V.

Bakugou Katsuki era el peor esclavo del mundo. Orgulloso. Malhumorado. Mal hablado. Shouto le había disciplinado varias veces con la pequeña y elegante cuchilla de plata que llevaba consigo a todas partes, oculta en una de sus largas mangas. Comenzaba incluso a aprenderse el aroma particular de su sangre y a memorizar el brillo especial de odio que los ojos del esclavo escupían cada vez que él rondaba cerca.

Detestaba a ese estúpido hombre. Pero Katsuki Bakugou tenía dotes naturales de líder y una fuerza incomparable. Los tatuajes sobre su piel eran testimonio de las pruebas que debía haber completado, de los favores que los Dioses le debían haber concedido.

Favores ahora probablemente revocados porque quizá había deshonrado al Dios al que se había consagrado, o tal vez se había consagrado a un Dios en desgracia.

Fuera como fuera, Bakugou era un hombre poderoso y hábil y ahora estaba condenado a servirle. Las cadenas ya habían dejado cicatrices permanentes en sus extremidades y el sol ardiente le calcinaba la piel.

Tenya, su más cercano consejero, no estaba muy contento con la presencia del esclavo tan cerca de él.

—Deberíamos mandarlo a otra de tus propiedades. O por lo menos mantenerlo en la periferia de la finca, que se dedique a organizar los trabajos externos —había recomendado el joven consejero numerosas veces. Aquella tarde en particular, reposaban los dos en uno de los salones preferidos de Shouto. 

Unas amplias puertas enmarcadas por cortinas largas de color coral se abrían al fondo del salón, proyectando luz abundante hacia el interior y dejando las brisas del casi anochecer entrar. Shouto sonrió, al tiempo que, con una mano, despedía al chico de las copas, un niño esclavo que debía rondar los siete años y se dedicaba a rellenarle las copas de vino, agua y cerveza, según fuera la ocasión y el antojo.

El niño salió del cuarto, cerrando la puerta de madera tras de sí. Entonces Shouto miró a Tenya.

—¿Estás muy preocupado por mí, mi querido Tenya? —inquirió en tono juguetón, extendiendo la mano para tomar su copa de plata recién llenada y llevarla hasta sus labios. Bebió un par de sorbos largos sin retirar la mirada del opuesto. Tenya tenía los ojos azules como el cielo en los días despejados o como las piedras de lapislázuli.

—Tan sólo deseo que estés a salvo, Shouto. Sabes que... no sería capaz de soportar tu pérdida...

Tenya desvió la mirada nerviosamente, el leve rubor de sus mejillas haciendo juego con las cortinas de coral y con las luces mortecinas de la tarde. Shouto sonrió y se puso de pie, llamando nuevamente la atención del consejero. Rodeó entonces la pequeña mesita redonda que les separaba y, cuando se detuvo a un lado del de ojos de zafiro, posó la mano libre sobre su mejilla.

—¿Cómo podría considerarme en peligro si tú estás a mi lado? Siempre que tú estés velando por mi bienestar, yo sé que no tendré nada de qué preocuparme.

Acarició la mejilla con suavidad, deleitándose en las brillantes pupilas que le observaban.

Cuántos años llevaba deseando a su consejero. Pero éste, mientras tanto, se pasaba media vida hablando sobre lo muy necesario que ya era que sentara cabeza y eligiera una esposa. Que empezara a formar una familia. A generar herederos a los que pudiera entrenar en la cúspide de su fuerza para que fueran adecuados descendientes que siguieran con el legado de los Todoroki.

Pero Shouto tan sólo podía pensar en la carne suave de ese cuello y esas manos y en las ganas que tenía de morderla.

Le había lanzado al otro tantas indirectas de sus deseos en tantas ocasiones diferentes que ya no sabía si Tenya las obviaba adrede o qué. Tal vez el otro simplemente no quería lo mismo. Pero, en ese caso, permanecían dos opciones: En una de ellas, Shouto respetaba las preferencias de Tenya y lo dejaba en paz. En la otra, tomaba lo que de por sí era suyo, usando su poder y autoridad para sofocar a todos los posibles peros.

Todavía no había decidido cuál de las dos opciones era mejor. Tenya era su hombre de confianza, su amigo fiel y su sagaz consejero, y no estaba a su lado tan sólo porque le pareciera bonito. Era hijo de una familia noble que llevaba varias generaciones acompañando y sirviendo a la suya. Simplemente era alguien invaluable. Lo necesitaba. Sabía que lo hacía, y no sabía si más o si menos de lo que le anhelaba.

Tenya suspiró, haciendo una mueca leve con los labios.

—A veces haces bastante difícil cuidar de ti, Shouto...

.

Katsuki Bakugou. Piel gruesa, manchada por esas marcas color sangre que invadían sus brazos y pecho. Tenía una fuerza descomunal y gruñía como una bestia. Tenya mantenía una vigilancia cercana y rigurosa de él, puesto que, a pesar de que Bakugou desempeñaba el papel que le habían asignado dentro de la finca, Tenya no dejaba de percibir esas miradas llameantes que se materializaban en sus ojos cada vez que Shouto rondaba cerca.

Y Tenya por nada del mundo estaba dispuesto a permitir que ese esclavo le pusiera un solo dedo encima a su Señor. Por ello, cuando Bakugou no estaba trabajando, el consejero ordenaba que fuera aislado dentro de su habitación. Jamás, jamás de los jamases Bakugou tenía el más mínimo acceso a cualquier clase de arma.

