Capítulo 12:


—Cielo, es hora de irnos al funeral. Dejemos a nuestro hijo en clases, vamos al coche —el alcalde entró acomodándose un saco elegante, vestía una camisa distinta y no sabía la razón, parecía perturbado.

—¿Raymond no irá con nosotros, papi?

—Negativo. No pienso llevar a nuestro hijo a inhalar el aroma de la muerte —me aclaró con un tono de voz severo.

—¿Entonces por qué debo ir? No quiero ver a una mujer metida dentro de un horrible ataúd, ni siquiera la conozco…

—Mi niña, tengo el agrado de comunicarle que tus funciones se extendieron a todos los ámbitos de mi vida, eres mi esposa, y es tu deber acompañarme a todo lugar. Por fortuna te adaptas rápido a mis caprichos, me gusta —bajé al niño de mi regazo excitada por las palabras del alcalde, acomodé su corbata besando sus labios de a ratos —. Ahora eres mi nodriza, la madre de mis hijos, mi niñera, mi vaca lechera, mi dama de compañía, mi perra, mi amante, mi mejor amiga, y mi esposa.

—No soy tu esposa, idiota… Estamos solos, no necesitas mentir.

—Espera un momento... Necesito entender tu modo de proceder —el alcalde agitó sus manos muy alterado acariciando su tabique nasal—. Aborrecías la existencia de Yulia en la finca de Gus, ¿y ahora que sabes que está muerta te niegas a ser mi esposa? ¿No te parece bastante estúpido de tu parte?

—En la finca del terror eras diferente conmigo... Amo a mi padre, es amor y lo quiero de regreso.

—Debió haber sido amor, pero ahora ya se acabó. Eres mi esposa, Mari. Compórtate como tal —sentenció Alec caminando a la puerta—. Tienes diez minutos para bajar, es una orden.

—¡Sí, señor! —Me apresuré a descender junto al alcalde a la primera planta, le entregué al niño a Dasha advirtiéndole que se porte bien y me espere sin hacer escándalos, en menos de lo que pensé me monté en el lujoso carruaje siendo ayudada por un elegante cochero—. Creí que jamás me dejarías salir de tu finca municipal, ¿también mentiste en eso?

—Descuida, esposa mía. No saldrás de mi propiedad, el viaje será corto —la burla en sus palabras fue palpable, era un maldito estúpido.

—¿Entonces por qué vamos en coche? —Era una locura, no saldríamos de la finca pero íbamos en carruaje.

—Tengo millones de hectáreas, Cenicienta. ¿En serio quieres caminar con ese pesado vestido hasta la zona de mis empleados? Tus zapatillas de cristal podrían romperse. 

—Disculpa mi ignorancia, príncipe encantador. No tengo una puta idea de cuánto mide la finca de mi esposo falso, ni cuántos empleados tienes y ¡mucho menos cuánto vamos a tardar, idiota!

El alcalde estuvo a punto de pronunciar algo, lo noté en su expresión de furia, pero el coche se detuvo frente a una casita repleta de gente.

—Recuerdas todo lo que te enseñé que hicieras en la finca de Gus, ¿cierto? Reverencias, pleitesía, servilismo, obediencia, y esas cosas.

—Sí...—lo recordaba todo, cada lección repleta de placer.

—Pues deja toda esa enseñanza solo para mí, Mari. Una vez que ingresemos a ese lugar debes comportarte como yo, ¿entiendes?

—¿Como una completa hija de puta?

—¡Exacto! No te inclines, la gente debe hacerlo ante ti. Sólo responde con una sonrisa falsa que parezca real y agacha un poco la cabeza, sólo eso. No hables, responde cuando sea absolutamente necesario, y no se te ocurra soltarme el brazo. ¿Quedó claro?

—Sí, señor.

—Oh... Me encanta tu obediencia inmediata... Eres absolutamente deliciosa, Mari.

Cuando bajamos del coche todas las miradas se centraron en nosotros, me tenía prisionera de su brazo caminando sobre nubes de algodón completamente nerviosa, aterrada y sudando como un cerdo asado me sentía expuesta ante los ojos de la gente, los murmullos se escuchaban a nuestro paso. Dentro del sepelio todos los asistentes se quedaron en silencio, dos señores vestidos de negro, que estaban sentados junto al féretro, se pusieron de pie con cara de pocos amigos.

—Respetables deudos, permítanme presentarles mis más sinceras condolencias. Annika duró poco tiempo como nodriza de mi hijo, pero fue apreciada como la valiosa empleada que era —Alec se expresó con un tono de voz conciliador, y luego tiró de mi brazo con suavidad—. Ella es Mari Mulroy, mi esposa.

