Capítulo 34: Nuevos cambios.

—¿Qué te parece?

Veo la blusa blanca de tirantes. Es demasiado reveladora, pero no me importa.

Ya nada lo hace.

—¿Celina?

—Está bien. Escoge lo que quieras.

—¿En serio? ¿Sin importar cómo te quede?

Asiento.

—De acuerdo.

Se marcha hacia no sé dónde. Seguro irá a buscar ropa que me hará enseñar más de lo necesario.

No puedo creer que haya lastimado a Forest. Gracias a él pude cambiar. Por él conocí a Samuel.

Soy un monstruo.

¿A quién engaño? Amo demasiado a esa bestia.

Pero también amo a Samuel. No puedo renunciar a él. No quiero. Lo necesito a mi lado.

—Hola.

Alzo la vista, encontrándome a Dereck.

Por Drácula.

—¿Qué quieres?

Sonríe, sentándose a mi lado.

—Lamento mucho lo que dije la vez pasada. —Suspira—. Quería saber cómo estabas.

—Estoy bien. ¿Debería estar de otra forma?

—No hace falta que me lo digas. —Sus labios se curvan solo un instante—. Espero que... arregles todo.

—¿De qué hablas?

—Te seré sincero, ¿de acuerdo?... Ya sé quién eres, lo que haces aquí y lo que ibas a hacerle a Samuel.

Maldito.

—¿Y?

—Venía a decirte que, aunque odio a ese tipo por naturaleza, no se merece lo que planeas hacerle.

—¿Por naturaleza? ¿Es un decir o algo así?

—Te diría que sí, pero estaría mintiendo.

Frunzo el ceño.

—En fin. Solo vine a eso. Él tiene una vida y una familia, Celina. No es justo que se la arrebates.

—¿Sabes lo que soy? ¿Estás seguro?

Asiente.

—Tienes dientes afilados, chupasangre. —Bajo la mirada, un poco avergonzada—. Como sé lo que eres, me pareció justo que tú también lo supieras.

Sus palabras me confunden. Me quedo ida observando su rostro, sus expresiones y sus ojos. Sus ojos..., de un color avellana, cambian a unos claros bastante conocidos.

—Eras tú.

—Sí.

—Pero...

—No te preocupes. Tu secreto sigue a salvo. Ahora, espero que el mío también lo esté y, además, que pienses muy bien lo que harás, porque te traje a alguien.

Hace un ademán con su cabeza, y sigo su señal, encontrándome a alguien bastante conocido.

—Le diré a tu hermana que siga comprando ropa.

—Gracias —murmuro.

Asiente satisfecho, y se marcha.

Samuel se encuentra con mi mirada, y me sonríe mientras se aproxima a la tienda.

—Oye, ¿cómo estás?

De lo peor.

—Bastante bien.

—Mira, me di cuenta de que... 

Oh, cielos.

—Antes que nada, quiero que sepas que no era mi intención.

Me mira con confusión.

—¿Qué? Solo vine a decirte que me di cuenta de lo que pasó contigo y Forest.

Trago con fuerza.

—¿E-en serio?

—Sí. Bueno, me dijo que se pelearon porque te ibas a ir y él quería que te quedaras. Lamento mucho el comportamiento de Forest. Ya sabes que te quiere mucho.

Ahora me di cuenta nuevamente.

—Bueno, yo también lo quiero. Me ha ayudado mucho.

—Sí. Le expliqué que tú volverías, y que si fuese el caso de que yo me fuera contigo unas semanas, él no debía enojarse ni preocuparse.

Le dedico una sonrisa cargada de tristeza. Claro que debe preocuparse. Si me llevo a Samuel, jamás regresará.

—¿Qué piensas de los nuevos cambios?

—¿Los nuevos cambios? Pues... creo que son buenos. Dependiendo la circunstancia, claro.

—¿Y si te dijera que ese nuevo cambio te alejará de tu familia, y que no hay manera de volver?

—Me negaría por completo. La familia es lo más importante.

—¿Eso crees?

—Lo sé.

Suspiro.

Estoy agotada.

—¿Alguna vez has pensado en la inmortalidad?

—¿Inmortalidad? Eh... Bueno, creo que sería grandioso ser inmortal. Ya sabes, eso de vivir por siempre y que nada te pueda matar... debe ser genial.

Río.

—¿Eso piensas?

Asiente.

—¿Tú no?

—¿Yo? Yo... creo que no es tan lindo como lo pintan. —Me muerdo el interior de las mejillas—. Digo, es genial que nada te pueda matar. Pero vivir por siempre cansa, aburre y frustra bastante. 

—Es como si lo vivieras. —Se echa a reír.

No tienes idea.

—Oye, ¿vendrás mañana a la cena de Navidad?

—No creo que Forest me quiera ahí —admito.

—Vamos. Si no vas, Forest se molestará.

—Lo dudo mucho.

—Te equivocas. Si no vienes por él, ven por mí. Después de todo, te tengo una sorpresa.

—¿Una sorpresa? —Sonrío pícara.

Se pone nervioso. Me gusta causar ese efecto.

—Sí... Bueno... Es... una sorpresa.

