Capítulo 14:

Reglas generales: La nodriza debe estar dispuesta para la ordeña cada tres horas desde las seis de la mañana.

Había ganado, lo había conseguido a pulso. Deseaba tenerlo cómo loca, lo recordaba bien desde la primera vez que lo sentí dentro de mí y lo mucho que me perturbó descubrir su tamaño. A mi mente regresaron las memorias de todos los problemas que me ocasionó desde que recibí dominio entero aquel tiempo en la finca del terror, y las incontables noches que disfruté junto a mi rubio elegante. Era mucho mejor disfrutar un miembro viril verdadero, sin duda lo era. Mi boca había vuelto a recibir a Alec, disfruté su adictivo sabor hasta desaparecer su dureza dentro de mi garganta. Respiré profundo capturando todo el oxígeno sintiendo sus carnosos labios succionar mi alma, estaba en el más bello paraíso con la cabeza de Alec entre mis piernas.

—Te amo, Mari —murmuró Alec en medio de la penumbra de su alcoba.

Fueron tres palabras que me empujaron al precipicio más profundo que gocé en una cama ajena, aquella romántica confesión que ansiaba escuchar fue pronunciada otra vez en mi insignificante existencia por el hombre perfecto. No tuve oportunidad de responder, empecé a sacudirme frenéticamente llevando mis dedos a su cabeza para tirar de sus cabellos, Alec consumió toda mi cordura mientras lloraba de placer, estaba aniquilando mis fuerzas. Adoraba gozar con las provocaciones del alcalde, no conseguí protestar por su brusquedad. Quise desaparecer de la faz del planeta junto a él, me retorcía sobre los escombros del exquisito deleite que me había brindado su lengua, me sentí completamente relajada, satisfecha, plena. Nadie lograría entender mi vínculo con mi padre, creía que el problema era yo cuando el problema fue él, Alec y sus pervertidos juegos sexuales.

—Dios santo, papi... Te amo, ¡te amo! —confesé desesperada al sentirlo continuar—. ¿Quieres volverme loca...? ¿Eso buscas...? —El ritmo acelerado de su lengua me sometió sin dificultad alguna llevándome nuevamente al extremo del delirio—. ¡POR DIOS, BASTA! —Otra fuerte oleada me encontró, lloré completamente abrumada por el gozo.

Me destruyó, el maldito alcalde me había roto en mil pedazos de una manera sublime y deliciosa...

—Eres mi esposa, Mari… Debes aprender lo más pronto posible las normas de la esposa municipal de este pueblo, es una orden —continuó acomodándose sobre mi cuerpo tembloroso, lo iba hacer, y yo no quería detenerlo, lo ansiaba—. Sé que parece una completa locura, bebé. Pero... Tú eres mi esposa, mi única mujer... Eres tú, te amo solo a ti.

Mi corazón se me quería salir por la boca, estaba completamente feliz y satisfecha. Era la segunda vez que Alec aseguraba que yo era su única mujer, sabía de la existencia de Yulia y me resultaba imposible creer que no existieran otras mujeres antes que yo. Los espasmos continuaron al sentirlo aferrarse a mi cuerpo, sus brazos me envolvieron con suma autoridad, su calor era agradable, me hacía sentir protegida, en mi hogar. Finalmente tenía a mi hombre apuesto desnudo encima de mí, de pronto sus azules ojos me encontraron, y su boca devoró mis labios.

—Mi amor... Papi... Te Quiero dentro de mí...

Sentí perfectamente todo el sudor del alcalde mojando mi piel, su rostro mostraba una expresión compleja de entender, una mezcla de fascinación y alegría, devoción, delirio, qué sé yo. Me sujeté de sus fornidos brazos y él me besó con brusquedad invadiendo mi boca con violencia, fue como si le preocupara algo al besarme, lo noté muy nervioso. Se Frotó en mi entrada, me retorcí de inmediato gimiendo para complacerlo, mi instinto de obediencia era más fuerte que mi cordura.

—Quédate quieta, mujer —me regañó y su reprimenda me dejó un amargo sabor en la garganta.

¿Mujer...? Yo era demasiado joven y ese calificativo le quedaba fatal a la manera que Alec me había acostumbrado a ser tratada. Adoraba a papi y la manera excesiva que me consentía, lo quería de regreso conmigo. Lo tendría, estaba luchando por tenerlo siempre.

—Yo no quiero ser tu mujer, papi... Me gusta ser tu niña consentida, adoro tu amor, no me lo quites por favor.

—Tampoco me puedes rechazar, cielo. Es una orden, y tu deber es obedecer a tu padre sin protestar... Eres realmente impresionante, vaquita. Si puedes ordeñarme con la boca esto será fácil, ¿cierto? —Quedé más confundida que antes mientras lo sentía empujar sus caderas contra mi pelvis, me golpeaba la entrada, jugaba un poco entre mis labios pero no se hundía—. ¡Maldita sea, entra! ¡Entra a Roma, Napoleón!

