Capítulo 18:
—”Detuve el tiempo, le pregunté tu ubicación, y te encontré en el fondo del mar…—desde los confines de mi oscuridad la melodiosa voz de Alec cantando en otro idioma me obligó a parpadear, no recordaba lo que había sucedido—. Tus ojos están llenos de brillo, llena de luz está tu mirada…”
—Dios… ¿Mi amor…? —Un fuerte aroma a incienso invadió mi olfato obligándome a toser, parpadeando levemente luchaba con la claridad para encontrarme con sus hipnóticos ojos azules—. ¿Qué sucedió?
—*Tus ojos me tocan, y sin embargo me dicen “no me toques”...—no era la primera vez que me cantaba esa canción, me removí sintiendo el dolor en mi cuerpo, estaba acostada en la cama y mis tobillos pesaban, al moverlos un gracioso sonido interrumpió el silencio, tenía demasiadas pulseras de cascabeles puestas, levanté mi pierna para mirar más cerca y su endemoniada sonrisa me alertó—. ¿Te gustan? Quiero que uses esas tobilleras todos los días.
—¿Cascabeles…? Son algo… Ruidosos.
—De eso se trata, Mari. De esta forma sabré en qué parte de la casa estás, ¿no es grandioso? Las tobilleras hacen el ruido suficiente para controlarte como me gusta. ¿Bebé tiene sed?
—Sí, señor —recibí la enorme taza de chocolate caliente que me entregó revisando mi cuerpo, olía a perfume y tenía hojas extrañas sobre mis piernas, varios hilos de humo salían de raros tarros posados en los veladores, retiré una hoja de planta de mi muslo acercandola a mi nariz para olfatear—. ¿Qué es esto…?
—Algas marinas, leí que dejan la piel muy suave… Lemus dejó estos potes nuevos, son suecos…—me mostró un frasco de crema, la etiqueta estaba en otro idioma así que desistí de intentar leer las indicaciones, esparció un poco en su mano y comenzó a aplicarme la crema en el brazo mientras retiraba las algas—. Perdiste el conocimiento durante la ordeña, cielo… Debes alimentarte mejor para resistir mi ritmo, ordenaré una dieta especial para ti.
—¡¿Me desmayé otra vez…!? ¡Madre mía…! —Agité mis manos alertada y fue cuando me percaté que tenía el mismo estilo de pulseras en las muñecas—. ¿También aquí…? ¿Soy un gato para ti…? —Me levanté para caminar alrededor de la cama y escuchar el sonido, para ser sincera no estaba nada mal, me causó gracia el tintineo de tanto cascabel junto, riendo movía mis joyas porque mi caballero consentidor estaba de regreso—. ¡Suena hermoso, me gusta! Gracias, papi.
—Mari… —Los ojos de Alec se abrieron enormes por la sorpresa, me tomó de la cintura para devolverme a la cama y besarme—. Volviste a mí en el envase perfecto para ser mi esposa, todas estas anomalías que tienes y piensas que son defectos son tu mejor atractivo. Estas rarezas de tu nueva vida son tus virtudes, tu carácter es distinto al que tenías antes de morir, incluso tus gustos, y ese instinto de ver el lado bueno de las cosas. Eres extrañamente inapropiada para mí... Además, Raymond te adora, ¿necesito otro motivo para ser feliz contigo?
—¿Antes de morir…? ¡Sigues hablando raro, Alec…! No pude estar muerta y luego revivir, ¿estás loco?
—Loco por ti, vaquita. Tu sabor me saca de quicio… Por eso es perfecto —sus palabras me confundieron mucho más, y cuando me disponía a seguir indagando sobre el extraño matrimonio que quería conmigo la puerta volvió abrirse dejando entrar a un pequeño hombrecillo que parecía una locomotora a toda marcha.
—¡Mari! ¡Mari! ¡Moloko! —Ray corrió a mi encuentro con los brazos abiertos.
Recibí a mi hijo entre mis brazos, el pequeño se metió bajo las cobijas con todo y zapatos, aquella desesperación por ser amamantado nos causó gracia y me recordó a su padre. Ellos eran completamente idénticos en su lactancia, ansiosos, exigentes, sin límites, me dejaban seca. Apretando con fuerza a Ray entre mis brazos fui consciente que estaba abrazando a un ángel, me estaba aferrando a un niño ajeno. Y atrás tenía al mismo demonio, deslizó sus manos por mi vientre apretando mi torso contra su pecho.
—No me has respondido, Mari. Soy un padre benevolente y te lo estoy proponiendo de la mejor manera —susurró en mi oído con su maldito tono de voz sensual.
—Yo acepto, Alec. Ansío ser la esposa de mi padre.
