Capítulo 10: Disculpa.
Me detengo en seco y pienso las palabras correctas por más de diez minutos.
Nunca me he disculpado con alguien, y hacerlo ahora me parece tonto, extraño, y humillante. No debería hacerlo, ¿por qué? Nadie me da razones suficientes para disculparme con simples mortales.
Pero justo en el momento en que me acobardo, alguien toca la compuerta del ático y, acto seguido, la abre.
—¿Celina? —Su corto cabello y ojos verdes me observan con temor y anterioridad—. ¿Puedo subir?
—Claro —respondo, tratando de sonar lo más tierna posible—. ¿Qué pasa?
—¿Estás enfadada? —pregunta, subiendo lentamente las escaleras y cerrando la compuerta tras él.
—¿Qué has dicho?
—Que si estás enfadada. Si mi hermano te hizo algo puedo golpearlo. Y si yo hice algo mal, entonces...
—Oh, pequeña bestia. —Sonrío un poco, cautivada por su inocencia—. No has hecho nada y tu hermano tampoco. Es solo que... hay momentos del día en los que la gente no tienen el carácter adecuado, y suelen desquitar su temor y enojo con las personas equivocadas.
El niño me mira con un brillo en sus ojos difícil de explicar. Baja la mirada, aún asustado, y soy consciente de la forma en que juega con sus manos, bastante atemorizado. No sé por qué está así, pero ver a alguien tan pequeño y casi adorable como lo es la bestia me hace sentir pena.
—Lo lamento —digo por fin, botando el aire acumulado que tenía hace horas—. ¿Me podrías perdonar, bestia?
—¡Claro! —Él sonríe, y luego trata de ponerse serio y firme. Algo que causa bastante diversión—. Emm... Digo, seguro. Pero tengo una condición: debes jugar conmigo.
Arqueo una ceja mientras lo observo con incredulidad y gracia.
—¿Qué clase de juego?
—¿Te parece las escondidas?
Observo el cielo a través de la ventana, y luego a el niño frente a mí mientras me pongo de cuclillas para observarlo mejor.
—Llueve, Forest. No podemos...
—Juguemos aquí —insiste.
Niego con mi cabeza y pongo los ojos en blanco.
—Bien, ¿empiezo yo?
Él chilla y se marcha casi saltando por la compuerta al abrirla y hasta se le olvida cerrar la última. Una pequeña sonrisa se escapa de mis labios, y dejo que salga completamente.
Comienzo a contar en mi mente mientras cierro mis ojos. Temo por hallar su escondite conociendo lo poco sutil y silencioso que es, así que prefiero concentrarme en otra cosa y, luego, comienzo.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez...
—¡Listo! —lo escucho gritar desde algún lado de la casa.
Bajo con tranquilidad las escaleras y comienzo a escuchar los diferentes latidos alrededor de la casa. Hay dos en la habitación del joven Gaos, y deduzco que quizás haya utilizado a su hermano mayor como cómplice. Me acerco a la puerta y la abro lentamente. Está oscura, y diviso dos figuras en la cama.
Lo extraño es que, dichas figuras son muy grandes, y una está encima de la otra, moviéndose con frenesí. Inmediatamente me doy cuenta de la situación y cierro lo más lenta y silenciosamente posible la puerta.
La imagen se quedará en mi mente el resto de mi eternidad.
Sigo escuchando mientras trato de ignorar lo que acabo de ver y, a los pocos metros, escucho otro corazón.
Al parecer me dirige hacia la cocina, y es ahí donde veo a la señora Gaos preparando algo. Escucho con atención y puedo darme cuenta que tras ella hay alguien más.
—Señora Gaos, ¿acaso ha visto usted al pequeño Forest? —Ella sonríe con complicidad y escucho los pequeños latidos aumentar rápidamente.
—No, cielo —miente en un intento de demostrarle su fidelidad a el hijo que se esconde en sus piernas.
Sigo caminando alrededor de la mesa y es ahí donde lo veo, sonriente y nervioso. Él al percatarse de mi presencia chilla y se levanta rápidamente.
—¡Me has encontrado! No es justo. —Se cruza de brazos, algo enfadado.
—Bien, te encontré tan justamente como me fue posible. —Trato de ignorar el hecho de que puedo escuchar cada sonido de la casa, lamentablemente.
—Iré a contar yo. —El niño se marcha hacia las escaleras.
—Señora Gaos.
—¿Sí, querida?
—Me temo que le debo una disculpa. —Suspiro—. Me disculpo por haber ignorado sus palabras hace unas cuantas horas, y me disculpo por contestar de mal forma a sus hijos.
—No te preocupes —dice ella sin mucho interés —, no es tu culpa. Gracias por disculparte, pero no debes sentirte mal por nada.
Sonrío y decido subir al ático para ver por qué la bestia tarda tanto. Cuando llego, me doy cuenta de la razón.
—Veinte, veinteseis, treinta, uno y cuatro, diecinueve, diez y ocho...
—¿Forest?
—¡Te encontré! —chilla—. Vaya, soy muy bueno. ¿Qué jugamos ahora? —inquiere con entusiasmo.
—De acuerdo —me rindo—. ¿Has jugado a el ajedrez?