—¿Napoleón? —Nada tenía sentido, creí haber escuchado ese nombre antes pero la expectativa por nuestro adictivo sexo salvaje no me dejó recodarlo, mi adorado alcalde estaba sumergido en medio de una lucha contra su dureza perdida que parecía negarse a obedecer sus órdenes.

—Es su nombre, ¿te gusta? —Protestó refunfuñando, continuaba su lucha por atinarle a mi entrada reprendiendo a Napoleón con severidad como si tuviera vida propia, no pude evitar reírme por la graciosa situación—, ¡Mierda! No te burles, bebé.

—¿Eres impotente, papi? ¿Es eso...? —Me burlé de su problema de erección riéndome a carcajadas, él parecía un niño peleando con sus juguetes. Me dedicó una mirada furiosa bufando con fuerza.

—Date vuelta, entrégame tus bonitas nalgas y descubrirás lo impotente que puedo dejarte el trasero... ¡No digas tonterías! —Continuaba con su batalla, y la estaba perdiendo. Cada vez lo sentía más flácido y no pude evitar la tentación de burlarme.

—Creo que Napoleón está agonizando, papi... —comenté mordaz abriendo mis piernas con sorna, y él gruñó enloquecido cada vez que se mojaba con mi humedad.

—¡Maldita sea! ¡Que te den, Mari! —Un golpe tras otro pero no entraba.

—Eso quiero que hagas, pero el Napoleón de papi está muerto.

—¡Cállate!

—Te estás tardando...

—¡Lo sé, Mari! ¡Mierda...!

—Me estoy enfriando… ¡Quiero a Napoleón!

—¡Basta! —Rugió estrellando su puño en el colchón justo al costado de mi cara, estaba irritado, rabioso, un puño tras otro mientras lanzaba maldiciones en ruso tan veloz que jamás podré pronunciar—. No puedo... ¡No puedo! ¡Maldita sea! ¡Estoy maldito! Perdóname Mari, no me gusta… No termina de gustarme tu vagina… ¡Demonios!

—¿No te gusta...? —Toda la gracia del momento se esfumó cuando Alec rompió en llanto, un llanto desgarrador que me perturbó, cayó sobre mi cuerpo y me envolvió entre sus fuertes brazos llorando como si alguien se hubiera muerto de verdad—. Yo... Lo siento, mi amor. No quise herirte, en verdad no fue mi intención, no tenía idea.

—No consigo ser hombre, cielo... Lo estoy intentando, lo juro, pero todavía no puedo ser hombre para mi hermosa Mari... —no entendí a lo que se refería y tampoco sabía qué responder, solo deslicé mis torpes brazos por su espalda acariciando con ternura su piel mojada, para luego hundir mis dedos en su sedoso cabello rubio.

—Cálmate, ojos de cielo... Solo estás ebrio y eso te impide meter a Napoleón dónde quieres, suele sucederles a los caballeros luego de una gran ingesta de alcohol —intenté animarlo, pero seguía dando puñetazos en el colchón mientras sollozaba, era algo perturbador de presenciar, y yo entre todas las mujeres de ese pueblo tenía el trabajo de consolar al alcalde.

—¿No vas a despreciarme, vaquita? Quizás no soy un hombre completo, pero te ordeño bien el trasero. Me gusta partirte el trasero aunque no dejar de llorar cuándo me ensarto a tu pequeño agujero. Eres muy joven para mí... Demasiado joven... Volviste a mí a esta edad, ¿qué podía hacer? No quise esperar más para ordeñarte, me hiciste mucha falta… —escondió su rostro entre mis senos, sostenía su cara empapada en llanto para obligarlo a mirarme.

—No pienso despreciarte por esto, mi amor. No llores más por favor... Solo son unos cuantos años de diferencia, no es para tanto... Calma, yo estoy bien con eso y es lo que importa —miré fijamente sus ojos, estaban enrojecidos, sus manos estaban aferradas a mis nalgas, su pecho pegado al mío, sus piernas entre las mías. 

—¿Qué puedo hacer, Mari? Eres mi amor, y el lugar de Napoleón es permanecer dentro de ti... Es muy frustrante —Alec volvió a succionar mis pezones con desenfreno—. Me gusta tu nuevo envase, es pequeño y tierno. Quiero meterte a Napoleón sin descanso ahora que te gusta mucho que lo haga... Necesito ordeñar a Napoleón dentro de ti, ¡maldita sea!

—Fueron muchas emociones por una noche, y Napoleón necesita un descanso... Te prometo que estarás vigoroso y potente por la mañana.

—Sácame todo, mi niña. ¿Lo harás? Por favor… Ordeña a tu esposo al alba y quítame esta maldición. Deseo ser hombre solo contigo...

—Lo prometo, Alec...

