Capítulo 7: Curiosidad.
—¿Te has divertido? —pregunto a Natalie.
—Claro, amor. ¿Cuándo volvemos a salir?
—El próximo fin de semana, cariño —respondo, acunando mis manos en sus mejillas y depositando un beso en sus labios.
—¿Vamos adentro? Mi mamá de seguro está preparando la cena.
—Está bien.
Tomo la mano de Natalie y me adentro en mi casa.
Logro escuchar la voz de mi hermano en la cocina hablando de dulces, seguro reprochándole a mi mamá por qué no lo deja ir a celebrar Halloween.
Pero justo antes de llegar a la cocina, una tercera voz de mujer despierta mi curiosidad. Pienso que seguro debe ser una señora que acompaña a mi madre para pasar el rato, y seguro chismorrean sobre el día treinta de octubre.
Y justo cuando abro la puerta, siento como si mi corazón se detuviera. La tercera persona que estaba en la cocina no es más que una joven. Está disfrazada de lo que parece una bruja, sus ojos castaños me observan con lo que se asemeja a la impresión y siento nervios por todo mi cuerpo.
—¿Mamá? —pregunto desconcertado.
—¡Samuel! Al fin llegas. Mira, te presento a...
—Soy Celina Cambeiro, hija de Calisto Cambeiro.
Alzo las cejas. Estoy totalmente asombrado. ¿Quién rayos se presenta así? Parece de la edad media.
—Soy Samuel.
—Yo Natalie.
Mi novia habla y me siento estúpido por haberme olvidado de su existenci, pero en el momento en que la mujer Celina vuelve a hablar, me es imposible no olvidarme del mundo.
—Samuel, tardaste mucho. No me llevaste por dulces y ahora tengo más de los que imaginé. Gracias.
Dirijo mi mirada hasta la mesa y la veo repleta de bolsas. No puedo creer que mi madre no esté molesta por lo que esa mujer ha hecho. Más bien parece estar feliz.
—¿Por qué llevaste a mi hermano por dulces?
—La pequeña bestia y yo hicimos un trato —responde.
—¿Bestia? No tienes ningún derecho a tratarlo así.
—A él no le importa —reprocha ella, encogiéndose de hombros.
—Bueno, cielo, es hora de irm. ¿Me acompañas a la puerta? —Natalie interrumpe y no tengo más remedio que marcharme de la cocina.
La acompaño hasta la puerta y me despido de ella con un fugaz beso para ir de nuevo a la cocina a reprochar. Esa mujer está en mi casa, rompiendo reglas como si viviera aquí y como si la conociéramos de años; y no lo voy a permitir.
—Samuel, debes tener hambre. Toma asiento y espera a que te sirva la comida.
Obedezco a mi madre y me siento en una de las sillas sin apartar la vista de la joven que se encuentra irrumpiendo en nuestra casa. Me molesta el tonto disfraz que tiene, es muy revelador y a mi madre no debe agradarle. No sé por qué no le ha dicho nada.
—¿De dónde eres? No te había visto por aquí.
—Soy de Canadá.
—¿Qué haces aquí? En mi casa.
—Es algo que no es de tu interés —espeta ella posando sus oscuros ojos en los míos.
El acto me hace estremecer, de seguro su acto de presencia me molesta demasiado como para que me mire.
—Es de mi interés, niña. Esta mi casa.
—Cielo, toma. Come y calla.
Mi madre coloca un plato de sopa frente a mí y comienzo a comer sin dejar de mirar a esa joven. Me repugna que esté aquí y ni siquiera sepa quién es.
—Querida, ¿quieres un poco? —le ofrece mi madre a la nueva invitada.
—No, gracias. Yo... no como sopa.
—¿Estás rechazando la comida de mi madre? Eres una malagradecida.
—¡Samuel!
—No importa, señora, el joven tiene razón. Para su información tengo que rechazar tan exquisita oferta, lamentablemente. Mi dieta es muy estricta y no conlleva vegetales ni frutas. Mucho menos dulces o comida rápida.
—¿Qué clase de dieta es esa? —pregunta mi hermano—. ¡Yo no podría vivir sin dulces!
Ella sonríe y siento algo extraño en mi pecho cuando lo hace. No puedo creer que odie cada gesto de esta mujer a quien apenas conozco. Es repulsiva sin duda alguna.
—Cielo, ¿puedes ir mañana por la maleta de Celina? Tuvo un problema y la dejó en el aeropuerto. Ya debe estar guardada.
—¿Qué? ¿Por qué no va ella?
—Buena idea. Acompañarás a Celina mañana al aeropuerto.
—¿Cómo?
Mi madre me dedica una mirada de advertencia y no me queda otra opción que aceptar. Odio que tenga tanta autoridad.