Él me observa bastante confundido.
—Creo que mi hermano tiene uno. Iré a...
—¡No! —Lo detengo, logrando que la bestia salte y me mire con terror—. Tu hermano está haciendo... cosas de mayores. Yo buscaré un juego de ajedrez, ¿sí?
Él asiente y baja las escaleras.
—Iré a cenar. ¿Quieres cenar conmigo?
—Lo siento, bestia, pero yo no...
—Por favor —suplica.
Es ahí donde me doy cuenta de que debo aceptar, también sé que me arrepentiré, y estoy consciente de que posiblemente voy a vomitar esta noche.
***
Coloco sobre mi cuerpo un vestido celeste, cepillo mi cabello hasta que queda lo suficientemente cómodo y recuerdo las palabras de mi padre.
"Debes cambiar tu identidad"
Cierro mis ojos unos segundos, y trato de buscar paz a través de la incansable e insaciable lluvia que cae sin temor sobre el techo de la casa. Los abro nuevamente y pinto un poco mis ojos y labios. Una vez que me siento lo suficientemente presentable, decido bajar.
Cuando llego a la cocina, logro observar a la señora Gaos terminando de preparar la mesa. Se le ve algo agotada y atemorizada, y trata de terminar su labor con rapidez.
—Señora Gaos, sea usted tan amable de sentarse.
—¿Qué?
—Yo terminaré de servir los platos en la mesa. Usted descanse.
—Oh, no, cielo. —Parece darse cuenta de mi intención, y me mira bastante avergonzada—. Yo puedo hacerlo...
—Por favor. No es molestia...
—Mamá, ¿ya está la cena? —escucho la voz del joven Samuel hacerse notar en la cocina, y me doy la vuelta para observarlo junto a su esposa.
Novia, Celina. Se dice novia...
—Ya casi está, cielo. Toma asiento, yo...
—Yo les serviré la cena —la interrumpo, llevándome una mirada por parte de ella y su hijo mayor—. En un momento los atiendo.
Me dirijo a la estufa y observo lo que la señora Gaos ha preparado. Parece ser una clase de pescado frito, y me da algo similar a las náuseas de tan solo verlo.
Aun así, tomo cuatro platos y coloco los pescados en cada uno, acompañando el susodicho con algo de arroz y lo que parece ser ensalada. Tomo los cubiertos y los pongo a cada lado de los platos. Luego, pongo los platos sobre la mesa, al frente de cada persona presente en la misma. Cuando me acerco al joven Samuel, noto cómo un pie se mete entre los míos, provocando que estos se enreden y los cubiertos se salgan de su lugar. Pero, para desgracia de el pie de la joven Natalie, mi agilidad y rapidez es inalcanzable, y tomo los cubiertos segundos antes de que caigan.
—Aquí tiene, joven Samuel. —Todos los presentes en la mesa me observan con impresión y asombro. Miro de reojo a la joven Natalie, quien me mira con desprecio.
—Con su permiso...
—¡Celina! —llama la voz del niño—. ¿Adónde vas? Me prometiste cenar.
Cierro los ojos y los puños con fuerza, y me doy la vuelta para volver a mi asiento.
—Lo lamento, casi lo olvido.
—Toma un plato —dice él, poniéndose de pie y colocando su plato cerca de donde yo me encuentro. Observo la forma en que toma un plato y coloca el pescado sobre él, acompañándolo con los cubiertos en la misma posición que yo los puse y colocando luego el plato frente a mí—. Come.
Fuerzo una sonrisa y observo con desagrado la comida. ¿En serio debo hacerlo? No quiero comer algo tan desagradable. Me rehúso a...
—Está rico —incentiva él.
Noto en esos momentos que todos me están observando, a excepción de la joven Natalie. Todos esperan que coma un solo bocado, y no quiero hacerlo.
Pero la bestia me observa con ojos suplicantes. No puedo ser así.
Tomo los cubiertos y corto un pequeño trozo del pescado frito y muerto que se encuentra en mi plato. Lo miro en el tenedor como si fuese una clase rara de comida; como la de los chinos y japoneses. En serio, ¿quién come perros y gatos? Yo hago algo similar, pero no tiene nada que ver con su carne.
Finalmente me armo de valor e introduzco el trozo de pescado a mi boca. Comienzo a masticar y siento un sabor a nada en mi paladar gustativo. Es como estar masticando agua, aunque esta sea líquida.
Trato de simular que está totalmente exquisito, y el niño me observa con esperanza y felicidad en sus ojos. Eso es suficiente para sentirme satisfecha por mi sacrificio. Decido tomar otro trozo de pescado y meterlo a mi boca. El olor es repulsivo, pero si lo ignoro y aguanto la respiración no es tan insoportable como lo creí.
El problema es, que cuando los colmillos salen por sí solos al notar algo qué disecar, lo hacen. Y, para mi desgracia, no me logro salvar.
¿Alguna vez han absorbido el jugo de una fruta?
Es algo similar, pero la fruta es el pescado, y el jugo es puro aceite y grasa.
Es ahí donde me arrepiento y, rápidamente y asustando a todos, salgo casi corriendo de la cocina hacia el baño.
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