Capítulo 6: Noche de brujas.
Me retiro de su cuerpo y me coloco de pie, totalmente avergonzada por lo que acaba de hacer. Jamás creí confundir un olor tan particular, pero es que él huele a perro.
—¿Quién eres tú? —interrogo, observando la forma en que se coloca de pie y me mira.
—Yo debería preguntar eso —dice él, sacudiendo su cuerpo con sus manos.
—Sí, pero yo he preguntado primero.
—Me parece justo. Me llamo Forest. ¿Tú?
—¿Forest? ¿Acaso no significa bosque?
—Así es. ¿Cómo te llamas?
—Celina Cambeiro, hija de Calisto Cambeiro —me presento.
—Es un nombre extraño. Celina, ¿qué haces en medio del bosque?
—Bestia, me temo que aquí vivo ahora. Recién he llegado.
—¿En el bosque? Qué rara eres. ¿De qué estás disfrazada? ¿De bruja?
—¿Cómo dice? —Me impresiona el nivel de madurez que un niño puede tener.
—Tu disfraz, ¿de qué es?
—Es mi ropa.
Él me mira con sus globos oculares verdes un largo rato. Noto la forma en que estos mismos me examinan de pies a cabeza, analizando mi forma. Tras unos segundos vuelve a poner su atención en mis ojos, y logro distinguir una pequeña sonrisa, que termina en una risa estruendosa.
—¿Qué es gracioso? ¿Por qué hoy todos se ríen de mí? —Estoy enfadada.
—No sé cómo alguien aún viste as. Oye, tengo un plan, ¿qué tal si vienes a mi casa?
—¿Tu casa?
—¡Por supuesto! A mi madre le encantará conocerte. Además, necesitas una ducha y ropa nueva. Puedes fingir que ese vestido es tu disfraz de una bruja y estarás bien.
—Yo... —no me vendría mal una ducha—. no lo sé...
—Acepta —me incita él.
—Está bien.
—¡Perfecto! Solo espera a que encuentre mi nariz de lobo y nos iremos a casa.
—¿Eso es un lobo? No parece muy feroz.
—Es gracias a mi madre —recuerda él, metiendo su cabeza de nuevo entre los arbustos —. No le gusta la noche de brujas; es muy católica. Dice que es del diablo y que no deberíamos festejar la muerte. —Escucho que libera aire a través de su boca.
—Pero a ti te gusta.
—¡Me fascina!
Finalmente saca su cabeza y me enseña entre sus manos la nariz falsa de cachorro que luego coloca alrededor de su cabeza, y termina poniéndola sobre su nariz.
—¿Quieres acompañarme a pedir dulces? —Su pregunta me desconcierta.
—¿Dulces?
—Sí, dulces. Ya sabes, lo de dulce o truco, lo que se hace en una noche normal de Halloween.
—Pero... no me gusta mucho estar entre personas.
—Eso explica todo. Ya verás que te diviertes. Vamos, soy un pobre niño cuya madre no mima y cuyo hermano es un asco. No me dejarás aquí solo, en el bosque, ¿o sí?
Me doy cuenta en ese momento de que en realidad el niño es todo un manipulador. Que sabe perfectamente cómo llegar al corazón de las personas con su inocencia y, para mi desgracia, me recuerda a mí.
—Está bien. —Sonrío—. Pero solo será una hora.
El niño sonríe mostrando su dentadura perfectamente blanca a pesar de que le faltan los dos dientes delanteros superiores en su boca. Toma una bolsa que hasta en este momento me doy cuenta de que existía y toma mi mano para guiarme —o arrastrarme—, hacia un lugar que imagino es el bosque.
—Vaya, estás muy fría. ¿No tienes frío? —pregunta él, preocupado y curioso.
—Un poco, bestia.
—Bueno, debes impresionar a los vecinos, pero eres muy linda así que no habrá problema con ello.
No sé si tomarlo como un halago. Aun así le agradezco y permito que me siga arrastrando a quién sabe dónde. Mientras tanto observo su figura: es flaco, pequeño y adorable. Tenía años desde la última vez que había tratado con un niño. Y ahora que tengo uno frente a mí, no sé cómo reaccionar.
—Ya llegamos.
Observo el lugar y me doy cuenta de que en realidad es bastante pequeño para ser un pueblo. Desde aquí puedo contar las casas, hay al menos veinte a cada seis metros de distancia.
—¿Ahí vives?
—Sí. ¿Vamos?
Me quedo un momento de pie en mi lugar y me pregunto si será una buena idea. No suelo socializar con la gente, y mucho menos si son humanos. Pero ¿qué puedo decir? El niño me acaba de hipnotizar con unas simples palabras y una cara suplicante. Sin duda alguna sería un buen vampiro, con un poder extraordinario.
—De acuerdo.
Ambos nos dirigimos hacia las casas y comienzo a percibir el olor a diversas cosas.Van desde la sangre a el azúcar. Ambas entran en mis fosas nasales; la primera me enloquece, y la segunda me produce algo muy similar a las náuseas.
Finalmente llegamos a la primera casa y la pequeña bestia se pone frente a la puerta, tocando el timbre y esperando pacientemente.
—¿Forest?, ¿qué haces aquí?
—Dereck, tengo una nueva amiga, me ha traído hasta aquí. Ahora, dame dulces.
El joven quita la atención de la bestia y busca por milésimas de segundos a la tercera persona que hay en el lugar. Fija sus iris color avellana en los míos, y por un momento se queda casi ido observándome con algo de asombro, hasta que el infante vuelve a interrumpirlo.
—¿Dereck? !Oye! ¡Quiero dulces!