—Mi más sentido pésame...

—¡¿Cómo se atreve a presentarse aquí, criminal?! ¡Su hijo endemoniado mató a Annika! —La mujer gritó enfurecida, y agradecí las excelentes clases de Motka, logré entender lo que hablaba—. ¡Fuera de aquí! El horrendo demonio que tiene por hijo mató a mi niña, quiero que se largue ahora mismo

—¡¿Qué?! ¡¿Usted pretende culpar a un infante de un lamentable accidente!? ¿Acaso el dolor de su pérdida la dejó estúpida? ¡Mi hijo es un niño inocente, no tiene maldad en su alma y mucho menos es un demonio! 

—Mi amor, cálmate por favor. Los señores tienen razón, Ray es responsable y yo me haré cargo de todo.

—¡ESE NIÑO ES EL DIABLO Y MERECE MORIR! —Gritó la madre de Annika, y la furia superó todas las advertencias que me había dicho el alcalde. 

El dolor me sacudió de mi zona de confort, debía proteger a Ray, lo sentía en mi corazón. Me aproximé a la mujer lanzándole una bofetada en su cara.

—¡No le permito acusar a mi familia de criminales! ¡¿Me escuchó, señora demente?! ¡El alcalde está aquí dando la cara, no se escondió y tampoco tuvo la desvergüenza de hacerse el desentendido! —Advertí confiada de sostener mi versión de los hechos—. ¡La única culpable de toda esta desgracia fue su propia hija por darle una caja de cerrillos a un infante!  

—¡¿Usted vio los cerillos?! ¡¿Cómo lo sabe?! —Un hombre se acercó a intervenir en la discusión, saludó al alcalde con una reverencia y luego besó el dorso de mi mano—. Yo soy Daniell Popov, secretario municipal a su completo servicio, señora Mulroy.

—Yo... Estuve presente cuando la difunta mujer salió corriendo de la casa, tomé a Raymond en brazos y descubrí una caja de cerillos en sus manos. Es imposible que un niño pequeño tenga acceso a un utensilio tan peligroso, las estanterías de la cocina son altas...

—La señorita Annika tenía el hábito de fumar, lo recuerdo muy bien...—y de pronto el siniestro sirviente de túnica se aproximó a nosotros, era el hindú tenebroso que conocí en la finca del terror—. Es un inmenso placer verla consciente, madame Mari. Me presento; mi nombre es Nafar Andrews su fiel servidor, yo soy el concejal oficial del príncipe Ali.

—A usted lo conozco, Nafar. ¿No me recuerda?

—¿Por qué no me lo contaste antes, cielo? Esos datos son de suma importancia para la investigación del caso —Alec comentó más tranquilo.

—Desde luego, príncipe Ali. Madame Mari se acaba de convertir en un testigo crucial para el desarrollo de este embrollo —secundó el concejal.

—¡El niño Mulroy está maldito y debemos matarlo antes que ocasione más desgracias! —Gritó la madre de Annika muy indignada, y yo llegué a mi límite de tolerancia.

De la manera más impropia me lancé sobre la mujer para golpearla con la esperanza de callarle la maldita boca, y ella no se quedó atrás. Pronto me encontraba tirando de sus largos cabellos, y ella de los míos en medio de una batalla de insultos. Aquel sentimiento de protección que creí haber perdido con la muerte de mi hija se había despertado como un fuerte rugido invadiendo mis entrañas, detestaba cada palabra que pronunciaba esa desquiciada mujer, conté con la valentía suficiente para lanzarle una fuerte bofetada que con gusto repetiría sin chistar. Un silencio se apoderó de aquel recinto de muerte, parecía que todos se habían quedado atónitos por lo ocurrido.

—¡Mari, es suficiente! ¡Basta! —Alec me sujetó de la cintura tirando mi cuerpo hacia atrás para separarme de ella, y el secretario junto al concejal hicieron lo mismo con mi contrincante—. ¡Detente! Te puedes lastimar.

—¡Déjame matar a esta maldita arpía que se atrevió a insultar a mi hijo! —Luché para continuar con la pelea pero Alec me levantó en su hombro como si fuese un saco de patatas, y caminó a paso rápido a la salida—. ¡Suéltame! ¡Bájame ahora mismo, Alec!