Me había condenado a Alec Mulroy para siempre, sentí los brazos del alcalde rodearme entera, su brazo enlazaba mi torso y su mano sujetaba mis piernas. Sí, yo había atrapado a un ángel, lo tenía sujeto por las alas disfrutando su aura celestial, pero sabía que el hombre que tenía detrás no era para nada angelical, todo lo contrario. Y lo mejor de todo fue que jamás me lo ocultó, siempre me lo dijo, se cansó de advertirme que él no era bueno. La deliciosa lactancia aromática del niño terminó, subí a las carreras a la tercera planta para cambiarle el pijama, fue una absoluta locura porque Ray se negaba a quitarse la ropa pero me las arreglé mejor de lo que supuse. Después volví a bajar para llevar el traje elegante y vestir a mi esposo, como era costumbre entre nosotros.
—No puedo creerlo... —alucinada acomodaba el maravilloso sable de mi marido dentro del calzoncillo.
—No me critiques severamente, cielo. Hace frío, acabamos de bañarnos y me ordeñaste toda la leche... —se defendió algo ofendido, desde mi lugar arrodillada ante ese imponente hombre ruso, levanté la mirada para corregir su error.
—No me refería a tu Napoleón dormido, papi... ¿Por qué debo continuar con esto...? —Subí el cierre de su bragueta y coloqué correctamente la correa de su pantalón—. Es decir, tienes muchas criadas. ¿Por qué debo vestirte?
—Te enseñé bien antes, es tu deber. Debes vestirme a mí y a nuestros hijos, quiero una familia numerosa —levantó los brazos para poder calzarse el saco, el cual estuvo a punto de caerse de mis manos debido a su respuesta, me incorporé de prisa sintiéndome bastante torpe—. Ocuparte de esta manera de tu dueño forma lazos afectivos más fuertes de lo que te imaginas, bebé. Quizás te parezca una tontería, pero este ritual genera dependencia afectiva intensa y exactamente eso tienes conmigo.
—¿Fue por eso...? —Me mostró una sonrisa socarrona mientras anudaba su corbata, lanzó un vistazo al niño quien estaba pintando con sus crayones perfectamente peinado y perfumado gracias a mí—. Oh... Eso me parece un chantaje emocional disfrazado de un lazo afectivo.
—Y hablando de chantajes... —se aproximó a la puerta y cedió la entrada a tres criadas—. Ella es Sika y la delgada es Kikey, son tus criadas personales y atenderán todas tus exigencias. Te ayudarán a vestir, maquillar y cualquier cosa que se te pueda ofrecer, en resumen, estarán a tu completa disposición —mi boca se abrió de una manera exagerada por el asombro, sencillamente no podía concebir la idea de tener sirvientas. Fue irónico, las muchachas morenas eran incluso mayores que yo y se inclinaron ante mí en señal de respeto—. Ella es Ana y será tu cocinera personal, debes premiarme mucho, fue difícil conseguir un personal que conozca la comida americana y maneje el idioma a la vez.
—¡Oh, mi amor! Esto es maravilloso, muchas gracias... —Fue absolutamente extraordinario, llené de besos sus mejillas brincando de felicidad. Me pareció raro que Ana no era de raza negra, más bien parecía indígena y entrada en años.
—No me lo agradezcas, bebé. Ahora eres mía, mi amada esposa —Alec me dio un beso en los labios, se aproximó a darle un beso a su hijo, luego desapareció de la alcoba dejándome sola ante la mirada atenta de las tres mujeres a mi servicio.
—¿Qué desea desayunar la señora Mulroy? —Pronunció Ana confirmando mi nuevo estatus.
Quería llorar, reír como una loca, gritar y volver a llorar como una desquiciada pero me aguanté. ¡Tenía sirvientas! ¡¿Yo?! ¡Estaba casada con un apuesto hombre rico! ¡YO TENÍA SIRVIENTAS! Mi esclavitud en la finca del terror había llegado a su fin, esperaba que el dios sordo de mierda se estuviera revolcando en los cielos. Fue abrumador, avasallante, como un huracán envolviendo mi cuerpo maltratado. Me quería desmayar, me tuve que sostener de la armazón de la cama para no caerme.
—Papi... Es decir… El señor Mulroy me mandó el desayuno hace... —me senté al borde de la cama porque no podía mantenerme en pie, y miré en dirección a la mesita de noche que estaba vacía, la bandeja no estaba—. ¿Dónde está la bandeja que trajo Dasha?
—El patrón ordenó retirarla porque se enfrió la comida, ¿qué desea servirse, señora Mulroy?
