El renacido
La lámpara de latón daba a su rostro un aspecto fantasmagórico. Clavó sus ojos violáceos en los de su captor, mientras el incesante tic tac de un reloj contaba el tiempo que faltaba para su muerte.
El cazador observaba a su presa con avidez morbosa mientras jugueteaba con el recién arrebatado colgante con forma de ave. Una botella de ron añejo se balanceaba en su otra mano. El cazado escrutaba la escena impasible, como si la hubiese revivido miles de veces. Su cabello níveo caía en mechones desordenados sobre su pálido rostro, le sonrió con arrogancia, mostrando una hilera de perfectos dientes blancos, todo él parecía despedir una bioluminiscencia que lo hacía contrastar con el sucio almacén en el que se encontraba.
A través de la polvorienta cúpula distinguió la luna del cazador, que casi había alcanzado su cénit. Al cabo de unos minutos el reloj se decidió a romper el con su alarma el pesado silencio que llevaba horas instalado en la estancia.
El cazador le dio un sorbo a la botella, para después ofrecérsela al albino, que negó con un rápido cabeceo, el otro soltó una carcajada histérica que le hizo cuestionarse su nivel de cordura una vez más en aquella larga noche con final más que predecible. Lo repetitivo de la situación le cansaba.
Roció con el ron al maniatado, quien soltó un resoplido de impaciencia. El cazador deslizó una cerilla por el lateral de su caja, el fuego prendió con un siseo. Volvió a reír antes de lanzarle la cerilla con entusiasmo pueril.
Las llamas prendieron a su alrededor con rapidez, gruñó, notando como las llamas lamían su piel desnuda, incinerando sus ropas por completo. Gritó, el hedor de la carne chamuscada inundó sus fosas nasales, produciéndole arcadas. Sintió como poco a poco parte de él se perdía entre las llamas mientras trozos de su piel carbonizada desaparecían en el fuego.
El incendio no logró apagarse hasta pasadas unas horas. Cuando se presentó allí un grupo de policías y bomberos solo encontraron un puñado de ascuas sobre un lecho de cenizas.
Un hombre de ojos violáceos observaba la escena con serenidad, llevaba una botella de ron en la mano, a la que daba pequeños tragos. Reanudó su tranquilo paseo vespertino dejando atrás el alboroto general causado por el accidente.
Alzó su mentón de rasgos angulosos, de modo que los rayos del sol resaltaban su níveo rostro libre de cicatrices. Observó el colgante con forma de ave que había recuperado de su captor, lo giró, en la parte posterior habían grabado milenios atrás una inscripción que dictaba a la perfección sus creencias biológicas:
Lucha contra los que intenten enjaularte,
Despliega tus alas y prende tu fuego,
Demuéstrales que puedes resurgir de tus cenizas.
No serás un simple pájaro si logras alzarte como un fénix...
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