Capítulo 11: Nervios.

Después del accidente del pescado, decido bajar a la cocina para ver si encuentro a la señora Gaos y disculparme por mi comportamiento. 
Sin embargo, al único que logro observar parado en el lavamanos posiblemente lavando los platos es al joven Gaos. Él al darse cuenta de mi presencia me mira, y luego vuelve a lo suyo.

—Hola —saluda.

—Hola, ¿ha visto a su madre? 

—Está durmiendo, al igual que mi hermano.

—¿Tan temprano? 

—Son las doce de la noche, no es temprano para algunas personas que trabajan.

—Entiendo.

Me acerco a donde él está y me pongo a su lado. Noto que se hace un poco más a la izquierda, algo incómodo.

—Lamento no tener un trabajo —comienzo—, pero mis diplomas no están en mi maleta ni tengo posibilidades de traerlos hasta aquí. De hecho, imagino que deben estar hechos cenizas. 

—Celina, ¿crees tener la suficiente confianza como para decirme qué fue lo que te pasó? —pregunta de pronto, curioso.

Él deja de hacer lo que hacía con los platos y me observa, atento a mis movimientos.

—Yo... puedo intentarlo. —Al menos eso creo. No entiendo por qué de pronto tiene tanta curiosidad si hace unas horas no me quería ver ni en pintura. 

—Bien.

—¿Puedo ayudarlo?

—Seguro.

Tomo un pañuelo y comienzo a tomar los platos mojados que están a mi izquierda, uno por uno, secando ambos lados de el mismo mientras permanezco en silencio y pienso en lo que debo y no debo decir.

—Vengo de Canadá. Solía vivir en un lugar bastante alejado de las personas. Mis padres desde que me adoptaron se dedicaron a enseñarme modales, lenguajes y buen comportamiento. Le pagaron a los mejores profesores para poder cambiar mi forma de ser y aumentar mi intelecto lo mejor que pudiesen. Hubo libros, presentaciones, investigaciones, y hasta me enseñaron a cazar —recuerdo, siendo consciente de que yo estoy secando los platos, pero el joven Samuel se encuentra inmóvil, prestando atención a mis palabras—. Luego llegó mi hermana Kimberly, ella tenía un intelecto más fresco; sabía más de tecnología y era más rebelde, justo como lo son hoy en día los adolescentes. Mis padres se olvidaron de mí por completo y decidieron empeñar su trabajo y esfuerzo en ella. Les costó años hacerlo, pero lo lograron.

—¿Eres adoptada?

—Así es —respondo, deteniendo mis manos y concentrando mi atención en el joven que está a mi lado—. Igual mi hermana.

—¿Tus padres no podían tener hijos? 

—En mi mundo nadie puede. Mi madre podía, pero cambió antes de poder concebir uno y luego decidieron traerme a mí.

—¿Qué clase de familia tiene los genes tan malos? —cuestiona, comenzando a lavar las ollas y los cubiertos—. Digo, hay muchos métodos para eso ahora. Ya sabes, está la inseminación artificial y todo eso.

—Sí, pero no podemos hacer nada de eso. —Me recuerdo internamente la razón por la cual no me gusta entrar en detalles—. Solo debe saber que me llamo Celina, y que no tengo familia. Además, no se preocupe, no traeré ningún novio a esta casa. Mucho menos tendría intimidad con él sabiendo que en la planta baja se encuentran la señora Gaos y la bestia.

Dejo de secar los platos, y comienzo a caminar hacia el umbral de la cocina.

—Celina. 

Doy media vuelta, y me encuentro con su mirada de culpa. Seguro se ha percatado de mis palabras, y estoy segura que acaba de darse cuenta de que escuché la conversación que tuvo con el niño Forest, y ahora sabe que lo observé teniendo relaciones sexuales con su novia.

—Lamento mucho lo que dije —se disculpa, cerrando la llave del grifo y secando sus manos—. No era mi intención que escucharas nada, y me sentí algo amenazado cuando llegaste a esta casa sin razón alguna. Pero ¿sabes? El que una mujer aparezca una noche vestida de bruja, y se haya metido con mi hermano es un poco aterrador. Además, es bastante extraño vivir bajo el mismo techo de esa mujer, y encima no conocer ni su nombre. 

Lo observo unos segundos y luego aparto la mirada, pensativa.

—Yo también le debo una disculpa. La tarde de ayer fue...

—No creas que me enfadé —me interrumpe—. Sé que tienes problemas, y no voy a obligarte a que me los cuentes o a desahogarte con un tipo a quien apenas conoces.

—Gracias. ¿Conoce usted algún lugar donde pueda practicar algún deporte?

Él me observa bastante confundido por mi cambio de tema tan radical. Luego se queda pensando, y me observa.

—Bueno, en la escuela a la que asiste Forest siempre hay audiciones de varios deportes. Podrías...

—Gracias. Iré mañana con la bestia a la escuela para observar los deportes que hay y las personas...

—Celina —sonríe—, mañana es sábado.

Lo observo con desconcierto, luego recuerdo que los fines de semana los niños no asisten a clase. Qué tonta. 