En aquel momento lo tenían a cargo de todos los esclavos de la finca. Era el único lo bastante brillante como para organizar a todos los domésticos, los de construcción y los de vigilancia de manera eficiente. Tenya se reunía con él todos los días para darle las tareas diarias y Bakugou efectuaba todo a la perfección.

Pero, con todo, el consejero nunca se sentía cómodo en presencia del esclavo. Siempre se sentía en compañía de un animal salvaje cuando se encontraba en la misma habitación que él. A veces incluso le parecía que el otro tendría que hablar otro lenguaje, porque sólo parecía ser capaz de comunicarse a través de gruñidos, monosílabos y palabras altisonantes.

—Bakugou, la remodelación del jardín para el Dios Deku tiene que quedar finalizada para esta semana. El Señor quiere hacer una ceremonia de agradecimiento al comienzo del próximo ciclo lunar. No olvides organizar eso. Hazme saber qué material te hace falta. También traerán un grupo nuevo de esclavos hoy, habrá que entrenarlos.

—Hm.

Tenya hizo una mueca, pergamino en manos.

—Está bien. Te agradezco tu trabajo. Nos veremos para la actualización de la tarde.

—Ajá.

Suspirando, el consejero se retiró. Era hora de proseguir con sus labores.

Tenya tenía a uno de sus guardias de confianza vigilando a Bakugou sin pausa. Llevaba ocultas entre sus ropajes varias dagas envenenadas, por si acaso. Recibía reportes de sus movimientos varias veces al día y diariamente iba a ofrecer tributo al Dios principal del panteón en nombre de Shouto para asegurar sus favores para el joven heredero.

Tenya estaba estúpidamente enamorado de su Señor. Lo había estado por años. Sin embargo, se sabía poca cosa e inmerecedor de él. Un simple sirviente, mientras que el otro era un noble de la más alta alcurnia, un hombre poderoso destinado al dominio y a la grandeza. Él debía aceptar su lugar en su sombra. Debía aceptar que el otro hombre tenía que casarse y formar una familia. A veces Shouto hacía extremadamente difícil aceptar esas cosas. Cuando le tocaba y le miraba y le hablaba como si deseara que entre ellos dos pasara algo más.

Pero Tenya sabía que no era más que su imaginación.

¿Cómo alguien como Shouto se iba a fijar en él?

.

En cierto día caluroso, Tenya mandó a parte de los esclavos a los baños públicos para asearse. No era posible que los esclavos de la residencia principal de Shouto estuviesen sucios. Eso aumentaba el riesgo de la aparición de enfermedades contagiosas y además afectaba negativamente su imagen.

Así que, aprovechando que el ala este de la residencia estaba relativamente vacía sin los esclavos, Tenya se adentró a una de las piscinas privadas que había ahí, para bañarse él también. El joven se desnudó antes de meter el cuerpo al agua tibia. Permaneció ahí un rato, relajándose, y luego se sentó en la orilla para untarse su aceite favorito sobre la piel lampiña. En eso estaba cuando escuchó que tocaran a una de las puertas del salón. Frunciendo el ceño y suspirando, pidió que entraran.

Una muchacha entró velozmente, con lo que parecía cierta urgencia. Ni ella se inmutó ante la desnudez de Tenya ni éste se sintió avergonzado. Ella se acercó rápidamente, se agachó y le susurró algo en el oído.

Tenya asintió despacio. Chasqueó la lengua. La muchacha se retiró.

Instantes más tarde, Tenya se detuvo en el borde de uno de los jardines. Llevaba una bata de baño sencilla. Observó al jefe de los esclavos arrodillado frente a la dedicatoria central del jardín, la cual acababa de ser restaurada.

Era una dedicatoria al Dios Deku.

Ayúdame... aquí... mmm... bastardo... qué mierda... matar a ese desgraciado...

Tenya no lograba distinguir todas sus palabras. Pero le bastó con lo que escuchó.

—¡¡¡Guardias!!!

Un grito de guerra prácticamente. Feroz. Bakugou se volteó, mirándole por encima del hombro, aún arrodillado.

El movimiento fue muy veloz, y en ese instante Tenya analizó que había cometido un error táctico al acudir al jardín sin sus vestimentas usuales... sin sus dagas...

Bakugou se le aventó encima a una velocidad bestial. Ni Tenya ni los guardias fueron lo bastante rápidos, así que, para cuando los guardias atraparon al esclavo, atravesándolo con sus lanzas en zonas no mortales pero sí dolorosas y conteniéndole a duras penas, Tenya ya yacía en el suelo con sangre caliente chorreando desde su cuerpo y un doloroso agujero entre una de sus costillas.

¿De dónde había sacado Bakugou un arma?

—¡Traigan al físico! ¡RÁPIDO! ¡El consejero ha sido herido!

Tenya respiraba agitadamente, con el dolor pinchándole en el sitio de la herida y extendiéndose en forma de fuego a todo su cuerpo, creándole calor y sudor. Su piel olía, empero, a aceite perfumado.

Bakugou sonrió como la criatura más maligna.

—Prefiero... morir como un perro... en nombre del estúpido de Deku... que seguir... obedeciéndote... pedazo de mierda...

—Atendidas sean tus peticiones, esclavo —dijo Tenya serio, intentando no ceder al acuciante dolor—. Llévenlo a los calabozos. Prepárenlo para morir en nombre de su Dios. Lo sacrificaremos.

Los guardias asintieron y se lo llevaron, desapareciendo del jardín segundos antes de que el físico llegara, acompañado de un asustado Shouto.

Fue fortuna para Bakugou que se lo hubiesen llevado antes de que el Todoroki se apareciera ahí. No habría durado demasiado tiempo vivo después de que Shouto se diera cuenta de lo que le había hecho a su adorado consejero.

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