Capítulo 24: Lo prometo.

Creo que este recompensará los dos anteriores, porque sé que fueron muy cortos. Chao.

No entendía qué hacía Samuel aquí. Estaba tan... fresco. Vestía una camisa blanca y unos pantalones de tela suave. Además de tenis negras.

—Hola, vine a... —veo cómo traga saliva— invitarte... Bueno, ya sabes...

—¿Sí?

—Quería saber si ya desayunaste. —Se rasca la nuca con algo de frustración, y me entrega la foto—. Esto es para ti. Forest dijo que así lo recordarías y...

—Dale las gracias a la bestia. Será un lindo detalle... ¿y la rosa?

Arqueo una ceja, mirándole con detenimiento.

—Es para ti. —Aparta la mirada incómodo. ¿Qué le pasa?—. No sabía si te iba a gustar...

—¡Claro! —La voz de Sofía suena detrás de mí, y cierro los ojos con fuerza. Sé lo que posiblemente harán, y comienzo a tensarme—. No puedes venir aquí sin nuestra aprobación. Entra, te daremos un buen escarmiento.

Aplano lo labios mirando al joven. Él frunce su ceño y, para desgraciamía, se encoge de hombros.

—Está bien.

Aproximadamente diez minutos después, estamos las seis chicas y el joven Samuel sentados en la sala —no sé cómo estamos todos en los sillones, pero pudimos—. Mientras las chicas lo ven con suma atención, calculando cada movimiento que hace.

—¿Y bien? Te escuchamos —dice Brenda. 

—En realidad, solo vine para salir a desayunar con Celina. No sé qué debo decir.

—Bueno, cuando un hombre venía para salir conmigo, solía pedirle permiso a mis padres —explico, siguiéndole el juego a mis amigas.

—Pero ellas no son tus padres...

—¿Y eso qué? —cuestiona Mariana—. Ella es adoptada, nosotras la hemos adoptado. Ahora somos sus padres, así que habla.

—Está bien —murmura el joven—. ¿Me darían permiso para salir con Celina?

—¿Cuáles son tus intenciones? —pregunta seria, Ariana—. Porque si juegas con ella, recuerda que sé dónde vives, y tengo conocimientos en jardinería. Podría perfectamente hacerte un arreglo.

Samuel palidece y, sin saber la razón, aquello me causa mucha gracia. Siempre he tratado de que las personas tengan un concepto sobre mí bastante intimidante y autoritario. Pero estos jóvenes me hacen sentir totalmente segura. Y puedo demostrar perfectamente a la verdadera yo.

—Quiero... quiero salir con ella para que sea mi novia. —Es ahí donde me pongo bastante incomoda—. Me gustaría ir a desayunar ahora.

—¿Cuándo se casan? —interroga Mariana. Samuel baja la mirada, y observo los pelos de sus brazos erizarse lentamente.

—Yo... Nosotros...

—Bueno, chicas, debo irme. —Creo que ya avergonzaron bastante a el chico—. Nos vemos después.

Me levanto y me dirijo hacia la puerta, escuchando unas fuertes pisadas que me siguen. El sol está haciendo acto de presencia, teniendo piedad de las criaturas que necesitan calor en el otoño. 

—¿Adónde vas?

—A desayunar.

—Pensé que... como dijiste que te ibas...

—Si no quieres que vayamos, puedo devolverme. —Me detengo, y lo observo desafiante.

—No, no, no. —Mueve sus manos de manera cómica al igual que niega con su cabeza—. Vamos, mi camioneta está allá.

Asiento con mi cabeza, y comienzo a caminar hacia el vehículo.

***

—Bueno, ¿dónde quieres ir?

Dejo de observar el camino por la ventana, y giro mi rostro para encontrarme con los ojos verdes del joven.

—¿Cómo dices? Pensé que tú querías ir a desayunar.

—Ya desayuné —confiesa—. Pero sé que tú no comes, así que por eso pregunto. Además, lo del desayuno fue porque necesitaba una buena excusa para invitarte a salir, y no se me ocurrió otra cosa.

—Pudiste simplemente invitarme a caminar.

—Sí, pero me carcomieron los nervios.

Sale del vehículo y me abre la puerta para salir. Agradezco el gesto y observo con atención el lugar. Estamos en un río, bastante grande. Jamás lo había visto antes, y se ve totalmente cautivador.

—No sé si quieres estar aquí. Podemos caminar, pescar... o podemos sentarnos a comer.

—Creo que podríamos sentarnos... y conversar —propongo.

—Como quieras.

Me siento con cuidado sobre la tela, y dejo que mis pies cuelguen en el aire, admirando el increíble paisaje frente a mí.

—Este muelle es hermoso —halago.

—Sí, lo es.—Samuel se sienta a mi lado, y coloca una canasta en medio de los dos—. Solía venir aquí con mi padre. Le gustaba pescar mientras admiraba el bosque.

—¿Su padre...?

—Murió hace tiempo. Forest tenía un año en ese entonces. Tener ocho años de no verlo es realmente...

—Difícil —termino por él.

—Sí —sonríe—, bastante.

Observo nuevamente el paisaje, y cierro mis ojos para sentir el viento acariciando mi rostro.

—¿Tú extrañas a tu padre? —

Sonrío.

—Mucho.

—Y... ¿cómo era él?

—Bueno, bastante prejuicioso. Solía estar serio la mayor parte del tiempo; pero apenas me veía entrar al comedor, su sonrisa se ensanchaba en su rostro, y le era imposible desaparecer la misma.

