El beso

Cerré los ojos, deleitándome al escuchar a sus labios, pegados a mi oído, susurrándome. Me relajé y me dejé llevar por ese delicioso momento. No era la primera vez que me tarareaba alguna cancioncilla al oído mientras jugueteaba con algún mechón, que él se encargaba de separar de mi pelo, entre sus largos dedos de pianista. No era la primera vez que me abrazaba entre esos fuertes brazos. Me sentía segura, a salvo de cualquier mirada indiscreta, de cualquier intruso que quisiera entrar en mi paraíso personal.
Apoyó su mejilla con delicadeza sobre mi cabeza, y sentí su respiración, la forma tan dulce que tenía para, disimuladamente, oler mi cabello, y la forma en la que, inconscientemente, suspiraba después de hacerlo, como si ese fuese un chute de éxtasis.
Me empujó con suavidad hacia atrás, de modo que quedé tumbada, con mi espalda apoyada sobre sus piernas cuidadosamente dobladas, sonrió con ternura, y, al hacerlo, se le formó un hoyuelo en la mejilla izquierda.
Deslizó su mano por mi brazo con miedo, al ver que yo no apartaba mi brazo, se dedicó a trazar un caminillo sobre mi piel, empezando a ascender con su mano por mi cuerpo hasta mi hombro, después por mi cuello, hasta desembocar en mi mejilla. La cual se dedicó a acariciar con la yema de su dedo pulgar, trazando pequeños círculos. Tenía la respiración acelerada cuando se inclinó sobre mí. Se paró, en sus ojos azules se reflejaba el miedo que sentía a mi rechazo, así que me reincorporé, apoyándome sobre mis codos, él me ayudó, pasandó una mano por mi cintura hasta la parte baja de mi espalda.
Durante unos segundos dudó, mirando mis labios, desesperado, le sonreí y me acerqué un poco más, tentándole a que continuara. Eso pareció animarlo, se acercó lentamente a mí, sus labios rozaron los míos, y sentí su mano temblar sobre mi mejilla. Así que me armé de valor y apoyé una de mis manos sobre su nuca, atrayéndolo a mí. Y allí, tumbados sobre la hierba, nos dimos nuestro primer e inolvidable beso...

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