Fue una simple pregunta que para mí significó el paraíso terrenal, ordené muchos platillos que devoré sin chistar dejando que mi servidumbre me atendiera como a una reina. Hasta que de pronto mi pequeño niño se acercó distrayendo mi maravilloso banquete personal, me entregó un lindo dibujo donde estábamos los dos caminando por la nieve. Su gesto me llenó de ternura y le trajo paz a mi corazón, su hermosa sonrisa me devolvió las fuerzas perdidas. Era precioso, un niño tan hermoso que solo le faltaban las alas, el arco, la flecha, y el pañal.
—¡Mari! ¡Mari! —Ray señaló la muchacha de crayones que había dibujado rodeada de flores.
—¿Esa soy yo? —Miré el papel con emoción, era la primera vez que me dibujaban, le di un beso y acaricié sus rechonchas mejillas—. Eres todo un artista, cariño. ¡Bien hecho!
—¿Sí? ¡Ray pintor!
—Ray es el mejor pintor del mundo, Picasso debe estar muy enojado contigo...
—¿Pitajo? ¿Pitazo malo?
—Picasso bueno. Ray es Picasso porque pinta bonito. Es un halago.
Levanté a mi hijo en brazos llenando su cara de besos, y fue cuando observé mi reflejo en el espejo. Ahí estaba yo, una simple esclava venida a más sosteniendo a un hijo que no era suyo. A pesar de estar encerrada en esa finca me sentía en casa, siempre que estaba a solas con Raymond me sentía en mi hogar, esa era mi nueva familia. Inhalé oxígeno con fuerza para desplazarme altiva por la escalera al tercer piso, era otro reto que debía enfrentar.
—¿Usted ha trabajado antes para patrones americanos, Ana? —Hablé más segura, y la mujer solo asintió en respuesta—. Entonces sorpréndeme con el postre, quiero probar qué tan deliciosa es tu comida —ella se inclinó para luego desaparecer de la alcoba, pero aún me quedaban las muchachas—. Todavía no me vestiré hasta la hora del almuerzo, pueden retirarse...
Y se fueron expresando alabanzas, solté un hondo suspiro y me senté al borde de la cama del niño. Ray se frotó en mi pecho como un felino, sabía lo que eso significaba, quería mi leche.
—¿Fuiste un buen niño en clases? —Lo levanté en mi regazo y él aplaudió riendo emocionado.
—¡Sí! ¡Ray fue un buen niño para Marí! —Ray era grande para mis delgados brazos, aunque fue algo difícil logré sostenerlo de su cabeza delicadamente en la cabecera de la cama. Liberé un seno de mi bata y se lo metí a la boca.
—No tan fuerte, Ray. Tienes suficiente leche, no corras... —y de pronto mi angelito se convirtió en un diablito mordiéndome el pezón—. ¡Ay! ¡No, Ray! ¡No muerdas!
—Ray tiburón Picasso... —respondió travieso mientras cambié de seno, estaba más lleno. El pequeño se prendió para chupar con velocidad, sentí perfectamente sus fieras succiones mientras acariciaba mi seno herido con su manita.
—El tiburón Picasso se quedará sin leche si continúa mordiendo a Mari, ¿entendiste? —La puerta sonó en lo que reprendí al niño, era mi postre solicitado.
—Espero que sea de su agrado, señora Mulroy —pronunció Ana dejándome la bandeja en el velador, yo miré los dulces con hambre y nostalgia. El niño estaba en mi regazo y no quería que le cayera migas de pastel en la cara o café caliente, debía esperar que termine de lactar mi leche, una tela blanca frente a mis ojos me sacó de mis alucinaciones—. Cubra al niño con esto, de esa forma podrá comer tranquila.
La cocinera me había ofrecido una bonita manta bordada casi transparente, solté un suspiro de melancolía observando el perfecto rostro del niño que amamantaba. Me esforzaba por imaginar el rostro de mi hija, quizá no hubiera sido rubia pero sí hermosa como si desgraciado padre, de eso no tenía dudas. Un dolor incesante en mi pecho me devolvió todo el sufrimiento de su pérdida, acerqué mis labios a las mejillas de Ray deseando con todas mis fuerzas haber tenido la dicha de poder besar a mi hija de la misma forma, cruel broma del destino, jamás se volvería realidad. Miré al pequeño Mulroy que sostenía en mis brazos, y juré que ayudaría a formar a un hombre distinto dentro de esa macabra familia. Él sería diferente a Malcom, y a Misha, sería un buen hombre y yo me encargaría de hacerlo posible.
—No importa lo que digan de ti, cariño... Yo siempre te amaré, ahora soy tu madre. Siempre, siempre te amaré... Lo juro.
Gracias por leer, besos de chocolate.🍫 La canción que cantó el alcalde Mulroy en multimedia.
👉ME.GA💁
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top