—Más te vale estar despierta mañana temprano; porque no acepto vagas en esta cas, y tengo cosas qué hacer.
Ella me mira y se pone de pie.
—No se preocupe, estaré lista a primera hora del día. Señora Gaos, ¿sería usted tan amable de buscar la prenda que me iba a brindar? Iré a tomar una ducha. Con su permiso.
Se marcha sin decir otra palabra y mi madre me mira nuevamente para marcharse tras ella.
—¿Quién es? —interrogo a mi hermano.
—Ya te lo dijo ella.
—Forest, me refiero a que cómo es que está aquí.
—La encontré en el bosque, hicimos un trato y me llevó por dulces. Conoció a los vecinos y a Dereck, y la traje a vivir aquí.
—¿Qué?
—Así es. Se me tiró encima y luego platicamos. Me dijo que vivía en el bosque y me dio lástima dejarla ahí, así que decidí traerla a casa.
—¿Mamá aprobó esto? —pregunto confundido.
—Al principio no le agradó la idea, pero Celina dijo algo de un... tirano o no sé qu, y mi mamá cambió su trato casi enseguida.
Me quedo pensando un momento y la curiosidad me invade. Me pregunto qué le habrá pasado para llegar desde Canadá hasta aquí. Y cuál es la razón.
—¿Dónde vive?
—En el ático.
—¡¿Qué?!
—¿Eh? Sí, mi mamá decidió dejarla. —A él parece interesarle más los dulces que come.
—No puedo creerlo. ¿Qué sigue? ¿Mantenerla?, ¿aceptar su novio y familia aquí?
—No creo que tenga familia. Tampoco novio. Igual no hay problema con que esté soltera. Creo que a Dereck le gusta.
—¿Qué? Bueno, que ni piense traer a ese sujeto aquí. Por mí que la...
—¿Qué?
Recuerdo al instante de que hablo con mi hermano menor y cierro la boca. Me termino la sopa y minutos después decido subir a mi habitación. Cambio mi ropa por el pijama y me adentro en mi cama, cansado por todo el día de hoy.
Luego, escucho el agua de la ducha caer, y una extraña sensación rodea mis pies. Una incomodidad inmensa como si ella estuviese duchándose en mi cara me invade por dentro. Y sacudo mi cabeza ante tal pensamiento hasta que la tortuosa agua se deja de escuchar.
Decido salir afuera para tomar aire fresco y saco un cigarro del cajón en mi habitación. Me siento en la antigua silla que hay afuera de la casa, y con un encendedor quemo el cigarro hasta prenderlo y comenzar a calar poco a poco. La luna está tapada por algunas nubes, e imagino que pronto comenzará una tormenta.
Un ruido despierta mi curiosidad y me pongo de pie para ir a investigar el sonido de algo rompiéndose.
—¿Qué demonios? —susurro.
Me asomo por un costado y me encuentro con Celina colgada de la ventana. Por un momento pienso que se resbaló y me entran ganas de ayudarla; pero cualquier pensamiento de ese tipo desaparece cuando veo cómo ágilmente se zafa de la madera y cae al suelo como si no hubiese hecho ningún tipo de esfuerzo. Acomoda la ropa ancha que mi madre le prestó y observa a todos lados para asegurarse de que nadie la observa y, luego, se marcha silenciosamente hacia el bosque.
Me pregunto qué clase de persona hace tal estupidez en una noche tan fría como esta, y decido comenzar a seguirla.
Pero, para mi desgracia, alguien me detiene.
—¿Samuel?, ¿qué haces aquí?
Me doy la vuelta y observo su horrible cara.
—Nada que te importe, Dereck.
—Viejo, ¿estás espiando a esa mujer? —Comienza a reírse, irritando cada fibra de mi cuerpo—. Amigo, eres un pervertido. ¿Natalie ya lo sabe?
—Será mejor que te calles. Solo salí a fumar. Además, no tengo que darte explicaciones.
—De acuerdo. Solo te advierto una cosa —dice en un intento de intimidar—: yo la vi primero, y quiero que sea mi novia.
—Haz lo que quieras —La idea me da asco de solo pensarla—. No me agrada esa chica y además estoy con Natalie. Pero no vuelvas a tratar de advertirme o amenazarme con algo, porque golpearé tu cara.
Dejo en el suelo el cigarro y lo piso con mi zapato para apagarlo y pasar frente a Dereck, golpeando a propósito su hombro con fuerza y luego entrar nuevamente a mi casa.
Subo de nuevo las escaleras y me meto en mi habitación para poder descansar mi mente unas cuantas horas antes de tener que despertar y acompañar a Celina al aeropuerto. Pensar en ella me está dando miles de preguntas sin respuestas y temo que se vaya a convertir en algo más que una simple curiosidad.
Cierro mis ojos lentamente, y me dejo guiar por el cansancio y el sueño...
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