—No cuentes con ello, no permitiré que nadie lastime a mi esposa —sentenció el alcalde justo cuando el frío de la intemperie golpeó mi rostro, estábamos fuera de camino al coche. Fuimos escoltados por sus dos empleados pero Alec se detuvo, y no pude ver el motivo—. ¿Qué hace usted aquí, Romanov? Llega tarde, me retiro.

—¿Y es necesario realizar semejante despedida magistral, señor Mulroy? —La voz de Yerik me sorprendió, sonaba muy enojado.

—Eso a usted no le incumbe, muchacho impertinente. Eres mi asistente, limítese a sus funciones de trabajo...—masculló el rubio subiendo al coche, me dejó encima del asiento y tomó mi rostro entre sus frías manos—. ¿Te sientes bien, mi cielo?

—Estoy bien. Gracias por protegerme, mi amor...—muy avergonzada me aparté de sus manos para acomodarme el escote del vestido.

—Y porque soy su asistente me preocupa su imagen y prestigio, jefe. ¿Qué pensará la gente después de semejante espectáculo? Ahora todo el mundo va a murmurar sobre lo ocurrido, y se formará un nuevo chisme en el pueblo —Yerik reclamó desde la puerta del vehículo.

—De eso mismo se trata...—el alcalde pasó su brazo por mi hombro acercándome a su pecho—. ¿Te sientes mejor, Mari? ¿Esa mujer te lastimó?

—Sólo algunos rasguños, nada importante...—sujetó mi mentón levantando mi rostro para inspeccionar meticulosamente, y entonces Yerik subió al coche sentándose al frente nuestro con los brazos cruzados.

—¿Qué haces aquí, mocoso insolente? Regresa en otro carruaje —ordenó Alec con fastidio.

—¡¿Por qué?! Este coche es bastante amplio y entramos los tres, ¿o acaso piensa fornicar en el camino? —La actitud de Yerik era de celos, lo reconocí, algo olía mal.

—¡Respeta a mi esposa o te despido! —Le regañó el alcalde.

—¡De acuerdo, de acuerdo! Parece que todos iremos juntos esta vez, mi estimado alcalde —el secretario subió siendo seguido por el concejal quienes tomaron asiento uno a cada costado del asistente, y de esa forma emprendimos la marcha de regreso a casa en absoluto silencio.

—Lo... Lo siento mucho, mi amor...—fingí arrepentimiento para indagar sobre el maldito asistente, agaché la mirada simulando tristeza—. Yo no pretendía formar ese escándalo...

—No te disculpes, bebé. Estuviste sensacional, debiste ser un luchador en alguna vida pasada —comentó Alec y no pude evitar reírme de su respuesta—. Nunca antes me defendieron de esa manera, te amo muchísimo.

—¡Dios qué vergüenza! —Me cubrí el rostro con ambas manos, el estúpido asistente estaba colorado por la rabia, iba por buen camino—. Le falté el respeto a una mujer mayor, soy despreciable… No te merezco, mi amor.

—¡Y qué detestable mujer! ¿Vieron cómo quedó la insensata? —Comentó el secretario y Alec rió a carcajadas, siendo acompañado por las risas de sus dos empleados.

—¡Mi niña la hizo papilla! —Vociferó el alcalde con elevado orgullo.

—Madame, ¿no le interesa trabajar como guardaespaldas de nuestro príncipe Ali? —El concejal se unió a la batalla de comentarios graciosos, me lograron contagiar de su alegría.

—La señorita Hardy resguarda otra cosa más importante que la espalda de nuestro jefe, ¿verdad? —Yerik comentó mordaz y las risas cesaron. Su grosería no se podía quedar sin una reprimenda, el maldito había iniciado una dura batalla contra mí.

—Es mi deber, como esposa del alcalde Mulroy, defender la honra de mi marido. Y si no desea terminar como aquella grosera mujer le sugiero que se refiera a mí con más respeto, Romanov. 

—¿Es-po-sa...? Es... Po... Sa... ¡¿Su esposa?! —El sarcasmo del asistente se esfumó por arte de magia, bajó la mirada evidentemente perturbado y luego clavó los ojos ardientes de furia en su jefe—. ¿Usted volvió a casarse, señor Mulroy?

El silencio se volvió incómodo de soportar, estaba muy enfadada, bajé del coche dejando al alcalde sólo con sus problemas laborales, y no tuve necesidad de subir por el niño porque estaba esperándome en la mesa.


🕉️NOTA: Con el debido respeto que te mereces; por favor evita el plagio. Tú vales más que un "copia y pega", te envío todo mi amor.💕

Besos de chocolate.🍫

👁️‍🗨️Melissa Vilca.☪️

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