Es ahí donde interrumpo.
—Joven, ¿sería usted tan amable de darle los dulces al niño? Nos urge marcharnos a su casa —apresuro.
—Yo... —pestañea para entrar en razón y posa su mirada en la bestia— ya vuelvo.
Cierra la puerta y se marcha a lo que posiblemente es la búsqueda de los dulces. Me quedo de pie frente al portal y observo al niño con diversión debido a su inquietud por consumir azúcar. Su bolsa está vacía y solitaria, e imagino que su fantasía es tener decenas de esas llenas de exquisitos dulces provoca caries.
—Aquí tienes.
El joven sale sin previo aviso y le entrega cuatro dulces a la bestia. Me mira, y termina vaciando casi toda la taza que tiene en sus manos. El infante chilla y le agradece para luego marcharse y arrastrar mi cuerpo nuevamente.
Y así pasamos casa por casa.
Algunas personas me entregaron dulces a mí —diciendo que mi disfraz era extraordinario, cosa que no me gustó para nada—, hasta el punto en que debimos conseguir nuevas bolsas para llenarlas con más dulces. Por alguna extraña razón, yo llevaba más bolsas que el infante.
—Esta es mi casa. Mi madre debe estar adentro. Ven, pasa.
El niño saca una llave dentro de su disfraz, la cual colgaba de su cuello, y se dedica a abrir la puerta. Finalmente logra su cometido, y me sorprende que, como todo un caballero, me da el paso libre.
—Primero las damas.
Le agradezco con un gesto y paso por el portal de la desconocida y medieval casa. Me sorprende ver lo antigua y bien cuidada que está la susodicha en la que me encuentro. Deduzco que la madre debe tener una edad avanzada, considerando que se me hace un poco familiar el lugar en donde estoy. Casi al instante escucho la voz de una mujer provenir de una puerta abierta y mencionar el nombre de la bestia. Él me hace un ademán para seguirlo, y eso hago.
—Forest, cariño, no vuelvas a salir así. Te dije que podías salir al pueblo o visitar a Dereck, pero no...
La mujer parece notar mi existencia dentro de la habitación que ahora sé que es la cocina. Sus ojos azules casi hipnotizantes me observan con confusión y asombro. Me retracto de cualquier deducción que tuve momentos atrás, ya que la mujer es una señora, pero está perfectamente cuidada. Incluso me atrevería a jurar que casi parece una joven de veinte.
—¿Quién eres tú? —pregunta.
—Me llamo Celina Cambeiro, hija de Calisto Cambeiro, señora.
—¿Eh?
—Así habla, mamá —menciona el niño, subiendo las bolsas a la mesa redonda que está en el centro de la cocina—. Tengo menos dulces que tú, Celina. No es justo...
—Toma los míos, bestia. Yo no quiero. —Coloco las bolsas que tengo colgadas de mis manos y las pongo encima de la mesa. Él me mira asombrado, y luego sonríe mostrando sus dientes faltantes.
—¿Bestia? —cuestiona su madre.
—No me importa que me llame así. Es mi nuevo apodo, y ella mi nueva amiga.
—¿Amiga? ¿Hace cuánto la conoces?
—Hoy, en el bosque. —La bestia mete la mano en una de las bolsas y toma un dulce, quita su envoltura y lo mete a su boca. Muy tranquilo.
—¿Pero qué dices? ¿Qué clase de persona está en el bosque a esta hora?
—Apenas he venido hoy —le comento a la madre preocupada—. El niño me ha encontrado mientras buscaba su máscara de perro y me ha traído aquí.
—¿De dónde los dulces?
—Me pidió llevarlo. Solo quise ser amable.
—Nunca me ha gustado que mis hijos celebren ese tipo de actividades —espeta, mirándome enfadada.
—Solo son dulces, señora. No hemos hecho nada malo, se lo aseguro.
—Tú también estás vestida. —Noto su irritación y cómo su corazón se acelera.
—Señora, no es por ser mal educada, pero este no es un disfraz. Muchos me lo han dicho hoy, pero tuve que escapar de mi hogar por un tirano, y mi maleta se quedó en el aeropuerto debido a mi escape. Su niño ha tenido la amabilidad de llevarme hasta acá para que tal vez pudiese darme una ducha y cambiar mi ropa. Es por eso que ahora la estoy interrumpiendo.
Finalmente le confieso lo necesario antes de que castigue a su hijo o me ofenda y eche de su propiedad. Ella se queda asombrada por los detalles y mira a su hijo con asombro. Luego sonríe, y alza a la bestia desprevenido que comienza a chillar.
—¡Oh, mi niño! ¡Eres todo un caballero!
Se detiene y comienza a torturar con múltiples besos alrededor del rostro del niño que se retuerce en sus brazos cual gusano y trata de escapar.
—Sí, mamá. Ya puedes soltarme.
—Querida, ¿pero qué te pasó?
—Algo... precipitado. Prefiero no hablar de ello.
Ella asiente con su cabeza y por fortuna logra entender mi situación.
—Arriba está la ducha. Te prestaré mi ropa y veremos si mañana puedes recuperar tu maleta —ofrece la mujer con una enorme sonrisa consoladora.
—Gracias. Pero le advierto que tomo largas duchas.
—No importa. Puedes dormir en el ático. En un momento subiré a...
—No se preocupe. Puedo quedarme en el ático y me las arreglo sola. Pero no necesito nada para dormir.
—Pero, cielo...
Alguien interrumpe a la señora y me quedo observando a ese alguien que ha entrado sin avisar. Y es ahí donde quedo casi paralizada al verlo a él y a su acompañante. Y ellos me miran de igual forma.
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