—Seguro eras la niña de sus ojos.

—Eso creo.

El joven saca algo de la canasta, y pronto me doy cuenta de que se trata de un sándwich. El mismo es llevado a su boca segundos después.

—Y... ¿tu madre?

—Me quería, a su manera.

—Entiendo.

Nos quedamos varios segundos en silencio, y siento la curiosidad invadir mi cerebro.

—¿Y tus padres? ¿Cómo los describes?

—Amo a mi madre, es la mujer de mi vida. —Veo cómo me observa de reojo. Bueno, por el momento. Siempre ha dado todo por mí y por Forest, incluso antes de la muerte de mi padre. Ella es demasiado cariñosa, atenta, y comprensiva.

—Se escucha como cualquier madre —confieso.

—Puede ser. Pero creo que cada una siente un amor que es tan igual como diferente.

—La bestia me confesó que su madre es muy católica, sin embargo, no la he visto practicando ningún tipo de actividad religiosa —recuerdo.

—Mi padre era católico, mi madre solo trata de darle ese ejemplo a mi hermano. Aunque, como podrás ver, se le da bastante mal.

—Creo que su madre, al igual que todas las personas, deberían ser transparentes. Ya sabe, nadie debería fingir algo que no es.

—Eso se lo he dicho durante años, pero ella insiste en inculcarle buenos valores a su hijo.

—¿Sometiéndolo a una religión de la que no tiene ni idea? Y además, ¿enseñándole que debe mentirle a otras personas para su propio beneficio?

Él suspira, y se queda mirando el agua bajo nosotros.

—Es más difícil de lo que parece. Mi madre es bastante... complicada. Hablando de eso, ¿tú no mientes?

—Por supuesto que sí. Todos mentimos, incluso algunos animales lo hacen.

—¿Animales? —Sonríe con diversión—. ¿Acaso hablas con animales?

—Claro que no. Solo... los he visto fingir, nada más.

—¿Qué me dices de tus padres biológicos? Tú... ¿los conocistes?

Siento algo extraño en mi pecho, casi parecido al dolor. Recuesto mi cuerpo contra la tela, y dejo que el mismo descanse. Percibo el calor del joven Samuel, y observo su cuerpo acostado a mi lado. Tengo décadas de no pensar en ellos. 

—Sí, los conocí. Mi padre solía viajar mucho a otras tierras, siempre traía cultivos, artefactos o personas nuevas. Yo no era su favorita...

—Imagino que eras muy insolente. —Sonríe.

—Creo que sí.  Pero mi madre me amaba. Ella solía ser la luz en mi oscuridad. Aun cuando mi padre me castigaba, ella siempre estaba dispuesta a recibir los golpes por mí. Pero...

—¿Algo salió mal? 

—Todo salió mal. —Los recuerdos comienzan a pasar por mi mente como si fuesen imágenes—. Una noche, uno de los invitados de mi padre entró a nuestro hogar. Parecía... ebrio. Estaba murmurando cosas sin sentido, luego comenzó a gritar que tenía sed y... —cierro mis ojos con fuerza— mató a mi padre.

—¿Tenía sed, y mató a tu padre? 

—Sí.

—Pero... eso no tiene sentido.

—Yo también creía eso, hasta que me explicaron las cosas. A la mañana siguiente, un grupo de hombres y mujeres vestidos de rojo aparecieron en la aldea, y la quemaron.

—¿Aldea? ¿Cómo que la quemaron?

—Así es. Niños, mujeres, hombres, todos fueron asesinados.

—Y... ¿tu madre?

—La mataron, frente a mí. —La tristeza me invade y siento un nudo formarse en mi garganta.

—Yo... lo siento mucho.

—No tienes por qué.

—Y... ¿puedo preguntar por qué contigo no hicieron lo mismo?

Trago con fuerza, y lo observo atentamente, pensando en lo que puedo y no decir. Acaricio la pequeña y casi invisible herida en la parte izquierda de mi cuello, tratando de que el joven no lo note.

—El tipo que entró al hogar era parte de su pueblo, él... él me violó y me hizo parte de su gente. Por eso quemaron la aldea, por eso los mataron a todos, y por eso los líderes del pueblo me adoptaron.

Quito mi vista de la suya con brusquedad, y me pongo de pie.

—¿Le importa si nos vamos ya? Debo hacer unas cuantas cosas con Brenda.

Él se levanta y recoge las cosas, para luego mirarme con lástima.

—Lamento mucho lo que te pasó. —Otra vez lamentando algo que no hizo. Odio que las personas sientan lástima por mí—. Te juro que yo jamás te obligaré a hacer algo que tú no quieras, mucho menos hacerte daño. —El joven toma mi antebrazo y, para mi sorpresa, envuelve sus brazos alrededor de mí—. Ya no vives ahí, prométeme que olvidarás ese horrible pasado, y que no me tendrás miedo en ningún sentido.

Sonrío. ¿Yo, temerle a él?

—No puedo olvidar mi pasado, nadie puede hacerlo. Pero prometo no dejar que los acontecimientos ocurridos hace ya tantos años, afecten a nada que tenga que ver con nosotros.

—Y también debes prometerme otra cosa. —Se separa de mí, y acaricia mi mejilla con su mano—. Promete que seguirás hablando así de intelectual como hasta ahora, pero no me tratarás de «usted».  Es frustrante.

—Lo prometo. 

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