—Ya veo. Bueno, supongo que podría...

—¿Por qué no vienes a trabajar conmigo? —ofrece el joven, para mi sorpresa—. Podrías ver lo que hago y ayudarme. Además estarías ayudando con la casa y así no me enfadaría...

—Está bien. 

***

Por la mañana, tomo una ducha y escojo un vestido algo corto para no ensuciar  tanto la prenda. Pinto mi rostro con el maquillaje adecuado y tomo una pinza para poder sujetar mi cabello y que este no caiga luego sobre alguna cosa sucia o de desagrado. 
Bajo rápidamente las escaleras y las vuelvo a subir, recordando que debo tomar una reserva antes de marcharme.  

Toco la puerta del cuarto del joven Samuel hasta que abre. Me quedo unos momentos bastante incómoda, tratando de ignorar el hecho de que está sin su camisa y que tiene aspecto soñoliento.

—¿Celina? —pregunta, confundido.

—Samuel, dijiste que iríamos a trabajar. —Estoy entusiasmada.

—Eh... Sí. ¿Qué hora es? 

—Las seis de la mañana, ¿por qué?

Él abre sus ojos con sorpresa y frunzo el ceño cuando comienza a darse bofetadas a sí mismo.

—¡Maldición! Es tarde.

Cierra la puerta en mi cara y alzo las cejas, bastante impresionada. 
Supongo que debe mudarse y tomar desayuno, así que me aseguro de que no haya nadie cerca y corro a la cocina con la velocidad a la que solo yo puedo ir. 
Comienzo a preparar todo a una velocidad bastante alta, y me da tiempo de prepararle algo a la señora Gaos y a la bestia.

Rayos, no hay tocino.

Cuando por fin termino, los sirvo todos en la mesa y me doy cuenta de que en realidad la familia se ha quedado dormida. Decido correr hasta las habitaciones de ellos, y toco la puerta de ambos para que despierten. 
Minutos después todos están alterados y apresurados por alistarse y tomar desayuno —a excepción de la bestia, porque olvidé que hoy era sábado y él es el único que no debe ir—. para poder marcharse a sus trabajos.

Cuando llegan a la cocina, bastante preocupados por alistar sus desayunos, se detienen de golpe, y me observan.

—¿Tú has hecho esto? —pregunta el joven Samuel.

—Sí. Eh... tengo muchos años de no cocinar, pero espero que les guste.

Ellos se miran entre sí y toman asiento, algo precavidos. Comienzan a comer y me quedo observando sus movimientos.

En especial los del joven: su cabello está mojado por la rápida ducha, y algunas gotas caen sobre la madera de la mesa y sobre su camisa. Su mandíbula se mueve con frenesí mientras añade cada vez más comida a su boca. Soy consciente de cómo se le marcan los músculos a través de la camisa negra que está vistiendo, y me siento arrepentida de que esas camisas no existieran en mi época. 

De pronto siento mucha calor, algo que me es imposible, pero lo que siento es muy parecido y, desprevenida, lo confirmo cuando sus ojos caen en mí.

—Eh... Iré a preparar la camioneta. —Pongo mi cuerpo erguido y comienzo a caminar fuera de la cocina, llevándome una mirada pícara de la señora Gaos. 
Cuando cierro la puerta del portal tras de mí, recuesto mi cuerpo en ella y boto el aire acumulado que hasta este momento sé que tenía. Cierro los ojos y los abro nuevamente, y observo el techo, pensativa.

—¿Pero qué me pasa? 

Miro el suelo y me quedo ahí por varios minutos. No puedo creer lo que estaba haciendo.

No puedo ver un hombre con lujuria.

Tiene novia, y eso es pecado.

Uno, dos, tres, cuatro...

Siento mi cuerpo irse de bruces y chocar con algo duro y tibio. Me sorprendo, y cuando levanto mi mirada me topo con los verdes ojos del joven Samuel, y abro los míos con sorpresa.

—¿Celina? —pregunta él con toda tranquilidad. Ni siquiera está apenado o sorprendido, solo parece haber algo de confusión—. Pensé que estabas preparando la camio...

—Necesitaba algo de aire —me excuso, tratando de evitar el hecho de que mi cabeza está tocando su tibio pecho, que me está sosteniendo de la cintura con ambos brazos para no caer, y que su cuello se ve muy tentador. Trago saliva fuertemente—. Lo lamento.

—No importa. Igual no sé qué puedes prepararle a una camioneta. —Ríe, y luego parece darse cuenta de la posición en la que estamos, aclarando su garganta—Bueno, vamos.

Me coloca de pie y le agradezco. Trago con fuerza y escucho la puerta cerrarse. 
No puedo creer que esté avergonzada, pero tres momentos incómodos en un día es mucho para ignorar o asumir. 
Me aproximo a la camioneta y observo la forma en que el joven Samuel me abre la puerta como todo un caballero, y sonrío como agradecimiento. Vuelvo a pensar en lo que ocurrió en la mañana.

Y, de pronto, me comienza a dar nervios el estar a solas con él. 

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