Se acomodó mejor en la cama arrastrándome consigo entre las frazadas, me apretó contra su pecho como si yo fuera su oso de peluche llorando por largo rato sin pronunciar palabra. Acariciaba su cabello y sus fornidos brazos de tanto en tanto que su llanto se volvió más débil hasta que pareció quedarse dormido, entonces aproveché para intentar escapar.

—No te vayas, cielo. Quédate conmigo esta noche, todos alguna vez en su vida necesitan ser abrazados y es justo lo que necesito ahora mismo —me atacó con mis propias palabras lo cual me dejó paralizada, rendida volví a mi lugar—. Te daré a Napoleón, cielo… Es tuyo —se acomodó detrás de mí, colocó su mano diestra entre mis piernas, y a Napoleón entre mis nalgas—. ¿Así te gusta...?

—Me encanta así, demonio… ¿Te sientes mejor, papi? —Lo miré preocupada, reconocí su tono de voz, me acomodé entre sus brazos disfrutando su calor, me sentía angustiada por él. Había algo en la alcoba de Alec que no sabía como explicar, algo más allá de mi entendimiento, algo que me sometía de una manera extraña.

—Mucho mejor gracias a ti, bebé.

—Pensé que dormías, quizá deba regresar con Ray para dejar que papá duerma tranquilo.

—Nuestro hijo está bien, tiene a una criada velando sus sueños y mañana pondré a tu disposición a tres damas.

—Eso es espléndido, mi amor —ese detalle me sorprendió, estaba escalando demasiado rápido y tenía miedo de caer, estar prisionera entre los brazos del alcalde no era una tarea fácil, y estaba dispuesta a soportarlo todo, él esbozó una leve sonrisa—, ¿Por qué de pronto te gusta la servidumbre cerca de nosotros? Antes lo odiabas.

—Porque eres mi esposa, Mari.

—Por favor no sigas con ese asunto, no juegues conmigo.

—¿Crees que esto es un juego, niña? Te quedarás encerrada en mi finca para siempre, fue mi promesa y cumplí mi palabra. Ahora me perteneces, y te toca cumplir la tuya. Así te gusta, te conozco, entiéndelo de una maldita vez, eres mi esposa.

—Lo entiendo, mi amor. Igual no me parece justo que utilices toda la información que obtuviste fácilmente de mi pasado para someterme a tus caprichos, eso me excita más y quiero más de ti.

—Lo sé, cielo. Fuiste entrenada para mí, así me gusta y también te gusta a ti. Pronto tendrás lo que quieres tanto que no vamos a parar, ya casi.

—Oh, padre. Amo cuando solo hablas, lanzas órdenes sin pensar en nada más. ¿Es por el entrenamiento que dices?

—En efecto, cielo. ¿Realmente te sorprende ser mi esposa? ¿Después de todo lo que cogimos antes? La patria es testigo de que intenté impedirlo, pero mi dulce niña me envició con su estrecho agujero —tomó asiento de golpe fijando sus imponentes ojos azules en mí—. Desnúdate, y no me refiero al cuerpo, que eso lo haces de maravilla, me refiero al alma. Muéstrate ante tu dueño como la niña dulce que eres. Te conozco, eres mía.

—¿Qué más quieres saber, mi amor? —En el fondo lo sabía, pero debía hacerme la tonta, estaba muy feliz.

—La verdad, mi amor. ¿Acaso no presentiste que esto pasaría entre nosotros? Es lo único que falta por contar, ¡maldición! Esas noches ordeñandome, ¡no puedo parar! ¡No puedo controlarme! No me pidas que me detenga porque no pienso hacerlo, ¡eres mía!

—No quiero que te detengas, nunca te midas conmigo... Por favor… Escucharte me enferma… ¡Me tienes mojada!

—Eres mi esposa y lo haré oficial, ¿quedó claro? Debemos celebrar nuestro matrimonio, cielo. ¿Qué desea, mi niña dulce? Puedes pedirme lo que sea excepto dos cosas; infidelidad y libertad.

—¿Por qué yo, Alec? —Todo ese asunto de nuestro matrimonio era un sueño inalcanzable para mí, quería mostrarme segura de mis palabras pero la verdad fue que solo temblaba como una idiota.

—Tú eres la única mujer que sabe ordeñar a Napoleón, y tienes suficiente destreza sexual para soportarme por atrás, ¿qué más necesitas saber?

—¡¿Soy la única...?! Pero... Pero... ¿Y Yulia?

—Jamás... La sociedad soviética es muy conservadora, mi niña. Las mujeres de esta patria son criadas con prejuicios muy anticuados y no está permitido aceptar el coito por el trasero, además muy pocas saben hacer una excelente felación como tú... 

—Eso no es cierto, papi. Deben existir millones de mujeres con más experiencia sexual que yo, además… ¡Ah! —Sentí una feroz embestida de sus dedos mojados por atrás, y de inmediato me estremecí.

—¿Te lo demuestro?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top