Capítulo 2: Propuesta rápida.

—¿Qué quieres? —pregunto, dándome la vuelta para observar su cara.

—Bueno, aún me debes un baile.

—Yo no te debo nada...

—Señorita Cambeiro, la mayoría nos está observando. ¿Sería tan amable de aceptar esta primera pieza?

No había notado que casi la mitad de las personas en la sala nos estaban viendo: curiosos, atentos y entusiastas ante cualquier movimiento de mi parte. Así que no tuve otra opción. 

—De acuerdo. —Suspiro—. Pero solo será una canción.

—Al ser el primer baile no me importa.

Toma mi mano y me dirige hacia el centro del salón, donde hay varias personas bailando.

Todos al vernos se retiran lentamente, luego se colocan alrededor nuestro formando un círculo con nosotros en el centro. Vaya, no me gusta tanta atención.

—Señorita Cambeiro. —Toma mi mano, y coloca la suya en mi espalda baja, cerca de mi cintura.

—Señor Leandro. —Asiento una vez con mi cabeza, poniendo mi mano derecha sobre su hombro y entrelazando los dedos de mi mano izquierda con la suya.

Y así, comienza una melodía. Y con ella, mis pies comienzan a moverse al mismo ritmo. Trato de que mi expresión sea lo más seria posible, pero mi acompañante parece no notarlo.

El joven Leandro se encuentra totalmente feliz, como si fuese un niño al que le acaban de dar la mejor golosina del mundo. Solo sonríe, observándome con orgullo y diversión. En un momento, puedo divisar cómo infla su pecho, sintiéndose victorioso.

Es ahí donde la canción termina, y mi paciencia también.

Todos aplauden, él me hace una reverencia y yo lo imito. Luego, salgo tan deprisa como me es posible. 

***

—No entiendo por qué no te gustó.

—Fácil, Kimberly, no me agradan las personas egocéntricas.

Me encuentro en mi enorme habitación, con ropa corta, y subida en lo más alto del techo, colgando de la tela rosa.

—Pero hermana, es un excelente partido: apuesto, adinerado, poderoso. ¿Qué más pides?

—Pido paciencia, cielo. Solo quiero vivir mi vida en paz lo más que me sea posible. Luego pensaré en algo tan agobiante como el matrimonio.

—Jamás voy a entenderte —dice, cerrando la carta y dejándola sobre una de las mesitas de noche—. Solo te advierto una cosa: será mejor que envíes una respuesta pronto, o habrán problemas.

—Sí, parásito, lo recordaré.

Ella rueda sus ojos, y luego comienza a marcharse hacia la puerta.

—Vaya.

Me deslizo a través de la tela y pongo mis pies sobre el frío suelo, suspirando y limpiando el sudor de mi frente.

—¿Qué clase de demente hace esto?

Leo nuevamente la carta. Ya van al menos cinco veces que leo el mismo texto una y otra vez, y aún no logra entrar en mi cabeza semejante barbaridad.

—¿Celina?, ¿puedo pasar?

—Adelante.

Veo a mi padre pasar tras el umbral y cerrar la puerta. Solo sonríe, caminando hacia mí, para luego posar sus ojos en la carta.

—¿Ya has tomado una decisión?

Niego con la cabeza. 

—Sé que es una propuesta rápida —comienza—, pero debes entender que ahora es tu deber. Este reino depende de nosotros, cariño. Y muy pronto será solo tu obligación. El joven Mina está muy entusiasmado con tu figura y tu peculiar forma de ser. Él mismo me lo ha dicho y, si tú se lo permites, quiere desposarte lo más pronto posible.

—¡Ese es el problema, padre! —exclamo, pasando mis manos por mi rostro—. No puedes desposar a alguien a quien ni siquiera conoces. Ya sé que es mi deber, pero entiende que no puedo aceptar una propuesta tan infame y mucho menos dar una respuesta rápida.

—Cielo, solo acepta la invitación a su castillo mañana, ¿de acuerdo?

—Pero, padre...

—Celina, solo es una entrevista. Puedes aceptar o rechazar su propuesta, no hay problema con eso.

Abro mis ojos con sorpresa, y luego sonrío agradecida y envuelvo mis brazos alrededor de mi creador.

—Gracias, padre. Sabía que entenderías.

—Jamás te obligaría a nada. Mucho menos después de lo que te hicimos... Además, ¿qué es lo peor que podría pasar?

Río un poco y luego me separo de él. Finalmente, le deseo las buenas noches y él se marcha sin decir más.

Observo la tela colgar del techo y sonrío para mí misma.

—Bueno, hora de trabajar.

***

—¿Señorita? 

Abro mis ojos lentamente, apretando mi mandíbula gracias a la frustración y la desconcentración.

—¿Qué?

—Su madre... solicita que se presente al comedor...

—Un momento.

La empleada cierra la puerta y me acerco rápidamente para colocarle el seguro.

Luego, busco el vestido apropiado, tomo una ducha, y finalmente pinto un poco mi rostro.

Bajo las escaleras lentamente, hasta llegar al comedor y sentarme al lado izquierdo de en donde se encuentra mi padre.

—Buenos días —digo.

—No son tan buenos, en realidad —reconoce mi hermana, bajando la mirada.

—Kimberly, tú nunca estás bien. Y eso que puedes dormir —recuerdo.

—Oye, no es mi culpa ser...

—¡Basta! —ordena mi madre, golpeando la mesa—. Celina, ese vocabulario.

—Pero yo no...

—Querida —llama mi padre, serio—, tu madre quiere hablar contigo.

—¿Sí?

—¿Es cierto —pregunta—que no aceptarás la propuesta del príncipe Leandro?

