VI.
Le anunciaron que su cabeza rodaría al descubrirse el sol bajo el manto susurrante de guirnaldas burlonas que borraron sus días de leyenda tornándolos segundos de desdicha y falsedad. Se decía invencible, indomable, el número uno entre varios héroes que no duraron más que él en ese pedestal de gloria que se derrumbaba ahora al observar los grilletes encarnados en su mugrosa piel.
Encerrado por segunda vez.
Aunque ésta sí la disfrutó. No podía ser tan malo.
De Kamui aprendió, entre muchas otras cosas, que los esclavos sacrificados a los dioses traerían fortuna a la región, mas Katsuki se encargaría de convencer a Deku de utilizar su sangre para resecar sus rostros y su piel para incendiar sus almas hasta que sucumbieran al deseo de morir, sin poder lograrlo.
Ya, así valdrá la pena morir por ti...
«No...»
Bello susurro que el viento escribió, entre los pétalos de voces que él pensaba olvidadas, en el espacio blanco de su subconsciente, revoloteó cual mariposa al aire. En ese parpadeo de oscuridad infinita, logró ahogar sus sentidos para concentrarse en él.
«No, no mueras. No.»
Le ordenaba, ahora finalmente lo hacía. Katsuki se percibía susceptible a ese sonido triste y suplicante. Es que le había escuchado tantas veces, creyéndole consciencia, que ahora empezaba a sospechar que había caído en la demencia, no por estar a punto de morir, sino porque esa voz le agradaba demasiado y, durante unos segundos eternos, pensó que tan sólo quería seguir ahí para escucharle una vez más.
—¿Y qué piensas hacer? Estoy atado, sin fuerza, probablemente si no muero el día de mañana por su espada, he de perecer por el veneno paralizador que ese bastardo logró infiltrar dentro de mí.
«Puedo sacarlo...»; aseguró la voz y Katsuki, Katsuki fue besado por una mano que le acariciaba en la penumbra de su última noche con vida.
—Tú... te he visto antes.
«Ya lo creo que sí...»; sonrió un tanto insatisfecho, planeaba contarle de sus encuentros uno a uno hasta lograr convencerle de ser salvado una vez más. Pero, ¡vaya Dios! Aún con eso, fue feliz.
—Izuku...
El Dios, paralizado, retrocedió. Nunca creyó que de todas las veces que se mimetizó entre mortales, él recordaría específicamente a "Izuku"; esa noche había utilizado su verdadero nombre olímpico, ese que sólo los de su misma cuna tenían derecho a pronunciar. Fue un acto nublado por la calidez de sus cuerpos unidos por el placer de su primera y única vez juntos.
—Izuku...
Katsuki, en el anhelo repetitivo por esculpir a cinceladas caricias de fuego en aquel cuerpo sensual, deseó verle.
—Izuku.
Llamó con la fuerza de la montaña que murió bajó sus pies, con el poderío del imperio que descendió por el estómago de Océano, y con el huracán de emociones eclipsadas por la belleza de ese ser.
Lo maldijo en tantas ocasiones que su nombre conjugado fue con cuanta grosería conocía, y sin embargo, ese coraje arraigado se desvanecía cual nube sobre el cielo de tormenta concluida.
—¿Has venido a recogerme? Entonces sí voy a morir, después de todo.
Había olvidado que esa fatídica noche no sólo se había entregado a un humano perdiendo su castidad, sino que esa misma noche Katsuki fue hecho esclavo y seguramente pensaba que el mismo destino estaba ya escrito sobre la línea de su vida.
«Si... y no»; contestó, pensando muy bien su respuesta, porque sabía que Katsuki odiaba la ambigüedad y las respuestas inconclusas, razón por la que había decidido decirle su nombre en aquella ocasión.
Bakugou calló, no sabía si llegaría siquiera a la mañana. Ese veneno no era uno de esos que crean los humanos mezclando porquerías y pensando que pueden matar, ese era el veneno de los huevos de arpía de su montaña.
La vida de Katsuki terminaría de una de las tantas formas que Izuku intentó evitar.
Cuando llegase el mañana, el Dios sabría lo que era de verdad sentirse solo, cantarle a la nada y observar un montículo de tierra desierto, sin su presencia, incendiando su corazón palpitante al ritmo de sus acciones.
Miraría la vida que había llevado hasta ese día, su alrededor atiborrado de recuerdos que lo encaminaron todas las noches a pensar en la misma persona, el miedo de una vida sin él surcándole la razón.
«Podrás salir si mi vida le doy...»
Resolución egoísta que iba de la mano con ese miedo de ya no verle, un peor castigo que cualquiera que le hubiese acarreado a terminar enamorado de un humano; un humano que se había convertido en el juguete predilecto de los Dioses, jugando a ser divinos y sabios, a tener la razón por sobre cualquier emoción latente, omniscientes y poderosos.
Pero valió la pena, valió la pena cada equivocación, comenzó a sentirse así después de conocerle.
Un leve resplandor golpeó su corazón la primera vez que le vio, aquel día que le salvó de la destrucción absoluta de su hogar, tan sólo la primera vez que le salvaría de tantas por venir, y entonces, de pronto, comprendió aquello que tanto se cansaron en intentar hacerle entender.
"Ni una vez lo salvaste... sólo prolongaste lo inevitable... una vez llamado a morir, morir será".
Deku sólo se salvó a sí mismo de ese amor que veía tan infértil y lejano, un pedazo de mar sobre lava, ceniza de volcán marino. Tan irreal.
Hizo mal.
De haberlo dejado perecer en ese lugar, Katsuki podría haber partido al lado de los que conocía, a lado de aquellos que fulguraban en las telarañas de sus memorias de infante. Esas que Izuku una vez logró escudriñar, en una de esas ocasiones en las que ser un Dios le alegraba el alma.
De haber dejado que el hombre siguiera su camino, no habría hecho falta el advertirle del veneno del agua, pues Katsuki conocía mucho de venenos. No tenía que llevarle hasta la cima, él hubiese podido llegar bien sin que los peligros fuesen descartados...
Y la lista seguía, una lista que evidenciaba su propia culpa, su necesidad de tenerle cerca justificada torpemente por actos supuestamente hechos por amor, pero que no eran más que su egoísmo siendo más fuerte que él.
Lloró, de esas lágrimas doradas que marcaron el comienzo de la mala suerte de Katsuki, recorriendo el rostro apacible de un hombre que abandonó el mundo de los vivos pensando que el único ser que le inspiraba algo más le fue a recibir para partir al cosmos, explotar y perecer en la infinidad de fragmentos de personas que centellan en el cielo todas las noches.
No llegó a ser una constelación como le había prometido a su maestro, más resplandecería en lo más alto del cielo junto a ese Izuku que en un acto de piedad fue a alcanzarle. Partir al siguiente nivel no podía ser tan malo si su voz le guía en esa oscuridad interminable y sustanciosa.
Un Dios más que renunciaba a su inmortalidad a voluntad, cegado por ese amor egoísta y perturbado de un corazón que no estaba hecho para amar a un humano de la manera en la que Izuku amaba a Katsuki.
Un alma más que caía en ese castigo que anhelaban evitar, y es que una vez ahí no había marcha atrás. No para el humano, no para el Dios.
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