rostro perfecto, y cuando sus pequeñas manos tocaron mi cara logré darme cuenta de un detalle peligroso, disimulé con destreza—. ¿Qué haces con una caja de cerillos? 

—¡Boom! ¡Flú! ¡Mari! —El pequeño aplaudió divertido soltando la caja, sus bellos ojos azules tenían un brillo especial.

—¡No debes jugar con eso, es peligroso! ¿Quién te lo dio? —En ese momento una mujer mayor apareció con el cabello en llamas desde un pasillo, gritando como una desquiciada.

—¡AUXILIO! ¡AYUDA! ¡Es el diablo! ¡Ese niño es el diablo! —Gritó la mujer saliendo a toda prisa de la casa.

—¡¿Tú hiciste eso, Ray? —Sencillamente no podía creerlo, era algo inverosímil pensar que un niño pudiera cometer semejante crueldad.

—¡Annika por favor no se vaya! ¡ANIKKA! —Alec apareció corriendo detrás de la mujer en llamas, seguí la escena de cerca a lo que parecía ser el salón principal, pero la nodriza brillaba por su ausencia. El humo me obligó a toser, la sala estaba llena de un olor espantoso, encontré a mi rubio apoyado en sus rodillas cansado, cuando advirtió mi presencia se levantó con expresión gélida y me apuntó con su dedo anular—. ¡Tú! ¡Tú, Mari! ¡Serás mi nueva nodriza!

—¡¿Yo?! —Lotería.

—Sí, niña. Cuidarás a Raymond hasta que tú torpe médico regrese de su viajecito romántico, es una orden.

Fue la primera vez que me sentí diferente al escuchar su orden, había conseguido lo que tanto quería esos días de total indiferencia de su parte, el profundo vacío en mí interior silenciosamente se había llenado de una revolución suicida por conservar lo único bueno que tenía en mi vida. Era un resentimiento contra dios, contra el destino, contra los astros, y las malditas estrellas que carecían de valor para mí después de la muerte de mi hija. Nada sería igual sin ella, jamás. En cambio el alcalde continuaba protegiéndome, cuidándome tal como me había prometido, no me abandonó por ningún motivo. De pie en ese inmenso salón de la finca de un hombre rico sostenía en brazos a un bello niño que no me pertenecía, Ray no era mi hijo, pero hubiera dado hasta la última gota de mi sangre porque lo fuera. Ni siquiera me dieron la oportunidad de ponerle un nombre a mi hija, y mucho menos me permitieron tomarla entre mis brazos y sentir su aroma. Esa cruel injusticia inició una guerra interna, un alarido de libertad que me quemaba las entrañas en carne viva, unas entrañas que reclamaban a gritos por un bebé perdido.

—Como usted ordene, señor Mulroy…

El irónico curso de la vida, siempre cambia radicalmente cuando menos te lo esperas y estaba moviendo sus fichas a mi favor. Perdí la capacidad de inhalar y exhalar mientras mi corazón latía fuerte dentro de mi pecho, nuevamente volví a caer en esa fiebre cotidiana que ya conocía: la excitación insuperable por acostarme con mi padre. Para mí fortuna el rubio llegó a mi lado para sostener mi tembloroso cuerpo, y nos abrazó con ternura.

—Confío en ti, Mari.

—Gracias por no apartarme también de su hijo, señor Mulroy... Aunque no creo prudente ser la nodriza de Raymond por más que quiera, el doctor volverá en tres meses, se acostumbrará a mi compañía en poco tiempo y no quiero que este hermoso pequeño sufra por mi causa…—fingí tristeza, decidí tentar a la suerte.

—Te equivocas, son seis meses. Mi tonto sobrino regresará dentro de seis meses a Rusia, niña —el rubio se fue alejando con cautela.

—¡¿Qué?!


NOTA: Con el debido respeto que te mereces; por favor evita el plagio. Tú vales más que un "copia y pega", recibe todo mi amor infinito.

Besos de chocolate.🍫

Melissa Vilca.💹

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