—Madre, no he dicho que no

—Pero no quieres.

—Parásito, cá...

—Celina —vuelve a decir mi madre—, responde.

—Madre, te voy a ser sincera, no quiero nada con el joven Leandro.

—Pero niña, él tiene grandes ilusiones con tu persona. Además te pidió el primer baile la noche de ayer y, por si fuera poco, tiene poder.

—¿Por qué siempre debo repetir lo mismo? —espeto, molesta—. No quiero casarme, no quiero gobernar, y tampoco pienso aceptar una propuesta tan rápida como la ha sido la del señor Leandro.

—Vaya, me decepciona, señorita —comenta mi madre.

—Siempre lo hago. Ahora, si me disculpas, tengo una entrevista con el señor Leandro.

Me pongo de pie y me despido de todos. Luego me aproximo al portal del castillo y, antes de marcharme, escucho un grito de mi madre.

—¡No olvides que el pueblo depende de ti!

Cielos, ¿por qué tiene que dejarme todo a mí?

Tras pocos minutos de subirme al coche, Anastasia —mi compañera de viaje—, sube también y se sienta frente a mí, mirándome con mala cara.

—No me mires así.

—¿Y cómo quieres que te mire? ¡Estás rechazando una oportunidad única!

—¿Tú también? —reprocho—. ¿Por qué todos piensan que voy a rechazar la propuesta del príncipe?

Anastasia abre la boca para decir algo, pero la cierra casi enseguida.

—¿Vas a aceptar? —inquiere.

—Tampoco digo que lo haré. Solo... lo escucharé.

—Es un alivio. En verdad no puedo creer la suerte que tienes. Tu reino será un éxito si te casas con el joven con más poder en toda América.

—Ese es el dilema, Ana, no quiero casarme.

—Entonces di que no.

Arqueo una ceja, mirando a mi amiga con la suficiente incredulidad.

—Pensé que querías que aceptara.

—Y lo deseo —acepta—. Pero no permitiré que mi única amiga se case con alguien a quien no ama.

—A veces no logro comprenderte.

—Ni yo a ti. Por eso nos llevamos bien.  —Sonríe.

El coche se detiene y el chofer abre la puerta para mí y mi amiga. Le agradezco y me paro frente al enorme castillo. Está igual que antes, solo que tiene menos partes festivas, y ahora logra capturar la esencia medieval que debería tener.

—¿Lista? —pregunta Anastasia a mis espaldas.

—No, pero trataré de estarlo.

Me adentro por las enormes puertas del castillo y paso por el salón de la noche anterior, guiada por una criada. Pero hay algo extraño en ella, y logro notar su pulso.

Es humana, y está nerviosa.

¿Pero quién la juzga? Vivir rodeada de seres chupa sangre ha de ser lo más horrible, considerando que tu cuerpo está lleno de ella.

—Es aquí, señorita.

—Le agradezco.

Abro la puerta frente a mí. Y para mi desgracia, el señor Leandro está sentado en su silla de escritorio. Posa sus ojos carmesí en mí, y sonríe.

—Señorita Cambeiro, ¿cómo está usted?

—Perfectamente bien. ¿Y usted, ya logró deshacerse del pueblo?

—Para su fortuna —ríe—, aún no.

—Es una pena —lamento.

—Tome asiento, por favor. —Me dirijo hacia la silla frente a él, mientras se sienta más erguido y junta sus manos sobre el escritorio—. Ya ha de saber la razón por la cuál la mandé a citar.

—Me temo que sí, yo...

—Déjeme la palabra a mí, por favor. Verá, he vuelto a mi reino porque ya cumplí la edad adecuada para convertirme en rey. Y, como usted sabrá, el pueblo y las normas exigen una esposa como reina para ello. Los ciudadanos la noche de ayer quedaron totalmente cautivados con nuestro baile y mi elección de mujer. Especialmente cuando se enteraron de que usted es una princesa con mucho poder al igual que mi persona; está disponible, es joven, y además, es sumamente hermosa.

Cielos, no paraba de hablar.

—Señor Leandro, déjeme decirle que en verdad agradezco su exquisita y conveniente propuesta. También debo agradecerle por sus singulares halagos y me siento anonadada por los comentarios que su pueblo hace. Sin embargo, debo rechazar su propuesta.

—Pero...

—No se ofenda. Es solo que aunque usted es un hombre apuesto y poderoso, yo no busco matrimonio por el momento. Tampoco estoy disponible —aclaro—, y mucho menos estoy dispuesta a casarme con alguien que no me atrae en lo mínimo. Y, como le dije la noche anterior, tampoco lo conozco lo suficiente.

—Creo que no comprende bien las cosas, señorita Cambeiro. Su madre me ha dado el consentimiento para nuestro casamiento, y el pueblo exige nuestra unión. Es su deber, como futura reina, aceptar.

—Señor —digo, ya agotada—, el pueblo no puede exigir tal cosa. Aunque no me interese un puesto como lo es el reinado, tengo los conocimientos necesarios para saber que ningún pueblo puede obligar a una pareja a amarse. Sé que el interesado es usted, pero lamento tener que decir que no. Buenos días, y gracias por su propuesta.

Me pongo de pie y me marcho del estudio.

Aún no puedo creer semejante disparate. ¿Obligarme a aceptar su mano? ¿Por quién me toma?

Salgo del castillo tan rápido como entré y me subo al coche, pidiéndole al chofer irnos lo más rápido posible a mi casa.

—Lo has rechazado, ¿no es así? —deduce mi compañera.

—¿Qué puedo decir? Nadie me obliga a nada.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top