—Está bien. —Sonrío—. Veré si puedo ir.

—Te esperaremos.

Escucho que alguien se aclara la garganta, y me doy cuenta de que Kimberly está parada frente a nosotros.

—Oh, ya volviste.

—Sí. Tengo todo listo. ¿Nos vamos?

—Claro. Déjame presentarte a el joven Samuel.

Kimberly lo examina con la mirada. Él, educado, se pone de pie y le extiende su mano.

—Kimberly, él es Samuel Gaos. Samuel, ella es Kimberly, mi hermana.

—Un gusto.

—Es un placer —dice Samuel.

—¿Has dicho que se llama Gaos?

—Sí. ¿Por qué?

—Por nada. ¿Podríamos irnos?

Asiento, y me despido de Samuel con un beso en su mejilla.

***

—Bien, ya tenemos tu ropa, tu maquillaje, tus joyas y... Ah, sí, tus zapatos.

—¿No crees que compramos mucho? —pregunto, observando las bolsas que van en el asiento del copiloto a nuestro lado e ignorando las que están en el maletero. 

Pobre taxista. Llenamos su vehículo.

—Oye, vamos a quemar tus vestidos y tus zapatos. No me reproches.

—¿Cómo? Yo no hablé de quemar nada.

—Entonces los vamos a regalar. No lo sé. Haz lo que quieras con ellos. Pero de tu armario van a desaparecer.

Bufo, molesta.

—Mañana iré a la cena de Navidad en la casa de los Gaos —informo.

—¿De verdad? ¿Habrá baile?

Parásito, no es esa clase de casa. ¿Vendrás?

—¿Estás loca? No celebramos Navidad. Además, iré a un lugar donde no conozco a nadie, y tengo cosas más interesantes por hacer.

Pongo los ojos en blanco.

—Como quieras.

Nos quedamos en silencio el resto del trayecto.

Kimberly es buena, lo sé. Pero su orgullo y estrés la suelen convertir en alguien muy pesada. Su sueño es gobernar porque según ella quiere hacer un cambio a la perspectiva que tienen los reinos. No sé a lo que se refiere, pero estoy segura que lo lograría de no ser porque yo estoy en medio.

No quiero ser reina. Jamás lo quise. Y no solo porque es mucho trabajo, sino porque es un trabajo aburrido.

Sé que sería una reina excepcional. Me entrenaron para ello. Pero estar llena de tipos que solo piensan en ser poderosos y andar de baile en baile el resto de mi eternidad, no es nada atractivo.

A Kimberly le gusta bailar. Sé que ella es la indicada para el puesto, sin embargo, sigo estando yo.

Jamás deseé ser un vampiro. Nunca lo pedí ni lo pensé. Mi vida debió terminar hace ciento setenta años. Pero no. Un malnacido pensó que sería justo darme inmortalidad y belleza a cambio de un poco de placer y dolor. Nunca se lo perdoné, y jamás lo haré.

Aunque debo admitir que verlo colgado, azotado y sin extremidades fue lo más placentero que mis padres adoptivos hicieron por mí. Sobre todo cuando le inyectaron de esa extraña sangre roja oscura. No se fabrica, ya que sus portadores se extinguieron. Aun así, mi padre tenía guardado un poco. Y lo usó solo para vengar mi persona.

—Tu rabia y tristeza me están matando.

—No tienes por qué estar de entrometida en mis emociones.

Le pago al taxista, dedicándole una sonrisa en el proceso. Nos ofrece su ayuda, la cual negamos.

Es irritante que todos los hombres piensen que las mujeres somos débiles o delicadas. Yo podría partirlo en dos sin siquiera parpadear.

—¡Celina! No te hemos visto en todo el día, jovencita.

Mariana me abraza, meciéndome un poco.

—Estaba ocupada —me excuso.

—¿Qué traes ahí? ¿Una tienda completa?

Sonrío.

—No, Ariana. Es algo que les va a gustar.

—¿Marihuana? —interroga Melody.

—No. Ropa.

Todas chillan, tomando dos bolsas cada una y adentrándolas en la casa.

—Te veré mañana.

—De acuerdo. Que tengas linda noche, Celina.

Asiento una vez, y tomo cuatro bolsas.

***

—Esto no es ropa de anciana.

—No lo es.

Todas las chicas están impresionadas viendo las prendas.

—Jamás creí que fueses a usar algo como esto —confiesa Brenda.

—Bueno, cada una debe tomar dos bolsas. Las demás son parte de mi nueva moda.

Todas se me lanzan y me abrazan, riendo.

Contacto físico...

—Oye, te ayudaremos a acomodar todo esto.

—No hace falta. Necesito que me ayuden con otra cosa.

—Lo que sea. —Ariana me sonríe.

—Primero, quemaremos mañana esa ropa vieja. Segundo, deben acompañarme a la ciudad.

—Tengo una idea épica para la ropa —comenta Sofía.

—¿Y qué harás en la ciudad? —interroga Mariana.

Sonrío.

—Es un regalo de Navidad para Samuel.

—¿Alguna pista? —Melody mueve sus cejas de arriba abajo.

—Claro. Será negro y muy moderno.

Todas alzan sus cejas, asombradas.   

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